18.1.16

"Hombres buenos": un canto a la amistad y a la Razón




A estas alturas de la vida no voy a descubrir ni a Arturo Pérez-Reverte ni a sus libros;  me acompañan desde los 12 años, cuando empezara a leer el primero de sus Alatristes, saga a la que dedicara más de una entrada en este blog. Cautivado, fue cuestión de tiempo que abordase el resto de sus obras, así como sus peculiares artículos de opinión en prensa (también recopilados en varios libros). Siendo como soy fundamentalmente un lector de clásicos, o por lo menos de autores que murieron hace algunas décadas, Pérez-Reverte es prácticamente el único escritor vivo que leo asiduamente. 

Con todo, aún no he leído toda su obra y de los últimos 10 años, tengo pendientes (algún día serán míos)  El pintor de batallas, Un día de cólera o El tango de la guardia vieja, si bien me regalaron El asedio,   cuyo final me decepcionó, al igual que, admito, me dejó frío Cabo Trafalgar.  El cartagenero está especialmente activo el último sexenio y si añadimos el séptimo de Alatriste, va a libro por año. Hombres buenos, publicado en marzo de 2015, es el más nuevo. 

En él, basándose en el acontecimiento real que supuso la adquisición de la famosa Encyclopédie de los ilustrados franceses por parte de la Real Academia de la Lengua Española a finales del siglo XVIII, Pérez-Reverte construye un relato imaginario sobre cómo pudo ser esa hazaña, pues al París pre-revolucionario viajan dos académicos españoles, con la misión, casi clandestina (estaba prohibida en España y en Francia no era fácil de conseguir) de adquirir los 28 grandes tomos de la magna obra. 

Desde el primer momento la novela es un constante juego entre realidad y ficción, entre imaginación y veracidad. Pues paralelamente a la reconstrucción de Madrid y París en 1781 y su notable ambientación, un autor en primera persona constantemente notifica cómo investigó y cómo fue edificando su obra, ya fuera con la lectura de fuentes, con viajes in situ o con entrevistas a tal o cual amistad, por lo general personalidades reales: no en vano aparecen los académicos Francisco Rico, José Manuel Sánchez Ron,  Carmen Iglesias o Gregorio Salvador, e incluso el que fuera director, Víctor García de la Concha. Ese autor que nos habla de vez en cuando guarda un asombroso parecido con el propio Pérez-Reverte, por más que éste negase en una entrevista que fuera él; desde luego, el cartagenero juega con nosotros, pues cuando el narrador menciona como obras "suyas"  El enigma del Dei Gloria y La estocada se refiere claramente a  (estas sí son reales) La carta esférica y El maestro de esgrima, respectivamente. 

Este juego se mantiene también en los personajes ficticios, propiamente dichos. Los dos académicos protagonistas, el almirante don Pedro de Zárate y el bibliotecario don Hermógenes Molina, ambos sesentones y tan respetables como antagónicos, se prestan a toda clase de interpretaciones, pues el primero, marino, fatalista y escéptico, no deja de tener ciertos rasgos del propio Reverte y resulta evidente quién le cae más simpático.  La pareja de "académicos malos", por así decirlo, pues pondrán toda clase de trabas para que la Encyclopédie no llegue a Madrid, puede entenderse como una alegoría de las dos Españas: Manuel Higueruela es cerril, clerical y reaccionario, y Justo Sánchez Terrón es igual de radical pero en su vertiente más rompedora, progresista. Ambos se odian mutuamente pero se alían por necesidad. 

"Usted y yo, don Justo, estamos abocados a darnos noticias mutuas durante un par de siglos, por lo menos...Y no todas serán en papel impreso".


Francisco Vega del Sella, marqués de Oxinaga, el gentil y bien relacionado director de la Academia, es un obvio alter ego del mencionado García de la Concha, también asturiano y de buen talante. El peculiar abate Bringas, pese a que el autor lo presente de manera convincente como real (inventándose fuentes y una detallada biografía) , es un trasunto del abate Marchena (1768-1821). Y así con buena parte de los personajes ficticios. 

