25.12.15

"El Despertar de la Fuerza": galáctica nostalgia


Unos días después de su multitudinario estreno, pude ver, por fin, la primera película de la nueva trilogía (que en realidad es el episodio número VII de la saga) de Star Wars (también conocida en nuestro país como La Guerra de las Galaxias; los españoles aún nos preguntamos por qué no se tradujo como Las Guerras de la Galaxia, más correcto). El film, dirigido por J.J. Abrams, lleva el título de The Force Awakens (El Despertar de la Fuerza) y arranca 30 años después de los acontecimientos relatados en El Retorno del Jedi (1983). Casi nada. 

El Episodio VII es otro capítulo más de la inevitable sarta de largometrajes producidos desde que George Lucas tuvo la idea (genial para algunos, discutible e incluso odiosa para una mayoría) de perpetrar dos trilogías más sobre su aclamada franquicia, una sobre los hechos ocurridos antes de Una Nueva Esperanza (1977) y otra sobre los de después de El Retorno del Jedi, como hemos dicho. Para las tres películas centradas en el joven Anakin Skywalker (La Amenaza Fantasma, El Ataque de los Clones y La Venganza de los Sith) Lucas decidió tomar plenas responsabilidades, teniendo como resultado una trilogía deslumbrante visualmente, pero con graves deficiencias de guión y de argumento y carente del espíritu de las tres primeras. De hecho, no pocos fanáticos suelen obviar esta segunda trilogía y en su imaginario emocional sólo hay espacio para las viejas películas. 

No me considero un devoto de Star Wars y de hecho siempre he preferido otras trilogías o sagas cinematográficas, pero con el tiempo me he ido cautivando por esta ópera espacial de influencias clásicas e históricas e imborrables imágenes y diálogos, por el reverso tenebroso de la Fuerza, la mitología jedi o por las particularidades del universo lucasiano;  en definitiva,  he acabado valorando como se merece a todo un mito del celuloide; sin La Guerra de las Galaxias no se entienden un buen número de películas, su influencia en la cultura popular es enorme, y las tres antiguas siguen,  inalterables,  en el lugar donde habitan los sueños. Aguantan una y muchas revisitaciones, al contrario que la reciente trilogía (1999, 2002 y 2005) mencionada antes, cada vez más intrascendente, donde la más redonda es La Venganza de los Sith.

Así, tal vez escaldado por las malas críticas, o tal vez forzado a apartarse (Disney compró Lucasfilm en 2012) George Lucas dio un paso atrás y para estas nuevas entregas de la saga su papel quedaría relegado al de productor y supervisor. Desde luego volverá a ganar sacos y sacos de dólares, pero esta vez se han querido hacer las cosas bien, y se nota. Por ello, como emulando lo que se hizo con El Imperio Contraataca y El Retorno del Jedi, las cuales no estuvieron dirigidas por él sino por Irvin Kershner y Richard Marquand, respectivamente, él no iba a cortar el bacalao. El elegido fue J.J. Abrams, un director  reconocido por su solvencia y buen hacer, y quien, además, es un friki, dicho en el mejor sentido de la palabra. Un fanático de las viejas películas que no está dispuesto a herir de muerte a Star Wars, como casi hizo el multimillonario Lucas.

Y esa es una de las señas de identidad de El despertar de la fuerza. La devoción y el respeto por la historia galáctica es notoria, hasta tal punto que buena parte de la película gravita sobre el homenaje hacia las películas de hace 35 años, y en cierto modo el argumento es casi calcado por momentos; cabría achacarle poca originalidad imbuida por ese enorme respeto, pero también puede decirse que se prefiere eso (muchos lo preferimos) a una profanación de los mitos (hay muchos)  en 2015. 

