27.3.15

La historia del hombre que iba en busca de canela y descubrió el Amazonas (y II)

 (Viene de la entrada anterior)

Gonzalo Pizarro nunca supo qué pasó para que Orellana nunca regresara. Esperaron el tiempo convenido y más aún, hasta que faltó el alimento y desesperados, tuvieron que merendarse los caballos y los perros. Luego se decidieron a construir un barco y navegaron por el Napo hasta que encontraron un lugar donde pudieron comer y descansar. En esas desconcertantes soledades comprendieron que sus compañeros ya no volverían y, no atreviéndose a ir río abajo, emprendieron el camino, al menos más conocido, de Quito. 



Fue este uno de los más tristes viajes de la historia de los españoles en América. A la desazón de sentirse abandonados, se unió la perdición de avanzar por la espesura de la vegetación, sin guías ni caminos. Las lluvias tropicales hicieron su aparición con fuerza, estropeándoles los calzados y las ropas, que se pudrían, pues llovía mucho.  Tanto que el sol apenas se veía durante días, mientras se abrían paso por la selva a golpe de espada.  Los mosquitos, los reptiles y las fieras los atacaban continuamente en ese infernal regreso a los Andes.  Los tres millares de porteadores indios murieron, así como buena parte de los hombres de Pizarro. Unos ochenta españoles medio desnudos entraron en Quito después de casi dos años de su partida, descalzos y en lamentable estado físico y mental. 
Una vez descansó y se hubo restablecido, Gonzalo, lleno de amargura, protestó y reclamó ante la Corona (algo habitual en estas circunstancias) por el comportamiento de Orellana, aunque nunca más volvió a verlo; además tenía otras preocupaciones, pues al poco de llegar se enteró del asesinato de su hermano Francisco y de la guerra que había estallado entre conquistadores.


Mientras, el tuerto de Trujillo y  los 40 sobrevivientes, liberados y felices, viraron hacia el norte y atracaron 15 días después en la colonia española de Nueva Cádiz, en la isla de Cubagua, frente a las costas de Venezuela. Unos regresaron a Perú, pero Orellana no tenía tiempo que perder, así que éste y sus hombres más leales saltaron a Santo Domingo y luego a Castilla, previo paso por Portugal. Llegaron a Valladolid en mayo de 1543, trayendo buenas nuevas al rey.  Atención al mensaje del secretario del Consejo de Indias a  Cobos, supersecretario real, por su estilo simple y claro, tan característico de estos tiempos fascinantes:

"Uno ha venido del Perú, que ha salido por un río abajo, que ha navegado por mil ochocientas leguas y salió al cabo de Sant Agustín, y porque son términos los que ha traído en su viaje que sin cansancio no los entenderá V.S, no los digo, pues tan presto ha de ser su venida".


Fue recibido en la Corte, aunque no por Carlos V, de guerra en Francia, sino por su hijo, el futuro Felipe II, quien con 16 años ya asumía el papel de regente. El relato de Orellana, basado en las notas de fray Gaspar, se leyó ampliamente con asombro, y muchas veces con incredulidad. Gonzalo Pizarro había enviado emisarios que defiendesen su causa, pero el príncipe Felipe aceptó la versión de Orellana, primero por los testimonios favorables a él y por los escritos del capellán, y segundo porque se había descubierto un territorio enorme con muchas posibilidades de exploración, conquista y enriquecimiento, y no convenía pecar de lentos, pues franceses y portugueses ya merodeaban por el Brasil hace años.

Así pues, en febrero de 1544 y tras largas deliberaciones, Orellana recibió al fin una capitulación de la Corona "para el descubrimiento y población de dicha tierra, que hemos mandado llamar Nueva Andaluçía". No se sabe por qué y quién eligió tal nombre.  Ésta comprendería los territorios desde el estuario del Amazonas, donde se fundaría una ciudad, y muchos kilómetros adentro, donde se asentaría otra. O se dejaron llevar por el optimismo, pues eso podía ser una quimera, o se querían quitar de en medio al extremeño. 
Orellana marcharía como adelantado, gobernador y capitán general e iría convenientemente acompañado, tanto de soldados como de religiosos. Se debía de conquistar y colonizar tierras, mas respetando los límites del Tratado de Tordesillas firmado con Portugal, aunque el Amazonas se encontrase dentro de la zona española. Básicamente se debía de avanzar hacia el oeste. 
Por último  también se dejó claro, en virtud de las Leyes Nuevas de Indias de 1542, que no se maltrataría ni esclavizaría a los indios ni se haría guerra contra ellos, a no ser que fuera en defensa propia; el rey enviaba a los castellanos únicamente a evangelizarlos y a enseñarles

Orellana pasó meses preparando la nueva expedición, descubriendo que en Sevilla no había mucha gente dispuesta a ir al Amazonas. Tuvo que reclutar a portugueses y, falto de dinero, también a genoveses, quienes normalmente no tenían problemas con la banca. Parece que el extremeño veía incompleta su vida y quería perpetuarse, así que en noviembre de 1544 se casó, con la sevillana Ana de Ayala, quien aceptó ir con él a Nueva Andalucía, no se sabe si de luna de miel, y "una o dos cuñadas" (!). Esto dio mala fama a Orellana. 

