17.4.13

Cine: diez grandes momentos

Una nueva entrada de listas, aunque esta vez de mi propia cosecha y de cine.  Ahora se trata de diez escenas, de diez grandes momentos cinematográficos, ésos que suponen un estremecimiento, algo inolvidable y que permanece hasta mucho después de verlo. Como se dice vulgarmente, poner los pelos como escarpias. Prácticamente todas son de mis películas favoritas y un cierto número pertenecen a finales. Además, he apartado voluntariamente y en lo posible tanto las grandes escenas archiconocidas de películas tipo El Padrino Casablanca, por estar mucho más manidas, como aquellas en las que el diálogo predomina sobre la imagen. Probablemente me deje más de uno y más de dos momentazos, pero la tarea no es fácil, la verdad. 


1- Los ojos azules de Henry Fonda.

Esta escena pertenece a ésas vistas de niño, pero que, revisionadas años después se revelan como auténticos momentazos imborrables . En este caso, se trata de la llegada de Frank (Henry Fonda)  a  Sweet Water, el rancho del  irlandés McBain. Estamos hablando de C'era una volta il west  / Once upon a time in the west (1968) , una de tantas obras maestras del irrepetible e inimitable  Sergio Leone, traducida en España , en vez del lógico  "Érase una vez en el Oeste", con el dramático título de Hasta que llegó su hora. Para muchos el mejor western de todos los tiempos, es sin duda una obra muy personal y aunque es larga, lenta, densa y con poca acción, tiene un buen puñado de escenas antológicas e inolvidables, como los largos títulos de crédito iniciales (10 minutos) en la estación de La Calahorra  o la explicación de por qué el personaje de Charles Bronson toca la armónica. Todo ello acompañado y ayudado por los paisajes de Utah, de Almería y de Granada y de la mítica música del siempre mítico Ennio Morricone.  La película merece por sí sola una entrada, pero ahora me centraré en uno de sus grandes momentos.

Leone  ambientó el rancho en un punto entre Gérgal y Tabernas, poco resguardado de chicharras, matojos e implacables sol y viento almerienses. En él caza una especie de pájaros McBain junto a su hijo. Luego acude a la mesa delante de la casa, donde su hija prepara la comida de gala para recibir a su nueva mujer (Claudia Cardinale). Regaña a otro de sus hijos (tiene tres) por llegar tarde a recoger a su madrastra.  De repente las chicharras dejan de escucharse, las aves huyen asustadas mientras nos martillean  unos contundentes disparos  y van cayendo, uno a uno y rápidamente, McBain y todos sus hijos, tan pelirrojos como él. Pero el momento cumbre es cuando el hijo menor, Timmy,  hasta entonces en la casa, sale afuera al escuchar el estruendo...entonces, mediante unos magistrales movimientos de cámara, asistimos primero a cómo -desde los ojos del niño- saldríamos corriendo de la casa y veríamos el panorama, y luego al lento acercamiento de Frank y sus secuaces a la puerta del rancho. Andando poco a poco, saliendo de los matorrales, con sus guardapolvos moviéndose al sucio viento, mientras suenan los acordes de guitarra metálica de  Morricone. Luego vemos los ojos extraordinariamente azules de Frank  (Fonda, hasta entonces un habitual en los papeles de "bueno", nunca fue tan malvado), que se muestran fríos e implacables ante el pobre niño, quien no espera piedad ante la falsa sonrisa del asaltante. Interpelado por uno de sus hombres sobre qué harán con el pequeño, sólo escupe de mala gana y murmura "Ya que has pronunciado mi nombre..."  sacando el arma.  Suenan unas campanas de muerte y el pistolón de Frank aniquila a Timmy.  Muy, muy  pocas escenas me han marcado más, la verdad.


2- Arturo volverá...