No deja de ser curioso, que en nuestros modernísimos tiempos, tan digitales e informatizados ellos, estemos experimentando un sentimiento de paraíso perdido, de eterno retorno,  a varios niveles. Un ejemplo sería el libro electrónico, bien implantado ya pero que no acaba de dar el salto definitivo que muchos le auguraban; en cuanto al cine, hoy día es mucho más fácil realizar una película y prácticamente no se necesita rodar en exteriores ni en decorados, e incluso sin actores reales. Esto puede agilizar mucho las cosas, pero repercute negativamente en la calidad, sin duda; para la gente a quien le gusta el cine de verdad, siempre será más genial y entrañable un largometraje donde la realidad pueda palparse,  el paisaje pueda sentirse, y la piel casi tocarse. En 2015 aún seguimos considerando clásicas y mejores las películas realizadas hace décadas y décadas, aun con sus rudimentos y gazapos, que vemos con cariño. 

Se podrán hacer muchos remakes de películas míticas con tropecientos y molones efectos digitales, que siempre consideraremos superiores a las antiguas. En los últimos años no dejan de proliferarse, y en algún caso sólo el rumor causa escalofrío (como Blade Runner, por la presumible profanación). Estas modernas revisiones sólo sirven para que se luzca el actorzuelo quince minutos en una película cuyo metraje es básicamente un videojuego. Un ejemplo es el bodrio reciente de Desafío Total, a años luz de la película de Verhoeven. Con todo, en los últimos tiempos parece que se están imponiendo la revisión de películas míticas hechas desde el respeto, la admiración y la devoción, como Jurassic World, ya comentada aquí y dirigida por Colin Trevorrow, por cierto ya director confirmado de la continuación de El Despertar de la Fuerza. 

Y si en Jurassic World el equilibrio entre lo real y lo informático, entre la nostalgia y los píxeles, por así decirlo, era más que correcto, en la película de Abrams es notorio, y ésa es otra de sus virtudes: en El Despertar de la Fuerza los efectos digitales son excelentes, de los mejores de los últimos años, pero también es admirable el esfuerzo realizado y el tono a película clásica que se le ha querido dar; la proliferación de escenarios naturales y decorados reales es muy palpable, y de hecho, contradiciones de la vida, parece una película más antigua que la regulera y moderna trilogía de Lucas. Allí donde éste naufragó, en el exceso de lo digital, en la grandilocuencia pixelera, para que todos viésemos lo que molan sus CGI, Abrams ha tomado nota y ha sabido contenerse; en su película éstos son un recurso, nunca un abuso. 

Toda El Despertar de la Fuerza en sí es un ejercicio de nostalgia, especialmente valorado por los devotos y aficionados de la saga, pero también a estimar por el simple espectador de cine con buen gusto. Los homenajes y leitmotivs hacia (y de) las viejas películas son recurrentes y evidentes.  Y la sensación de encontrarse ante un film con cierto espíritu es notoria. A ello contribuyen varios aspectos; sin duda, la música del maestro John Williams, con su legendaria partitura orquestada de la manera más clásica posible. Pero también el guión, en el cual esta vez tampoco Lucas ha podido meter la mano, pues está escrito entre J.J. Abrams y Lawrence Kasdan, guionista de El Imperio Contraataca y El Retorno del Jedi. En El Despertar de la Fuerza no tenemos tanta hojarasca y diálogos vergonzantes como en las de las aventuras y desventuras del joven Anakin.

En cuanto a los actores, el mayor atractivo radica sobre todo en la reaparición de mitos como Han Solo, Chewbacca, Luke Skywalker o Leia, y bien y ajados que los vemos, pero tampoco podía hacerse una película centrada únicamente en la última cabalgada de viejas glorias. El tirón y el carisma son patrimonio del canoso Harrison Ford, desde luego, pero la película no es sólo de él y le acompañan varios jóvenes. 

Y no ha estado mal del todo el casting. Para mí destaca especialmente la desconocida Daisy Ridley en el papel de la chatarrera Rey, destinada a convertirse en toda una heroína. La joven británica ha sido todo un descubrimiento, desde mi punto de vista, favoreciendo que se siga con mayor interés la película; me ha fascinado, lo reconozco.  Adam Driver como el misterioso Kylo Ren tampoco desentona, en un personaje que, como el de Rey,  aún irá a más. O el de Oscar Isaac (el estelar piloto Poe Dameron). Por contra, me ha gustado menos la actuación de  John Boyega (Finn), aunque para ser sinceros su  recurrente papel de torpe no daba para mucho más. 

