11.12.13

Tertulianos, esa plaga.

De un tiempo  (diríase en los estertores del zapaterismo, mediado 2009 y sobre todo 2010-2011)  a esta parte, hemos ido asistiendo a cómo en televisión han proliferado y proliferan como hongos programas de debate y análisis político y de actualidad donde las estrellas, lejos de ser los temas y el nivel intelectual del debate, son los tertulianos y tertulianas del mismo.

En la larga agonía del gobierno de  Rodríguez Zapatero, cadenas abiertamente contrarias a su socialismo como Intereconomía TV hicieron el agosto y vieron notablemente incrementados sus cifras de audiencia con programas donde el punto fuerte se hallaba en los debates entre tertulianos, donde se hablaba de la latente actualidad política (esa negada crisis en ciernes) se solía poner en entredicho al presidente y se trataban otros temas de a diario. Con el cambio de gobierno y el ascenso del PP al mismo, recogió el testigo de azote  y explotadora de debates otra cadena como La Sexta, claramente tendenciosa en contra del PP. En La Sexta se distinguen claramente dos etapas, la primera desde su nacimiento en 2006  hasta finales de  2011 y la segunda desde esa fecha -victoria del PP-, pues con este partido en el gobierno no ha dejado de incrementar los programas sobre actualidad política y debate (2 al día),  discurriendo apenas 4 horas entre la última tertulia y la siguiente.  Es más, por lo visto consideran escasas  esas dos de lunes a viernes y desde hace poco hay otra más los sábados por la noche. Oportunismo;  siempre se vive mejor contra el enemigo, desde luego. 

En la situación actual, con una clase política cada vez más devaluada y despreciada y con razón (corruptelas, falsedades, irresponsabilidades),  una Justicia en entredicho (y en ocasiones demasiado relacionada con aquella), una economía renqueante y  poco fiable y  un estado general de la sociedad y de la nación más que calamitoso a todos los niveles, la televisión recurre a lo fácil. Es decir, para generar opinión e informar al público,  si se quiere,  en vez de recurrir a científicos, literatos, economistas de verdad, historiadores, antropólogos, filósofos  y un largo etcétera (vamos, intelectuales con todas las reglas de la ley, quienes como siempre permanecen marginados, recluidos en sus libros, sus publicaciones y sus blogs), por ejemplo,  las cadenas televisivas no dejan de incrementar esos programitas con mesa donde una troupe de tertulianos (y tertulianas, por supuesto, pero de aquí en adelante emplearé sólo el masculino, sin ninguna razón especial) expertos en todo y sabios en nada, desgranan uno por uno los asuntos del día y/o la semana. 

Sí, expertos en todo. Todo buen tertuliano que se precie ha de saber hablar (y pontificar, en los casos de tertulianos más capaces) sobre cualquier tema: la prima de riesgo, Gibraltar, los desahucios, la banca, el capitalismo, la política exterior,  el rescate, Obama, las cuentas del rey y el papel de la monarquía, la casta política, José Bretón, Bárcenas,  la cadena perpetua, el terrorismo, los nacionalismos periféricos, Urdanga,  la doctrina Parot,   la fimosis de Franco, etc, etc. 

Podría argüirse que esto de los tertulianos y los acalorados debates en televisión no deja de ser un reflejo de uno de nuestros deportes nacionales, pues pocas cosas son más españolas que arreglar el país (y el mundo si se tercia) desde la barra de un bar con una caña o tomando un café. Pero hay una sutil diferencia. Las preocupaciones de las clases medias y bajas no son exactamente las mismas que la de estos bienpagados periodistas (y no periodistas) quienes con frecuencia dicen representar y dar voz al pueblo,  y, desde luego, a nadie que debata acaloradamente con los amigos en un bar o una cafetería se le paga por ello.