Aunque para aquel entonces, el de Trujillo estaba en boca de todos por contratar a más marineros extranjeros, ahora alemanes y flamencos, incluso ingleses, indignando a los castellanos, quienes por otra parte no parecían implicarse demasiado con la empresa, empezando por la Corona, que no consintió en dotar de cañones a los barcos, pese a las peticiones de Orellana, quien sabía que los indios guerreros no se amedrentaban ante las espadas y las ballestas, toda vez que los arcabuces eran lentos y no siempre respondían.   De hecho la expedición estuvo a punto de cancelarse.   La polémica le rodeaba, pues cuando por fin partieron los cuatro buques con más de 400 hombres a bordo, en mayo de 1545,  al parecer llevaban poca agua potable y la popa de su nave iba llena de mujeres. Orellana el libertino. 

En Tenerife se demoraron dos meses y en las islas de Cabo Verde otro tanto, donde,  además de un barco, perdieron a un centenar de los tripulantes por una epidemia, seguramente por el agua corrupta.
No parecía un buen presagio, pero las órdenes del extremeño fueron tajantes,  y cuando por fin cruzaron el océano en noviembre, otro buque con 70 almas se perdió, llegando ya sólo dos al estuario del Amazonas.   

Orellana, acaso alterado por el trópico y fascinado por el gran río y el paraíso selvático del interior, hizo caso omiso de los ruegos de descanso y mandó remontar el Amazonas, ahora sí. Pronto faltaron los alimentos y se hubo de recurrir a los caballos y perros, muriendo medio centenar de marineros más. También se hundió otra carabela a causa de las corrientes, por lo que tuvieron que refugiarse en una isla donde fueron bien recibidos por los indios. Como en otros tiempos, se construyó un bergantín donde marcharon río arriba Orellana, su mujer y algunos hombres más, dejando al resto en la isla. Este último grupo acabó haciéndose otro barco y fueron en busca de su líder, en vano, pues no vieron ni rastro.  Una noche quedaron atrapados en un manglar y  enloquecieron a causa de los mosquitos, pero  supieron sobreponerse,  encontraron alimentos  y  salieron al ancho océano, atracando en las conocidas y tranquilas costas de Venezuela. Allí se les unieron Ana de Ayala y 25 supervivientes. 

La mujer relató que Orellana, después de meses perdido en el marasmo selvático y aquejado de una enfermedad, abandonó el proyecto de la Nueva Andalucía y se puso a buscar oro y plata como un poseso. Pero había labores más urgentes, pues el metal precioso no saciaba el hambre; en esa empresa vital estaban cuando les cayeron encima contingentes de indios, que les asaetearon como a tapires, perdiendo a buena parte de su gente.

Entre ellos, el propio Orellana, que moriría poco después, no se sabe si por las heridas, o aquejado de la fiebre del  "infierno verde", en noviembre de 1546, a  los  35 años. Su fiel y valiente mujer lo haría enterrar bajo un árbol, a la orilla de ese río de ríos al que su marido dio a conocer a la Cristiandad, capitaneando el primer descenso conocido desde las cercanías de los Andes. Así acabó sus días el tuerto de Trujillo y allí dormiría el sueño eterno.  Sus huesos se fundirían pues con el lecho y las aguas del Amazonas, la corriente que le daría longeva fama, perpetuándose en la historia. 

Actualmente es fácil adoptar la postura indigenista y ecologista, y argumentar que de qué ha servido el "descubrimiento" del río y de la selva amazónica, cuando por todos son conocidos los pros y las contras, sobre todo las contras, de la expansión del "hombre blanco" y "mestizo"  y del "progreso", la cual ha dado al traste con un buen número de ecosistemas y espacios naturales, y ha integrado, no siempre con su consentimiento, a los indígenas en el mundo contemporáneo. Sí. Probablemente tenga razón esa postura, como también es cierto que, si ahondamos en esos supuestos donde todo es relativo y devaluable,  la historia de la humanidad no vale un pimiento, y deberemos poner fin a nuestra vida para acabar con esta farsa.

Farsa o acontecimiento del que renegar, o no, lo cierto es que el Amazonas siempre ha existido, desde el principio de los tiempos. Y en una época fascinante y excesiva, cuando el mundo era más amplio y todavía existían tierras  para buscar un nuevo horizonte y donde el habitante no conocía nada del visitante (y viceversa), Francisco de Orellana y un puñado de locos castellanos, tan valientes como codiciosos, se atrevieron a descender por un enorme  y voraz río luchando por su vida, empleando ocho meses en salir de un "infierno verde", en cruzar un reino paradisíaco e inhóspito donde los reyes eran aún los árboles  y sus siervos, hombres y animales desconocidos. Una odisea desde el corazón de las tinieblas.



Para saber más y mejor:

-  Carvajal, Gaspar de:  Descubrimiento del Río de las Amazonas, 1542.

-  Thomas, Hugh:  El imperio español de Carlos V, 2010. 

23.3.15

La historia del hombre que iba en busca de canela y descubrió el Amazonas (I)





El Amazonas. Paranaguazú,  Río Mar, Marañón o Solimôes para diversos pueblos indígenas.   Tradicionalmente se ha considerado como el segundo río más largo del mundo,  después del Nilo (6.700 km), aunque recientes investigaciones han averiguado una mayor longitud de la estimada, pues al parecer nace no muy lejos de Cuzco, Perú, en el Nevado Mismi, a  5.000 metros de altura; por tanto, pese a  discusiones y debates,  estaríamos hablando de más de 7.000 kilómetros de corriente hasta su desembocadura en el Océano Atlántico. 