Este equipo de pipiolos protagonistas es en ocasiones como la conexión entre el fan espectador y los mitos de la antigua trilogía, pues no pocas veces podemos verlos fascinados ante Han Solo, la Fuerza, o el recuerdo de Luke, o cuando mediada la película pronuncian por primera vez "Darth Vader" (si eso te estremece, eres cautivo de la nostalgia). Además, también los contemplamos en la tesitura iniciática de verse por fin en aventuras arriesgadas jugándose la vida, en plan "qué nervios, estoy ante ellos", "yo puedo hacerlo", por lo que sin duda es como si el devoto de Star Wars, 38 años después de la primera entrega, pudiera hacer realidad sus sueños. La conexión emocional está garantizada. Y ahí se implican tanto los jóvenes protagonistas (ni habían nacido en 1983)  como el espectador y, desde luego, J.J. Abrams. 

También debe reconocerse que construir un relato mirándose en el espejo de los mitos del pasado, es más fácil, emocionante y productivo que hacerlo desde "antes de" y con personajes desconocidos y con menos tirón.  Me refiero con esto último a la segunda trilogía dirigida por Lucas. 

Pero, en definitiva, El Despertar de la Fuerza es una película notable que sin ser una obra maestra, está destinada a hacer olvidar definitivamente el disgusto causado por las tres últimas de hace una década, y a establecerse en un nivel intermedio, entre aquellas y las de la trilogía original. El Imperio Contraataca , unánimemente reconocida como la mejor de todas, seguirá estando ahí, inalcanzable. Podrá decirse, como se dijo en perspectiva ,  que no había necesidad de hacer una nueva trilogía después de El Retorno del Jedi, pero una vez Lucas se pegó el costalazo (de crítica, que no económico) con sus tres películas-videojuego, era cuestión de tiempo, y algo ineludible, que se cerrara el círculo con tres largometrajes más; pero, ya puestos, y como sabían que iban a vender hasta preservativos  de Star Wars, se habrán dicho "por lo menos hagamos algo decente".  Se debía hacer bien. Y por Vader que se ha hecho. 


Lo mejor:

- El respeto y devoción hacia la trilogía original, así como el sentido homenaje.

- El tono nostálgico, sin duda un recurso empleado para atraer a los fanáticos, pero que también ha de saber efectuarse correctamente y no quedarse en un remake.

- El excelente equilibrio entre los efectos digitales y lo real, así como el aspecto de película de verdad. 

- J.J. Abrams no se ha limitado, como Lucas, a tirar de píxel. Sigue teniendo ganas de usar la cámara, y en algunas bellas imágenes puede verse la influencia de Coppola o David Lean. 

- Él. Han Solo.  

- Algunos jóvenes, futuras promesas, especialmente Rey. Un descubrimiento, Daisy Ridley. 

- 135 minutos de puro ritmo, sin decaimiento. 

- La banda sonora, aunque John Williams siempre sea sinónimo de garantía.  

- La conexión emocional con el espectador.


Lo peor:

- Más allá de alguna sorpresa  no tan sorprendente, puede achacarse demasiada falta de originalidad. Tan respetuosa y tan calcada que por momentos suena a ya visto, a copia actualizada. 

- Podría ser mejor a nivel narrativo. 

- El personaje de Finn, que sin duda irá a más. 
 

21.12.15

Una reflexión después de las elecciones

Con estas elecciones navideñas, se ha vuelto a despertar en mí el sentimiento de analista y me pongo, al menos por hoy, y espero que sólo por hoy, el traje de tertuliano. Mis 30 años son bastante incompletos pero suficientes para tener algo de perspectiva y entendimiento (poco, pero algo, creo). Sólo quería dar mi modesta reflexión de "experto" después de las elecciones:

- Desde luego que el PP ha ganado las elecciones, pero ni de lejos puede estar eufórico y cantar victoria, pues ha perdido casi 4 millones de votos y 63 escaños. Una sangría, volviendo a los niveles que tenía en el lejano 1990. No le ha funcionado ni centrarse en su gestión económica ni el echar basura sobre Ciudadanos, el único que de verdad podía ayudarle. Las caras nuevas y "guays" tampoco tienen el empuje que han perdido los veteranos, quienes ya no ilusionan a mucha gente, por más que no todos estén manchados por la corrupción. Con todo, es el que tiene mayor legitimidad para formar gobierno, aunque si Rajoy tuviera honor, dejaba que otro de su partido fuera el candidato. 