Pues los tertulianos televisivos, evidentemente, cobran por sus inestimables servicios. Informaciones fiables -digo fiables porque uno de ellos lo insinuó una vez-  hablan de 300 o 400 euros como mínimo por rato (es decir, media hora,  una hora,  a veces dos). Es un excelente negocio (e indignante para el resto de las personas), que te den tantos billetes por decir tres sandeces en un plató. Vamos, si un individuo se pasea unas 4 veces por semana por las televisiones  (además, no estoy contando las tertulias de la radio) ya tiene  1.600 euros semanales más en la cartera. Bonito, ¿eh?

Así las cosas, en los últimos dos o tres años no han dejado los tertulianos de aumentar su presencia en platós y cadenas.  Tanto que se ponen de moda denominaciones nuevas o antes muy poco usadas, como "analista político"  "de  actualidad" (Además, un tertuliano no quiere ser motejado de "tertuliano", prefiere el más elegante de "analista") .
La situación está llegando a ser agobiante pues dado el afán trabajador de ciertos individuos, es bastante posible ver a un tertuliano todos los días, o por lo menos 5 de los 7  (¡Más que a ciertos amigos y familiares!) . Es más, en ocasiones en un día su imagen puede repetírsete aunque cambies de programa y de cadena. Misma cara, mismas expresiones, misma prepotencia (a veces), misma mala educación (a veces). De verdad aburre y desasosiega, pues uno tiene la sensación de deja vú. Y más si por desgracia no se trabaja y se tiene mucho tiempo libre, como es mi caso.  Ante la enésima contemplación del experto tertuliano y de su careto conocido, últimamente opto por cambiar de cadena (siempre habrá algo mejor que un debate televisivo) o apagar la tele (siempre habrá algo mejor que ver la televisión). 

Antes, hace años, llegaba la hora de una tertulia, y se veía con verdadera gana, pues era novedoso. Ver a alguno de tus periodistas favoritos, ya fuera  por sus ideas, sus programas o sus artículos periodísticos, era un estímulo, para qué negarlo. Actualmente, ya no, tal es la saturación de tertulianos; y es más, han dejado de caerme bien hasta los que piensan como yo o parecido, pues ya los veo prepotentes, repetitivos, observándome desde una posición elevada, despectiva.

Uno entiende, en contra del parecer general de los responsables televisivos y de los espectadores (pues estos debates y programas siguen teniendo buenas audiencias) , que en un contexto de sobreinformación como el actual  de sobra conocemos las opiniones de estos preclaros periodistas  y "periodistas" pontificadores, ya sea en sus artículos periodísticos, en sus blogs, en su Facebook o en su Twitter, por ejemplo. Pues no. También han de darnos la brasa día tras día, detrás de una mesa y escupiéndole al rival y al espectador.  Hasta el final. 

En estos dos o tres años he podido hacerme medianamente experto en  reconocer y conocer detenidamente a cada uno de ellos (y a algunos ya sabía de qué pie cojeaban por leerlos en los periódicos o en webs) por lo que pueden hacerse distinciones y clases entre la variada aunque en el fondo tan parecida entre sí clase tertuliana. Así, tenemos:

- El sabelotodo: todo buen tertuliano que se precie es sabelotodo por definición, si bien pueden hacerse distingos entre los que tienen menos o más modestia,  hablan con mayor suficiencia, pontifican con aires de superioridad o tratan despectivamente al rival o rivales. Poco o nada importa que siendo sólo periodista parlamente con mucha propiedad de economía, de historia o de leyes. En esta dura y larga crisis, de entre las huestes tertulianas han surgido muchas voces de la nada que ¡oh, cielos! resulta que sabían mucho de economía, no sólo para poder sentarse en un plató, también para escribir libros, por ejemplo.  Su superioridad moral es más intensa que en el resto de tertulianos, y  su capacidad para hablar de cualquier tema debe ser tal que el titubeo o las concesiones al contrario no se contemplan. A degüello. Un excelente ejemplo es la insoportable Elisa Beni, aunque también están la chabacana Pilar Rahola, la rígida Carmen Tomás,  los ínclitos Isabel Durán  e  Ignacio Escolar ( blogger y tuitero con predicamento entre la progresía, escribe libros de economía, de historia, de novela histórica y de relatos cortos. Lo parte, el muchacho),   Rubén Amón (quien rizando el rizo también frecuenta las tertulias deportivas)   o   el  maquiavélico  Eduardo Inda (de la polémica dirección de Marca a destapar los escándalos de Urdangarin). 

