23.2.15

Una historia española








De todas las historias de la Historia
sin duda la más triste es la de España.


Jaime Gil de Biedma.


 
Siempre es buen momento para recordar quienes somos, de dónde venimos y a dónde vamos. También para seguir honrando la memoria de nuestros antepasados, ya sea sacando pecho por las heroicidades (militares o civiles) o avergonzándose por el mal papel de los de casi siempre. Ello es importante en un país donde no se suele recordar el pasado (o se recuerda el que conviene para ciertos intereses) y donde rápidamente se tilda de reaccionario, como mínimo,  a quien evoque hechos que se salen de lo políticamente correcto. Nuestros tiempos son correctísimos, como es bien sabido, y para nada somos como nuestros vecinos franceses o los más alejados ingleses. Aquí todo lo que no sea Tres Culturas, II República y Franquismo no se recuerda. De la historia española, imperial y dominante con sus luces y sus muchas sombras,  entre 1479  y 1814,  no hagas apología, a no ser que lo hagas desde la perspectiva marxista, materialista y social. 

El asunto de hoy no pertenece exactamente a ese grupo, ni por época ni por características, pero suele ubicarse en el olvidado rincón polvoriento de las batallitas de los abuelos anteriores a 1936. Hablemos de la Guerra de Marruecos.

Más correctamente Segunda Guerra de Marruecos  (pues la Primera fue la de 1859-1860) y ampliamente conocida como la del Rif,  fue un conflicto que se extendió entre 1911  y  1927 , de manera intermitente y con picos de intensidad, finiquitado poco después de que Miguel Primo de Rivera y sus botas desembarcaran en Alhucemas, con ayuda francesa.  Esta guerra atrapó a España por haberse acercado,  de manera algo patética, a recoger las migajas del reparto colonial de África, merendado por ingleses, franceses y alemanes, entre otros. Nuestro país había perdido su sitio en 1898 y, en plena Paz Armada, con un ejército desmoralizado por la pérdida de Cuba y unos inversores deseosos de nuevos negocios, intentaba desesperadamente tomar el tren para salir del aislamiento internacional,  sin éxito.  Todo ello cuando en casa la pobreza, la falta de nivel e infraestructuras  y el atraso asolaba a buena parte de la población (recordemos que la tasa de analfabetismo en 1900 rondaba el 65%). 

Pero una vez más, importaba más la imagen exterior, la apariencia. Y el cercano reino de Marruecos era de los últimos sin colonizar.   Aunque a España volvieron a timarle; los franceses, siempre tan honestos, se quedaron con el sur de su protectorado marroquí, estable, arabizado y fértil,  y cedieron a sus vecinos la parte norte, esencialmente, el Rif, un territorio alargado, montañoso, seco  y pobre (de las supuestas minas de hierro poco se supo),  a espaldas de Ceuta y Melilla y poblado por tribus pastoriles bereberes, hostiles hasta para el propio sultán de Marruecos. Existían reconocidos líderes levantiscos, como El Raisuni  (1859-1925), un yebala hijo de un caíd  convertido en bandido (interpretado por Sean Connery en la idealizada y romántica El león del desierto) que operaba algo más al oeste,  y más tarde Abd el-Krim (1882-1963), quien acaudilló a las cabilas rifeñas contra franceses y españoles, contando con el apoyo de la izquierda política y convirtiéndose en un símbolo de los movimientos de descolonización.
                                


                     Muhammad Ibn 'Abd el-Karim El-Khattabi, Abd el-Krim (1882-1963)



Poco después de la I Guerra Mundial se intensifica la resistencia bereber y los ataques a todo lo que huela a invasor europeo. La penetración pacífica en busca de la colaboración de las élites rifeñas fracasa (pese a la construcción de centenares de kilómetros de carreteras, escuelas y graneros)  y  España se embarca en una guerra tremendamente impopular, pues al hecho de que muy poca gente entendiera los motivos, los porqués, los objetivos y los beneficios del conflicto, se añade la circunstancia de que las tropas eran de reemplazo y se reclutaban obligatoriamente; los soldados cruzaban el Estrecho prácticamente por la fuerza, y la única posibilidad de no combatir era pagando, por lo cual la mayor parte de la tropa eran hijos de familias humildes o por lo menos de recursos económicos modestos; la mayoría gente analfabeta que ni había hecho la instrucción.  Además, España tampoco estaba preparada para esa guerra; lejos quedan ya los buenos tiempos del general Prim, y el ejército iba pobremente pertrechado, con fusiles obsoletos (Mauser de la guerra de Cuba)  y alpargatas en los pies. Por añadidura, había demasiada abundancia de oficiales, poco pendientes de manejar bien a los soldados.   Enfrente tenía tribus moras a caballo, que iban equipadas con escopetas (mas eran muy diestros con ellas), lanzas y palicos (como decía un cierto profesor de secundaria), en efecto, aunque también disparaban obuses; así como también es cierto e importante que los rifeños conocían perfectamente el agreste territorio completamente ignoto para los españoles, francamente vendidos desde el momento de alejarse de Melilla.