Pues también desfilan históricos, como el mismísimo rey Carlos III (1716-1788), el  conde de Aranda (1718-1798),  embajador en París, o los intelectuales Benjamin Franklin (1706-1790), Buffon (1707-1788) , D´Alembert (1717-1783)  Condorcet (1743-1794) Marat (1743-1793)  o el autor de Las amistades peligrosas, Choderlos de Laclos (1741-1803). Todos ellos se dan cita en el castizo y tímidamente ilustrado Madrid de los últimos años del reinado de Carlos y en el bullicioso, descocado y deslumbrante París de las Luces

El cartagenero conserva su buen hacer en la detallista recreación de ambientes y en la caracterización de personajes, uno de sus fuertes;  desde luego, el malvado Pascual Raposo tiene un perfil bastante revertiano, uno de esos hombres soeces, putañeros y de pasado turbio con algún trauma, tan habituales en su obra.  Lo sórdido de su lenguaje y los ambientes  barriobajeros donde se mueve contrastan con la exquisitez y elegancia del de los académicos.  Académicos que estarán ayudados por el arriba mencionado abate Bringas Ponzano, otro personaje típico de su autor, que dice cosas bastante serias pero revestido todo de humor y escatología, algo muy común en su narrativa.

Lo que hace aún más interesante a Hombres buenos son esas constantes alusiones al mundo y a la sociedad actuales, o a la historia de España, por medio de las conversaciones entre don Pedro y don Hermógenes (ateo, desencantado y soltero el uno, creyente, bonachón y viudo el otro) o los debates entre ilustrados en los cafés y salones del París de 1781. Muchos de sus párrafos son fácilmente interpretables a hoy día, y en cierto sentido, si el lector está familiarizado con los artículos que Pérez-Reverte publica desde 1993, puede sonarle a ya visto, pues algunos pasajes son idénticos a cuando el escritor saca el sable a paseo los domingos. 

"- Apatía y resignación, son las palabras nacionales- dice al cabo de un momento- Ganas de no complicarse la vida...A los españoles nos resulta cómodo ser menores de edad. Términos como tolerancia, razón, ciencia, naturaleza...nos pertuban la siesta. Es vergonzoso que, como si fuéramos caribes o negros, seamos los últimos en recibir las noticias y las luces públicas que ya están esparcidas por Europa.
- Estoy de acuerdo.
- Y encima, lo poco de dentro lo convertimos en arma arrojadiza, de discordia: tal autor es extremeño, aquél es andaluz, éste valenciano...Nos falta mucho para ser nación civilizada con espíritu de unidad, como las otras que con justo motivo nos hacen sombra...Creo que no es el mejor medio recordar siempre, como solemos, la patria de cada cual. Antes convendría sepultarla en el olvido, y que a ninguna persona de mérito se le considere otra cosa que española (...) No tenemos Erasmos, por no decir Voltaires. Lo más que llegamos es al padre Feijoo.
- Que ya es algo.
- Pero ni siquiera él renuncia a su fe católica o a su devoción monárquica. No hay en España pensadores o filósofos originales. La omnipresente religión impide florecer. No hay libertad...Cuanto llega de fuera se acepta con la punta de los dedos, para no quemarse".



Pero ello no quita interés, desde luego. Además, sin duda he disfrutado enormemente estos fragmentos, pues Hombres buenos ha llegado cuando tengo ya 30 años y mi pensamiento, mi experiencia, mi concepción del mundo y de la vida y mi idea de España y de su historia  son muy distintas a cuando era un quinceañero. He crecido con Pérez-Reverte, por así decirlo, y si él gasta ya 64 castañas, yo he ido madurando a su vera. 

La novela es muchas cosas y puede interpretarse de diversas maneras, así como se caracteriza por explotar temas habituales en la obra de este escritor, como son el honor, el pasado, la guerra o el estoicismo, pero desde mi modesto punto de vista, fundamentalmente el libro es un canto doble: 

Por un lado, a la amistad; la amistad entre los dos académicos protagonistas, los "hombres buenos", quienes si en Madrid no se habían tratado mucho, en el azaroso viaje se descubrirán mutuamente, pese a sus constantes discusiones intelectuales donde el clerical don Hermógenes suele escandalizarse. Viene a demostrar que la ideología o el pensamiento no es impedimento para hacer amistad con una persona.  Además, como tiene un cierto aire a road movie, a rito iniciático (Molina es inocente y torpe, mucho menos bragado que el marino), el sentimiento de hermanamiento es algo indisoluble. También hay más amistades, pues los académicos hacen buenas migas con el  fascinante y estrafalario  Bringas en su periplo parisino, y personalmente, al igual que los protagonistas, acabé cogiéndole cariño al abate.  