- El PSOE pierde casi 1,5 millones de votos y se queda con 20 escaños menos, sacando los peores resultados de su historia. Pedro Sánchez hace bueno a Rubalcaba e incluso a Almunia, pero saca pecho porque el pellizco que le han pegado ha sido menor que al PP. Además del PSOE cabe esperarse que pacten con quien sea para gobernar, son capaces de vender a su madre y ya lo han demostrado otras veces. Debería tener presente que si no fuera por Andalucía, Podemos le hubiera superado; de hecho en Madrid ya son irrelevantes. Tal vez es mucho pedirle al PSOE que tenga la decencia de adoptar, como otras veces, sentido de Estado, pero quién sabe. 

- En Podemos iban tan sobrados últimamente que podría decirse que se esperaba algo más, pero 69 diputados es un resultado espectacular para un partido que hace poco más de un año no era nada, y sus más de 5 millones de votos es algo a tener muy en cuenta. Son los que más pecho pueden sacar. También debe decirse que un 8% de de ese 20,4% que han sacado corresponde a otros partidos con los que Iglesias ha ido en coalición, y no son Podemos, como Compromís en Valencia, las Mareas en Galicia o el de Ada Colau en Cataluña. En puridad, Podemos como tal ha sacado "sólo" 42 diputados. Por otra parte, han triunfado en regiones tradicionalmente separatistas, dato significativo. Aún así, no conviene menospreciar su realidad.

- Ciudadanos también esperaba más, pero por otra parte en los últimos tiempos le habían inflado desmesuradamente las encuestas y le daban una posición demasiado alta. Con todo, es bastante meritorio que un partido que partía de cero y en soledad obtenga de golpe 40 diputados, contando además con una campaña que se les ha hecho larga y donde han pesado tanto algunos errores de Rivera como el acoso de cierta derecha e izquierda mediática; a Ciudadanos se le ha exigido y se le ha mirado el diente más que a ninguno. Con todo, pese a la decepción a medias, es esperanzador que haya aparecido un partido que represente a los centristas desencantados con el PP-PSOE que no renuncian, entre otras cosas, a la unidad de España. 

- Hay otras cuestiones como las tremendas injusticias de la ley electoral, que beneficia a los "dos partidos grandes" y a los independentistas. Permite que un partido como Coalición Canaria, con apenas 80.000 votos, obtenga 1 escaño, o que el PNV, con 300.000, llegue a 6, mientras que Izquierda Unida, con 923.000, se quede en 2 míseros diputados. Triste es también la desaparición de UPyD. 

Así pues, en general algo ha cambiado como se venía palpando en la sociedad desde hace algunos años, si bien no puede decirse que la explosión sea tan rotunda como algunos esperaban. La mayor reflexión y autocrítica debe corresponder al PP y al PSOE; que se dejen ya de mamandurrias, reconozcan por qué siguen perdiendo votos y asuman que no pueden seguir actuando cual caciques, recogiendo prebendas, nombrando jueces y etc. No sé si puede decirse que es tiempo de otro modo de hacer política, entre otras cosas porque el Senado sigue teniendo mayoría del PP, pero parece claro que se va a tener que dialogar más por el bien de nuestro país. 

Aunque lo nuevo haya llegado, lo viejo no termina de irse.

10.12.15

El libro detrás de la película: "Qué verde era mi valle"



La relación entre la literatura y el cine comenzó prácticamente al poco de nacer el cinematógrafo (baste recordar Viaje a la luna, de Georges Méliès, en 1902) , y, con altibajos, ha llegado hasta hoy. Se necesitaría mucho espacio para enumerar todas las películas basadas en mayor o menor grado en obras literarias, pero ése no es el objeto de esta entrada. 