Por último, esta segunda guerra marroquí, aparte de curtir a militares como Sanjurjo, Cabanellas,  Millán Astray, Mola  o Franco (los africanistas que luego se rebelarían en 1936) y dividir al propio ejército,  fue básicamente otro frustrado intento de dar lustre a la monarquía de Alfonso XIII. Al narigudo Borbón, pese a que puso empeño en ésta y otras cuestiones, se le daba mejor la producción de películas pornográficas, por ejemplo, y tampoco es que su camarilla de colaboradores y ministros fueran más competentes. La pérdida de apoyo popular por el conflicto fue uno de los estoques que iniciaron la caída de la monarquía, con catástrofes como el Desastre de Annual en el verano de 1921, tal vez la derrota más infame de la historia del ejército español, con aproximadamente 2.500 bajas en 4 horas, en total cerca de 10.000 muertos en 15 días (el Desastre consistió en sangrientas retiradas en Annual y Monte Arruit, con Melilla a punto de caer). Si las cifras escandalizaron en su momento e hicieron tambalearse  al gobierno y al rey,  es fácil imaginar qué repercusión tendría hoy.

                                                      Croquis de la zona de Annual en el verano de 1921.

 


Pero ya es momento de hablar de Igueriben. Es el nombre de una especie de monte pelado, cerca de la costa de Alhucemas, donde se produjo un feroz asedio sin cuartel; los sufrimientos allí padecidos fueron el terrible preludio del citado Desastre de Annual dos días después.
El comandante general de Melilla, Manuel Fernández Silvestre, era un militar audaz y solvente, pero en una bravata típicamente española y tras los éxitos precedentes (se habían conquistado más de 40 enclaves),   quiere dominar  de una vez el Protectorado continuando con la mano dura frente a los rifeños, y envía un contingente a Igueriben, por su posición preeminente sobre las cortadas de los ríos, pero escasamente defendido y en franca minoría de tropas y medios frente al enemigo. Una vez más subestima fatalmente a las cabilas que merodean por las sierras cercanas, pues sabía de su rearme. 

El promontorio rocoso fue ocupado por las tropas españolas el 7 de junio de 1921. El grueso del ejército estaba en Melilla, a 40 kilómetros,  y por el territorio circundante se hallaban dispersos una serie de blocaos dispuestos en las elevaciones del terreno. Igueriben era uno más.  Constaba de unos 350  hombres a las órdenes del comandante Francisco Mingo Portillo , refugiados en un fortín precariamente defendido, básicamente con sacos de tierra y una alambrada frente a los hipotéticos sitiadores. El suministro de agua dependía de los pozos a poco más de 4 kilómetros (suponiendo que el pozo no estuviera seco) normalmente traída gracias a las mulas bien cargadas -la aguada-  y de este modo se establecieron los soldados. Tal movimiento temerario se debió a la anticuada guerra de posiciones practicada por los generales españoles, además de a las propias deficiencias del ejército.

Aunque no pocos soldados sabían que establecerse allí había sido una temeridad y una imprudencia, acataron las órdenes sin discutir, como siempre. Al poco de llegar a Igueriben, comenzaron los ataques de las cabilas de Abd el-Krim, antiguo funcionario de la administración española (había ejercido como traductor y periodista), culto e instruido,  quien estaba unificando a toda una serie de tribus de la zona, incluidas las supuestamente aliadas de España, contra el enemigo. El número de sus tropas era claramente superior a los hombres de Mingo, y aunque no hay cifras concretas, se puede hablar de unos 3.000 merodeando el cerro, que fueron incrementándose progresivamente con la llamada de las cabilas y la toma de las posiciones vecinas.