"- Alguna vez llegará el amanecer. Vendrá el nuevo día. Habrá hombres que le gocen, entornando los ojos, agradecidos, al recibir los primeros rayos del sol...pero los que hicimos posible ese amanecer ya no estaremos allí. Habremos sucumbido a la noche, o asistiremos al alba pálidos, exhaustos, deshechos por el combate.
 Cuando calla el abate, tras un largo silencio, suena la voz del almirante. 
- Le deseamos a usted ese amanecer, querido amigo. 
- Ah, no. Deséenme solo que, cuando llegue el momento de sostener mi fe, muera bien, sin que me avergüence del canto del gallo...Sin renegar de ella.
(...)
- Fue un honor ayudarles, señores -dice, seco. 
 Después vuelve la espalda y se aleja en la oscuridad hasta fundirse con ella, como una sombra trágica que llevara sobre los hombros el peso excesivo de la lucidez y de la vida". 



Por otro lado, un canto a la cultura, o si se prefiere, a la fuerza de la Razón, con mayúsculas, entendida ésta como la libertad del hombre para escoger la certeza y la cierta infabilidad de la ciencia frente a la imprecisión mistérica y oscura de la religión,  en esos tiempos de luces donde poco a poco, los intelectuales europeos, con los franceses a la cabeza, se estaban liberando de la cerrazón de mente y la negación de la realidad presente en el continente, donde en buena parte olía aún a feudalismo y a sacristía. Reverte siempre ha sido muy crítico con Trento y durante años ha repetido que fue a partir de ese concilio de mediados del siglo XVI, con la Contrarreforma,  donde todo se fastidió y España empezó la cuesta abajo, mientras los países protestantes emprendieron el ascenso.  Volviendo al libro,  es un hermoso alegato por todos aquellos hombres, de antes y ahora, que rompieron más de una lanza, a veces en vano, por que la razón triunfase sobre el misticismo y la tiranía. No debe confundirse el lector, pues no es un simple libelo anticlerical; de hecho, es una de las obras más compensadas y optimistas de Pérez-Reverte, pese a sus habituales dosis de ironía y mala leche, y desde luego, como siempre, reparte a diestra y a siniestra; no se libra nadie. También el de Cartagena rinde orgulloso homenaje a la RAE y hacia todo lo que representó y representa, y a todo lo que hizo y hace. Por último, el narrador se reconoce deudor de tres grandes de nuestras letras como son Cadalso, Jovellanos y Moratín, y la influencia de éstos es grande en el texto.  Pero, desde luego, con la mente puesta en los recientes atentados en París, Hombres buenos es un buen punto de partida para todos aquellos que se preguntaron entonces qué le debemos exactamente a Francia, o para reflexionar por qué España es así, siendo como somos un país que lleva desde la Ilustración en permanente conflicto entre atraso y modernidad (baste recordar el debate de los toros, que también aparece en la novela, por cierto). 

Sociedad, cultura, religión, ilustración, enciclopedias,  librerías, debates, tertulias, cafés, libertinaje, amor,  duelos y ambientes tan fascinantes como dispares,  todo se da la mano en un libro magnífico que muestra lo mejor de su autor, a quien se le empieza a notar la edad (y es un halago), con un estilo más evocador y profundo, más si cabe que ciertas novelas suyas precedentes.  Personalmente, de los de toda su obra, es uno de los que más he disfrutado y entra directamente en el Olimpo de los favoritos, junto a la serie de Alatriste y  a  La piel del tambor, El maestro de esgrima y La carta esférica (sin olvidarse de esa pequeña maravilla llamada La sombra del águila), por lo cual de nuevo me rindo ante don Arturo. Un libro intenso y con repartidas dosis de emoción, que mantiene en vilo hasta la última página de sus 583, por más que de antemano sepas buena parte del desenlace. Podría dar para una buena adaptación al cine, pero viendo la irregular suerte que han corrido las obras de Pérez-Reverte a este respecto, mejor seguir viendo a don Pedro y a don Hermógenes, a esos hombres buenos, dentro de sus adorados libros. 


"-¿Son esos libros tan valiosos como para morir por ellos? - pregunta. 
  El otro lo piensa un instante, o parece hacerlo.
- No es por ellos, sino por lo que tienen dentro- responde, al cabo. 
-Vaya...¿Y de qué se trata?
- De la Razón. Lo que hará que un día no existan hombres como usted".  

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