4.6.14

Descubriendo a "Madame Bovary"





        En la vida nunca se deja de aprender, de descubrir algo nuevo, aunque sea  mucho más antiguo que tú.  Algo aplicable a la literatura, desde luego. 

        Suelo declarar que soy un amante de los clásicos de la literatura de todos los tiempos  (y particularmente de Europa y Estados Unidos, y más particularmente del siglo XIX, como he dicho en otras ocasiones) y normalmente prefiero su lectura a la de libros escritos en nuestros tiempos. O, por lo menos, quiero convencerme de que, antes de leer obras actuales tengo que empaparme bien de los grandes y pequeños clásicos de famosos escritores de la historia de las letras, pues la literatura actual no se entiende sin todos ellos. 

       Aunque, sí, me las doy de clásico cuando aún tengo importantes obras inéditas, algo imperdonable para mí, ya sea por una cosa o por otra. No siempre hay tiempo, ganas o simplemente a veces no es el momento de ponerse a leer un clásico, cuando además hay algunos que requieren bastante dedicación por su densidad. Me refiero, por ejemplo, a  "Los miserables":  1.400 páginas de Victor Hugo pueden ser demasiadas si no se está preparado y advertido, especialmente con libros en medio de la (ya de por sí magra)  trama como "Paréntesis: I- El convento como idea abstracta; II- El convento como hecho histórico; III-  La oración; IV- La fe, la ley; V- El convento bajo el punto de vista de los principios"..., etc  y otros en los que Hugo expone su visión de la historia de Francia.

       Volviendo a los clásicos sin leer, hace pocos días saldé una cuenta que tenía pendiente, a mis 28 años,  con Gustave Flaubert y su Madame Bovary, libro que tengo desde hace cuatro años pero hasta ahora, ya fuera por determinadas o indefinidas circunstancias, no me había leído, una herejía para alguien que se imposta esa condición de "amante de los clásicos".

      ¿Y qué puedo decir yo de Madame Bovary? No voy a descubrir América ahora pretendiendo pontificar cual experto (ni lo soy ni lo pretendo)  sobre una de las obras clave de la narrativa occidental desde su publicación en 1857.  Sus características,  innovaciones, alcance y trascendencia son de sobra conocidas por literatos, catedráticos y profesores de literatura y bibliófilos en general, así que me limitaré a comentar las impresiones que me ha causado mientras resumo el libro, por lo que si algún amable lector (o lectora) de estas líneas no conoce la novela y no es de esas personas a las que le da igual que le desvelen la trama, no siga. Si no le importa, adelante.

      No es un libro particularmente extenso (la edición que tengo de la editorial Cátedra tiene 433 páginas) pero verdaderamente lo he devorado como sólo he hecho con ciertos libros; en apenas tres días, totalmente cautivado por la  extraordinaria forma de escribir de Flaubert, pues cada párrafo es una pequeña y cuidada obra de arte, lo culminé. Y es uno de esos libros que me apetece volver a leer en cuanto se acaban. La verdad, no alcanzo a entender la opinión de algunas amistades que me habían advertido sobre lo insulso de esta novela. 


  Gustave Flaubert (Rouen, 12 de diciembre de 1821- Croisset, 8 de mayo de 1880)


       La trama es sencilla: en la Normandía de 1840-1850, la bella e idealista Emma se casa con un bobo y  bonachón  médico rural y , ante la insipidez de su vida matrimonial, aburrida en el pueblo donde vive e impulsada  por sus lecturas y ambiciones, se lanza al adulterio primero con un hombre de su generación y luego con otro más joven. Ambos la utilizarán y despreciarán luego y se irá arruinando además. Charles, su marido, apenas se entera de nada, sucediéndose más tarde un acelerado y trágico final...

      Flaubert va cambiando sucesivamente de narrador y de perspectiva y observa a sus personajes según son, objetivamente, sin juzgarlos; en determinados momentos adopta el punto de vista de tal o cual protagonista. Por tanto, deja que sea el lector quien piense, si quiere. 

