17.11.15

Francia


Con los recientes y sangrientos atentados de París, han sido muchas las voces que han mostrado su rechazo por la excesiva atención mediática y emotiva que han suscitado los asesinatos efectuados por el ISIS (o DAESH, o Estado Islámico), que contrasta con la indiferencia, más o menos relativa, con la que los europeos recibimos la escalada de barbarie y muerte perpetrada en el Creciente Fértil. 

Cierto es. Debe reconocerse nuestra ombliguista y algo hipócrita concepción del globalizado mundo, por la cual sólo nos alteramos cuando el odio nos golpea en casa o cerca de ella. Pero que no se malinterprete; no es que seamos unos insensibles ajenos al dolor en los países de Oriente Próximo, no. Lo sentimos, pero es lógico sentir como más cercano lo que ocurre en tus proximidades.  Como también es cierto que estamos hablando de Francia. He tenido debates con amigos sobre qué le debemos al país galo, por qué este sentimiento tan intenso de solidaridad hacia ellos, por qué si ocurre algo en Siria, Japón o Filipinas no alcanza esa trascendencia, máxime teniendo en cuenta que con Francia hemos tenido continuos roces y desencuentros. Intentaré explicarme. ¿Por qué Francia?

- En primer lugar, la proximidad geográfica. Esto es evidente. Vecindad terrestre que se traduce también en un cierto tutelaje de los galos sobre España, básicamente desde finales del siglo XVII, cuando en nuestro país comenzó a atardecer y en Francia a restallar el sol. Al caer España en la órbita francesa con la llegada de los Borbones,  se tradujo en vasallaje político y cultural. Desde que España es una entidad fuerte, es decir, desde el Renacimiento, sus alianzas, conflictos, éxitos y derrotas han ido siempre de la mano de, o Francia, o Inglaterra, habida cuenta de que las relaciones con Alemania, Italia o Austria han sido mucho más tenues y lejanas, y con Portugal siempre hemos tenido una relación extraña,  poco afectiva. Pero respecto a Francia y la proximidad geográfica, el país galo ha sido un vecino más o menos correcto en su rivalidad, con sus aspectos positivos (como el influjo cultural, el apoyo en algunas guerras o ese destino en el franquismo para gente que quería exiliarse o simplemente evadirse del régimen) y negativos (fue un santuario para los etarras, algo felizmente arreglado en los últimos años, o los conflictos con los agricultores). 

- En segundo lugar, la historia. Más allá de que Francia sea efectivamente Europa y sólo por ese aspecto ya seamos más cercanos histórica y culturalmente a los países asiáticos o africanos, la historia no sólo europea, sino mundial, le debe mucho a Francia. Fue allí donde, después de prender en 1776 en los futuros Estados Unidos,  se encendió la mecha de la revolución en 1789, esa revuelta que con sus aciertos y sus excesos, propició el fin del Antiguo Régimen y el paso de la Edad Moderna a la Contemporánea (en combinación con otra Revolución, la Industrial, ésta mayormente debida a ingleses). Pero ciertamente, si los franceses no se hubieran levantado en sucesivos movimientos antiabsolutistas entre 1789 y 1848, secundados entonces por otras naciones, quién sabe cómo hubiera sido la historia de Europa. Como también cabe preguntarse, si no se hubiera producido la Ilustración precedente (ésa Ilustración que muchos abogan debe experimentar el mundo islámico) que abrió las ventanas,  qué hubiera pasado. Por lo pronto, mientras en Francia ya tenían cierta experiencia en cuanto a revoluciones, políticas y culturales, aquí en España el rey Fernando VII fue recibido como un Dios, con un populacho que desenganchó los caballos del coche real para tirar de él (1814). Ya se sabe lo que hizo el Rey Felón con la Constitución y las libertades.  ¿Y de Napoleón, no se dice nada? Sí, Bonaparte llevó al continente a una guerra atroz,  tuvo sus excesos represores  y sus delirios de grandeza y colocó a su familia en los tronos de media Europa, pero además de ser un gestor eficaz  introdujo una serie de reformas legislativas, administrativas y políticas, copiadas en las décadas sucesivas, cuyo objetivo no era otro que acabar de una vez con el absolutismo y el desaforado poder de la aristocracia y de la Iglesia. Hablar sobre qué hubiera pasado si Napoleón no pierde en Waterloo es jugar demasiado a la historia-ficción, pero sin duda el devenir europeo hubiera sido distinto, seguramente para bien. Más recientemente, ya a finales de siglo y en el XX, Francia es ese país donde se abogó por cuestiones como los derechos de los trabajadores el laicismo o la libertad sexual.