El rey Arturo, Ginebra, Excalibur, Perceval, Merlín, Camelot, Morgana, Gallahad, Lancelot, el Grial...la leyenda artúrica me ha fascinado y hasta obsesionado desde pequeño, y no sé si se debe a  Merlín el Encantador (Disney), a alguna lectura, o  a  Excalibur, o quizá  a todo junto. Excalibur (1981), de John Boorman, ha sido considerada casi unánimemente desde siempre como la adaptación cinematográfica más fiel al mito artúrico, y la vez una de las más personales.  Verdaderamente ya el comienzo de la película del director británico es impresionante, cuando  lo poderoso de las imágenes se une a la música de Richard Wagner, metiéndote de lleno en The Dark Ages, es decir, cuando de Inglaterra se fueron los romanos , desembarcaron los bárbaros y comenzó el tránsito a la Edad Media.  Boorman se basó principalmente en La muerte de Arturo de Mallory (1485)  para su obra, aunque eliminó prácticamente el significado cristiano del Grial y de casi toda la película, quizá para darle un tono más céltico-pagano-legendario en vez de literario o histórico.  Eso, unido a las relucientes armaduras renacentistas, los paisajes de Irlanda, algunos detalles  horteras ochenteros y la música de Wagner y Orff  (el famoso Carmina Burana) hacen de Excalibur una película difícil de olvidar, por lo menos para mí. Tiene varios "momentos cumbre", pero la gloria definitiva está reservada en su grandioso final.

En la última batalla y ante un atardecer rojo como la sangre, Arturo consigue matar a su hijo  Mordred (fruto de un hechizado incesto con su hermana Morgana), pero queda herido de muerte. Ya sólo acompañado del fiel Perceval, y para asegurar el futuro de los hombres, ordena a aquel que tire su espada Excalibur  a las aguas, devolviéndosela a la Dama del Lago. Perceval duda una vez y regresa junto a Arturo, y tras la insistencia moribunda de éste,  desciende de nuevo al lago y la arroja por fin, saliendo y desapareciendo mágica y decisivamente la mano de la dama mientras suena la contundente música de Wagner (El funeral de Sigfrido). Cuando Perceval regresa junto  a donde está Arturo, éste ya no se encuentra allí. Grita desesperadamente su nombre, y al fin lo ve, a bordo de un navío y acompañado de las reinas hadas, rumbo a Avalon. Según la leyenda, allí sería curado y estaría en guardia para cuando Inglaterra necesitara su ayuda...Arturo parte a la "isla de las manzanas" en un nuevo amanecer; de hecho lo último que vemos es el barco inundado por el sol. Imágenes y música, contundentes por igual en un grandioso final que forma parte de ese cine que ya no se hace y que estremece de una forma indescriptible el cuello.



3- "Habéis sangrado con Wallace...sangrad ahora conmigo".

  No puedo resistirme a no poner otra vez este momentazo de esta mítica película. Como ya hablé largo y tendido sobre ella en dos entradas, únicamente copiaré y pegaré lo de su final, cuando ya han ejecutado a William Wallace y todo parece haber terminado. Pero no, porque una voz en off nos dice lo que efectivamente se hizo con el cuerpo del héroe y los acontecimientos posteriores. Luego vemos otro campo de batalla, donde en teoría el rey de Escocia iba a rendir pleitesía al inglés.  Estamos en Bannockburn, en junio de 1314. 

Requerido por un repelente noble escocés, quien le apremia a acabar de una vez con la ceremonia, Robert titubea, mirando de reojo a sus súdbitos, y se detiene. Lleva en el antebrazo el viejo pañuelo de Murron del que Wallace nunca se separó. Lo saca y manosea, como intentando leer algo. Había admirado al Guardián de Escocia hasta el final, y se había odiado a sí mismo por traicionarlo.  Una vez liberado de la influencia de su pragmático y leproso padre, parece comprender, por fin. Y se arma del valor y de la convicción que hasta entonces le faltaban.   Vuelve a  mirar a  las huestes de Wallace. Desharrapados, maltrechos, pero dignos. Están Stephen el Irlandés, y Hamish, el leal y recio amigo de William, e incluso el padre de Murron. Ahí están, expectantes, con poco ánimo de rendición, observándolo de reojo.   Mientras, suena una flauta en el viento (
Sons of Scotland) y unos tambores lejanos,  pero Robert se marcha con su caballo, en compañía de ese noble.  Vacila de nuevo,  se detiene, dice "alto"  y se vuelve hacia sus mesnadas, contemplándolas, y les ordena con voz trémula, como suplicando:

-"Habéis sangrado con Wallace...sangrad ahora conmigo".
 

Hamish aún conserva la gigantesca espada de su amigo y, eufórico,   la arroja con fuerza hacia el campo de batalla, recordándole una vez más. Ésta se clava decididamente en la tierra, mientras las gaitas suenan de forma atronadora.  los guerreros gritan "WALLACE, WALLACE" y Robert desenfunda su espada, poniendo los ojos en blanco, inyectándolos hacia el enemigo, y por su parte los escoceses cargan corriendo, una vez más, dispuestos a todo, ante el asombro de los petulantes ingleses. Una nueva voz en off, pero esta vez es la del propio Wallace:

-"En el año de Nuestro Señor, 1314, patriotas de Escocia, hambrientos y en inferioridad, cargaron sobre los campos de Bannockburn. Lucharon como poetas guerreros...lucharon como escoceses...y ganaron su libertad". 

