3.12.14

"Surcos": dura y realista cumbre del cine español







Cayetana Guillén Cuervo sigue tan encantada de conocerse como siempre y su apariencia y conversación es tan artificial y posturera como sus artículos periodísticos, pero su Versión española sigue siendo el único programa de todas las cadenas de nuestra televisión (que ya es triste) donde puede verse cine español, en ocasiones, gran cine español, de verdad.

Es el caso de anoche, con la programación de Surcos, una indiscutible obra maestra en blanco y negro algo olvidada, del lejano 1951. 

La película cuenta el drama de una familia de pueblo, los Pérez,  quienes en la posguerra emigran a Madrid, donde se dan de bruces con la realidad de la capital y han de aprender de golpe a desenvolverse en esa despiadada jungla urbana para sobrevivir, contando desde el primer momento con el desprecio de sus habitantes, pues la vida es una competición en busca de trabajo para poder comer. 

Allí contemplarán cómo se ha de burlar a la ley o incluso delinquir para ello y experimentan el desarraigo,  una considerable pérdida de valores éticos y morales  y un notable sentimiento de vacío existencial.

Dirigida estupendamente  por José Antonio Nieves Conde y con guión de éste, Eugenio Montes, Natividad Zaro  y el dramaturgo y novelista Gonzalo Torrente Ballester, Surcos  sorprende por su dureza, sequedad  y fuerza en una época durante la cual el cine español estaba aún domesticado por el régimen franquista, y predominaban películas ligeras y alegres, ya fueran folklóricas, costumbristas o históricas, cuando no directamente  propagandísticas,  pero siempre idealizadas y moralizantes. En Surcos no hay idealismo, sólo veracidad descarnada. 

Aunque está escrita por falangistas (tal vez por ello pasó el corte)  y  se realizó apenas 12 años después de la Guerra Civil, no hay en ella un ápice de triunfalismo de la dictadura o exaltación del nacional-catolicismo, pero tampoco se tocan cuestiones políticas, por supuesto, al menos directamente; la película se detiene minuciosamente en las penalidades de gran parte del pueblo, el drama del éxodo rural y las características de la implacable colmena madrileña, llena de corruptos, corrompidos y corruptibles.

Surcos es la respuesta española al neorrealismo italiano imperante en algunos ámbitos de aquel tiempo, con obras maestras como Roma, ciudad abierta, Ladrón de bicicletas, El limpiabotas  o Milagro en Milán. La influencia de, por ejemplo la segunda,  es intensa en cuestiones como ciertos temas,  los planos generales y panorámicos o la música, pero debe decirse que la película de Nieves Conde tiene sus propias características. 

Por ejemplo, en el tratamiento más verídico y directo del machismo,  la violencia de género y la sumisión de la mujer al hombre, de la delincuencia o de la decadencia ética. Además, pese a ciertos y obligados detalles para satisfacer a los moralistas católicos,  el largometraje fue mal recibido por la Iglesia y lógicamente por su retrato pesimista del panorama nacional tuvo problemas con la censura, aunque verdaderamente son sorprendentes un buen número de escenas y diálogos por su contundencia y sordidez, más teniendo en cuenta que hablamos de principios de los 50. 

El largometraje destaca especialmente, aparte de las imágenes mostradas en ese áspero blanco y negro,  por un tremendo guión repleto de frases rotundas y otras con doble sentido, prestas a interpretarse de diversas maneras. En otras ocasiones no son necesarias las palabras y los personajes lo expresan todo con las miradas, o las manos. El humor está casi ausente, así como el optimismo o la alegría. El sonido es directo, seco, pues se rodó en las calles, casas y tierras de Madrid, con casi ningún decorado. La música es melancólica e insistente, recordando como se ha dicho a las italianas, y está tan presente a ratos como intencionadamente muda en otros. 

La España de Surcos , pese a la incipiente transformación económica, es ese país de nuestros abuelos de la miseria y el hambre, del estraperlo, el contrabando  y la cartilla de racionamiento, de los trenes llenos de campesinos y de los oscuros vagones de metro, de las castañas, la cebolla y el pan negro,   de las corralas donde se hacinan familias, de la falsa apariencia con abrigos, sombreros y  madamas de compañía,  de las cárceles y la ubicuidad de los militares, de los ambientes de coñac y cigarrillo en los cafés-lugares de reunión, de los hermosos y decadentes  teatros de variedades donde se cantaba cuplé,  de los pocos adinerados frente a los muchos pobres e itinerantes, de esa veda donde triunfan los listos y los chacales;  es esa realidad de mercado negro,  brasero, leche en polvo  y  caras  angulosas de niños cetrinos y avispados vagabundeando por parques y ruinas. 
Ya se sabe que hasta los albores de los años 60 España no empieza a despegar, y ni siquiera  a todos los niveles de la sociedad y de la población. Surcos muestra gran parte de cómo eran las cosas antes de ese empujón, además de mostrar el camino de hacer otro tipo de cine a toda una generación. 

En cierto modo similar  en algunos aspectos  a grandes obras literarias de la época como Nada,  Los olvidados o La Colmena, la película supone todo un viaje hacia atrás en el túnel del tiempo, para nada feliz o fascinante, pero sí aleccionador, interesantísimo y poderoso, pues la maldad  y la mezquindad del ser humano son poderosas, y te golpean. Cómo olvidarse de  terribles personajes como  "Chamberlain"  o  "El Mellao".

Qué tristeza y sentimiento entra ante esa España de la posguerra, hambrienta, humillada  y miserable que nunca ha dejado de ser, en el fondo.  Pues hoy  seguimos siendo miserables, pero en otros aspectos y ámbitos.  Surcos, recibida con ánimos dispares en su tiempo, pese a que fue etiquetada de "Interés Nacional" (por lo que esos censores benévolos fueron presionados a dimitir)  y posteriormente poco conocida  (el primero que no sabía nada, quien escribe), tal vez porque el mensaje deslizado es crítico y reaccionario a la vez,  y no del todo valorada en la actualidad como su notable valor y calidad se merece,  sigue estando ahí para recordarnos, en nuestro esclarecido 2014, con una dosis de valiente realidad lo que fuimos y lo que era la vida, las penalidades, la mugre,  la tragedia y la injusticia de un complicado 1950.  Y por si la película no fuera suficientemente áspera y descarnada en su conjunto, están los durísimos minutos finales, pese a que la censura obligó a modificar el final en sí.

Surcos, historia del cine español... y de España.

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