     Primeramente nos cuenta la historia de Charles Bovary, quien desde pequeño se halla apoyado pero dominado por su madre, pues el padre es un militar extravagante con unas peculiares ideas para educar al niño, según él,  "a la espartana", como dejarlo corretear desnudo,  hacerle pasar frío en la cama, darle a beber ron o enseñarle a burlarse de las procesiones (el anticlericalismo de algunos personajes y los pasajes sacrílegos es otro de los temas del libro, polémico en su momento). 

     Estudiante en Rouen y tras una juventud algo disoluta Bovary consigue, con ciertas dificultades, aprobar el examen de "oficial de sanidad" (en el siglo XIX, médicos que no tenían el título de doctor en medicina pero podían ejercerla aunque sin hacer operaciones quirúrgicas importantes,  especialmente en el medio rural), encaminando un poco su vida, gracias a la madre. 
Y también su madre le casaría, pues le busca un matrimonio ventajoso con la viuda Héloïse Dubuc, fea y mucho mayor que él, pero rica, trasladándose a la villa de Tostes y viviendo de forma monótona.

    Sin embargo, cuando ha de ir a un pueblo cercano por deber profesional y conoce a la hija de su paciente, todo cambia; el flechazo con Emma Rouault es casi instantáneo y mutuo, aunque hasta que no fallece (por sorpresa) su mujer el bueno de Charles no hará nada. 

    Así se forma el matrimonio Bovary en lo que parece, al principio, una plácida novelita de ambiente provinciano. Pero Emma, deslumbrada al principio por el soplo de aire fresco que le supuso Charles, pronto se da cuenta de que se ha casado con un hombre plano y simple, con una "conversación insulsa como una acera de calle, y las ideas de todo el mundo desfilaban por ella en su traje ordinario, sin causar emoción, risa o ensueño" (Parte I, VII) 

    Aficionada a lecturas románticas y fantasiosas, comienza a tener ensoñaciones con París, la vida parisina  de bailes, casinos,  ópera y galantería y la vida alternativa que podría,  o debería tener. Se suscribe a revistas y semanarios de la capital y se compra un plano de la metrópoli, recorriendo con el dedo las calles más famosas. Lo más parecido a una ciudad que tiene cerca es Rouen, y  la monotonía de su existencia sólo se ve alterada, además de por las lecturas, por alguna fiesta donde deja llevar su imaginación y donde  vemos sutilmente tanto el carácter del bonachón Charles como el de la coqueta y soberbia protagonista:

      "Emma se acicaló con la conciencia meticulosa de una actriz debutante. Se arregló el pelo, según las recomendaciones del peluquero, y se enfundó en su vestido de barège, extendido sobre la cama.                
     A Charles le apretaba el pantalón en el vientre.
 ‑Las trabillas me van a molestar para bailar ‑dijo.
 ‑¿Bailar? ‑replicó Emma.
 ‑¡Sí! 
‑¡Pero has perdido la cabeza!, se burlarían de ti, quédate en tu sitio. Además, es más propio para un médico ‑añadió ella. 
     Charles se calló. Se paseaba por toda la habitación esperando que Emma terminase de vestirse. 
 (...) 
    Charles fue a besarle en el hombro.
- ¡Déjame!- le dijo ella- me arrugas el vestido. 
    Se oyó el ritornelo de un violín y los sonidos de una trompa. Ella bajó la escalera, conteniéndose para no correr".   ( I, VIII)

     En el baile Emma tiene un leve coqueteo con un supuesto "vizconde", típico personaje de la Francia de la Restauración,   un experto valseador, cuyo recuerdo de él y de la fiesta será una razón para ilusionarse durante semanas. Charles empieza a parecerle un pobre hombre digno de lástima, pues su profesión oscila entre la rutina y la mediocridad  (al no ser un médico propiamente dicho y por tanto humillado por otros doctores aunque apreciado por los campesinos por su bonhomía),  pero al que a la vez desprecia, pues se siente sola,  abandonada y hasta cierto punto incomprendida. Su mayor confidente es una perrita galga, con lo que queda todo dicho. Los bajos estados de ánimo, depresivos, son constantes y Flaubert recrea con minuciosidad y viveza el pensamiento y los monólogos interiores de Emma, quien a pesar de todo aún no ha perdido la esperanza:


         "En el fondo de su alma, sin embargo, esperaba un acontecimiento. Como los náufragos, paseaba sobre la soledad de su vida sus ojos desesperados, buscando a lo lejos alguna vela blanca en las brumas del horizonte. No sabía cuál sería su suerte, el viento que la llevaría hasta ella, hacia qué orilla la conduciría, si sería chalupa o buque de tres puentes, cargado de angustias o lleno de felicidades hasta los topes. Pero cada mañana, al despertar, lo esperaba para aquel día, y escuchaba todos los ruidos, se levantaba sobresaltada, se extrañaba que no viniera; después, al ponerse el sol, más triste cada vez, deseaba estar ya en el día siguiente". (I, IX)


      Así, la desdichada se debilita y  cae enferma y su fiel marido piensa que quizá sea por vivir en esa zona, por lo que piensa en un cambio de aires. La monotonía vuelve a romperse cuando Emma queda encinta, aunque la verdadera buena noticia es cuando Charles consigue el traslado a un pueblo grande (este ficticio), Yonville l´Abbaye. Tampoco es nada del otro mundo, pues apenas cuenta con el ayuntamiento, el mercado, una posada y una farmacia, y  la influencia del carácter de la región y el ambiente rural es notorio.  Pero, al menos, el círculo de amistades se abre y ahora es cuando conocemos a Homais, otro de los personajes principales de la novela, el astuto farmacéutico, hombre de ciencia y  anticlerical convencido, cuyas transgresoras conversaciones con el cura y otros vecinos suponen unas notas de humor y reflexión.

      También aparece por vez primera Léon Dupuis, joven pasante de notario, quien se aburre como una ostra en Yonville y conectará instantáneamente con Emma pues comparten gustos e inquietudes, iniciando una amistad que posteriormente se desvelará como algo más fuerte. 

      Flaubert me ha parecido maestro no sólo introduciéndose en la mente de cada personaje, mostrándonos su punto de vista y no el suyo como autor, planteando esos monólogos, parlamentos y disyuntivas; también me ha encantado cómo describe elegantemente pero con lujo de detalles el paisaje rural, las casas y el ambiente del pueblo y la región, pues casi parece palparse el olor  a mantequilla, a cereal, a lluvia y a licor. 

      El nacimiento de su hija Berthe poco cambio supondrá, pues Emma apenas le prestará atención, continuando con sus ensoñaciones de alta burguesía y entregada a las lecturas y al cada vez más cercano contacto con Léon, adentrándose en una bonita y cercana amistad pero gestándose una tempestad: 

        "Emma por su parte nunca se preguntó si lo amaba. El amor, creía ella, debía llegar de pronto, con grandes destellos y fulguraciones, celeste  huracán que cae sobre la vida, la trastorna, arranca las voluntades como si fueran hojas y arrastra hacia el abismo el corazón entero. No sabía que, en la terraza de las casas, la lluvia hace lagos cuando los canales están obstruidos y hubiese seguido tranquila de no haber descubierto de repente una grieta en la pared". (II, IV)

      La tensión sexual entre Léon y Emma es cada vez más evidente, ambos se atraen, y cuando parece que este amor imposible va a producirse y ciertos vecinos perciben algo, el joven se marcha a Rouen a continuar sus estudios, un buen pretexto para escapar del escándalo en ciernes.
Sola de nuevo, nuestra protagonista pena de nuevo, manteniendo el ardiente recuerdo  de Léon que poco a poco se va desvaneciendo; mientras, intenta animar su vida con mil aficiones y ocupaciones, como leer literatura varia,  aprender italiano , comprarse un reclinatorio gótico, caros vestidos para estar por casa y  otras extravagancias propensas a habladurías.
Todo esto desvela la falta de rumbo y de objetivos vitales de Emma; tampoco muestra cariño hacia su hija y su marido, aunque es cierto que Charles apenas la conoce y no se da cuenta de nada, mientras que con la madre de su marido tiene frecuentes roces. 