- El pijoprogre: suele ser joven (aunque los hay maduros) ,  "progresista" y  decidido socialista, pero no socialista de los años 80 y 90, sino de la nueva hornada surgida al calor de Zapatero con personalidades tan destacadas como Elena Valenciano,  Leire Pajín, Óscar López , Beatriz Talegón  o  "Edu" Madina. Es decir, políticos de escasa preparación y trayectoria pero llamados a ser los próximos líderes del socialismo español. Son pijoprogres, como pijoprogres son estos maniqueos  sectarios que se dicen de izquierdas (algunos, más que socialistas, se arriman más al comunismo)  y suelen hacerse (y defender a ) los indignados, despotricar contra el "capitalismo salvaje", "la tiranía de los mercados y del neoliberalismo", "la derecha que corta las libertades"   y  decir demás coletillas de progre. Sin embargo, en los programas no se despegan de sus  Apple (ya sean caros I-phones o no menos baratos I-pads),  suelen ser bastante activos en Twitter y están a la última en todo. Pese a su pretensión de pasar por pueblo llano, no tienen remilgos en pasar por caja como tertulianos, y  tienen una pinta de  hijos de papá con colegio privado y vida fácil que se ve a la legua. El ejemplo más notable es de nuevo Ignacio Escolar; también Fernando Berlín es una buena pieza, como  Jesús Cintora,  y,   éste más talludito ya, Antonio García Ferreras.

- El liberal: se autoproclaman y van por ahí de liberales, aunque la mayoría no sepa del todo bien qué es eso. Conservadores, defienden con pocas fisuras al PP, y su labor consiste básicamente en minimizar y quitarle todo el hierro posible a las numerosas cagadas y barrabasadas de este partido en el gobierno y en el resto de España (con la clásica táctica del  "y tú más"  o " y tú también", tan habitual en los políticos de todos los signos),   así como decididos defensores de la Iglesia.  Algunos con pinta de  pijos de calle Serrano, Son peperos y como tales claros partidarios de Rajoy y de Cospedal  (con ciertos casos de lacayismo)  aunque entre el tertuliano liberal hay dos clases, uno rajoyista (y considerado por todo el mundo como moderado) y otro de ese PP anterior a 2004, es decir, de Aznar, Aguirre y otros (éstos suelen ser considerados como "el ala dura" para los progres), quienes suelen ser los más críticos con el actual presidente del Gobierno.  Liberales son sin duda Federico Quevedo, Isabel San Sebastián,  Francisco Marhuenda, Alfonso Merlos  o Isabel Durán.

- El progre: como el pijoprogre, es claramente "progresista" y socialista, pero es más maduro, más trabajado y más creíble en sus convicciones que éste. La mayoría socialistas de la vieja escuela, suelen posicionarse evidentemente del lado de las clases populares, pero a la vez son más reservados respecto a los indignados y, recalco, no suenan tan falsamente incendiarios como los pijoprogres. Aún así, pasan conveniente  y repetitivamente por caja al acabar su labor, sin reservas.  Serían tertulianos progres  Carmelo Encinas, Fernando Garea, José María Calleja o Antonio Miguel Carmona. 


- El ubicuo ("Ubicuo": Del latín  ubīque, en todas partes, dice la RAE): vamos, que está en todos los platós. Son los tertulianos más esforzados, más enérgicos y trabajadores, pues tienen sobrada capacidad para antes de la hora de comer haber aparecido unas dos o tres veces ante las cámaras en cadenas distintas (y eso, una vez más, que excluyo a la radio) y volver luego con sobradas energías a los debates de la noche. No puede negárseles una total entrega a la causa tertuliana pues se han dado casos de profesionales a las dos y pico de la madrugada (en el debate del Canal 24H de TVE) vistos de nuevo, como una rosa, a las 9 de la mañana del día siguiente en las tertulias matutinas.  Ante ejemplos de ubicuidad extrema llega uno a pensar que disponen de un colchón  en el backstage, para descansar un tiempo entre debate y debate.  Son ubicuos Francisco Marhuenda (que se debe aburrir mucho en su despacho de "La Razón") , José María Calleja, Antonio Miguel Carmona (quien, aunque no lo parezca, es  también catedrático y parlamentario autonómico en Madrid), Carmen Morodo,  Carmelo Encinas,  Eduardo Inda (de nuevo) y desde luego la persistente  Elisa Beni (quien también da lecciones en programas bochornosos como De buena ley).

