21.1.16

"Los Odiosos Ocho": jodido y genial Tarantino


Quentin Tarantino, con tantos admiradores como detractores,  es uno de esos directores de cine con los que no hay término medio: o lo amas o lo odias; con él no valen expresiones del tipo "no me gusta mucho Tarantino, pero..." o  "hay ciertas cosas que me chiflan de él, pero...". O blanco o negro, esto es así, tan incuestionable como que Marsellus Wallace practicó el medievo con el culo de Zed.

El de Tennessee pegó un buen aldabonazo hace ya casi 24 años y el cine no volvió a ser el mismo. Ni para todos aquellos que tuvieron la enorme suerte de ver Reservoir Dogs en 1992, ni para el resto de mortales que éramos unos niños ese año y descubrimos al Señor Marrón con el tiempo. Una película hecha con cuatro dólares, brutal y rompedora, con un título perfecto, ante la que uno no puede sino tirar el arma y rendirse e hincarse de rodillas, y ante el mismo Tarantino.

Y no, no te da tiempo a levantarte, porque sólo dos años después, el bueno de Quentin entregó la bomba atómica. Pulp Fiction es aún mejor, más redonda, perfecta. Ya se ha dicho todo sobre ella así que no explayaré más con una película que aguanta todas las revisiones que le eches y que no envejece. Puro orgasmo de cine. 

Tarantino ya era Dios sobre la Tierra, pero, ay. Los dioses también pueden ser humanos. Y comenzó a desconcertar al público, con Jackie Brown (1997), una película tan poco tarantiniana (o no) como melancólica hermosa y extraña. Aparte de unas cuantas colaboraciones en otras películas entre varios directores, o guiones para otros largometrajes, hubo que esperar 6 años para un nuevo producto suyo, que fue Kill Bill: vol.1., un pastiche muy entretenido con algunos grandes momentos, pero un pastiche al fin y al cabo, con influencias del cine asiático de artes marciales y hasta un cómic en medio; una película "muy friki", como la definió un amigo. A partir de Kill Bill la gente se dividió en dos grupos, uno el de quienes iban a seguir adorando a Tarantino les echase éste lo que les echase, y otro, el de los que sólo iban a reconocer como películas de Quentin Reservoir Dogs y Pulp Fiction (y si eso, Jackie Brown), intentando olvidar el resto. Luego vinieron Kill Bill: vol.2 (para mí mejor que la primera, tal vez porque hay menos peleas y más sustancia) y Death Proof (2007), por lo que las diferencias fueron aumentando. Dos años después tenemos Malditos Bastardos y en 2012 Django Desencadenado, ambas unas películas interesantes  y con momentos brillantes, con personajes memorables (especialmente los de Christoph Waltz) y con diálogos marca de la casa (si bien algo más lentos y romos que de costumbre), pero también adolecen de una excesiva violencia  -aun teniendo en cuenta que hablamos del director estadounidense pero aún más que en Kill Bill,  con una tendencia a la desmesura y a la ausencia de elipsis, de ida de olla rayando el gore. En Reservoir Dogs y Pulp Fiction , diciéndolo llanamente, "había pocos tiros pero bien daos".  Vuelves a ver Malditos Bastardos y ya no te parece tan buena como la primera vez. Algo había pasado. Tarantino estaba dejando de ser Tarantino.

Creo modestamente que no hace falta ser, ni un radical que sólo reconoce como películas de Tarantino sus dos primeras y desprecia directamente el resto,  ni un fan borreguil que le va a alabar desmesuradamente hasta si presenta una mierda filmada.  Únicamente se ha de asumir, con toda tranquilidad, que los años 90, por suerte o por desgracia, ya pasaron, y que no vamos a volver a escuchar intros con Misirlou ni a ver a unos perros callejeros trajeados  avanzando a cámara lenta mientras se ponen sus gafas de sol y suena Little Green Bag, o una discusión por las propinas o sobre qué va Like a Virgin. No. También debemos ser justos y no exigirle a Tarantino que no cambie, pues todos los directores de cine van evolucionando, van experimentando, van madurando. No todas sus películas van a versar sobre drogas,  las hamburguesas Kahuna, o  sobre maletines de dorado e incierto contenido. 

Simplemente, eso. Asumir que esas dos obras maestras de sublime montaje, sublime guión y sublimes personajes con su carisma y sus diálogos van a seguir estando ahí, nadie nos las quitará. Y que Tarantino hizo luego más películas, que no son tan redondas y no se pueden comparar con las dos primeras, pero tienen un puñado de grandes momentos y entretienen en mayor o menor medida. Las hermanas menores de las dos reinas. Todas siguen siendo de Tarantino, un director único. 