(...)

Ante este soberbio, impresionante y vibrante final, no cabe añadir nada más. Se me sigue erizando el cuello cuando lo veo y cuando escucho  el certero discurso de Bruce y la evocadora narración de Wallace/Gibson desde el más allá, y me sigue emocionando como desde la primera vez. Sí, en la historia del cine hay muchos finales, y algunos extraordinarios; comparados con éste, habrá finales más trágicos, más felices, más románticos, más profundos, más lacrimógenos, más aleccionadores...pero no hay finales como éste, donde te vuelves a sentir como entre los guerreros escoceses de  Sir William Wallace, y por quien te dan ganas de levantarte del sillón y correr contra el enemigo, a luchar por todo; por tu amor, por tu familia, por tus amigos, por tu tierra, por tus ideales y convicciones, por tu vida, por tu libertad


4-¡Indio, tú ya conoces el juego! ”

De nuevo una película de Sergio Leone. En este caso se trata de La muerte tenía un precio (Per qualche dollaro in più, 1965), la segunda de la llamada “Trilogía del dólar”, es decir, entre Por un puñado de dólares (1964) y El bueno, el feo y el malo (1966) . Siendo ésta última la que me inclinó en el gusto por el spaghetti western, con los años he ido apreciando incluso más La muerte tenía un precio, no sé si por sus historias tan tormentosas , el atractivo de sus actores (Lee Van Cleef aquí es un personaje más benévolo y a la vez desgraciado, y siempre he tenido debilidad por Gian María Volontè) o la calidad de su banda sonora (Ennio Morricone siempre es una garantía, pero aquí se vuelve a salir). Y por supuesto, de sus decorados y escenarios de Almería, toda una constante de Leone y del spaghetti western.

En el duelo final de esta película, el coronel Mortimer (Van Cleef) quien se ha aliado con “El Manco” (Clint Eastwood) para dar caza al bandido “El Indio” (Volontè) logra cercar a éste en un pequeño poblacho. Realmente Mortimer tiene cuentas más personales con el bandido porque “El Indio” provocó el suicidio de su hija al violarla después de matar al marido de ésta.
Despachados los demás secuaces de la banda y acorralado “El Indio” en una pequeña plazuela redonda (lugar que aún existe prácticamente intacto en Los Albaricoques, Níjar) , éste recurre a su reloj de cadena con música, método que suele usar para matar (cuando acaba la melodía dispara sin piedad) y que a Mortimer le recuerda a su hija pues era el de ella, aunque él mismo lleve otro con la misma foto. El bandido es verdaderamente un hombre cruel pero a la vez martirizado por los recuerdos, pues suele tener malos sueños con la chica que prefirió morir antes que yacer con él.
Aún así, parece en su salsa cuando abre el relojillo, suena la melodía y le dice a Mortimer que, cuando acabe la música, coja el revólver si puede (está en el suelo) y dispare. La cara del coronel es un poema pues su hija vuelve a estar muy presente y la impotencia y la amargura se unen a la dificultad del duelo (Si “El Indio” ya de por sí es un tremendo tirador, ¿cómo coger la pistola antes de que le dispare?).
La melodía se acaba, pero lo que no se espera ninguno de los dos es que “El Manco” aparezca de repente con otro reloj (el de Mortimer, quien cae en la cuenta) cuya música alarga la del de “El Indio”.
Apuntado el bandido por la escopeta de Clint Eastwood, éste dice al coronel “Te has descuidado, viejo” y le alcanza otro revólver. “El Manco” anuncia a los dos duelistas las reglas habituales de “El Indio” (“¡ Indio, tú ya conoces el juego!”) mientras suena uno de los temas más míticos de Morricone (La resa dei conti) y se sienta a esperar el desenlace.
Verdaderamente el bandido se ha visto superado como nunca, pues jamás nadie, cuando sacaba el reloj, le había contrarrestado con otro. Por eso se ve ahora bastante bloqueado, mientras en la mirada de Mortimer sólo hay tristeza vengativa. Venganza que consigue cuando acaba la música al disparar de muerte a “El Indio”.