     Con todo este panorama, aparece Rodolphe Boulanger de la Huchette, un terrateniente de la comarca, fanfarrón seductor con experiencia en amoríos. Ve claramente a Emma como una posible muesca más en su dilatado historial, así que, zalamero, consigue embaucarla poco a poco. 

     Tras el lógico coqueteo y una magnífica  y tensa escena donde Flaubert interpola un pleno del ayuntamiento con la conversación  entre Emma y Rodolphe, agarrados de la mano, la mujer de Bovary se entrega poco después, por fin. 

     Con el terrateniente da rienda suelta, no sólo a la pasión y a la lujuria, también al amor y a las confidencias en el bosque. Aprovechando las salidas de trabajo de Charles, Emma visitará asiduamente la casa de Rodolphe y de nuevo es feliz. 

     Un nuevo fracaso de su marido como médico, le lleva a estallar. En este soberbio pasaje es imposible no compadecerse del pobre Charles y a la vez comprender a la irresistible Emma: 

"Entonces Charles, presa de una súbita ternura y de desaliento, se volvió hacia su mujer diciéndole:
- ¡Abrázame, cariño!
-¡Déjame! - dijo ella, toda roja de cólera.
- ¿Qué tienes? ¿Qué tienes?-  repetía él estupefacto-.  ¡Cálmate! ¡Bien sabes que te quiero!..., ¡ven!
-¡Basta! - exclamó ella con aire terrible.
        Y escapando de la sala, Emma cerró la puerta con tanta fuerza, que el barómetro saltó de la pared y se aplastó en el suelo.
       Charles se derrumbó en su sillón, descompuesto, preguntándose lo que le pasaba a su mujer, imaginando una enfermedad nerviosa, llorando y sintiendo vagamente circular alrededor de él algo funesto a incomprensible.
      Cuando de noche Rodolphe llegó al jardín, encontró a su amante que le esperaba al pie de la escalera, en el primer escalón. Se abrazaron y todo su rencor se derritió como la nieve bajo el calor de aquel beso". (II, XI)


       Es una de las etapas donde Madame Bovary está más entregada a la pasión adúltera, con los habituales encuentros nocturnos y diurnos con Rodolphe, en ocasiones amándose al aire libre. Emma parece ser medianamente feliz (más o menos la felicidad que pudiera tener una mujer así) y cada vez se va ilusionando  y queriendo dominar más la situación, para hastío del astuto galán:  

 "Además, Emma tenía ideas extravagantes.
       -Cuando den las doce de la noche-  decía ella-,  pensarás en mí. 
Y si él confesaba que no había pensado, había una serie de reproches, que terminaban   siempre por la eterna pregunta.
           - ¿Me quieres?
 -¡Claro que sí, te quiero!-  le respondía él.
 -¿Mucho?
 -¡Desde luego!
 - ¿No has tenido otros amores, eh?
 -¿Crees que me has cogido virgen? - exclamaba él , riendo.
Emma lloraba, y él se esforzaba por consolarla adornando con retruécanos sus protestas amorosas. 
-¡Oh!, ¡es que te quiero!  -replicaba ella- , te quiero tanto que no puedo pasar sin ti, ¿lo sabes bien? A veces tengo ganas de volver a verte y todas las cóleras del amor me desgarran. Me pregunto: ¿Dónde está? ¿Acaso está hablando con otras mujeres? Ellas le sonríen, él se acerca. ¡Oh, no!, ¿verdad que ninguna te gusta? Las hay más bonitas; ¡pero yo sé amar mejor! ¡Soy tu esclava y tu concubina! ¡Tú eres mi rey, mi ídolo! ¡Eres bueno! ¡Eres guapo! ¡Eres inteligente! ¡Eres fuerte!". (II, XII)

Rodolphe, al cerciorarse de que Emma empieza a comportarse como el resto de sus conquistas, comienza a hartarse  y a actuar con la monotonía de la pasión del día a día. Aún así, planearán juntos una huida, pensando incluso en llevarse con ellos a Berthe, pero a la hora de la verdad, Rodolphe, decidido como desde el principio a utilizar a su amante, se marcha por sorpresa dejándole una carta con endebles explicaciones.  