Donde no hay dudas es en su caudal, el mayor del planeta (no en vano aporta la quinta parte de agua dulce de la Tierra)  y superior al de los doce ríos más largos del mundo...juntos (Nilo, Yangtsé, Mississippi-Missouri, Yenisei, Amarillo, Obi, Mekong, Congo, Amur, Lena, MacKenzie y Níger). Su enorme cuenca hidrográfica roza los 7  millones de kilómetros cuadrados, por lo cual toda Europa si exceptuamos Rusia, cabría dentro. 

De la magnitud del Amazonas también debe decirse que en su estuario, donde existe una isla tan grande como Suiza, hay una distancia de 350 kilómetros entre las riberas; que con las crecidas su cauce puede ensancharse hasta los 50 kilómetros;  que en algunos tramos alcanza los 300 metros de profundidad; que es posible llegar en barcos de más de 9.000 toneladas hasta la ciudad de Iquitos, a  3.300 kilómetros de distancia del Atlántico;   o que el agua es dulce hasta más de 400 kilómetros mar adentro, algo aún más impresionante si se tiene en cuenta que las corrientes en esta zona del océano se dirigen hacia la orilla. 

Sirva toda esta barahúnda de datos, fríos como son los números, pero muy elocuentes, para comprender las dimensiones legendarias del Amazonas, el "río de la humanidad" como se ha llamado alguna vez. Hablar del Amazonas es hacerlo también de la selva amazónica, uno de los últimos reductos de la naturaleza pura y virgen de nuestro planeta, acaso el más importante, pues aquello de "pulmón verde" queda totalmente justificado en este caso: la Amazonía actúa como un enorme limpiador de aire mundial, succionando más cantidad de CO2 del que emite, aunque recientes investigaciones revelan que absorbe la mitad que hace 25 años. Muy preocupantes datos acerca del gran y postrero paraíso natural de la Tierra, donde hay miles de especies animales y vegetales aún sin catalogar, y donde aún existen comunidades y tribus de humanos que han tenido y tienen poco o ningún contacto con el hombre moderno. Un lugar, pese a décadas y décadas de industrialización y contaminación, con regiones aún inhóspitas donde la naturaleza aún tiene la última palabra, y donde no basta ir con todos nuestros adelantos y comodidades; baste recordar que el televisivo Jesús Calleja, tan aventurero él, estuvo a punto de no contarlo hace un par de años en una de sus "expediciones". 

Debería ser labor de todos los gobiernos implicarse y poner cartas en el asunto para evitar que también el Amazonas se vaya al garete, pero ya se sabe que si no hay dinero de por medio, nada se hará. Únicamente cuando ya sea demasiado tarde. Así es el ser humano. 

Y ahora hagamos el esfuerzo y retrocedamos unos siglos, porque hablar del Amazonas, es hacerlo, desde la óptica occidental y española en particular, del hombre que lideró el primer descenso conocido por el inmenso río. Volvamos a esos tiempos fascinantes y excesivos de aventuras, exploraciones, codicia, descubrimientos, pasión, vida y muerte. Volvamos  a los tiempos de Francisco de Orellana. 

Orellana no era alguien sedentario que esperase sentado la llegada de la fortuna. Había nacido en torno a 1511 en Trujillo, y  era pariente no lejano de Francisco Pizarro y por tanto también de Hernán Cortés. Hidalgo empobrecido, su horizonte era tan prometedor como contemplar las piaras de cerdos y las encinas en lontananza, y eso para alguien tan ansioso como un conquistador de los primeros tiempos era desesperante. Con 16 años ya está en Sevilla con la intención de embarcar hacia las Indias. No sobraban en puerto hombres arrojados y poco después ya lo tenemos en Nicaragua. Luego se enroló en la empresa de su primo, el mayor de los Pizarro,  quien en su tercer viaje al Perú (1530)  acabaría disputándole el reino inca a Atahualpa. Fue en esa guerra de conquista donde Orellana perdería un ojo, y además se distinguió por su valor y fiereza, tanto en la batalla, como con sus propios compatriotas, pues hizo quemar a dos españoles acusados de sodomía, a quienes también confiscó sus bienes. 



También era famoso por ser uno de los conquistadores más exitosos en lo relativo a la economía y las tierras, y sus beneficios monetarios iban en constante alza. Pero siempre pueden ir a más, sobre todo si tenemos en cuenta que estamos en las tierras de El Dorado y de otros "reinos"  legendarios, donde el oro es tan abundante como las hojas de los árboles y los reyes se cubren el cuerpo con polvo áureo.  Durante cientos de años bastó una palabra, Dorado,  para encender el ánimo de hombres de diversas naciones en pos de un sueño, tan maravilloso como materialista. Muchos indígenas supieron darse cuenta  con picaresca  que, a poco que estimulasen la codicia de los españoles con unas piezas de metal precioso como cebo  junto a unos testimonios más o menos fantasiosos  que sonasen verídicos,  podían fascinar y  alejar a los conquistadores, por un tiempo al menos, de sus dominios, en busca del ansiado oro. 