Cuando el coronel arranca el reloj de la mano del bandido, comprende “El Manco” los motivos familiares de su socio. De hecho, éste rechaza por completo la gran cantidad de dinero de la recompensa por “El Indio” y su banda, pues en el fondo no eran los dólares el principal motivo.
Y así, se va, mientras suena una melancólica música, ante un atardecer de ésos tan habituales, tan de postal, en mi Almería. Una figura solitaria y triste, a caballo, emprendiendo otro camino.

(Así debiera haber finalizado la película, y ésta es una opinión personal. Pues aún no ha acabado, ya que queda vivo uno de la banda, aunque es despachado sin problemas por Clint Eastwood mientras éste contaba los muertos. El coronel se vuelve y le pregunta si todo va bien, y el joven dice “No me salía la cuenta, viejo”. Es un buen final, simpático, aunque según mi muy particular opinión hubiera quedado más bello el otro, más melancólico y evocador. Debe ser que soy un triste.)




5- Cerrar la puerta a John Wayne.

  John Wayne, John Ford, el Oeste, el cine...qué más cabe añadir de esa combinación. El director del parche en el ojo es uno de los “Grandes”, con máyusculas, de la historia del cine, y con verdadera razón. Principalmente debe su fama a westerns, género del cual es el mayor tótem desde siempre, aunque en su larga carrera de más de 50 años hay bastantes películas que no son del Oeste, como Las uvas de la ira, Qué verde era mi valle, El hombre tranquilo o Mogambo.
Junto a su gran amigo John Wayne realizarían una veintena de películas, tanto westerns como de otros géneros y subgéneros. En buena parte de estos largometrajes, el gran Duke solía interpretar individuos fronterizos, de dudoso pasado y poco recomendable presente, mal vistos por la sociedad o por el pueblo, prácticamente perdedores de la vida. La película a la cual pertenece este momentazo no es una excepción en este sentido. Se trata de Centauros del desierto (The Searchers, 1956).

En el final de la película, asistimos al retorno de estos centauros, quienes regresan victoriosos después de haber cumplido su misión (encontrar y recuperar a la sobrina de Ethan, el personaje de Wayne, raptada por los indios). Así, mientras éstos se acercan a caballo a la granja de la familia y suena una canción cantada a coro, Ethan trae en brazos a su sobrina. En principio nadie le agradece nada, prácticamente ni le miran. De hecho van entrando en la casa y la parejita oficial de la película, tan enamorados ellos, pasan al lado de Wayne como si no estuviera. Éste se queda parado cerca de la puerta, exhausto, y dudando si entrar o no. Sabe que sobra en la escena feliz, y, desamparado como siempre, se encamina (con los muy característicos andares del mítico Duke) hacia la soledad del ventoso desierto. Ford, tan maestro él, hace coincidir el final de la canción mientras la puerta se cierra y aparece el THE END y el logotipo de la Warner.
En el fondo todos le cerramos la puerta a John Wayne, como siempre. Y sin agradecerle nada, tampoco. Pero a él poco le importa, porque es un coloso.  Qué grande es el cine.

 

6- La madre de Conan.

  Aquí se trata, más que de un momento lírico o especialmente bello y delicado, de uno brutal, descarnado, de una fuerza distinta. Prácticamente como todos los de esta película (Conan el bárbaro/Conan the barbarian, 1982) de John Milius. Éste adaptó los relatos de R.E. Howard, y ayudado en el guión por Oliver Stone, alumbró un largometraje tan peculiar como duro y truculento, con escasos diálogos y que ya deja muy claras sus intenciones desde el prólogo, con la frase de Nietzsche “Todo lo que no te mata te hace más fuerte” y la advertencia del padre de Conan a su hijo de que no confíe en nadie, ni hombre, mujer o animal, sólo en su espada.
Es una película peculiar además porque combinó actores consagrados como James Earl Jones y Max von Sydow con otros que no eran ni intérpretes; una curiosa mezcla de bailarinas, surfistas, jugadores de fútbol americano y culturistas. Entre ellos, un Arnold Schwarzenegger de 34 primaveras, quien, aunque ya había participado en más de una película, sería en ésta donde alcanzaría la fama. Realmente, aunque fue nominado al Razzie de ese año como peor actor, resultó un bárbaro perfecto tanto por su físico como porque tuvo que hablar poco.
Conan , por cierto, fue rodada casi en su totalidad en España (Segovia, Cuenca, Almería). Especialmente en Almería: en Tabernas, las salinas de Cabo de Gata, la propia capital y la sierra de Gádor; además se aprovecharon decorados existentes de spaghetti westerns, pero esa es otra historia.
Mención aparte merece la legendaria banda sonora del tristemente fallecido Basil Poledouris. Una composición que para muchos (expertos y no expertos, grupo éste donde me incluyo) perfectamente forma parte de los 10 mejores soundtracks de la historia del cine. Muy pocas veces una banda sonora ha sonado tan poderosa, épica, mística y a la vez tan clásica como romántica y desgarradora a la vez. Y no mereció ni una triste nominación al Oscar.
En fin, pero vayamos ya con el momentazo pues se me nota demasiado lo que me encanta esta película.