La humilde carne de cañón española apenas se imaginaba lo que iba a caerle encima. Sus principales preocupaciones eran de momento asegurar el agua potable y reforzar los muros, con la única sombra de los pequeños parapetos, pues no había un solo árbol para cobijarse del ardiente sol veraniego. Sol africano, tan inclemente como la muerte. 

La primera noche fue muy tranquila, pero al día siguiente, comenzaron los ataques y se hubo de disparar durante buena parte de los jornadas de ese mes de junio. El día 14 hubo nueve horas de fuego continuado y el 16 los de Igueriben pudieron ver como en la no lejana  Loma de los Árboles las tropas rifeñas derrotaban a sus compañeros, por lo que la mano de Abd el-Krim se cerraba sobre su posición.  Día a día, el hostigamiento se hizo constante. El mero hecho de salir a por agua era un suplicio, ya que había que descender del promontorio y alcanzar el río o pozo por una serie de senderos  y barrancos, fácilmente controlados por los rifeños, siempre pendientes, quienes no dudaban en vaciar sus cartuchos contra el enemigo. 
Los ataques al fuerte eran repelidos prácticamente cada hora, con la única defensa de tres o cuatro ametralladoras de posición y  del saco de arena, la única sombra del parapeto, y la importante ausencia de un médico titulado. 
Los últimos días de junio son de sorprendente calma, pero el 2 de julio se reanudan los ataques. Conforme va aumentando el calor van disminuyendo el agua, los víveres, las municiones y los ánimos de la tropa.

El día 10 de ese mes llega el comandante Julio Benítez Benítez para sustituir a Mingo, pues lo normal era alternarse en el mando de los destacamentos. Benítez se había distinguido días atrás en la defensa de Sidi Dris, y Mingo respiraba aliviado.  Se dieron el abrazo de rigor, sin saber que por azares del destino uno se ponía a salvo en Melilla mientras a otro le esperaba un infierno.

¿El panorama? Hambre, sed, piojos dentro de la guerrera, calor implacable, sangre seca  y el cadáver del compañero al lado, pues no eran posibles los enterramientos, primero por lo reducido del espacio y segundo porque el monte es roca pura y dura que apenas permite la excavación.  La situación se iba haciendo desesperada, y los hombres de Igueriben, liderados por el comandante Benítez, aguantaban esperando en vano la ayuda desde Annual, donde las tropas observaban impotentes el asedio; estaban a sólo 6 kilómetros de distancia, y de hecho los Regulares intentaron acercarse, pero ante el altísimo número de bajas comprendieron que el socorro sería un suicidio por la presencia insistente de los rifeños, como buitres dominando los caminos.

Los refuerzos que no llegan y el aumento del hostigamiento de las cabilas. Un día tras otro, van pasando...repeliendo ataques, padeciendo bajas y más bajas. Y sin poder salir del miserable fortín. Necesitados de pertrechos nuevos, municiones y víveres, la desmoralización es notoria entre los defensores. Es a partir del día 14 cuando Abd-El Krim decide realizar el ataque total, asediando el reducto Igueriben.

El día 15 ya no se pudo realizar la aguada y el día 17, mientras los bereberes van afinando con los obuses de la artillería arrebatada anteriormente a los españoles,   se envía  un convoy desde Annual, con municiones y agua. Los soldados, los acemileros y los sufridos animales, desgraciados todos, llegan a duras penas bajo fuego enemigo a Igueriben; los odres están agujereados y se ha perdido mucho líquido, y la mayoría de las mulas han resultado heridas de muerte. Sus cuerpos inertes e hinchados desprenden un hedor insoportable y, como tampoco es posible su enterramiento, provocan arcadas y vómitos entre los soldados.  Enseguida se acaba la última gota de agua, algo terrible siempre, pero más aún si es verano y se produce deshidratación por el calor y el esfuerzo físico.  La primera solución fue aplastar patatas y chuparlas, cuando éstas se acabaron se recurrió al líquido de las latas de tomate y al vinagre, y a la desesperada, por último al agua de colonia, a la tinta, a masticar arenilla (por si producía saliva) y al final, a  la propia orina endulzada (si se puede denominar así) con azúcar. No es fácil imaginarse el panorama de locura de estos  días, desde luego. 

