11.5.15

El corazón de las tinieblas según Coppola


Con la reciente concesión del Premio Princesa de Asturias (los primeros de la heredera Leonor) de las Artes  a Francis Ford Coppola, supongo es buen momento para recordar al gran director norteamericano, con toda justicia uno de los mejores y más importantes de los últimos 45 años y desde luego uno de los pocos genios vivos representantes y simbólicos del inolvidable cine que se hacía en los 70, por más que a sus 76 años lleve demasiado tiempo sin entregar una película verdaderamente grande (la última podría ser, con reservas,  Drácula de Bram Stoker, de 1992) y esté más implicado en sus vinos de Napa Valley. 

Mas en concreto, hoy quería realizar mi aportación-homenaje centrado en su otro gran largometraje aparte de las dos primeras partes de El Padrino (la tercera es una extraordinaria película, pero no llega a romper el techo como sus hermanas mayores). Hablo, desde luego, de Apocalypse Now (1979),   desde su rodaje un film mítico y de culto  y  el cual, con el estreno en 2001 de una versión con 50 minutos de escenas descartadas en su momento (Apocalypse Now Redux) para hacerla más accesible,  adquirió mayores dimensiones a todos los niveles, aunque hay opiniones encontradas entre la crítica y el público. 

Debo confesar que cuando la vi por primera vez se me hizo algo pesada y desconcertante de más; de ese tipo que dices "vaya rayada pretenciosa...".  Pero ciertas películas, como los libros, precisan de una o varias revisiones, ya sea en determinado momento o bajo peculiares circunstancias, o con el transcurso del tiempo. Y, en efecto, eso me ocurrió con Apocalypse Now. Habré visto ya unas cinco veces los 202 minutos de Redux y me sigue maravillando y fascinando tanto como desde que, ignorante de mí, empecé a mirarla con otros ojos. 

El film de Coppola tiene su génesis en la gran novela corta de Joseph Conrad El corazón de las tinieblas (Heart of Darkness, 1899), un libro que por su trasfondo y sus connotaciones (colonialismo, salvajismo, un blanco que es adorado como un dios por las tribus en las profundidades de la selva africana, etc) ya había intentado ser adaptado al cine por otro genio, Orson Welles. Pero tras varios años de indecisiones e imposibilidades, hacia 1975 y aprovechándose de un guión escrito entre él y su amigo,  el belicoso John Milius (luego director de El león del desierto o Conan el bárbaro) , de ingentes cantidades de dinero por los éxitos precedentes, y del prestigio de los Padrinos, se procedió a la recreación de El corazón de las tinieblas, si bien, siguiendo a Milius,  el Congo era ahora Vietnam y el momento no es 1900, sino finales de la década de los 60.

"Mi película no trata sobre la guerra de Vietnam...es Vietnam".

Con esta lapidaria frase presentó Coppola Apocalypse Now en el Festival de Cannes de 1979. Puede parecer pretenciosa y en efecto lo era, pero también era rigurosamente cierta.  Pues si la película es poderosamente fascinante, tenebrosa , exagerada y sórdida, las circunstancias bajo las que se rodó y finalizó fueron similares. 

El rodaje comenzó en marzo de 1976, en las islas Filipinas, cuando hacía apenas un año que el conflicto de Vietnam había finalizado. Inicialmente se habían programado 15 o 16 semanas para grabar; esos 100 días se acabaron convirtiendo en año y pico. ¿La causa?  Más bien causas...

Tifones que destrozaban los decorados y las infraestructuras. Clima pegajoso y opresivo que inundaba de fiebre al equipo.  Colaboración del ejército filipino, pero sujeta a la guerra civil que por entonces afectaba al país (los militares se llevaban los helicópteros sin previo aviso, pues eran necesarios para combatir). Dinero a espuertas que permitía que el alcohol y la droga rulase por  actores, directores y operarios. Renuncias (ni Steve McQueen, ni Jack Nicholson ni Robert Redford estaban dispuestos a ir a rodar a la jungla) y descartes de reparto con caras nuevas, como el papel del protagonista, el capitán Willard (el Marlow del libro de Conrad), que pasó de Harvey Keitel al más desconocido Martin Sheen.  Egos inmensos, como el de Marlon Brando, quien se presentó rapado y tremendamente obeso, provocando cambios en la película pese a su breve pero estelar aparición, y que entre otras cosas exigió, aparte de un desaforado sueldo, no compartir plano con Dennis Hopper...

La tónica era el desquiciamento general y un día a día dionisíaco en medio de las profundidades de la selva, las más de las veces marcado por los excesos: al comienzo de la película aparece el capitán Willard en estado de embriaguez,  rompiendo un espejo y cortándose la mano; una escena poderosa y lisérgica (la música ayuda) en la cual Martin Sheen resulta muy creíble...básicamente porque Coppola le emborrachó a propósito; además, la sangre que se ve es la del propio Sheen.  Días después, no se sabe si por las drogas , el clima asfixiante o el ambiente, al actor le dio un infarto, tan grave que  recibió la extremaunción (por suerte se recuperó, desde luego en EEUU, para luego regresar a Asia).  La marihuana y el ácido no eran un problema para el ya fallecido Dennis Hopper (conocido por sus excesos), quien interpreta a un pirado y salía puesto de todo a escena. Otras veces Brando, ebrio, era incapaz de recordar sus frases. Puestos a desbarrar, también se incluyó  el salvaje sacrificio real de una vaca.   Luego,  el propio Coppola poniendo en peligro su matrimonio al liarse con una de las "conejitas" Playboy que salen en la película, pese a que su mujer (y sus hijos) estaban  por allí...