Estamos al principio de la misma, cuando a la aldea del pequeño Conan (interpretado por un Jorge Sanz de 13 años) llegan los despiadados “señores del acero” a caballo por las montañas. Arrasan el poblado y el padre de Conan cae, tras luchar bravamente, despezado por los perros de la guerra. Ya sólo quedan vivos el niño y su madre (encarnada por la malograda Nadiuska), quienes son cercados por los jefes guerreros. Entre ellos, Tulsa Doom (Earl Jones). Sin una sola palabra, asistimos a largas miradas y lentos movimientos mientras suena la música de Poledouris. Conan, agarrado a su madre, temeroso lógicamente ante lo que puede pasar. Su madre, guerrera hasta el final, empuña una espada. Como cree ver en Tulsa Doom un atisbo de clemencia, pues le da la espalda, baja la guardia. Craso error, pues el temible “señor del acero” le decapita sin más contemplaciones. Esto no lo vemos, pero lo adivinamos al notar caer su cabello y la mirada del pobre Conan, aún agarrado a su madre. Brutal. Huérfano tan tempranamente y vendido como esclavo, así comienza el cimmerio su paso a la realidad de la dura vida, su pérdida de la inocencia y el definitivo convencimiento de que sólo habrá de confiar en la espada, como le dijera su padre.

 

7- Heather.

Si hay alguien que echa de menos en esta lista tan personal algún momentazo romántico, aquí llega. En este caso pertenece a esa joya ochentera llamada Highlander -en España Los inmortales- (1986). Película que, curiosamente, tuvo mucho más éxito en la por entonces poderosa y boyante industria del videoclub que en su estreno en los cines. Sin ser un largometraje verdaderamente genial y redondo, tiene diversos puntos destacables como su historia, la belleza de muchas de sus imágenes, algún secundario como Connery y desde luego, una banda sonora aderezada por las canciones de Queen, verdaderamente ellos unos auténticos inmortales. 

La escena en cuestión nos introduce de lleno en la relación del protagonista, Connor McLeod (Christopher Lambert, en uno de sus escasos buenos papeles) con Heather, escocesa como él y su primer y verdadero amor. McLeod, melancólico, evoca en la actualidad su romance en el lejano siglo XVI en las Tierras Altas de Escocia. No haciendo caso de los consejos de su mentor Ramírez sobre los sufrimientos que acarrea enamorarse de una mortal, el highlander se establece con ella en una cabaña.   Todo parece ir bien mientras la salud y los años son clementes con Heather, acompañada del feliz inmortal, pero el paso del tiempo afecta a los que no pueden vivir eternamente. Uno de los momentos cumbre es cuando Connor llama a su amada, y cuando parece que siguen los dos jóvenes, aparece una anciana con los cabellos de plata, subiendo trabajosamente por la hierba con una oveja en los brazos. Freddie Mercury, Brian May y compañía hacen el resto con su Who wants to live forever?, aunque el momento más sensible y estremecedor llega poco después, con la agonía de Heather en la cama. Ésta le pregunta a Connor por qué no ha envejecido, y el desdichado inmortal simplemente dice:

-"Porque te quiero tanto como el primer día que nos conocimos".

Poco después y tras hacerle prometer que de ahí en adelante, el día se su cumpleaños encendería una vela siempre, Heather pregunta a Connor dónde están, y mientras éste responde "En las montañas...en tu tierra...en tu querida tierra...pronto saldrá el sol...y no hace frío...llevas la zamarra de oveja, y las botas que yo te hice..." la mujer muere en los brazos de McLeod. El highlander emprende así el desgraciado caminar en su vida de inmortalidad, condenado a ver morir a todas las personas que amaba. No sé por qué me sigue tocando la fibra siempre que veo esta escena, pero es así. 
 