Sirva toda esta parrafada a modo de introducción para hablar de su octava película,  Los Odiosos Ocho (The Hateful Eight), que por fin pude ver ayer. Era uno de los estrenos más deseados desde hace más tiempo, y debo decir que acudí incluso con cierto nerviosismo por la expectación creada, primero por la temática, luego por los actores y por último por la música. Además, no por nada el estadounidense es uno de los hombres del cine más personales y característicos de la actualidad, y con un estilo tan concreto, que se entiende la liturgia casi religiosa por cada nueva película suya, pese a todo lo dicho anteriormente. Sabes lo que vas a recibir. 

Y una vez vista, no sé si me expresaré correctamente, pero me ha cautivado por completo, como no lo hicieron, ni aun desde la primera vez que las vi, Django y Malditos Bastardos. Los Odiosos Ocho, por cierto con un título en España lamentable, incómodo, por tan literal (quizá hubiera sido mejor Los Ocho Odiosos, o Los Ocho Indeseables si de verdad se quería traducir, pues no todos los títulos de sus películas se han transcrito), la película, repito, es una magnífica e hipnótica orgía de cine tarantiniano de 167 minutos de duración. Una locura encerrada en una casa de madera situada en un nevado Wyoming, con una puerta que, para salir o entrar, hay que clavar o arrancar los tablones a modo de  "cerrojo".

La primera escena, impoluta,  bella y sobrecogedora, aderezada con la solemne música de Morricone (¡vaya 87 años!)  ya te mantiene pegado a la butaca. Pero no nos engañemos, Tarantino no se caracteriza por emocionar, ni por llegar al corazón de manera ñoña. Pues pronto la película se adentra en lo que se adivina por el título y por la sinopsis. Es un western, sí, pero enseguida se va orientando hacia una intriga criminal a lo Agatha Christie  y mucho humor negro y sangre, con ocho despreciables personajes confinados en una parada para diligencias, refugio, cabaña o lo que sea,  donde nadie confía en nadie y la vida no vale un carajo.

Si en Malditos Bastardos los diálogos se me hacían lentos y pesados y no me quedaba en el recuerdo ningún bastardo, y en Django el tan ansiado western con trazos de spaghetti se quedaba en una historia sureña de venganza con mucha morralla y sangriento no, lo siguiente, final, donde el tono de película "del Oeste" sólo se veía en ciertos personajes y en la música, aquí el aroma a western es mucho más intenso, pese a que tampoco sea un western clásico. Pero el de Tennessee, gran cinéfilo y amante de estas películas, denota de nuevo su admiración por grandes como Sergio Leone, John Ford, Howard Hawks o Sergio Corbucci,  como puede verse en unas cuantas escenas (algo que si te gusta ese tipo de cine agradecerás enormemente). 

El gran fuerte es sin duda la situación de agobio, de bomba a punto de estallar con esos ocho indeseables metidos en cuatro paredes, donde la tensión se palpa más que sobradamente y donde te esperas cualquier cosa. Nada es predecible, y eso es lo desconcertante y lo glorioso. 

¿Y los diálogos?  Tiene mucho diálogo, sí, pero tampoco tanto como había leído, y personalmente el metraje se me ha pasado volando, llegando al final con ganas de más. Se habla de muchas cosas y se dice bastante, con temas que van desde el racismo a la justicia pasando por la guerra y el nacimiento de una nación, todo convenientemente salpimentado con expresiones soeces y/o tronchantes. Pero, desde luego, lo que la diferencia de Django y sobre todo Malditos Bastardos (por citar de nuevo sus dos  más recientes), son sus personajes. 

Se trata de un reparto bastante ajustado y compensado, donde inevitablemente unos actores tienen más peso que otros, y más o menos acierto. Sin duda los dos más destacables son Samuel L. Jackson (Mayor Marquis Warren)  en un memorable personaje, pese a que ya no recite versículos de la Biblia a punta de pistola, es para quien escribe el mejor de los suyos con Tarantino después del Jules Winnfield de Pulp Fiction, y una Jennifer Jason Leigh como nunca  (por cierto nominada al Oscar) en una increíble actuación desempeñando de manera totalmente creíble su rol de criminal pirada. Su Daisy Domergue verdaderamente da miedo.

También tiene su sitio Kurt Russell como La Horca Ruth; se ha dicho que Tarantino ha "resucitado" de nuevo a este veterano actor, y no sería extraño; ya lo hizo con Travolta o Pam Grier en su momento, como descubrió a otros como el mismo L. Jackson, Waltz o Tim Roth. Éste último vuelve a trabajar con el estadounidense después de Pulp Fiction y, aunque el contexto sea otro, casi emociona verlo de nuevo compartir una mesa con Samuel, 21 os después de su mítica conversación en la cafetería del atraco.  O repartirse planos con otro de Reservoir Dogs, Michael Madsen, quien también repite con Tarantino, ahora como misterioso vaquero.  Roth resulta igualmente inmenso en su papel de (aparentemente) educado y atildado inglés, Oswaldo Mobray. Luego, el anciano Bruce Dern como el racista general confederado Smithers tiene su miga. Completan el grupo de odiosos Walton Goggins como Mannix, un renegado sureño que dice ser el nuevo sheriff, y Damián Bichir como un cierto mexicano.  A partir de ahí, muchas sorpresas...