- El colega: dícese del periodista que suele presumir de contactos y de agenda con vips, ya sea por su labor profesional en el Congreso o en la sede de tal partido  y/ o por sus méritos personales. Suelen soltar coletillas del estilo "conozco muy bien a Fulano y..." , o  "son muchos años con ella  y yo sé qué Mengana no hará...". Algunos se presentan como "amigos de" (como hacen ciertos periodistas deportivos) por lo que su neutralidad debería quedar en entredicho; es más, en ciertos casos han trabajado al lado de un político o un partido.  Es una vieja y polémica cuestión ésta, la de la relación entre política y periodismo. Un buen ejemplo es Esther Palomera, y también contarían y muy mucho Francisco Marhuenda (otra vez, sí)  Federico Quevedo o  Pilar Rahola.

- El de la vieja escuela: clase  en retroceso y poco abundante.  Son los más veteranos en estas lides y a quienes el desarrollo de la informática y de Internet les ha quedado algo lejos, aunque algunos han sabido adaptarse muy bien.  Son profesionales con 60 o más años que empezaron a trabajar en la transición democrática (1975-1982) o incluso antes. Por tanto conocieron otro tipo de periodismo y de televisión, ya extinta. Tal vez por ello, suelen ser los más educados y en muchos casos los que menos superiores se creen.  Aunque como digo ciertos periodistas han sabido modernizarse, otros parecen seguir siendo ese tipo con tirantes, máquina de escribir y whisky en el cajón de la mesa en la redacción. Son de la vieja escuela Raúl del Pozo, José Oneto,  Pilar Cernuda, Fernando Ónega  o Joaquín Estefanía.

- El sin papeles: un poco en relación con la anterior, aunque no necesariamente. Teóricamente, a un debate uno ha de acudir con algún tipo de soporte, de ayuda, ya sea (antes de los portátiles y tablets)  una libreta, unos folios, un libro, algo para justificar las teorías e ideas expuestas, se supone. El sin papeles va tanto sin hojas de papel como sin informática, no se sabe si porque tiene una memoria prodigiosa y recuerda todo para su excelsa exposición de argumentos, o porque a fuerza de decir tres veces al día las mismas tonterías se queda necesariamente en la cabeza.  El mejor ejemplo es José María Calleja (otro multiclase, como véis), aunque también vale Eduardo Inda, de nuevo. 

- El tablet-man: en contraposición al sin papeles. Este tipo de tertuliano, siempre a la última, es inseparable de la tablet o teléfono móvil (se puede dar el caso de un ordenador portátil, pero es demasiado aparatoso; además eso queda para el presentador) , y constantemente recurre a él para decir frases literales, obtener información extra o para justificarse o simplemente pasar de lo que está diciendo otro tertuliano: suele ser habitual la imagen de un distinguido  profesional, pasando el dedito por la pantalla del I-pad, absorto y haciendo caso omiso a la intervención del de enfrente, para luego dar lecciones de dignidad y educación. Con esto de las tablets y los móviles como carpetas se da la circunstancia de que en muchos de estos casos, los más adictos a estos nada baratos aparatos son los más (falsamente) indignados luego con los recortes del gobierno y la precaria situación de los trabajadores y la economía; para más inri, también suelen ser los más (falsamente) anticapitalistas, cuando luego no se despegan de productos claramente simbólicos de Estados Unidos y del capitalismo como Apple. Tertulianos tablets son los inefables  Nacho Escolar, Elisa Beni,  Fernando Berlín o el híbrido Antonio García Ferreras. 