En más de un siglo de cine se han dado todas las circunstancias: desde la típica adaptación de un clásico universal, hasta un best-seller contemporáneo a la película, pasando por libros más desconocidos en su momento y que gracias al largometraje alcanzaron trascendencia,  o incluso obras famosas que nunca se han adaptado. También se ha dado el caso del cine ocultando las páginas,  como ha ocurrido con Frankenstein, y  especialmente con Drácula, la extraordinaria novela de Bram Stoker (1897),  que por culpa de las más de 100 películas (buenas, malas y horrorosas) realizadas desde los tiempos del cine mudo no tiene la fama que merece.

Por muy buena sea una película, suele admitirse de manera casi unánime la superioridad del libro, pues la maestría de un escritor y la magia de las páginas siguen ganando a la fuerza de las imágenes; además, siempre sea posible, es preferible leer antes el libro de ver la película sobre él, pues debe tenerse una fortaleza mental considerable para que en tu imaginación el fotograma no sustituya a la letra. Probablemente nunca se haga una película a la altura de El conde de Montecristo, Los tres mosqueteros  o La isla del tesoro, pese a la abundancia fílmica derivada de estos libros inmortales. Decíamos que suele ser mejor el libro, pero hay notables excepciones, como El padrino, una simple novela (Mario Puzo, 1969) sobre la mafia, que entre Coppola, Nino Rota, Gordon Willis, Marlon Brando y Al Pacino transformaron  en obra maestra, o Barry Lyndon, una satírica novelita picaresca (William M. Thackeray, 1844) que en manos de Kubrick fue elevada a la categoría de puro arte. 

Casos intermedios  serían El gatopardo (Giuseppe Tommasi di Lampedusa, 1958) una maravillosa obra que por suerte tuvo una adaptación cinematográfica digna de su calidad (Luchino Visconti, 1963), si bien el libro se sitúa por encima,  Doctor Zhivago (Boris Pasternak, 1957) , volcada al cine por David Lean en 1965, y de qué manera...ambas películas se convirtieron en míticas prácticamente desde su estreno.  También tenemos El nombre de la rosa, esa gran peli  (Jean Jacques Annaud, 1986) basada en el libro homónimo de Umberto Eco (1980) una fascinante novela aunque algo densa (para mi particular gusto). Los duelistas, otro deleite para los sentidos (Ridley Scott, 1977) basado en un magnífico relato de Joseph Conrad (El duelo, 1907). Sin olvidarnos de las meritorias producciones españolas sobre las mejores obras de nuestra literatura, como Don Quijote, Fortunata y Jacinta, La Regenta, La Colmena o Los santos inocentes.

No sé cómo ubicar el caso que nos ocupa, pues esta novela se convirtió en best-seller al poco de publicarse y en menos de dos años, en 1941,  el maestro John Ford realizaría una adaptación al cine que instantáneamente sería aclamada como clásico. Tuve ocasión de leerme antes el libro (por cierto, más difícil de conseguir que la película) y he de decir que el film es magnífico, enorme, pero, en este caso, me sigo quedando con la novela.  

Y ahora, parafraseando a Umbral, hablemos ya del libroQué verde era mi valle (How green was mi valley) es una novela, entre histórica y costumbrista, escrita por Richard Llewellyn (1906-1983), un galés medio inglés (o un inglés medio galés) nacido en Londres,  de vida viajera y agitada, y cuyo verdadero nombre era Richard Dafydd Vivian Lloyd. Publicada en 1939, se convirtió en un éxito de ventas y alcanzó aún mayor trascendencia por la película de Ford, tanto, que el resto de novelas de su autor quedaron eclipsadas. 

La historia de Qué verde era mi valle es bien sencilla, pero muy intensa: nos introduce en la vida de una familia de mineros en el Gales de finales del siglo XIX, los Morgan, a través de los ojos de Huw, un hombre ya adulto que abandona su casa y que comienza a relatar su pasado y el de su familia desde que era un niño. 