Éste es un factor importante en el éxito de las asombrosas empresas españolas de exploración y conquista en las Indias y en los océanos; al elemento "por cojones", tan ibérico, se une el propio afán de superación, tanto personal como nacional (pues franceses, ingleses y portugueses ya estaban reclamando su porción de pastel en la carrera americana) , pero también la codicia y el ansia de riqueza para salir de la miseria. La búsqueda de oro, fundamentalmente, y  también de plata, piedras preciosas y joyas, supuso un acicate considerable, en ocasiones el principal, y a la vez la mayor causa de perdición. Si los castellanos hubieran tenido la certeza, o hubieran recibido abundantes noticias de, por ejemplo, un Reino Dorado en la Antártida, por supuesto más de una expedición se habría lanzado hacia allá, y probablemente la cruz y la bandera castellana se hubiera plantado en el Polo Sur, aunque fuera sólo un viaje de ida. 

Y así, en cuanto Orellana escuchó historias  sobre el País de la Canela, conocido tanto por el árbol canelo de donde se extrae la especia como por el oro contante y sonante, se puso manos a la obra para acudir presto a esa interesante tierra, aunque en lo que menos pensase sería en el condimento que le echamos a las natillas. 

Con todo, la iniciativa correspondió a Gonzalo Pizarro, nombrado gobernador de Quito  por su hermano mayor, Francisco, el conquistador de Perú. En febrero de 1541 se marchó de  la hoy capital ecuatoriana con casi dos centenares de españoles y más de un millar de porteadores indígenas, además de un buen número de bestias de carga, perros de guerra y cerdos. Cruzaron las altas cimas andinas, por encima de los 5.000 metros, muriéndose de frío más de 100 indios, y descendieron camino de la llanura.  La expedición había abandonado la seguridad y el aire limpio de la cordillera, internándose en la  agobiante y densa selva amazónica.

Pizarro se encaminó hacia el este, dando con un caudaloso y zigzagueante río, el Napo (afluente del Amazonas, pero eso aún no se sabía), por aquel entonces Río de la Canela, pues téoricamente se encontraban ya en tierras de ese árbol, y allí se establecieron tranquilamente y sin problemas  unas semanas, en el lugar de Quema, a centenares de kilómetros  de los Andes.  Fue a finales de marzo cuando se unió Orellana, alcanzando la posición de Gonzalo. En principio se había asociado para este viaje con el menor de los Pizarro (casi de su misma edad e igual o más ambicioso que él), pero Orellana, como capitán general, había sido requerido por Francisco para pacificar y reconstruir ciudades como Puerto Viejo y Santiago de Guayaquil (actual Guayaquil). En relación con todo esto se daba la circunstancia que, en esta época, en virtud de los descubrimientos y conquistas precedentes, ya se comenzaba a querer averiguar la distancia entre el Perú y el "mar del norte" (el Océano Atlántico).

Orellana entró en Quema con menos de 25 castellanos, medio muertos de hambre y pobremente equipados. Dado que este lugar se encontraba en una apacible sabana, los recién llegados se quedaron descansando mientras Pizarro marchó a buscar tierras fértiles y alimentos,  que empezaban a escasear. Tras unas entrevistas poco diplomáticas con los caciques indios de las tierras vecinas, Gonzalo averiguó que más hacia el este existían pueblos de "gente vestida". En el camino encontró algunos canelos y, en efecto, asentamientos de indios tapados con ropajes, a quienes quitó cierto número de canoas, toda vez que parecía claro que lo más conveniente era adentrarse en el río en busca de nuevas tierras. 

Pizarro mandó construir un bergantín que acompañase a las canoas donde irían los pertrechos, armas y víveres. Aunque Orellana no estaba de acuerdo, era el segundo de a bordo y enseguida se puso a cooperar en la construcción del barco, para el cual, en plena selva, se usaron buenas maderas, lianas (para las cuerdas), resina y hierro.
El nuevo bergantín San Pedro fue botado y comenzó a navegar, llegando a la confluencia del Napo con el Coca. Una parte de la expedición, así como los enfermos y la mayoría de los víveres quedaron en la embarcación, mientras Pizarro, Orellana, el resto de españoles  e indios y los caballos siguieron por tierra sin perder de vista el turbulento Napo. La maleza era espesa e inquietante y se encontraban pocos víveres.  40 días de escaso éxito y cientos de kilómetros de camino después, apenas quedaban alimentos. 



Orellana,  que tenía ya un buen dominio del quechua, informó a Gonzalo Pizarro acerca de que los guías indios le habían dicho que la siguiente región era realmente extensa además de deshabitada, y sin víveres hasta llegar hasta un "gran río", el Marañón, que no quedaba demasiado lejos. 
El de Trujillo se ofreció al menor de los Pizarro para ir en el bergantín para buscar esos alimentos de los que hablaban los indígenas, mientras el resto de la expedición se quedaría en la confluencia del Napo y el Coca. Gonzalo confiaba en Orellana, pues aparte de pariente y amigo se había mostrado leal tanto con él como con sus hermanos Francisco y Hernando en la empresa peruana.  Así pues, Pizarro se quedaría en dicha confluencia, mientras Orellana  y unos 60 hombres (capellán incluido)  marcharían en el San Pedro más diez canoas amarradas, con la condición de regresar en dos semanas. Pero nunca lo harían.

