27.3.15

La historia del hombre que iba en busca de canela y descubrió el Amazonas (y II)

 (Viene de la entrada anterior)

Gonzalo Pizarro nunca supo qué pasó para que Orellana nunca regresara. Esperaron el tiempo convenido y más aún, hasta que faltó el alimento y desesperados, tuvieron que merendarse los caballos y los perros. Luego se decidieron a construir un barco y navegaron por el Napo hasta que encontraron un lugar donde pudieron comer y descansar. En esas desconcertantes soledades comprendieron que sus compañeros ya no volverían y, no atreviéndose a ir río abajo, emprendieron el camino, al menos más conocido, de Quito. 



Fue este uno de los más tristes viajes de la historia de los españoles en América. A la desazón de sentirse abandonados, se unió la perdición de avanzar por la espesura de la vegetación, sin guías ni caminos. Las lluvias tropicales hicieron su aparición con fuerza, estropeándoles los calzados y las ropas, que se pudrían, pues llovía mucho.  Tanto que el sol apenas se veía durante días, mientras se abrían paso por la selva a golpe de espada.  Los mosquitos, los reptiles y las fieras los atacaban continuamente en ese infernal regreso a los Andes.  Los tres millares de porteadores indios murieron, así como buena parte de los hombres de Pizarro. Unos ochenta españoles medio desnudos entraron en Quito después de casi dos años de su partida, descalzos y en lamentable estado físico y mental. 
Una vez descansó y se hubo restablecido, Gonzalo, lleno de amargura, protestó y reclamó ante la Corona (algo habitual en estas circunstancias) por el comportamiento de Orellana, aunque nunca más volvió a verlo; además tenía otras preocupaciones, pues al poco de llegar se enteró del asesinato de su hermano Francisco y de la guerra que había estallado entre conquistadores.


Mientras, el tuerto de Trujillo y  los 40 sobrevivientes, liberados y felices, viraron hacia el norte y atracaron 15 días después en la colonia española de Nueva Cádiz, en la isla de Cubagua, frente a las costas de Venezuela. Unos regresaron a Perú, pero Orellana no tenía tiempo que perder, así que éste y sus hombres más leales saltaron a Santo Domingo y luego a Castilla, previo paso por Portugal. Llegaron a Valladolid en mayo de 1543, trayendo buenas nuevas al rey.  Atención al mensaje del secretario del Consejo de Indias a  Cobos, supersecretario real, por su estilo simple y claro, tan característico de estos tiempos fascinantes:

"Uno ha venido del Perú, que ha salido por un río abajo, que ha navegado por mil ochocientas leguas y salió al cabo de Sant Agustín, y porque son términos los que ha traído en su viaje que sin cansancio no los entenderá V.S, no los digo, pues tan presto ha de ser su venida".


Fue recibido en la Corte, aunque no por Carlos V, de guerra en Francia, sino por su hijo, el futuro Felipe II, quien con 16 años ya asumía el papel de regente. El relato de Orellana, basado en las notas de fray Gaspar, se leyó ampliamente con asombro, y muchas veces con incredulidad. Gonzalo Pizarro había enviado emisarios que defiendesen su causa, pero el príncipe Felipe aceptó la versión de Orellana, primero por los testimonios favorables a él y por los escritos del capellán, y segundo porque se había descubierto un territorio enorme con muchas posibilidades de exploración, conquista y enriquecimiento, y no convenía pecar de lentos, pues franceses y portugueses ya merodeaban por el Brasil hace años.