El abandono del amante sume a Emma en una nueva profunda crisis, de la que Charles apenas se da cuenta o le atribuye causas físicas más que del alma. Además, las deudas comienzan a aflorar.

Con todo, cuando Emma se recupera un tanto, su marido hace por llevarla a la ópera de Rouen, donde se encuentran con Léon.  Madame Bovary descubre que, pese a todo, no lo había olvidado. Pronto hablan a solas (a instancias de Charles, ojo) viéndose en la ciudad de Rouen y Léon, sin otro objetivo que poseerla, se declara, por fin, aunque la protagonista intenta mantener la cabeza ("Soy demasiado vieja, usted demasiado joven...¡olvídeme!").  La atracción entre ambos es patente, aunque Emma intenta mantenerse en su sitio hasta el final, como cuenta Flaubert de forma maravillosa:
  
"Ella pareció reflexionar, y en un tono breve:
-Mañana, a las once en la catedral.
 -¡Allí estaré!-  exclamó cogiéndole las manos que ella retiró.
Y como ambos estaban de pie, él situado detrás de ella, se inclinó hacia su cuello y la besó largamente en la nuca.
 - ¡Pero usted está loco!, ¡ah!, ¡usted está loco! - decía ella con pequeñas risas sonoras, mientras que los besos se multiplicaban.
Entonces, adelantando la cabeza por encima de su hombro, él pareció buscar el consentimiento de sus ojos. Cayeron sobre él, llenos de una majestad glacial.
León dio tres pasos atrás para salir. Se quedó en el umbral. Después musitó con una voz temblorosa:
 -Hasta mañana."   (III, I)


Pese a sus resistencias iniciales, Emma se deja hacer por él subiendo a su coche y cerrando las cortinas, usando éste un argumento que a ella le parece irresistible ("¡Esto se hace en París!") y a partir de entonces se producen los constantes viajes de la Bovary a la casa de Léon, usando como pretexto unas clases de piano a las que nunca irá; Charles, como siempre, ni se dará cuenta de nada ni intentará averiguar algo, pues confía ciegamente en su mujer.

Con Dupuis vivirá una auténtica "luna de miel", alejados de Yonville y de las miradas y comentarios, aunque, al no salir de Normandía, siempre contarán con la posibilidad de que algún amigo o familiar les descubra. Emma, pese a disfrutar de los encuentros y paseos con Léon,  se sabe adúltera y por ello parece tener ciertos remordimientos, y, a la vez, comienza a tornarse menos idealista y más melancólica por las experiencias pasadas,  como denota al decirle al pasante:

"-Ah, tú me dejarás...te cansarás..., serás como los otros.
   Él preguntaba: 
-¿Qué otros? 
-Pues los hombres, en fin- respondía ella.  
  Después añadía rechazándole con un gesto lánguido:
-Sois todos unos infames". (III, IV)


Con todo, ambos están enamorados, aunque Emma más de Léon, y aunque ella disfruta del sexo junto a él, el principio del fin viene cuando se empieza a dar cuenta de que el atractivo, el éxtasis de la pasión adúltera se está yendo y está mutando en rutina, casi como un matrimonio. Y Léon, pese a considerarse superior a la desdichada en el sentido de creer controlar  la situación, en el fondo sabe que Emma es mucha mujer para él:

 "Llegaron a hablar más frecuentemente de cosas indiferentes a su amor; y en las cartas que Emma le enviaba hablaba de flores, de versos, de la luna y de las estrellas, recursos ingenuos de una pasión debilitada que intentaba avivarse con todas las ayudas exteriores. Ella se prometía continuamente, para su próximo viaje, una felicidad profunda; después confesaba no sentir nada extraordinario. Esta decepción se borraba rápidamente bajo una esperanza nueva, y Emma volvía más entusiasmada, más ávida. Se desvestía brutalmente arrancando la cinta delgada de su corsé, que silbaba alrededor de sus caderas como una culebra que se escurre. Iba de puntillas, descalza a mirar otra vez si la puerta estaba cerrada, después con un solo gesto dejaba caer juntos todos sus vestidos; y pálida, sin hablar, seria, se dejaba caer contra el pecho de su amante con un prolongado estremecimiento.
  Sin embargo, había en su frente cubierta de gotas de sudor frío, en sus labios balbucientes, en sus pupilas extraviadas, en sus abrazos, algo extremado, vago y lúgubre, que a Léon le parecía deslizarse entre los dos sutilmente, como para separarlos.
  Léon no se atrevía a hacerle preguntas, pero al verla tan experimentada, pensaba que ella había tenido que pasar todas las pruebas del sufrimiento y del placer. Lo que antes le encantaba ahora le asustaba un poco. Además, él se sublevaba contra la absorción, cada vez mayor, de su personalidad. Estaba resentido contra Emma por esta victoria permanente. Incluso se esforzaba por no quererla; después, al oír el crujido de sus botines, se sentía cobarde, como los borrachos a la vista de los licores fuertes. (III, VI)


Emma sigue endeudándose más y más, y le debe una buena cantidad de dinero al comerciante Lheureux, quien le acecha constantemente. Sigue además mintiendo y ocultándole detalles a Charles, apenas inquieto.  Como Léon se desentiende, la situación alcanza cotas de desesperación, por lo que Emma acude al señor Guillaumin, notario y vecino respetable de Yonville; pero éste se insinúa descaradamente a cambio y ella huye horrorizada. Ahora es tiempo de buscar ayuda en el resto de personalidades del pueblo, causando las murmuraciones del mismo, pero la urgencia lleva a Madame Bovary al punto de acercarse a Rodolphe, tres años después de su huida, para pedirle el dinero, pero cuando éste lógicamente se niega, ella estalla por lo que cree una total injusticia, sabiéndose utilizada hasta más no poder:


          "Pero yo te lo habría dado todo, habría vendido todo, habría trabajado con mis manos, habría mendigado por las carreteras, por una sonrisa, por una mirada, por oírte decir: «¡Gracias!» ¿Y tú te quedas ahí tranquilamente en tu sillón, como si no me hubieras hecho ya sufrir bastante? ¡Sin ti, entérate bien, habría podido vivir feliz! ¿Quién te obligaba? ¿Era una apuesta? Sin embargo, me querías, lo decías... Y todavía, hace un momento... ¡Ah!, ¡hubieras hecho mejor despidiéndome! Tengo las manos calientes de tus besos, y ahí está sobre la alfombra el sitio donde me jurabas de rodillas un amor eterno. Me lo hiciste creer: ¡durante dos años me has arrastrado en el sueño más magnífico y más dulce!... Y mientras, proyectos de viaje, ¿te acuerdas? ¡Oh!, ¡tu carta, tu carta, me desgarró el corazón!... ¡Y después, cuando vuelvo a él, a él, que es rico, feliz, libre, para implorar una ayuda que prestaría el primero que llegara, suplicándole y ofreciéndole toda mi ternura, me rechaza, porque le costaría tres mil francos!" (III, VIII)


Desencantada, derrotada, al límite de sus fuerzas y a punto de perder la cabeza, por no decir totalmente,  Emma roba arsénico de la farmacia de Homais y lo ingiere. Para horror de Charles y el resto de vecinos, comienza su larga y dolorosa agonía. Postrada en cama y rodeada por su hija y por los que la quisieron y también la criticaron, la desgraciada mujer del médico rural deja este mundo, entre fuertes convulsiones y risas de locura. 

La muerte de la protagonista no acaba aún con la novela ni con su influjo, pues luego asistimos a la vida que le queda a Charles y a su hija Berthe; sufren el embargo de casi todos sus bienes y han de vivir muy modestamente.  Durante algún tiempo el médico seguirá recordando a su difunta mujer, pero, poco a poco, la irá olvidando, mientras a la vez los vecinos van dejando de lado a padre e hija. Y Léon, por ejemplo, se casa.  Un día, Charles descubre una carta de Rodolphe a Emma, y apenas le da importancia, pero en otra ocasión topa con todas las misivas escondidas entre ella y Léon Dupuis; por fin se da cuenta de todo y  eso sí supone la estocada definitiva. 