Benítez, que hasta ahora confiaba en que su general Silvestre rompa el cerco de los rifeños y les ayude, asume por fin  que la suerte está totalmente echada, y que no van a hacer nada por socorrerlos, aparte de pedirles a través del heliógrafo que aguanten;  sólo le queda ya  saber dirigir bien hasta el final a sus hombres, como buen soldado.  Malagueño de El Burgo, llevaba más de 20 años metido en el barro de la guerra por su propia voluntad, desde Cuba, y su interior estallaba al sentirse culpable por, a causa de la incompetencia y la chapuza  de los "de arriba",  conducir a la muerte a esos muchachos,  a quienes trataba de manera paternal como "hijos míos".

La noche del 18 los bereberes se acercan tanto que los sitiados pueden escuchar sus cánticos guturales, sus insultos a los oficiales  y sus falsas ofertas para que se rindan. Con  las balas sobre sus cabezas, el olor a sangre y a cadáver,  la garganta seca, los labios agrietados, la cara llena de polvo, sin poder dormir  y con las heridas infectadas, lo último que faltaba para que estos infelices héroes puedan perder definitivamente el juicio son esas promesas de vida, estando tan lejos de casa, de su pueblo,  de sus seres queridos... y de su futuro.  Cansados, dubitativos, desesperados, responden disparando a la oscuridad y gritando  vivas a España.
En medio de este ambiente desquiciado,  Silvestre le sugiere que se rinda, pero Benítez, furioso,  responderá con una frase tremenda:

"Los defensores de Igueriben mueren, pero no se rinden". 

Pocas cosas hay más españolas que una causa perdida.  El militar malagueño, a estas alturas de la película, no va a ser como sus superiores y mantendrá intacto su honor hasta el final, aunque eso suponga la masacre, pues los rifeños no se distinguen precisamente por su clemencia.

El día 20, por fin, se intentó socorrer Igueriben desde Annual con tres grandes columnas, 3.000 hombres,  operación fracasada  al caerles encima los moros.  Ante la situación crítica el general Silvestre deja por fin Melilla y llega a Annual, para compartir la suerte de sus hombres, en una acción noble pero temeraria pues deja a la población  melillense desprotegida. Los muchachos del cerco llorarían de impotencia y de miedo, pero la deshidratación es tan severa que no salen ni las lágrimas. El comandante Benítez, trágico héroe de manera inesperada y muy a su pesar,  por  casualidades del destino, escribe, lleno de amargura y rabia, a Silvestre, quien había autorizado la evacuación (que no rendición), pues no quedaba otra:


 "Parece mentira que dejéis morir a vuestros hermanos, a un puñado de españoles que han sabido sacrificarse delante de vosotros (...) Nunca esperé de V. E. recibir orden de evacuar esta posición, pero cumpliendo lo que me ordena, en este momento, y como la tropa nada tiene que ver con los errores cometidos por el mando, dispongo que empiece la retirada, cubriéndola y protegiéndola debidamente pues la oficialidad que integra esta posición conscientes de su deber, sabremos morir como mueren los oficiales españoles".

Por la tarde estaba ya todo dispuesto para la misma. Los escasos hombres que quedaban se repartieron las últimas municiones, preparándose para huir de aquel infierno pedregoso. La tarde del 21 se procedió a la evacuación. Se inutilizaron las armas pesadas y se quemaron las tiendas, y  Benítez  emitió su famoso y terrible último mensaje al Estado Mayor en Annual, a través de los espejos del heliógrafo:


"Contad los doce disparos de artillería que nos quedan y luego abrid fuego sobre la posición, pues moros y españoles estaremos revueltos en la batalla".


En medio de una lluvia de balas y bombas, amigas y enemigas,  echaron a correr monte abajo en una infernal carrera con la bayoneta y el cuchillo, gritando y luchando por la escasa vida que quedaba. El comandante Benítez fue el último en salir de Igueriben, aguantando hasta el final y cubriendo a sus hombres, hasta que dos balazos certeros le dejaron en el sitio, caído en tierra extraña cumpliendo con su deber.   Tras llegar a Annual algunos soldados murieron por beber demasiada agua. Otros fallecieron en cautividad. No se tiene constancia de más de 60  supervivientes de Igueriben. De un total de 354 soldados.

Así acabaron sus días la inmensa mayoría de  los defensores del cerro.  Hombres abandonados a su suerte en un calvario y sin apoyo de sus superiores ni de sus dirigentes. Con el futuro segado en una guerra que no era la suya. Algunos estaban ya casados y con hijos, pero  la mayoría esperaba contraer matrimonio pronto, y otros aún más jóvenes eran simples muchachos, con más páginas por escribir en el libro de su vida. 