Así pues, en febrero de 1544 y tras largas deliberaciones, Orellana recibió al fin una capitulación de la Corona "para el descubrimiento y población de dicha tierra, que hemos mandado llamar Nueva Andaluçía". No se sabe por qué y quién eligió tal nombre.  Ésta comprendería los territorios desde el estuario del Amazonas, donde se fundaría una ciudad, y muchos kilómetros adentro, donde se asentaría otra. O se dejaron llevar por el optimismo, pues eso podía ser una quimera, o se querían quitar de en medio al extremeño. 
Orellana marcharía como adelantado, gobernador y capitán general e iría convenientemente acompañado, tanto de soldados como de religiosos. Se debía de conquistar y colonizar tierras, mas respetando los límites del Tratado de Tordesillas firmado con Portugal, aunque el Amazonas se encontrase dentro de la zona española. Básicamente se debía de avanzar hacia el oeste. 
Por último  también se dejó claro, en virtud de las Leyes Nuevas de Indias de 1542, que no se maltrataría ni esclavizaría a los indios ni se haría guerra contra ellos, a no ser que fuera en defensa propia; el rey enviaba a los castellanos únicamente a evangelizarlos y a enseñarles

Orellana pasó meses preparando la nueva expedición, descubriendo que en Sevilla no había mucha gente dispuesta a ir al Amazonas. Tuvo que reclutar a portugueses y, falto de dinero, también a genoveses, quienes normalmente no tenían problemas con la banca. Parece que el extremeño veía incompleta su vida y quería perpetuarse, así que en noviembre de 1544 se casó, con la sevillana Ana de Ayala, quien aceptó ir con él a Nueva Andalucía, no se sabe si de luna de miel, y "una o dos cuñadas" (!). Esto dio mala fama a Orellana. 

Aunque para aquel entonces, el de Trujillo estaba en boca de todos por contratar a más marineros extranjeros, ahora alemanes y flamencos, incluso ingleses, indignando a los castellanos, quienes por otra parte no parecían implicarse demasiado con la empresa, empezando por la Corona, que no consintió en dotar de cañones a los barcos, pese a las peticiones de Orellana, quien sabía que los indios guerreros no se amedrentaban ante las espadas y las ballestas, toda vez que los arcabuces eran lentos y no siempre respondían.   De hecho la expedición estuvo a punto de cancelarse.   La polémica le rodeaba, pues cuando por fin partieron los cuatro buques con más de 400 hombres a bordo, en mayo de 1545,  al parecer llevaban poca agua potable y la popa de su nave iba llena de mujeres. Orellana el libertino. 

En Tenerife se demoraron dos meses y en las islas de Cabo Verde otro tanto, donde,  además de un barco, perdieron a un centenar de los tripulantes por una epidemia, seguramente por el agua corrupta.
No parecía un buen presagio, pero las órdenes del extremeño fueron tajantes,  y cuando por fin cruzaron el océano en noviembre, otro buque con 70 almas se perdió, llegando ya sólo dos al estuario del Amazonas.   

Orellana, acaso alterado por el trópico y fascinado por el gran río y el paraíso selvático del interior, hizo caso omiso de los ruegos de descanso y mandó remontar el Amazonas, ahora sí. Pronto faltaron los alimentos y se hubo de recurrir a los caballos y perros, muriendo medio centenar de marineros más. También se hundió otra carabela a causa de las corrientes, por lo que tuvieron que refugiarse en una isla donde fueron bien recibidos por los indios. Como en otros tiempos, se construyó un bergantín donde marcharon río arriba Orellana, su mujer y algunos hombres más, dejando al resto en la isla. Este último grupo acabó haciéndose otro barco y fueron en busca de su líder, en vano, pues no vieron ni rastro.  Una noche quedaron atrapados en un manglar y  enloquecieron a causa de los mosquitos, pero  supieron sobreponerse,  encontraron alimentos  y  salieron al ancho océano, atracando en las conocidas y tranquilas costas de Venezuela. Allí se les unieron Ana de Ayala y 25 supervivientes. 

La mujer relató que Orellana, después de meses perdido en el marasmo selvático y aquejado de una enfermedad, abandonó el proyecto de la Nueva Andalucía y se puso a buscar oro y plata como un poseso. Pero había labores más urgentes, pues el metal precioso no saciaba el hambre; en esa empresa vital estaban cuando les cayeron encima contingentes de indios, que les asaetearon como a tapires, perdiendo a buena parte de su gente.