"Voy a envolver mis dos camisas, el otro par de calcetines y el mejor traje en el pañolón azul que se solía poner mi madre en la cabeza para hacer las labores de casa y me voy del Valle".

Así comienza esta estupenda novela, que supone todo un chapuzón en una tierra y una época muy concretas. La fuerza del relato radica en el estilo simple y llano que emplea Huw, quien con sus descripciones y emociones sinceras nos transporta a la infancia (pues todos hemos sido niños). El tiempo y el espacio han cambiado enormemente, sobre todo si eres mediterráneo, pero las sensaciones no han variado mucho. 

Pues Qué verde era mi valle es un viaje a la niñez y al entorno familiar. En sus más de 650 páginas asistimos a lo que supone un padre, una madre, lo que son los hermanos, las comidas en el hogar, el matrimonio, la fortaleza de la familia, las relaciones de parentesco, la educación, los descubrimientos de la vida, la búsqueda del sentido de la misma, la influencia de la religión, la presencia de la muerte, el trabajo, el amor, la tristeza, el futuro...la vida, en suma.

"Me vuelve otra vez aquel rotundo , generoso y vital olor a verdura fresca de tierra dejada en paz, a gente feliz. Si la felicidad huele realmente, conozco bien su olor, pues ha flotado siempre vagamente en nuestra cocina, y en aquellos tiempos llenaba la casa". 
  
El verismo y el vigor del relato radica en el modo de escribir de Llewellyn, bastante cercano y alejado de sesudas densidades y alegorías intelectuales; no estamos ante un Thomas Mann o un Marcel Proust, desde luego. Pero eso no quiere decir que se trate de un libro simplón donde un niño cuenta sus pueriles vivencias, pues también contiene interesantes reflexiones y pensamientos plenamente adultos; al fin y al cabo Huw relata cuando ya es mayor, desde la distancia que dan los años. 

Con unas vívidas descripciones abundantes en olores y sensaciones ambientales, desde el primer momento el lector se siente, como pocas veces, sumergido en una tierra concreta, en este caso el admirable y hermoso País de Gales. Como sabemos, los galeses no tienen una historia tan vigorosamente bélica respecto a Inglaterra en comparación con Escocia o Irlanda, pero tampoco se dejaron doblegar sin rechistar. Celosos de sus tradiciones, su terruño y su lengua, en el valle de los Morgan y sus vecinos se habla en galés y se mira con recelo a todo lo inglés (es más, apenas entran policías en sus "dominios", quienes por lo demás tampoco se interesan mucho), si bien viven pacíficamente y sin molestar a nadie; además son buenos ciudadanos, pues cuando tienen que brindar por la reina Victoria, lo hacen, lanzando vivas y cantando: leales súdbitos de la Corona. 

Hay temas y motivos muy interesantes, como el auge del marxismo y el socialismo  (no en vano estamos en las cuencas mineras del carbón), el capitalismo del gobierno inglés, las huelgas, el paro forzoso, la importancia de la religión cristiana (ya sea anglicana o católica, pues hay inmigrantes irlandeses), con los ineludibles sermones de los sacerdotes y su excesiva influencia en las gentes, y otros aspectos no precisamente livianos, como cuando Huw va creciendo y ha de asistir a una Escuela Nacional donde los autoritarios profesores le obligan a emplear el inglés. Tampoco se dejan de lado otras cuestiones como el ecologismo, cuando poco a poco el valle de los protagonistas se va cubriendo de la escoria sobrante de las minas, anegando el río y ensuciando la impoluta naturaleza

La galería de personajes es bastante amplia Huw, el protagonista, está acompañado de sus padres, Gwilym y Beth, y de sus hermanos Ianto, Ivor, Owen, Davy,  Gwilym (chicos) y  Angharad y Ceridwen (chicas). Por si fuera poco con esta pléyade, también tenemos a los vecinos del valle, si bien en unos se detiene más que en otros; el señor Gruffydd, el predicador anglicano, es uno de los más importantes, por el ascendente que llega a tener sobre Huw y la importancia que alcanza en la historia del libro; por cierto, en la película de John Ford este personaje es bastante más intachable e inmaculado, pues hay un terrible pasaje en la novela, cuando una niña es violada y resulta muerta, se forma una "patrulla" de vecinos que no tarda en dar con el culpable y Gruffydd no duda en entregar al pederasta a la familia de la pequeña, para que se tome la justicia por su mano. Otros tiempos. Más felices según el parecer de algunos, pero también más primarios, duros y brutales, sin duda.