Descuidado y sucio, recluido en su casa, convertido en un ermitaño de larga barba lleno de amargura, abandonado de todo y de todos, aún así sigue siendo Charles hasta el final, cuando se encuentra con Rodolphe y, pese a todo, perdona a su difunta esposa poco antes de morir, en los magníficos y tremendos últimos párrafos de la novela:

 "El otro continuaba hablando de cultivos, ganado, abonos, tapando con frases banales todos los intersticios por donde pudiera deslizarse alguna alusión. Charles no le escuchaba; Rodolphe se daba cuenta, y seguía en la movilidad de su cara el paso de los recuerdos. Aquel rostro se iba enrojeciendo poco a poco, las aletas de la nariz latían de prisa, los labios temblaban; hubo incluso un instante en que Charles, lleno de un furor sombrío, clavó sus ojos en Rodolphe,  quien, en una especie de espanto, se quedó callado. Pero pronto reapareció en su cara el mismo cansancio fúnebre.
- No le guardo rencor-  dijo.
Rodolphe se había quedado mudo. Y Charles, sujetando la cabeza con sus dos manos, replicó con una voz apagada y con el acento resignado de los dolores infinitos:
-No le guardo rencor. 
Incluso añadió una gran frase, la única que jamás había dicho:
- ¡Es culpa de la fatalidad!
Rodolphe, que había sido el agente de aquella fatalidad, reconoció un buenazo en aquel hombre en tal situación, incluso cómico y un poco vil.
Al día siguiente, Charles fue a sentarse en el banco, en el cenador. A través del emparrado se filtraban unos rayos de sol, las hojas de viña dibujaban sus sombras sobre la arena, el jazmín perfumaba el aire, el cielo estaba azul, zumbaban las cantáridas alrededor de los lirios en flor, y Charles se ahogaba como un adolescente bajo los vagos efluvios amorosos que llenaban su corazón apenado.
A las siete, la pequeña Berthe, que no lo había visto en toda la tarde, fue a buscarlo para cenar.
Tenía la cabeza vuelta hacia la pared, los ojos cerrados, la boca abierta, y sostenía en sus manos un largo mechón de cabellos negros.
 -¡Papá, ven!-  le dijo la niña.
Y creyendo que quería jugar, lo empujó suavemente. Cayó al suelo. Estaba muerto. (III, XI)


 Muerto de pena y dolor. Flaubert termina el libro relatando que la pequeña Berthe se traslada con su abuela paterna, pero como ésta muere al poco tiempo, acaba viviendo con una tía suya, comenzando a trabajar hilando algodón,  tan niña como era. Tal es el desgraciado final de los Bovary.

 Retrato sutil e implacable de un tiempo y una sociedad, obra naturalista, trágica, realista, fatalista, antirromántica,  bellísima, triste,  me ha cautivado como pocas, y una de las razones puede ser sus similitudes con La Regenta, novela que tanto debe a Madame Bovary -de hecho acusaron a "Clarín" de plagio- y uno de mis libros favoritos.
 
Pese al más de siglo y medio transcurrido, la historia de Madame Bovary sigue siendo plenamente actual, pues no es ni será la única mujer que no se resigna a su monótona existencia y quiera disfrutar de la vida como hacen los hombres. De hecho algunos han querido ver en Flaubert y su Emma Bovary un alegato del feminismo.  Sí, es verdad que, al contrario que en el tiempo de la novela,  hace décadas las mujeres trabajan y son bastante independientes respecto de ellos, pero en cuanto a la mujer como objeto, como trofeo, la idea está clara. 
Además, muchas mujeres son como Emma, en el sentido de que, teniendo la estabilidad con  un hombre bueno pero plano, se lanzan a la aventura  o, digamos,  suelen interesarse por el fanfarrón,  al que se le ve de lejos pero aún así se prestan, porque la maldad atrae, para qué negarlo.  Como también atrae la ambición y la altura de miras que puedan ver en otro hombre que no sea el suyo. Conformarse o no, esa es la cuestión. 
 Y, desde luego, la mayoría de hombres somos como Rodolphe o Léon al ver a ciertas mujeres como objetivos, como una más.  Por otra parte, otro porcentaje importante somos   como Charles, respecto, en primer lugar, a tener dificultad para comprender a la mujer que está  a su lado y hacerle realmente compañía, y en segundo lugar, a consentir todos los desplantes, malos gestos y falta de amor de esa mujer hacia él,  y no sólo consentir, también perdonar las infidelidades,  pues está enamorado ; y enamorarse de una mujer fatal, sea o no frágil e inestable,  es de lo más destructivo del mundo. Huelga decir que me he identificado con Charles en ciertos aspectos. 