Cargados con los ropajes, los jergones, las armas, las municiones y algo de alimentos, la emprendieron río abajo a finales de año  y al segundo día todo estuvo a punto de irse al garete cuando el bergantín chocó contra un enorme tronco caído en el río, aunque por suerte la ribera estaba cerca y pudo arreglarse. El Napo era ya a estas alturas un poderoso cauce de más de mil metros de ancho, cuyas rápidas aguas llevaban a Orellana y compañía mediante etapas de 100-120 kilómetros diarios; un primitivo rafting por territorios completamente desconocidos. Pasados tres días, no vieron ningún asentamiento y la comida empezaba a escasear, cayendo además en la cuenta que debían estar ya muy alejados de la posición de Gonzalo Pizarro, por lo cual la preocupación pasó a ser cómo remontar la tremenda corriente contra la que habían de remar. 

Fray Gaspar de Carvajal, el capellán y cronista de la expedición, dejó escrito que desde el primer momento estaba clara la disyuntiva de  elegir entre dos opciones: una, al parecer la mayoritaria,  era continuar dejándose llevar por el río, y la otra era tratar de ir contra el Napo en busca de Pizarro, algo que se consideraba una muerte segura pues el San Pedro no era ningún galeón construido en los astilleros.  Volver por tierra parecía otro suicidio, dada la densidad de la selva y el desconocimiento del terreno. 

Por tanto, continuaron, sin tener ni idea de lo que se encontrarían en el siguiente meandro. Imaginaban que el río acabaría llegando al mar, pero nadie sabía cuándo ni dónde. Lo maravilloso y lo terrible de estos tiempos de mapas precarios y con zonas en blanco,  cuando aún faltaban siglos para el satélite y el GPS, y la naturaleza conservaba todo su poder.

Pronto no quedó nada más que un poco de maíz, y llegó el momento de cocer cuero, el cual, para darle más sabor, se sazonó con hierbas de la zona, pero nadie sabía cuáles eran comestibles,  y algunos sufrieron intoxicaciones y alucinaciones, quedando "sin seso" , como se decía entonces. La precaria dieta al menos contaba con cantidades ilimitadas de agua, ya fuera del río o de la lluvia.  El vino era celosamente guardado por el capellán para poder celebrar misa.

Poco después del día de Año Nuevo de 1542, los españoles escucharon a lo lejos el tam-tam de unos tambores, algo bueno o malo, según se mirase. Después de varias semanas sin ver nada,  por fin toparon con cuatro canoas llenas de indios, y poco después pararon en un poblado.  Orellana se dirigió en quechua al consejo de ancianos, para tranquilizarlos a todos y mostrar sus buenas y pacíficas intenciones. El jefe quiso saber de qué tenían necesidad, y el extremeño sólo pidió comida. 

Por una vez fue un feliz encuentro entre culturas, y los castellanos disfrutaron de todo un banquete en medio de la selva; el menú consistió en un surtido de carnes, bastantes clases de pescado, maíz, yuca y batatas. 
Después de la sobremesa tocaba hablar de temas más serios, y  Orellana, fiel a Pizarro hasta el final, dejó claro que pretendía remontar la corriente para reunirse con Gonzalo, aunque fuera difícil. Pero la mayoría de los 50 españoles se negaron, pues lo contemplaban como una muerte segura, viendo, por un lado,  la endiablada fuerza del Napo, las lluvias y las características del San Pedro, y por otro, la oscuridad de la jungla. Tampoco querían parecer unos traidores, y se mostraron dispuestos a obedecer a su capitán, siempre que fuera una alternativa donde la vida fuera una opción. Por último, muchos dejaron sus ideas por escrito, que consistían en declarar que estaban realmente lejos del lugar del gobernador Pizarro y hacia él no podía llegarse ni por tierra ni por agua. 

Firmaron el documento y el 5 de enero de 1542, un acorralado Orellana llamó al escribano Isásaga para declarar que, en contra de su voluntad, la expedición seguiría río abajo, sin olvidarse de Pizarro y los demás, por si aún los alcanzaban, pues tampoco era del todo descartable que éstos construyesen otro navío. Esta escena ante notario, en medio de las soledades de la selva, a miles de kilómetros de la civilización europea, bien puede ser una de las más peculiares y sorprendentes de la aventura española en América. 

Después de tomar posesión de ese pueblo en nombre del rey Carlos, de bautizarlo como Victoria, y de descansar holgada y tranquilamente (demasiado al parecer de Carvajal) la expedición partió el 2 de febrero, Napo abajo. Las aguas, turbulentas y oscuras, dejaban poco margen para la maniobra, y cayeron en una zona infestada de mosquitos; si el aire picaba, el río estaba infestado de caimanes y pirañas.  Poco después, un simpático cacique les visitó, trayendo algunos manjares como tortugas y papagayos. El 11 de febrero los españoles desembocaban en el Amazonas propiamente dicho, ese "gran río" o "Marañón" del que hablaban los indios; en aquel momento era sólo el río grande. No se encontraban muy lejos de la actual ciudad peruana de Iquitos. 

Las siguientes paradas fueron igualmente pacíficas, y en un lugar recibieron de nuevo tortugas, también perdices, y  platos nuevos como manatí o gato asado. Orellana, en calidad  de capitán versado en quechua, soltó un parlamento a los indios, tan habitual en estas circunstancias, en el cual les dijo que los españoles eran cristianos y vasallos del "emperador de los cristianos, gran rey de España, y se llamaba Don Carlos, nuestro señor", y añadió que "éramos hijos del Sol". Esto último pareció agradar a los indígenas, mientras se preguntaban quién sería el tal Carlos. 