Entre ellos, el propio Orellana, que moriría poco después, no se sabe si por las heridas, o aquejado de la fiebre del  "infierno verde", en noviembre de 1546, a  los  35 años. Su fiel y valiente mujer lo haría enterrar bajo un árbol, a la orilla de ese río de ríos al que su marido dio a conocer a la Cristiandad, capitaneando el primer descenso conocido desde las cercanías de los Andes. Así acabó sus días el tuerto de Trujillo y allí dormiría el sueño eterno.  Sus huesos se fundirían pues con el lecho y las aguas del Amazonas, la corriente que le daría longeva fama, perpetuándose en la historia. 

Actualmente es fácil adoptar la postura indigenista y ecologista, y argumentar que de qué ha servido el "descubrimiento" del río y de la selva amazónica, cuando por todos son conocidos los pros y las contras, sobre todo las contras, de la expansión del "hombre blanco" y "mestizo"  y del "progreso", la cual ha dado al traste con un buen número de ecosistemas y espacios naturales, y ha integrado, no siempre con su consentimiento, a los indígenas en el mundo contemporáneo. Sí. Probablemente tenga razón esa postura, como también es cierto que, si ahondamos en esos supuestos donde todo es relativo y devaluable,  la historia de la humanidad no vale un pimiento, y deberemos poner fin a nuestra vida para acabar con esta farsa.

Farsa o acontecimiento del que renegar, o no, lo cierto es que el Amazonas siempre ha existido, desde el principio de los tiempos. Y en una época fascinante y excesiva, cuando el mundo era más amplio y todavía existían tierras  para buscar un nuevo horizonte y donde el habitante no conocía nada del visitante (y viceversa), Francisco de Orellana y un puñado de locos castellanos, tan valientes como codiciosos, se atrevieron a descender por un enorme  y voraz río luchando por su vida, empleando ocho meses en salir de un "infierno verde", en cruzar un reino paradisíaco e inhóspito donde los reyes eran aún los árboles  y sus siervos, hombres y animales desconocidos. Una odisea desde el corazón de las tinieblas.



Para saber más y mejor:

-  Carvajal, Gaspar de:  Descubrimiento del Río de las Amazonas, 1542.

-  Thomas, Hugh:  El imperio español de Carlos V, 2010. 

2 comentarios:

  1. ¡Muy buen artículo doble! Es una pasada lo bien que se te da narrar Historia Moderna y de América (aquí encuadraríamos las dos especialidades, jeje!), pues admito que no sabía prácticamente nada del viaje de Orellana y me ha gustado mucho leer para aprender un poco más. De paso, también me ha hecho reflexionar acerca de lo duro que tuvo que ser para los españoles lanzarse a la aventura en la conquista de una tierra tan desconocida como peligrosa, en la que podían encontrar la muerte a cada paso, la mayoría de las veces por mera ambición, ya fuese de oro y plata o de gloria y renombre. No sé si hacía falta ser muy valiente o estar muy loco para llevar a cabo semejantes empresas, pero está claro que la historia de la conquista se hizo en condiciones muy duras e implacables para quienes ya se creían dueños de medio mundo.

    Me gusta mucho cuando subes relatos históricos de este tipo. ¡Así haces que no se me olviden las cosas que aprendí durante la carrera! Un beso!! ^^*

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    1. Muchas gracias querida señorita!!! Jeje, bueno, no será para tanto, pero supongo que se me debe notar que es mi época y espacios predilectos :) . Y esto, como tantas otras historias de los españoles en América, permanece un tanto olvidado, ya sea más o menos glorioso y honroso, pero es nuestra historia al fin y al cabo (la Leyenda Negra y los complejos han hecho mucho daño), y digna de admiración.
      Realmente estaban muy locos sí!! Jeje.

      Muchas gracias, un beso!! ^^

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