- El despegado: pasota, le da igual todo. Suelen ir de neutrales y no se posicionan con nada ni nadie, critican todo y le dan estopa a cualquiera, aunque en ocasiones se ven sus simpatías y fobias, pero les gusta ir de mavericks de la vida, de ronin de los platós.  Si ya de por sí un tertuliano se cree superior moral y se considera autolegitimado, el despegado es más "molón" aún, pues no se le puede echar nada en cara. Serían ejemplos Alfonso Rojo,  Rubén Amón o Raúl del Pozo, aunque la nómina es amplia, y unos lo disimulan mejor que otros.

- El infiltrado: aquí nos referimos a esos políticos que, ya sea por defender sus ideas fuera del Parlamento,  o porque se aburren mucho en él, o porque su partido ya no le da bola  o porque quieren un suplemento en su ya de por sí generoso sueldo, descienden de vez en cuando de las alturas de su escaño y se sientan  con otros periodistas o profesionales. Creen que están dando la cara por el pueblo y por sus votantes cuando resultan tanto o más insoportables que la mayoría de tertulianos. Son infiltrados  el diputado del PSM Antonio Miguel Carmona, los independentistas Joan Tardà y Joan Ridao, el niño bonito de Izquierda Unida Alberto Garzón, los peperos Francisco Granados y Antonio Hernando,  el catalán que no catalanista Albert Rivera  o el "senador" Iñaki Anasagasti.

- El presentador:  clase híbrida ésta. Supuestamente simples presentadores del debate, en teoría su labor ha de limitarse a exponer los hechos,  controlar los tiempos, quitar y dar la palabra a los contertulios...pero no. Un presentador es también tertuliano pues a la mínima da su opinión sobre los temas y en ocasiones impone la suya. Se les ve tanto el plumero que clama al cielo cuando se presentan como neutrales. Los de los programas  de Intereconomía son un buen ejemplo, así como Jesús Cintora o Antonio García Ferreras, todo un tertuliano más. 

- El cruzado: alguien que va a defender sus ideas a territorio hostil y enemigo. Dícese del periodista (aunque casi hay más políticos) nacionalista-separatista que constantemente desprecia a España y la idea de la unidad nacional desde sus artículos/trabajo  o su labor como parlamentario/senador, pero que sin embargo no tiene reparos en acercarse a Madrid/Madrit , capital cavernaria, para dar la brasa a nivel nacional a hablar de cualquier tema, y, lo que es más importante, cobrar una vez más a costa del odioso Estado Español (aunque, bien mirado, eso debe excitarle, el de que te paguen dinero por despreciar lo que odias o dices odiar). Cruzados son Pilar Rahola, Antón Losada,  Joan Tardà, Joan Ridao o ese digno senador del PNV, Iñaki Anasagasti. 

- El esporádico: clase minoritaria, y los más admirables (tal vez sea porque tienen más principios que el resto). Periodistas que aparecen muy de vez en cuando en pantalla (en ocasiones, sólo una vez por semana), ya sea por timidez, porque consideran que ya dan su opinión en su periódico o página personal o porque simplemente no les da la gana de convertirse en un pontificador experto en todo. Dignidad, se llama. Mi admirado David Gistau, fiel todavía a sí mismo, sería un buen ejemplo (y  su amigo, el igualmente grande Manuel Jabois, no frecuenta ninguna) ; también valdrían Ignacio Camacho, Fernando Garea, Pilar Cernuda  o Arturo González.  

 - El freak: realmente inclasificable, esta clase es bastante variopinta y admite todas las tendencias y profesiones. El freak suele soltar frases contundentes, utilizar expresiones normalmente  chocantes y graciosas (y a veces ridículas) -en ocasiones chabacanas-  y en sí tienen un comportamiento cuanto menos curioso. Tenemos freaks en la ultraderecha (Eduardo García Serrano, todo un reducto del franquismo, o Pío Moa), en la derecha (Miguel Ángel Rodríguez) ,  en el catalanismo (Pilar Rahola), en la demagogia más rancia (Miguel Ángel Revilla) o en indefinibles ( el doctor Cabrera,  Massiel). 



