27.5.14

Vidas perrunas

La pelota cruza el aire y aterriza sobre la tierra sucia salpicada de hierba, apenas botando un par de veces. Algo parecido a una liebre, una exhalación blanca disparada como un rayo, atrapa la esfera de goma.

Pero no es una liebre o un conejo, aunque lo parezca cuando corre. Cierto animal semejante a un can muerde y retuerce unos segundos la pelota, gruñendo de felicidad, y vuelve rauda a tu sitio, dejándotela interesadamente, o el palo, o una piña,  apremiando con un seco ladrido por si no te has sentido aludido. No queda otra que lanzarle lo que sea de nuevo a lo lejos.



 Renata en su hábitat natural.


Renata,  siete años, es blanca, blanquísima, con unas pocas motas irregulares de marrón canela, sobre todo en la cabeza.  Tan lechosa que en un primer momento la llamamos Nata, pero poco después tuvimos a bien añadirle un Re-  en pos de  algo más original, y desde luego, más castizo.  También es defectuosamente alargada y sinuosa, desde el morro hasta la cola. Mezcla curiosa de ratonero valenciano, Jack Russell terrier y algún elemento más inclasificable, vino al mundo en algún lugar del valle de Albaida, y de no ser porque nos la regalaron, ahora llevaría una existencia silvestre entre naranjos y acequias, llena de bichos y con la experiencia de varias camadas.
De mirada lánguida, tristona, sin embargo es alegre y activa. Su comportamiento y carácter denotan su raza, pese a su mestizaje, pues es fibrosa, atlética, incansable, y  como perro cazador (de roedores,  en su caso) posee un finísimo olfato y un afán de búsqueda hasta el final. No duda en zambullirse en marañas de matorrales si la pelota o el palo han caído ahí. Y como los ratoneros, que además de rastreadores son guardianes, ladra en demasía.

De la pureza de sangre de su "hermana" , que la observa a poca distancia esperando su turno, no hay duda. Pues Vilma, de  tres años, es yorkshire terrier, de padre y madre yorkie y más allá, suponemos.  Quizá por ello es más altiva,  celosa y posesiva que Renata. De denso y sedoso pelaje en varios tonos, dominando un marrón peluche y el gris,  y que precisa cuidadosos cepillados y constantes lavados, es algo más pequeña que aquella y también más tranquila y sedentaria. No obstante, es un perro de cojín, como la llamamos con sorna y cariño en casa. Como buen yorkshire, también tiene predisposición al ladrido, y , además, suele ser arisca con los demás perros y con la gente; básicamente prefiere sólo nuestra compañía. Uno de sus lugares predilectos en la calle es en un banco, a tu lado, ligeramente apoyada en ti, observando el panorama mientras husmea el aire. De su aparente altivez con los demás canes no hay nada aparte del ladrido inicial, pues pronto se achanta y busca tu cobijo, así como cuando escucha cualquier ruido estridente, aunque curiosamente lleva bastante mejor que Renata la tortura de los petardos; digo curiosamente porque Vilma es almeriense. 

  
Vilma con su cara de ewok tomando el sol.  



Este par de elementos son mis dos perrillas. Mis niñas, como digo a veces en un alarde de afectividad con algo de locura.  Tal para cual las dos, se toleran, se quieren, se odian y nos traen de cabeza a todos. En verdad  se complementan, y cuando una ataca a la otra, luego se perdonan y es la otra quien hace el bien a la una.  Por ejemplo, la mayor le suele quitar la cama y a veces la comida a la menor, pero luego le consigue la pelota de los lugares más difíciles y se la cede gustosa; Renata es por lo general más generosa, cálida y noble, y  Vilma más flamenca, acaparadora y egoísta. Aunque cuidado como oses molestar a la primera cuando está comiendo o descansando, o te llevarás una tarascada en forma de diente. Por otra parte, la segunda necesita siempre estar cerca tuya. Tales son las vidas felices de estos dos animales, sin más preocupaciones que comer, dormir, hacer sus necesidades, tomar el sol, pasear,  jugar y, por encima de todo, darte cariño, lealtad y amor, como sólo puede dártelo un perro, a su cánido modo.

Ya he escrito más de una vez sobre el perro, su circunstancia, su valor  y todo lo que aporta al género humano, para bien y para mal, y todo aquel que tenga perro/s o haya tenido, sabe perfectamente a lo que me refiero. 
 Renata Vilma son ya parte de mi vida, y lo seguirán siendo cuando ya no estén, como mi primera perrilla, la insustituible  Nisa. Al igual que ella, las otras dos se irán al cielo de los perros algún día y su recuerdo pervivirá por siempre.