Y ése es otro de los rasgos definitorios de Qué verde era mi valle  y que John Ford suavizó y actualizó un poco para adecuarla al siglo XX y seguir transmitiendo el enérgico canto a la familia y a los valores tradicionales de la manera más positiva posible. El libro de Llewellyn, está ambientado, como dijimos, en las décadas finales del siglo XIX, y por tanto muchos aspectos se han superado ya; hoy día nos causaría rechazo el escaso y sufrido papel que tenía la mujer en aquellos tiempos...eran educadas para servir sólo en la casa y casarse lo antes posible. Matrimonios, por lo demás, que sólo se realizaban cuando los padres los permitían, o en muchos casos auspiciaban según la amistad o los intereses. También nos resulta escandaloso, y con razón, el maltrato físico a los niños, y en Qué verde era mi valle no es extraño que Gwilym, el progenitor de Huw, aun siendo un buen padre,  le atice a correazos para castigarlo. O la vara que emplean los profesores. Por no hablar de los chicos trabajando en las profundidades de la mina, entre la vida y la muerte. 

Pese a lo primitivo de los tiempos, es difícil no cogerle cariño a un buen número de personajes y no dejarse llevar por estos galeses que no paran de cantar, comer opíparamente,  beber (té y cerveza), pegarse, despotricar de los ingleses y aplicar la ley galesa en detrimento de la de Inglaterra.  Y  ¡ay, de quien intentara salir con una chica sin pedir permiso a los padres de ella (o a los hermanos)!:

"Cuando llegamos aquella tarde, quién había de estar a la puerta, sino Iestyn Evans, muy elegante y con una flor en el ojal. Eso, para empezar, estaba mal en domingo, pero a mí me pareció muy bien y desde entonces la he llevado yo muchas veces. Es agradable tener cerca una florecilla de colores lindos que huelen bien.
- Hola, Angharad- dijo el muy tonto sin tener en cuenta que detrás venían Owen, Ianto y Davy. 
- ¿A quién se lo dices?- le preguntó Ianto deteniéndose pálido y tranquilo, pero con un leve temblor en la voz. Para cualquiera que tuviera sentido común, su actitud expresaba muerte. 
-A Angharad- contestó Iestyn- ¿Es quizá hermana suya? 
Yo miré a Angharad a la cara, pero con el rabillo del ojo vi que el puño de Ianto brillaba al sol, y oí el ruido que hizo contra la mandíbula de Iestyn. Cuando volví la cabeza, Iestyn caía de espaldas, sin sentido.
- ¡Malvado! - gritó Angharad disponiéndose a arañar, pero Owen y Davy la agarraron de los brazos, la hicieron entrar a la fuerza en el vestíbulo y cerraron la puerta, dejándola dentro. 
- Ahí tienes un cerdo- dijo Ianto. 
-¿Qué hacemos con él?- preguntó Davy- ¿Tirarlo al río?
- Tretas de Londres- dijo Ianto mirándose los nudillos- hay que darle una lección. Vamos a dejarle ahí para que lo vea todo el mundo.
- Si papá se entera, va a echar la culpa a Angharad- replicó Owen. 
- No digas nada- contestó Ianto-. Ya sabe Angharad lo que va a suceder si se entiende con él.  
Nos abrimos paso entre la gente que miraba con ojos muy abiertos, y Owen abrió la puerta. Angharad lloraba bajo el tablero de avisos, y Ceridwen quería hacerla callar.  
- No voy a permitir que mi hermana sea tratada como una de las mujeres que rondan la mina- dijo Ianto a Angharad, pero en voz tan baja que sólo unos cuantos pudieron oírlo-. La próxima vez, si es que hay próxima vez, le mataré. Si quiere hablar contigo tiene que pedir permiso. Tenemos casa, y ya sabe dónde. Ahora, a la escuela".