- En tercer lugar, la cultura. Que Francia es un país crucial para la literatura no es nada nuevo. De Montaigne a Voltaire, de Balzac a Stendhal, de Hugo a Verne, de Dumas a Zola, de Proust a Céline, de Baudelaire a Verlaine, de Molière a Flaubert, de Sand a Camus. La fuerza e influencia de todos estos (y más) autores, y  lo que la simple mención de su nombre supone para el imaginario de los amantes de sus obras (entre los que me incluyo),  por la trascendencia que han alcanzado en sus vidas, sin duda emociona. Hasta el más "anti-francés" (y he solido serlo) acaba adorando Francia si lee a Alexandre Dumas. 
Hemos hablado de literatura, hablemos de pintura. Qué decir de Ingres, de David, de Delacroix, de Géricault. Cómo no amar a los Impresionistas del siglo XIX, capitaneados por Monet, por Degas y por Manet, qué decir de Cezanne, de Toulouse-Lautrec, qué decir de escultores como Rodin. No quiero abrumar con autores y obras, así que me limitaré a subrayar que el siglo XIX es francés, en cuanto a arte se refiere, en sus muchas vertientes. También encontramos notables personalidades en cuanto a la Filosofía, la Historia, la Ciencia, la Música o la Sociología. ¿Y qué es el cine, sino un invento francés de los hermanos Lumière, perfeccionado por Méliès?  Otra cuestión es la de la ciudad París como polo cultural pero también turístico e imperecedero, esa Ciudad de la Luz (los franceses saben venderse muy bien) tan calada en el imaginario colectivo de mucha gente.  Y paro. Lo que intento decir con todo esto, es que, por muy relativista cultural que se ponga uno, siendo europeo, la importancia e influencia de Francia (y de Italia, o de Grecia, pero estamos hablando de los galos) no es la misma, ni mucho menos, que la de otros países más lejanos en ciertos aspectos, como Pakistán, Japón, Arabia Saudí Guinea o Finlandia,  es más,  incluso potencias como Rusia y los Estados Unidos. Dicho con todos los respetos, lógicamente, pero humildemente creo que no se puede comparar. Y si no lo cree, examínese un día y párese a pensarlo.


Para concluir, nadie es perfecto y Francia tampoco. Su historia no es tan ejemplar como nos quieren vender,  y desde luego ocultan, como los ingleses,  unas cuantas vergüenzas, en especial en África, y con los españoles no siempre se han portado bien. Además, adolecen de un ombliguismo superlativo y por si no tuvieran bastante con su legión de personalidades, suelen apropiarse de extranjeros que han trabajado en Francia, como por ejemplo Pablo Picasso, Marie Curie o Samuel Beckett.  
Pero uno está dispuesto a perdonárselo todo, y a apoyarles firmemente cuando les atacan. Observo con envidia, ante una tragedia, ese sentimiento patriótico que les lleva a  unirse, sean de derechas o izquierdas, y firmes y prestos se disponen a cantar su maravilloso himno, "La marseillaise", un belicoso canto de guerra que hace tiempo se convirtió en un símbolo de la libertad:

 "Allons enfants de la Patrie,
Le jour de gloire est arrivé !
Contre nous de la tyrannie
L'étendard sanglant est levé 

L' étendard sanglant est levé
Entendez-vous dans les campagnes
Mugir ces féroces soldats ?
Ils viennent jusque dans vos bras
Égorger vos fils, vos compagnes
!


 Aux armes, citoyens!
Formez vos bataillons!
Marchons, marchons!
Qu'un sang impur
Abreuve nos sillons!"