El otro día cierto columnista escribió que pocas decisiones son más absurdas que comprar o adoptar a un perro, en el sentido de que, salvo accidente o enfermedad fatal, le sobrevivirás  y vas a verle morir, prácticamente entre tus brazos. Así, ¿es rentable emocionalmente? ¿compensa ese momento de extremo dolor en relación con los años de felicidad, cariño y compañía que te ha dado?

Mentiría si dijera que no compensa, pese a los malos tragos que he pasado y que pasaré. Insisto con lo de que quien nunca haya tenido perro no me entenderá, así como los que tienen o tuvieron sí. Pues, ¿cómo explicar esa sensación de cariño cuando acercan su hociquillo a tu cara, o a tu pecho, y te dan cálidos lametazos? ¿Esa compañía silenciosa, cuando saben perfectamente que estás enfadado o defraudado con algo o alguien, y se colocan a tu lado, sin molestar? ¿Cómo describir esa sensación cuando vuelves a casa después de semanas, de todo el día o incluso sólo de unas horas, y te reciben con mil carantoñas, excitadas y  llenas de felicidad? ¿O la alegría que les da saber que te estás cambiando y preparándote para irte a jugar con ellas al parque, cuando te escuchan abrir el armario? ¿Y las risas cuando, apenas has intercambiado una palabra con tu madre, ya saben que, maldición para ellas, vas a darle un baño y se esconden o lo intentan? ¿Ese optimismo que te transmiten, subiéndote el ánimo, cuando te das un paseo con ellas, y las ves felices abriendo naranjas, pero sobre todo felices contigo? ¿Ese momento de "qué bruja" cuando, regalonas, muestran la barriga para que se la acaricies?  ¿La tranquilidad cuando se posan encima tuya, e incluso se recuestan, con toda su pachorra, y sientes los latidos de su corazón? ¿O cuando se ponen a observarte silenciosamente, ya sea esperando su comida o su paseo? ¿Esa conexión tan fina, sutil, con sólo una palabra, un silbido e incluso un gesto?
















 
Siesta veraniega.





                                                     Ese hocico...


 Ciertamente, no entiendo cómo un perro puede ser tan noble, fiel, inteligente, cariñoso  y especial (es difícil de entender que tenga esas cualidades tan positivas, y no porque sea un mamífero emparentado con el lobo),  como tampoco comprendo que exista quien abandona, maltrata, tortura o mata a este bellísimo y extraordinario animal tan humanista.  A esas personas (por llamarlos de algún modo) les deseo la peor de las desgracias, con toda la acritud del mundo.

Un perro, ya sea macho o hembra, grande, mediano, pequeño o diminuto, con pedigrí, de pura raza o  mestizo/callejero/cortijero (para mí, los mejores),  es algo único. Y te hacen sentir único, verdaderamente. Siendo un tópico lo de su compañía preferible a la de la mayoría de humanos, es totalmente cierto. Sí, no siempre hay ganas de sacarlas, a veces son muy pesadas y causan más de un quebranto por comerse cosas del suelo o su  actitud con otros perros o con niños, pero la balanza está muy descompensada a su favor. 
Por todo ello, me reafirmo en lo de la rentabilidad emocional  y digo  "sí" a tener perros. Sé que su pérdida será un duro golpe irreparable, un desgarramiento más que momentáneo,  pero el bien que te hacen en el corazón compensa todo, aunque suene egoísta e interesado, pero no lo es.

Decisión absurda, ilógica, tonta. Puede. Pero yo ya no concibo mi vida sin perros.

6.5.14

Nostalgia

Llevo unos días con una nostalgia tremenda, impregnada de ese pesimismo lleno de remordimientos tan habitual en mí. 

Nostalgia por una ciudad, unos momentos y unos ambientes que ya no van a volver.

Nostalgia por el inevitable e implacable paso del tiempo. 

Nostalgia porque hace ya tres años que mi abuela nos dejó, en un triste mayo como éste, y su recuerdo sigue tan vivo como su risa, sus expresiones y sus platos.

Nostalgia porque mi mayor debilidad, la que casi me finiquita hace años, me sigue jodiendo en el presente y no me deja ni construir un futuro ni avanzar hacia él. 

Nostalgia porque soy alguien tremendamente autodestructivo. 

Nostalgia por ese pasado al que me gustaría volver para proceder mejor de lo que lo hice.  

Nostalgia porque pude serlo todo y no soy nada. 

Nostalgia porque, con sólo 28 años, ya estoy cansado de algunas cosas. 

Sólo eso, nostalgia. Y algo más.