Y nada más. Una vez expuestas las clases de tertulianos con nombres concretos incluidos (puede criticárseme y algunos se podrían sentir ofendidos, pero bastante nos ofenden ya  a todos al cobrar por decir memeces y bastante  superiores se creen ya, así que me resbala...por otra parte, no soy nadie y mi influencia y repercusión son nulas) me siento algo más liberado, más descargado de tanta presión de la  poderosa "casta tertuliana". Lo malo es que debates vamos a seguir padeciendo en televisión, y no tiene visos de que vayan a dejar de existir o por lo menos disminuir. Quizá, me gusta pensar, algún día la burbuja explote y tanto la audiencia como los responsables televisivos se cansen de tantas lecciones relamidas, por fin. O, en el caso de que llegue la ansiada refundación del sistema político y de la sociedad, también surja de las cenizas de la destrucción un nuevo modo de hacer televisión. Mucho pido, me temo. 

4.12.13

...Al fin se rindió Granada. Balance de "Isabel".

El lunes por la  noche pudimos asistir al último capítulo de la segunda temporada de  Isabel, en la 1 de TVE. Así, ya en  enero de 1492, se nos mostró la entrega de las llaves de Granada por Boabdil a los Reyes Católicos, en una emocionante y bella escena claramente inspirada (era un calco) en el célebre cuadro de Francisco Pradilla (1882) sobre la rendición de la ciudad. Tantos anhelos, tantas esperanzas en ese momento de las llaves, por fin el triunfo total llegaba después de más de 700 años de Reconquista...Granada era cristiana. 


Aunque el capítulo no acabó ahí, pues luego se versó sobre la consiguiente expulsión de los judíos, la reorganización del reino y todo lo relativo al viaje de Colón, la escena de Granada era claramente la más importante y el final rotundo de estas dos temporadas de serie, desde que comenzaran con la infancia y adolescencia de Isabel, hacia el año 1461. Pese a las dificultades económicas y las incertidumbres, el éxito (tanto en audiencia, como en crítica y en premios)  de la serie ha sido tal que en poco tiempo tendremos una nueva temporada, ya centrada en los primeros años en América, las relaciones con el Papa Borgia, la figura de  Cisneros,  los asuntos de Italia o los matrimonios de los hijos de los reyes.

Ya comenté por aquí hace tiempo la larga espera hasta ver la serie y, en su momento, no me decepcionó, acostumbrado como está uno al bajo nivel de las producciones españolas y más si son de tipo histórico (Toledo, Hispania, Eboli,  ¡ejem!). Isabel, vuelvo a repetir, se elevó y se eleva por encima de todas por su cuidada ambientación (aunque a veces abusa de los efectos digitales, notándose demasiado)  , el buen gusto,  la cierta calidad de sus diálogos, el uso de un lenguaje correcto con pocas licencias actuales,  lo notable del trabajo de un buen número de actores y actrices   y, también, porque enseña historia y divierte a quien hasta ese momento la tuviera recluida y arrinconada en los libros. Ya dije  hace más de un año, con los capítulos más exitosos,  que en una librería ví a una mujer preguntar por  "algún libro de Isabel la Católica".

Y sí, la ambientación es en general buena, con predominio de las escenas de interior sobre las de exterior, el uso de las fortalezas castellanas que aún quedan en pie y un hasta cierto punto lujoso vestuario, rico en detalles.  La música además acompaña, aunque quizá se echa en falta alguna composición de la época  y más de un villancico o un romance cantado. Los diálogos son rotundos, atrayentes y de calidad, huyendo de la chabacanería habitual, usándose como digo un lenguaje más o menos parecido al de finales del siglo XV en Castilla, pero con ciertas y lógicas licencias, para agilizar las conversaciones y hacerlas más atractivas para el espectador medio, aunque un historiador o un filólogo quedaría completamente feliz si los personajes de Isabel hablasen como se puede leer en Fernando del Pulgar, Juan del Encina, Hernando de Talavera  o en cualquiera de los muchos documentos firmados por los reyes.
También son buenas la mayor parte de las interpretaciones, destacando Fernando (Rodolfo Sancho), el marqués de Villena (Ginés García Millán, éste de la primera temporada), el arzobispo Carrillo (Pedro Casablanc) , Chacón (Ramón Madaula),  fray Hernando (Lluís Soler), el Muley Hacén (Roberto Enríquez) e incluso la propia Isabel (pese a mis reservas iniciales, me ha acabado sorprendiendo Michelle Jenner).