A estas alturas el San Pedro estaba maltrecho y el extremeño mandó construir otra embarcación. Materia prima no faltaba, y en algo más de un mes estuvo terminado el bergantín, con todo el mundo manos a la obra, dirigidos por el carpintero Diego Mexía.
Ya era mayo cuando los dos barcos de la expedición  navegaban prestos por el río, cada vez más enorme. Se ensanchó de tal manera que no hubo manera de atracar, pues además las riberas o eran muy inestables o demasiado altas, y se durmió muy poco. Como las paradas eran  imposibles, comenzó a faltar comida que manducar. Cierto día se pudo abatir un buitre con la  ballesta y pescar en el agua un enorme pez, que supo a gloria. Pero a partir de ese momento sólo se comió maíz tostado con hierbas. 

El 12 de ese mes, en cierto punto apareció de repente una escuadra de canoas repletas de guerreros indígenas. Por desgracia no toda la expedición consistió en españoles e indios tocándose el rostro al son de la música de La misión, y Orellana hizo preparar los arcabuces, pero con tanta humedad éstos habían quedado inutilizados; así, se recurrió a las ballestas y las espadas, produciéndose un confuso enfrentamiento donde más de 20 castellanos cayeron al agua en una lluvia de lanzas y flechas. Orellana y  su segundo Alonso de Robles reaccionaron, y junto a otro grupo asaltaron un poblado al borde del río para llevarse víveres, contraatacaron y pudieron embarcar de nuevo, pese al acoso constante de los guerreros. 

Algo más abajo llegaron a la región de Omagua, donde fueron bien recibidos pese a que ya  la lengua quechua, un seguro de vida, no les sirviese de nada pues se trataba de otras etnias y culturas. La expedición pudo contemplar ídolos gigantes y excelentes piezas de alfarería. Además, los indios acogieron a los extranjeros en sus casas, como si fuera lo habitual, pese a que nunca habían visto a un hombre "occidental"; el ser humano puede ser maravilloso. 

Pero debían continuar dejándose llevar por la contundente melodía del río, y vieron asombrados grandes poblados donde la gente vivía en cabañas en los árboles, a salvo del agua. No siempre se detenían, y unas veces eran recibidos a flechazos, otras conseguían comida de buen grado , y en algunas ocasiones los indígenas simplemente huían de su vista. Así llegaron a lo que hoy es la ciudad brasileña de Manaos, donde el Amazonas recibe a uno de sus principales afluentes, un enorme río de aguas oscuras, "negras como tinta", que asombró y desconcertó a los expedicionarios. Lo bautizaron como Negro, el nombre que aún lleva una de las corrientes más caudalosas del planeta (para hacerse una idea, contiene más líquido  que el Mississippi y el Nilo juntos). 

                           El  llamado "Encuentro de las Aguas", de los ríos Negro y Amazonas.


El viaje continuaba tras el aporte del río Negro, y esta vez dieron con poblados variopintos, uno donde había  torreones  y templos dedicados al Sol , y otro donde, por señas, supuestamente entendieron de los indios que los hombres eran tributarios de las mujeres y que una "gran señora"  mandaba sobre toda la región. No tardaron  en comprobar si era verdad o mentira, porque en otra gran confluencia, en este caso la del Amazonas juntándose con el Madeira (un "arroyo" de 3.000 kilómetros), los españoles fueron atacados sin cuartel con flechas y dardos, en ambos casos envenenados, que dejaban seco a un infeliz  en pocos minutos. Fue en esta batalla donde también se vieron frente a diez mujeres desnudas, altas, de piel blanca y cabeza grande, el origen de que el  "río grande" acabara conociéndose como "de las amazonas" (aunque durante un tiempo se llamó "de Orellana" o "Marañón"),  pues el capitán y otros testigos afirmaron que se habían enfrentado a guerreras féminas, como las del mito griego, y al igual que Colón o Cortés décadas atrás. 
Más allá del típico recurso a los clásicos grecolatinos, nunca se supo, y tal vez nunca sabremos, si realmente los españoles se enfrentaron a mujeres guerreras o simplemente se trató de hombres con el cabello largo. 


Más adelante Orellana y sus amigos supervivientes se dieron cuenta que el río empezaba a tener corrientes y comprendieron que ya no estaban lejos del mar. Además la vegetación fue aligerándose y ante la abundancia de islas, estaba claro que ya se encontraban en el enorme estuario del Amazonas; la inmensa corriente volvía inútiles las anclas, arrastrándolos,  despertándose en otro recodo distinto al del descanso. Así, un bergantín quedó dañado por un tronco mientras el otro quedó varado, donde fueron atacados por más indios. Tras rechazarlos, arribaron a una playa donde repararon los barcos, usando las mantas como velas. En cuanto a la comida, sólo pudieron echarse al estómago las pocas caracolas y cangrejos que pudieron recoger, aquejados de dolores, cansancio, hambre y fiebres. 