La situación de tensión y la sensación de "joder, ¿qué pasará ahora?"  no se va en toda la película, salpicada por los eventuales estallidos de violencia marca de la casa; es de destacar también que, pese a que abundan sus típicos planos contrapicados y etcétera, en general la cámara parece bastante clásica, teatral,  de tan quieta. 

Capítulo aparte merece la banda sonora.  Desde el momento que se supo que el legendario Ennio Morricone (88 años en noviembre) iba a volver a colaborar con él, sus fanáticos dimos gracias al cielo. El genio romano, disgustado en su momento por lo excesivamente sangrienta que fue Django desencadenado, declaró que no trabajaría nunca más con Tarantino. Pero parece que surtieron efecto los ruegos del norteamericano, y el italiano finalmente cedió. El director lleva desde Kill Bill empleando viejas canciones suyas, pero esta vez ha querido  música original.  Cuatro décadas después de su último western, el eterno compositor ha entregado una banda sonora excelsa, la otra nominación al Oscar de la película junto a la  la de la fotografía y a la de Jason Leigh. Hay varias melodías importantes, que constiyuyen los leitmotivs del film, como ese órgano casi fúnebre que evoca los copos de nieve cayendo, o unos sones más acelerados y violentos con unos coros masculinos que recuerdan sus trabajos con Sergio Leone. Maravillosa.

En definitiva, una película extraordinaria, una obra maestra que sin alcanzar la excelencia total de las dos primeras de su director, me parece modestamente la más redonda, disfrutable y de mayor calidad de toda su carrera después de las mencionadas. Y eso incluye la aclamada Django, que a mí no me acabó de entusiasmar pese al King Schultz de Waltz. Sin más, demos gracias al incorregible Quentin por seguir haciendo películas. 


Lo mejor:

- La imagen. Una fotografía (Robert Richardson) bella e hipnótica, rica , jugosa y fascinante. Desde luego si algo ha ido a mejor en el cine de Tarantino es en la imagen. Además, gran mitómano, quiso rodar con Ultra Panavision 70, como Ben-Hur y otras. Hubo de desempolvar viejas máquinas para rodar en ese formato. Lamentablemente en España sólo hay un cine donde es posible verlo  como en EEUU, a la antigua usanza,  y está en Barcelona.


- El sonido. En todo momento escuchamos los sorbos de café de los protagonistas, la ventisca ahí fuera, los lamentos, los disparos, las respiraciones, las botas...como si estuviéramos con ellos en la cabaña. 

- La banda sonora. Ennio Morricone. No hace falta decir más. 

- Los diálogos. Tarantino conserva esa capacidad para que te parezcan interesantes conversaciones donde se dicen tonterías o aparentemente, asuntos irrelevantes. 

- Los personajes. Todos son ruines, despreciables, mezquinos, violentos y odiables. Pero también memorables y perduran en el recuerdo. 

- Los actores. Todos rinden a buen nivel, si bien Samuel L. Jackson y Jennifer Jason Leigh están por encima, seguidos algo más abajo por Tim Roth y Kurt Russell.  

- La sensación de situación impredecible y desquiciada, agobiante y llena de tensión, que no desaparece nunca. 

- Tarantino y su habilidad para combinar una canción, ya sea moderna o de la banda sonora, con alguna imagen violenta y/o hermosa. 

- Hay violencia , tanto verbal como física,  mucha violencia y sangre, bastante sangre,  pero curiosamente  no se llega a las orgías sádicas y cargantes de sus últimas películas, con esos tramos finales tan excesivos. 



Lo peor:

- Prácticamente nada. Siendo exhaustivo, algún fallo en la trama, que sorprende por la meticulosidad de Tarantino. 

- También añadir que debes tener muy claro que esto no es Reservoir Dogs, ni Pulp Fiction. Ni quiere serlo, aunque haya ciertos homenajes a la primera y algún destello de la segunda.  Alguien ha dicho que Tarantino siempre hace una película distinta cada vez, que no se parecen entre sí,  y probablemente sea cierto. Los Odiosos Ocho es otra historia, otro nivel. Y sigue siendo puro Tarantino. Si esperas volver a los años 90, volverás sólo a medias y te decepcionará. Si simplemente te dejas llevar y cautivar, disfrutarás como un enano. O como un canalla.