La ola rifeña que había arrasado el fuerte caería también sobre Annual, produciéndose esa terrible desbandada con miles de bajas españolas, entre ellas la del propio general Silvestre, de quien nunca se encontró su cadáver, de la misma manera que la inmensa mayoría de cuerpos , horriblemente mutilados, de los soldados caídos este negro verano de 1921 quedaron insepultos. De hecho aún hoy es posible desenterrar fragmentos de huesos humanos en esos montes.


                                                                         Julio Benítez Benítez (1878-1921)



 Se le concedieron a título póstumo,  la Cruz Laureada de San Fernando (la máxima condecoración militar española) , al comandante Benítez, al capitán, artillero  Federico De la Paz Orduña, y al capitán Joaquín Cebollino, de los Regulares.  En ciertos casos sabemos honrar como corresponde a los muertos, aunque sea simbólicamente, y en 1926  se erigió un monumento en Málaga a Benítez y a los héroes de Igueriben.
 

El único oficial vivo, el teniente gallego Luis Casado Escudero, sería hecho prisionero (precisamente por su condición de oficial)  junto con otros por los rifeños y rescatado después por los españoles tras pagar un rescate. El rey Alfonso XIII  hizo un desafortunado comentario que retrató a su regia persona para la posteridad : "Qué cara sale la carne de gallina".  El monarca no iba a ser menos en un país de cainitas, pues Casado, sobreviviente de tantos penosos avatares en Marruecos, intentaría sin éxito que se le reconociesen los méritos de guerra y contó con el desprecio de otros militares que, rencillas políticas de por medio (siempre la política) mancillaron su honor. Fatalidades y reversos macabros de la vida, el héroe fue fusilado a los 37 años por el bando franquista el 23 de julio de 1936, en la misma Melilla, por no sumarse a la sublevación  y  ser acusado de repartir propaganda comunista. 

Algo muy típico, por desgracia, en nuestra historia. Entre nosotros mismos, nos devoramos como en una jauría, en este país de triunfos y tragedias. En este caso fue la Guerra Civil. Dejarse el alma en el Rif por tu Rey, por tu tierra  y por tus paisanos, para que te acaben finiquitando tus propios compañeros. Una historia que provoca que palabras y conceptos como "patria", "ejército", "honor",  "política",   "gobierno"  o "ideología"  se atraganten y produzcan indigestión y  repulsión. Una historia española.




Dedicado a la memoria de los Héroes de Igueriben. También a los de Annual, Monte Arruit, Sidi Dris, Abarrán  y tantos lugares.  A esos muchachos en la flor de la vida, mal dirigidos y peor equipados y pagados, que fueron enviados a morir a Marruecos, y cuyos huesos siguen desperdigados por las montañas del Rif.  



                                                                      Igueriben en la actualidad. 







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Para saber más y mejor:


- Casado Escudero, Luis:  Igueriben (1923) , Ed. Almena2007. 

- Martínez Simancas, Rafael: Doce balas de cañón: El sitio de Igueriben, Algaida literaria, 2011.

- Sender, Ramón J.:  Imán, Ed. Destino1930. 

2 comentarios:

  1. ¡Grande e instructiva entrada, Fer! No sabía prácticamente nada de este período de nuestra historia, porque cuando estudiábamos Historia de España siempre había episodios que los profesores solían pasar por alto o dejaban que los estudiáramos por nuestra cuenta si queríamos. Buen artículo, que necesita de una lectura pausada y sin prisas, pero muy interesante. ¡Eres un pedazo de historiador, ^^*! Un beso!!

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    1. Muchas gracias por tus palabras, siempre exageradas! ^^ La verdad, es una pena que haya períodos que estén arrinconados, pese a que no sean muy antiguos; la II República, la guerra civil y el franquismo centran todo el foco mediático y de interés historiográfico y los primeros 30 años del siglo XX se conforman con muchas menos publicaciones, estudios y divulgaciones, pese a que esta época siga estando ahí y contenga innumerables historias, ya sean trágicas, honorables, vergonzosas, positivas o negativas, pero sigue siendo nuestro pasado y hay que recordarlo.

      Me alegro que te haya gustado, un abrazo Laura :)

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