Y al fin, el mar. No es fácil imaginarse la sensación de euforia que debieron experimentar los españoles, después de meses y meses navegando por un río de aguas procelosas y traicioneras, en medio de una selva tan maravillosa como oscura y demencial, donde por las noches sentían clavados en ellos  los ojos, los alaridos y los cantos de miles de animales desconocidos, como desconocida era la tierra circundante. Sí, en no pocas ocasiones disfrutaron de la hospitalidad de las tribus indígenas, pero en otras hubieron de luchar por su vida a bordo de ese desquiciado crucero,  cuando no era el agua misma la que los engullía, donde no se  sabía qué deparaba el próximo meandro del río.

Pero al fin, el mar. 244 días después de separarse del campamento de Pizarro, un 26 de agosto de 1542, Orellana y sus hombres sintieron en el rostro la brisa marina,  con el vapor selvático impregnado en cada poro de su piel desde enero.  Ya estaban saliendo de ese "infierno verde" al que se refirieron otros viajeros y cronistas. Habían perdido a 14 hombres, pero el mar del norte (el Atlántico) se abría ante ellos, saliendo por las bocas de  la Mar Dulce que ya  hubiera descubierto Vicente Yáñez Pinzón en el año 1500.


Por cierto, ¿qué había sido de Gonzalo Pizarro, a casi 4.000 kilómetros de distancia? 

(Continuará)

13.3.15

El ministerio de los sueños





¿Poder contemplar la construcción del acueducto de Segovia, el 2 de mayo de 1808 en Madrid, los preparativos de la Felicísima Armada (la Armada Invencible) en Lisboa en 1588 o la entrevista de Franco y Hitler en Hendaya en 1940? Ver y tocar  la historia de España como espectadores más o menos activos y...¿ todo a través de unas misteriosas puertas existentes desde los tiempos de los Reyes Católicos? 

Parece demencial y así es, pero no deja de ser maravilloso, un sueño maravilloso. Se trata de "El ministerio del tiempo", la nueva serie de TVE que está asombrando a propios y extraños, y aunque no esté arrasando en audiencia (como debería y se merece),  está no sólo manteniendo a su público, también ha puesto de acuerdo a la mayor parte de la crítica como hacía mucho no se veía. 
Los periodistas y expertos en series hablaban maravillas de la serie y afirmaban que era lo mejor que había hecho TVE desde hace mucho tiempo, por lo que las expectativas fueron subiendo pese a que fuera una producción nacional. Una vez visto el primer capítulo, y luego los dos siguientes, para mí está justificada esa euforia, pues "El ministerio del tiempo" es la mejor serie española en años, junto con "Crematorio" y alguna otra más como "Isabel" (no vi "El tiempo entre costuras", pero leí y escuché muy buenas críticas) ,  muy por encima de toda la morralla televisiva a la que estamos acostumbrados.






Aunque TVE saca alguna  castaña  de vez en cuando, sus producciones tienen su toque característico y  suelen tener cierto nivel y más o menos calidad, aunque eso no signifique que coseche  toneladas de audiencia; Antena 3-Atresmedia está a medio camino entre las buenas series y las chufas, con habitualmente buenos porcentajes de share (y algún que otro fracaso) y Telecinco-Mediaset se sitúa en lo más bajo, con producciones de calidad regular-mala  en su mayoría, pero repletas de carnaza y cebos fáciles para un público de un nivel social e intelectual muy concreto, que en consecuencia tienen rotundos éxitos de audiencia. 

Ojo, no es mi intención menospreciar a toda aquella gente que vea ese tipo de series; tan respetable es adorar productos de Telecinco y Atresmedia como preferir algo más elaborado y con perspectivas más amplias que la típica comedieta de ex-parejas, cuñados y cuernos, o la clásica telecincada como la actual "Los nuestros", donde una pléyade de guapos y guapas de la televisión nacional (Hugo Silva, Blanca Suárez, Antonio Velázquez...) cuya belleza es inversamente proporcional a su talento interpretativo sirve como excusa para mostrar un ejército español bastante improbable, y donde la trama se centra en los romances entre tronistas, perdón, compañeros. Otras series habituales de Mediaset y de escaso relieve son aquellas que recrean la vida de personajes famosos aún vivos o recientemente fallecidos, como el rey Juan Carlos, Carmina Ordóñez o la Pantoja; cuando se mete en otros fregaos más trascendentales entrega truños como ese desgraciado "Alatriste" estrenado hace poco que eleva a la película de 2006 a la categoría de obra maestra.  En ocasiones Antena 3 quiere demostrar que sabe hacer algo más que "Con el culo al aire" o "Física o Química"  y se pone más seria, y a veces le sale bien ("El tiempo entre costuras") y otras no tanto (como "Hispania", con sus tramas fantasiosas y repletas de tópicos y fallos y sus lusitanos e iberos de nombres griegos, romanos, judíos e italianos).  

En cuanto a la serie de La 1, ciencia-ficción, historia, humor, drama y actualidad es un cóctel explosivo y muy original que puede salir mal, pero si se hace correctamente, puede producir un bombazo de calidad. Con una trama inexplicable (por algo es ciencia-ficción), un buen ritmo y un guión jugoso y repleto de referencias culturales,  unos ambientes conseguidos, una fotografía de película (alejada de la excesiva luz de las series españolas) unas interpretaciones convincentes y unas situaciones y evocaciones fascinantes (con unos apreciables efectos especiales) , más los toques didácticos (con algunas licencias), dramáticos y de comedia, tenemos "El ministerio del tiempo". 