Son franceses y pueden permitirse cantar su himno siempre que quieran, y además mantener la polémica letra a viento y marea  (en otro país ya se habría cambiado), en nuestros tiempos, tan políticamente correctos. 
Así, repito, se lo perdono todo. Siempre es un placer verles perder en los deportes (probablemente porque es una de las pocas situaciones en que los españoles son superiores a los franceses) , pero en estas circunstancias me "hago" francés.  Primero porque en una Europa que es cada vez menos Europa, son casi los únicos que demuestran tener firmeza e identidad frente a las agresiones, y no es la primera vez que destacan en este aspecto. Y segundo, por todo lo que debemos a Francia, sin la cual no seríamos exactamente lo que somos hoy, para lo bueno y para lo malo. 

Vive la France. 

11.11.15

El señor de la lupa



Un lugar. Aunque es indiferente, se trata de una de esas cafeterías veteranas y distinguidas, con sabor antiguo, de barra añeja, clientes fieles y un trato más que correcto, como el café servido. Un establecimiento de los de toda la vida 

Entre el leve rumor de la gente y el ajetreo de los camareros, el rechinar de cucharillas y el golpeo de vasos, el  tintineo de las monedas y el fondo musical, una figura anónima me llama poderosamente la atención. 

Se trata de un anciano. Un vejete cualquiera, podría decirse. Sentado, con un café y una tostada en la mesa.  Mas una ojeada rápida induce a error, y no basta. Pues no estamos ante uno de esos abuelos vigorosos con zapatillas deportivas y gafas de sol; se trata de un hombre vetusto pero mucho peor tratado por el paso del tiempo, los achaques y las circunstancias. 

Sus movimientos, pausados en extremo, provocan que tarde una eternidad en coger el periódico. Pero lo agarra, y aquí llega lo conmovedor. Pues el anciano, pálido y débil, se acerca las hojas hacia su ajado rostro, de pajarico, donde apenas resaltan unos ojos vidriosos; en un último gesto, coloca una lupa entre su deteriorada vista y las páginas. ¡Una lupa!

Entonces dejo la taza, pasmado de admiración, y, siempre con respeto y discreción, lo observo de reojo, maravillado, y pienso. Ese admirable viejo, no precisamente ágil ni pletórico  de salud, partícipe de un viaje que está llegando al final del camino, no renuncia a sus aficiones. A mantenerse informado y despierto, para no convertirse en un jarrón inerte como querrían otros. 

¿Cuál será la historia de este anciano? Su aspecto denota cierta cultura y altura intelectual; no sólo por su vestimenta, o su expresión inteligente,  sino por el  revelador detalle de la lupa, a escasos centímetros del papel y a la vez de sus ojos, muy abiertos ahora, interesados. Prácticamente tiene su rostro sobre el periódico. Un trabajo de chinos, leer así. ¿Quién será? ¿Acaso uno de tantos abuelos cuyos ingratos familiares lo consideran un mueble, siempre en medio y creando problemas, y a modo de evasión se da su pequeño paseo matutino, desayuno y periódico incluidos? ¿Tal vez un nonagenario trabajado y cansado de vivir, que enviudó  hace años y para quien leer a ese columnista tan bueno es una de las pocas cosas que le queda? ¿Por qué no un periodista ya jubilado, que no se quiere despegar de su antiguo trabajo, aunque su vista no sea la de antaño?  O simplemente un señor con inquietudes, y uno más, de los muchos viejos, sobrevivientes de los lejanos y lozanos tiempos, solos cual coyotes en el último tramo de su vida, acompañados de una reducida pensión. 

Pero ahí siguen, resistiendo la cuchilla de la edad, haciéndole frente al reloj, implacable, cuyas agujas no tardarán en marcar la hora señalada. Y ahí continúa este anciano admirable, tembloroso y medio ciego, quien en principio induce a lástima, pero que en vez de hundirse derrotado en un sillón, mirando sin ver la tele mientras espera  a la Parca, sale en busca de información, de cultura, armado con su lupa y su intelecto, desafiando a todo y a todos, dando batalla hasta el final y burlándose del reloj en su momento crepuscular.  Si ya no puede hacer gimnasia física, será mental. Pues, desde luego, nadie le ha dicho que su hora haya llegado ya. 


Dedicado a usted, señor, con todo mi respeto y admiración.