No sé si llego al estado de Mario Vargas Llosa, quien dijo cuando se leyó el libro que desde entonces hasta la muerte viviría enamorado de Madame Bovary, pero sí es verdad que me ha llegado al corazón  la hermosa, soñadora, valiente,  terrible, desdichada y fatal Emma.

Así que, por favor,  sigamos leyendo y releyendo a Flaubert, pues sigue estando vivo en nuestros días.  Y a su Madame Bovary.  

5 comentarios:

  1. Un placer leer esta gran entrada.
    Leí Madame Bovary hace años ,lo empecé en inglés pero tuve que ponerme en versión española para poder captar bien la sutileza de Flauvert.
    Una obra se convierte en clásico,porque más allá del emplazamiento temporal,su esencia permanece.
    Y así es con ésta. Aún hoy,aún teniendo libertad para conducir nuestras vidas, se termina optando por seguir la práctica social . Sigue dando miedo y pudor la escucha interna y actuar según conciencia. Y se sigue recurriendo a cosas banales para hacer callar a la frustración de habernos equivocado.
    Yo llegué a la conclusión de que ningún personaje era feliz y cada cuál lo materializaba de una manera distinta.

    Un saludo.

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    1. Muchas gracias por tus palabras. Sí, esa esencia atemporal es lo que le da plena validez en nuestros días. Tienes razón con eso de que ningún personaje es feliz en la novela; la verdad es que prácticamente el único que lo parece al final es Homais, el farmacéutico.

      Un saludo!!

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  2. Me ha gustado mucho tu entrada, pues está muy completa y has añadido muchos detalles que en su día, cuando leí la novela, no había captado (tenía quince años). Sin embargo, Madame Bovary nunca ha sido mi dama preferida del siglo XIX, quizá porque siempre la he visto como un personaje egoísta y demasiado preocupada por sus amoríos. Tiene una idea demasiado romántica del amor, sacada de las novelas que leía en su juventud. Y, como no puede tener al amante de sus sueños, se los imagina, los idealiza e intenta que sus amantes sean como ella sueña. Para no perderles, se endeuda hasta las cejas y pierde todo su orgullo y su reputación. Lo que menos me gusta de ella es que desatiende a su hija, que depende completamente de ella. No digo que tenga que amar a su marido, pues no puede amarle (ni él se hace querer), pero que no se preocupe de su hija me parece terrible.

    Si tuviera que escoger a una protagonista de estas novelas típicas de la relación adúltera de una mujer casada, me quedaría con Anna Karenina. Además, me gusta más la manera de escribir de Tólstoi, sobre todo cuando describe los pensamientos de Anna y de otras mujeres de una forma tan precisa que asusta. Ya en la época, algunas mujeres se quedaron muy sorprendidas porque no comprendían cómo un hombre podía describir con tal precisión sentimientos que ellas no habían compartido con nadie.

    Con todo, me ha gustado tu entrada. Me dan ganas de volver a releer la novela!

    Un beso!

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    1. Muchas gracias Laura!!! Siempre tan indulgente conmigo :) la verdad es que me ha salido bastante larga, pero bueno. Tienes mucha razón, Emma es bastante egoísta, pues, al sentirse sola e incomprendida, sólo llega a pensar en sí misma sin pensar mucho en el resto de las personas, empezando por su pobre hija...
      Y desde luego, es verdad que los libros se "leen" de distinta forma a los 25-28 que a los 10-15...

      Muchas gracias y un besiño!!

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  3. Emma se dirigía a su hija con un mote,un apodo. Podéis recordar cual era? Es para un examen ;)

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