Por contra, siendo más frío y crítico,  la serie también tiene sus defectos.

Uno de los más notorios es la narración acelerada de los acontecimientos en ciertos pasajes de la serie, pues los años se nos muestran volando, un paso del tiempo que no se refleja adecuadamente en el envejecimiento, al menos aparente, de los personajes principales (de esto también adolecía Los Tudor). Michelle Jenner (27 años) interpreta a Isabel desde que ésta tiene 16 años, en 1467. Hasta 1492, ya una mujer de 41 años, su aspecto físico es prácticamente el mismo, con la única diferencia de cubrir su larga melena castaña, cuando realmente Isabel a esa edad debía notársele mucho el paso del tiempo, teniendo en cuenta la esperanza de vida por aquellos entonces,   y más con la vida itinerante que siempre tuvo y que también tuvo Fernando de Aragón. El actor que interpreta a éste, Rodolfo Sancho (38 años, algo que se nota muy mucho en contraposición a Jenner) también presenta prácticamente la misma apariencia siempre, y eso teniendo en cuenta que cuando se casó, en 1469, tenía sólo... ¡17 años! (era un año menor que Isabel). Eso sí, la barba que no falte. Prácticamente todos los personajes principales la lucen, aun cuando en esta época lo normal entre nobles y personalidades era ir afeitado, y el vello capilar quedaba para  el vulgo, ciertos religiosos, eremitas, o artistas. Fernando, el Gran Capitán, Colón, Chacón, Cárdenas,  Beltrán de la Cueva, etc, todos,  llevan barbita ; y en los retratos y testimonios  de la época podemos ver que no la presentaban, pero  en pantalla siempre queda más romántico. 

 En el bando contrario, los nazaríes cuentan con la enorme suerte y ventaja de vivir en la Alhambra (se abrió de nuevo después de muchos años para las cámaras) , y en cuanto a su representación -interpretaciones de los actores aparte-  es realista, pero adolece un tanto de ese filoarabismo dominante, que tiene a idealizar demasiado a los árabes y musulmanes, en la línea del romanticismo del siglo XIX.  Aunque la verdad, siempre me parecieron atractivas figuras como la del Mulay Hassan (o Muley Hacén), padre de Boabdil y antepenúltimo emir de Granada, quien eligió ser enterrado en el lugar más alto y más alejado de las personas: en el mayor pico de Sierra Nevada, que se llama así (Mulhacén) en su honor. 

Más defectos o aspectos a mejorar, y no quiero ser exhaustivo, serían también las confusas escenas de acción y el desaprovechamiento del paisaje castellano, tan rotundo en su grandeza. Desde la Cordillera Cantábrica a Sierra Morena hay extensos campos, dorados, legendarios, sencillos pero grandiosos, perfectos para ser filmados. Además, en la serie exponen como muy fácil  y casi instantáneo el viajar por ejemplo de Burgos a Toledo, de allí a Zaragoza, o a Sevilla, y de allí a Sintra, para luego llegar hasta Barcelona pasando por Segovia, cuando hay cientos y cientos de kilómetros, accidentes naturales, inclemencias del tiempo y asaltadores de caminos.  Por otra parte, al ser una serie española se notan las lógicas limitaciones de presupuesto, y tanto cuando se emplean los efectos por ordenador se nota demasiado (por ejemplo una Sevilla bastante irreal que parece sacada del  Age of Empires)  como en las luchas entre hombres, que se suelen limitar a pequeñísimos grupos, una cabalgada y dos espadazos. 