Tratándose de Gales durante el paso del siglo XIX al XX, la mina en sí es como otro personaje del libro, y está presente en prácticamente todos los capítulos; siempre está ahí, imperturbable e insistente como una figura amenazante que es a la vez símbolo de muerte y de trabajo-dinero, y por tanto de vida. Los habitantes de los valles son conscientes de que, a no ser que uno sea especialmente válido para los estudios superiores (medicina, derecho, enseñanza), la mina siempre va a estar ahí para ofrecerle empleo, más malo que bueno, pero trabajo al fin y al cabo. Y la disyuntiva es o sacar carbón, o emigrar a Londres, a América, a África del Sur o a Australia.


Pero no todo es minería. También hay espacio para el deporte, , sobre todo rugby, fútbol y boxeo. Y desde luego hay amor. Si bien, como era lo habitual en aquellos tiempos, las relaciones entre los hombres y las mujeres están encaminadas únicamente al matrimonio con hijos; en cuanto un muchacho gana su jornal y puede ser más o menos independiente, se casa con otra joven, aunque la haya conocido la semana anterior. La vida no estaba para demorarse mucho....Y desde luego, quedaba bastante bastante  claro el papel destinado a la mujer, siempre en su casa y entregada a servir con abnegación a los suyos, sin más objetivos, preocupaciones o anhelos. Por eso resultan extraordinarios y doblemente admirables personajes como la señora Evans, cuyo marido quedó mutilado e inválido por un accidente en la mina y ella se dedica a dar primeras lecciones a niños del pueblo para sacar a su familia adelante.

Tiempos duros, y arcaicos, decíamos. Y también decíamos con lugar para el amor. En un mundo dominado por la cercanía de la muerte, el estoicismo y la brutalidad, los rústicos galeses de los valles también tienen su corazón.      Los mismos padres de Huw son un ejemplo de matrimonio sólido y donde los dos se respetan mutuamente, además de amarse sinceramente. Pero hay casos más jóvenes. Cómo no rendirse ante declaraciones como ésta:

 "Casi antes de que lo vieran mis ojos, Owen la estrechó entre sus brazos y la besó tanto tiempo que creí que se habían convertido en estatuas de sal.
 - Marged- exclamó Owen con una voz ronca y dolorida- ¡Oh, Marged!
 -¡Owen!- susurró Marged.
 -Te quiero- dijo Owen.
 -También yo.
 - No- exclamó Owen como asustado, sin poder creerlo. 
 - Te quiero- dijo Marged, y nunca oiréis una verdad tan grande-. Te quiero desde que te vi. 
 - No. ¿Como yo?
 - Sí. Como tú. Y cuando saliste en mi defensa por lo del pollo, te hubiera dado un beso.
 - ¡Marged!- exclamó Owen estrechándola entre sus brazos-.Qué linda eres. 
 - Ojalá lo fuera. 
 - No se te puede comparar con nadie. Te adoraré toda la vida. Serás feliz todos los minutos de la tuya. Me daré una cuchillada por cada lágrima tuya".


En definitiva, amor, trabajo, familia, éxitos, fracasos, envidias, tragedias, religión, muerte...y vida, desde luego. Todo rodeado de una evocadora bruma de recuerdos, flotando en un aire impregnado de aroma a cordero asado, cerveza casera, humo de pipa, huertos de patatas y puerros, setos de narcisos, riachuelos fríos y cristalinos, verdes prados hasta donde alcanza la vista y bosques de robles y fresnos ocultando el tímido sol. Un mar de páginas para sumergirse en ese Gales arcaico y mágico de finales del siglo XIX, un viaje en el tiempo que también es un trayecto hacia nuestra infancia, en mayor  o menor medida. 

"Cuán verde era entonces mi Valle, y el Valle de los que se han ido".