Que bien podría ser el "de los sueños" porque a ver quién no ha soñado nunca con volver o viajar al pasado, tanto el inmediato como el lejano, algo especialmente atrayente y maravilloso si eres historiador como es mi caso. 

El reparto es una combinación de veteranos habituales del cine, el teatro y la televisión como Jaime Blanch (¿quién no recuerda "La gran familia"?) Juan Gea, Nacho Fresneda (el Aimé de "Hospital Central"),  Cayetana Guillén Cuervo  o  Rodolfo Fernando el Católico Sancho y otros rostros más jóvenes como la bella Aura Garrido, por delante de toda una galería de secundarios encarnando a personajes históricos como Velázquez o El Empecinado, aunque el protagonismo recae en el trío elegido para formar un equipo que mantenga la historia tal y como está escrita:

- Julián Martínez (Rodolfo Sancho), enfermero del Samur en la actualidad. Un madrileño de barrio (no sé si Vallecas o Carabanchel) con algún trauma personal; al ser contemporáneo al espectador es la conexión con él y por tanto el que suele tener las reacciones y comentarios más humorísticos aparte de una visión más amplia de los acontecimientos, aunque su sabiduría sea básicamente popular.
- Amelia Folch (Aura Garrido), joven e inteligente estudiante de 1880, perteneciente a una buena familia de la burguesía catalana. Asiste  a la universidad y por tanto es una especie de Concepción Arenal, rompiendo con los convencionalismos de su tiempo. La cultureta del equipo.
- Alonso de Entrerríos (Nacho Fresneda), hombre de honor y veterano de los tercios que combatía en Flandes en 1569 cuando el Ministerio le encuentra. Cronológicamente es unas décadas anterior a espadachines de ficción como el capitán Alatriste o reales como Alonso de Contreras, pero está basado claramente en ellos. En el fondo es como el inmortal personaje de Pérez-Reverte pero con más toques de simpatía y comedia (no en vano se le compara con él en el primer capítulo), y es la fuerza bruta del trío. 

Atención a las reacciones de los personajes de épocas antiguas cuando están en nuestros días, o viceversa, y sobre todo al guión repleto de ironía y fino humor, con referencias a la situación actual, a la cultura popular (música, deporte, cine, televisión) y a la política. En este sentido es una serie para españoles en el sentido de que muchos chistes serán mejor entendidos y más valorados por uno de ellos antes que por un extranjero. 
También hay espacio para el drama y la seriedad, cuando un trabajador del Ministerio  desliza de manera interesante la teoría de para qué sirve mantener la historia intacta (si como según ellos podría cambiarse) ,  pues sabemos que muchas veces acabó de manera funesta, por ejemplo en referencia a la Guerra de la Indepencia (1808-1814), cuando los españoles lucharon juntos para expulsar al francés y por el rey Fernando VII, para que éste luego cortara las libertades e inundara el país de represión, ahorcando a héroes como si fueran un miserable perro, caso de El Empecinado, y  retrasase la salida de España del Antiguo Régimen. Pero lo cierto es que, como concluyen otros personajes y es la pura y perfecta verdad, la historia, para bien y para mal, no se puede cambiar.

Aunque la serie huye cuidadosamente de parecer demasiado reaccionaria (nuestros tiempos son muy políticamente correctos) e intenta no pisar otros jardines, sí se aprecia un sincero orgullo por la historia nacional, algo muy de agradecer, teniendo en cuenta el pasado español, ya sea glorioso, trágico, vergonzoso, maravilloso o triste, pero "nuestro pasado" al fin y al cabo. También es loable ese afán didáctico en estos tiempos donde la enseñanza está tan devaluada y la cultura tan maltratada. No pocos espectadores resaltan que gracias a la serie se están interesando por la historia o descubriendo personajes nuevos, como el olvidado marqués de la Ensenada (1707-1781). Por otra parte tampoco soy el único quien afirma que la serie gana enteros cuando se centra en el Siglo de Oro.
La otra noche contemplé con alegría como, tras su aparición estelar,  Ambrosio de Spínola (1569-1630), militar genovés al servicio de la Monarquía Hispánica, se convirtió en uno de los temas más comentados en Twitter, al igual que en otro capítulo le correspondió a Lope de Vega, etc. No todo van a ser belenesesteban, rosabenitos, deluxes, fútbol y política,  por suerte. 

Por supuesto, "El ministerio del tiempo" no es perfecta y tampoco voy a entrar en si no es tan original por si se han basado en otras producciones extranjeras (la clásica obsesión de que fuera de España se rueda y se produce mejor)  pero dice mucho que a poco que una serie se eleve aunque sólo sea un poco por encima del nivel habitual de la televisión patria, y que  con inteligencia no desprecie al espectador, se obtiene además cierto consenso entre el público y la crítica. De momento sólo consta de 8 capítulos, y ya hay una plataforma en Internet para que se realicen más entregas, pues las posibilidades pueden ser infinitas. Todo un inesperado triunfo para TVE, la cual suele estar más en el punto de mira por sus bajos índices de audiencia, las decisiones polémicas  o la imparcialidad (o no) de sus informativos, aunque también se le recompensa como con la multipremiada "Isabel" o ahora el éxito de "El ministerio del tiempo". 

Bravo por sus creadores, los hermanos Pablo y Javier Olivares. Y bravo por  Televisión Española.