Por último, un detalle que quizá haya gente le parezca sin importancia, pero para mí si la tiene y lo he ido constatando capítulo a capítulo. En la serie, aun siendo fidedigna y correcta en mayor o menor medida en cuanto a rigor histórico, nadie dice, ni en voz alta ni en voz baja, la palabra maldita: España. No sé si por llevar la corrección política al máximo, o porque Isabel es un producto mayormente catalán, en cuanto a dirección, guionistas, producción y demás (aunque pese a ello, han sido vetados para rodar en Barcelona, tal vez por ser una serie de historia verídica de España) o por otra razón, pero se han cuidado muy mucho de que nadie lo diga.  Así, abusan del Castilla, del Aragón y de la Península. Aclaremos, los Reyes Católicos nunca se llamaron a sí mismos ni dentro de sus reinos "Reyes de España", aunque curiosamente en Europa sí se les conocia así...pero de ahí a desterrar de la serie el término, cuando era habitualmente usado entre las gentes y en los escritos, media un trecho. Vamos, con total seguridad a Fernando no le dijeron "Majestad, habéis conseguido unificar la Península" , como se vio en el capítulo. Por cierto,  cuando Cristóbal Colón llegó en 1492  al actual país de República Dominicana, llamó a la isla "La Española" (la "Hispaniola" de los piratas ingleses). Le bautizó como La Española, no La Castellana o La Peninsular


Aún así y expuesto todo lo anterior, Isabel es una estupenda serie, que acerca, divierte e instruye al público en general sobre las características y vicisitudes de una época irrepetible y crucial en la Historia de España. Una época injustamente olvidada y denostada por haber sido exaltadas sus virtudes (que las tuvo, indudablemente) y minimizadas sus sombras (que también las tuvo) por el régimen dictatorial de Franco. Pero ahora, muchos años después, vuelve a la actualidad en la mejor de las formas. Por centrarme en sus dos figuras principales, refleja muy bien, por un lado,  la personalidad mujeriega, calculadora, sagaz  y astuta de todo un Fernando II de Aragón, verdadero inspirador de "El Príncipe" de Maquiavelo, y las lógicas rencillas y tensiones que tuvo con los castellanos y con su propia mujer la reina, pues él en Castilla pintaba menos. Por otro, la figura  sufridora, virtuosa y religiosa (pero religiosa como era lo habitual) y la vez rígida y poderosa de Isabel I de Castilla. Por cierto, que en la serie se da una imagen de Isabel más suavizada e idealizada de carácter a como fue en realidad, descargando el peso de las decisiones más polémicas  (como la expulsión de los judíos, acto que es necesario entenderlo en su contexto, pues,  por ejemplo, Inglaterra la había efectuado ya en 1290, y Francia en el siglo XIV, o la Inquisición)  en figuras malvadas por antonomasia como fray Tomás de Torquemada. 

Pero, en suma, fueron dos monarcas excelsos, dos figuras irremplazables, con sus luces y sus sombras,  que con su unión (matrimonial y de reinos) y con sus acciones y decisiones cambiaron para siempre el destino de una España que salía de la Edad Media y de la Reconquista,  erigiéndola en  una de las monarquías más poderosas del mundo y expandiéndose además por un nuevo continente: las Indias (América). España, o la Monarquía Hispánica,  con Castilla, Aragón y demás reinos y posesiones, iba a cambiar el mapa de Europa y de los vips del continente no iba a salir, con altibajos,  hasta 1815. 

Larga vida a los Reyes Católicos. Y muy bien por Isabel.


 
- Lo mejor: la ambientación, el cierto rigor histórico, el buen gusto en general,   el trabajo de los actores y las actrices, los diálogos de calidad, y la enseñanza que de la Historia de España efectúa, con ciertos acontecimientos y personajes muy bien recreados.

- Lo peor: el uso chapucero del ordenador, la narración apresurada sin correspondencia con el envejecimiento de los personajes y a veces con confusión de los acontecimientos, las escenas de acción, la banda sonora rimbombante y   demasiado fuerte y solemne en ocasiones donde los momentos no lo son tanto, y la corrección política (omisión de "España").