Con todas estas anécdotas (junto a otras que quizá nunca se sepan) parecía imposible que se llevara a buen puerto la película; de hecho se antojaba más factible que todo el equipo volviera trastornado del rodaje, como si de verdad hubieran ido al Vietnam (si es que no se quedaba alguno allí, claro).  Supuso toda una pesadillesca prueba al límite para todos los que pasaron 400 días en Filipinas, como también fue larga la labor de retoque y post-producción, de casi dos años.   Pero lo cierto es que el producto por fin vio la luz, está ahí y entró en la historia del cine desde su estreno; tuvo una buena recaudación, que compensó en parte la ruina del presupuesto del rodaje, disparado;  en cuanto a premios, entre otros, recibió la Palma de Oro de Cannes y dos Oscar (de ocho nominaciones).

La trama es conocida, pero no desvelo nada importante por si alguien aún no la ha visto: en plena guerra de Vietnam (1969)  se le encarga al capitán Benjamin Willard (Sheen), un hombre ya de por sí con problemas, la misión de remontar el río Mekong desde Saigón a bordo de una pequeña embarcación con la ayuda de 4 hombres,  y entrar en las profundidades de Camboya, donde su compatriota  el coronel Walter E. Kurtz (Brando), una antigua gloria, ha renegado de todo y de todos,  y ha perdido aparentemente el juicio, con sus actuaciones y  "métodos" . Willard debe eliminarlo, aunque progresivamente, entre el ambiente circundante, las experiencias de la guerra  y  las lecturas sobre el coronel  se denota cada vez más fascinado por (y comprensivo con)  Kurtz, pese a que tarde bastante en llegar a él.  Mientras, cada estación, cada parada en el estrambótico viaje río arriba es más dantesca que la anterior...Varios actores tienen papeles menos importantes, como el ya citado Dennis Hopper, Harrison Ford o un chaval de 15 años llamado Larry Fishburne (luego Laurence Fishburne, el Morfeo de Matrix). Robert Duvall aparece poco y al principio, pero su genial interpretación (para mí superior a la de Brando) del excéntrico y surfista teniente coronel Kilgore, con, entre otros momentos, el famoso "monólogo" del napalm, es uno de los aspectos que perduran de la película:



Como también son icónicas y  eternas multitud de escenas, caso de la primera aparición de Kurtz entre tinieblas; la plantación francesa, una reliquia que parece vivir en otro tiempo;  la mítica secuencia de los helicópteros de Kilgore (la 9ª de Caballería) arrasando a los charlies mientras suena Wagner en sus cintas a todo volumen, y otras escenas que omito para no destripar la película. Ya el comienzo es magnífico, con el ataque químico sobre la selva mientras suena The Doors (The end) y el consiguiente plano de las hélices fundiéndose con el ventilador de la habitación donde languidece Willard:



Pero, fundamentalmente, si Apocalypse Now fascina y maravilla, es por varios motivos: tanto por la opresiva atmósfera que transmite la certeza de que esa maldita  y alegórica selva es la perdición absoluta, y a esto ayuda tanto los sublimes planos del barco remontando en soledad el río, como la extraordinaria fotografía de Vittorio Storaro (ganadora del Oscar) que te sumergen en el crepúsculo paradisíaco y alienante de la jungla, o cuando juega de manera soberbia con la luz y la oscuridad;  maravilla, además, por cuestiones auditivas,  pues es justo señalar  el envolvente y contundente sonido, editado por Walter Murch (también obsequiado con el Oscar) , y  la música que compusieron entre Francis y su padre Carmine, unas melodías oníricas que abstraen aún más en el corazón de las tinieblas. Desde luego, también es destacable  el magnífico guión que no deja de incidir en el escaso sentido de la guerra, en el militarismo y el intervencionismo de EEUU,  en la pérdida de la juventud, en el tormento y el descenso a los infiernos, lo que está bien y lo que está mal, el deber y el honor, y la carga del colonialismo tanto en el caso de los franceses en Indochina como con el propio paralelismo de los yanquis en Vietnam, una de las guerras más justamente impopulares de la historia (desde luego, hasta los más acérrimos anti-americanos reconocen, o deberían hacerlo, la capacidad de los estadounidenses para dispararse a su propio pie y criticar y entonar mil veces el mea culpa...en esto poco se parecen a ingleses y  franceses). Por último y por supuesto, también son muy meritorias las actuaciones de todo el plantel de actores, muy creíbles en su delirio, aunque es difícil distinguir cuándo estaban bajo la influencia de las sustancias ingeridas y cuándo no.

El Apocalipsis, el infierno de Coppola, o, para ser más original,  el corazón de las tinieblas según Coppola,  es por méritos propios  una de las obras más personales, peculiares e inquietamente atractivas de toda la historia del cine. Verla, escucharla y sentirla supone toda una experiencia desconcertante, hipnótica, alucinante,  que te zambulle en las profundidades de lo peor del ser humano. Casi con total seguridad, nunca se volverá a hacer una película de estas características y bajo esas particulares circunstancias. Una maldita obra maestra que, verdaderamente, fue Vietnam. Es Vietnam.


-"El horror...el horror"...