8- El funeral de Bryan. 
 
De nuevo saco otro gran momento de otra película a la cual le dediqué una entrada hace bastante tiempo. Como de Barry Lyndon (1975) de Stanley Kubrick ya hablé a fondo y me enrollo bastante, me centraré en uno de sus momentazos, en este caso el de la muerte y funeral de Bryan, el primer y único hijo de Redmond Barry con Lady Lyndon.

El pequeño yace en su lecho de muerte tras haberse caído de un caballo (regalo de su padre) montado a escondidas, y está acompañado de sus padres. Éstos, rotos, hace mucho tiempo dejaron de ser una pareja feliz por las infidelidades y las malas maneras de él, y verdaderamente Bryan era lo único que les hacía verdaderamente felices. El niño le pide a su padre que le cuente otra vez “la historia del fuerte” (típicos relatos de guerra, pues Barry estuvo en la de los Siete Años) y luego les hace prometer a sus progenitores que no se pelearán más, con voz moribunda y ante el llanto de ellos.

Acto seguido, vemos su cortejo fúnebre, un carrito tirado por ovejas (minutos antes se había visto en su cumpleaños) seguido por los afligidos padres y demás familia y amigos, mientras el reverendo va orando (“El señor es mi pastor...por verdes prados...” etc) y suena de forma atronadora la Sarabande de Haëndel, uno de los temas más utilizados en la película. Esta escena, por su fuerza y estilo, también forma parte de ese tipo de cine que ya no se hace, como repetitivamente digo una y otra vez.



9- Payaso hasta el final. 

 Roberto Benigni es un personaje peculiar. Para unos, el italiano es un genio de la comedia ligera y para otros un bufón sin puñetera gracia. En ese aspecto no puedo opinar porque la única película suya que he visto es la archiconocida La vida es bella (La vita è bella, 1997). Pero qué película. Todo un canto a la vida y al optimismo y a poner siempre buena cara ante las adversidades, por muy malas sean éstas (en este caso, el Holocausto judío).
He llegado a leer que su película supone una falta de respeto a las víctimas y a todo su sufrimiento inhumano (porque lo fue de verdad), pero no veo nada de eso; es más, admiraría la habilidad de Benigni para hacer humor de un asunto donde no se puede sacar prácticamente nada de risa o sonrisa.

El italiano encarnó a Guido, un judío bastante peculiar y pícaro en el buen sentido de la palabra, quien se casa después de enamorarse y tiene un hijo, Giosué. Todo ello en la bonita ciudad de Arezzo en vísperas de la Segunda Guerra Mundial. Pronto sería enviado a un campo de concentración junto a su hijo y allí padecería como todo judío, gitano o deportado en esos terribles años. Aunque aquí no se esperan escenas duras y trágicas como las de La lista de Schindler, por ejemplo, pero se deja entrever. Al fin y al cabo, no deja de ser una comedia, como queda demostrado en la genial escena donde Guido se ofrece para traducir al italiano el discurso del oficial nazi sobre las reglas y normas del campo de trabajo. No tiene ni idea de alemán, pero lo hace, como todo a partir de esta parte, para disimularle al máximo a Giosué dónde están realmente.

Y así queda demostrado en el para mí gran momento: los aliados están cerca y los nazis ya se saben perdedores de la guerra, así que aceleran el exterminio de prisioneros. Un alemán encuentra a Guido con su hijo, y se dispone a ejecutarle, aunque el personaje de Benigni le suplica que lo haga en otro sitio, para que el pequeño no vea la tremenda escena. Giosué se dispone a esconderse, pues según su padre el premio final está cerca. Como ve a su hijo algo temeroso, Guido le guiña el ojo, tranquilizándole, aunque sabe que va al paredón. Desde siempre me he estremecido con ese gesto. Sea un bufonada o no, es un payaso hasta el final, con todas sus consecuencias, y así es como se despide para siempre de su hijo. Verdaderamente es una escena muy emotiva.
Cuando Giosué sale de su escondite, a la mañana siguiente, los soldados aliados ya han entrado en el campo de concentración, y de hecho lo primero que ve el niño es un tanque, tal y como le prometió su padre. Sólo muchos años después Giosué comprenderá dónde estuvo realmente y todo el sufrimiento padecido por su padre, quien le engañó con la mejor de las intenciones. La vida puede ser bella, sí.


10- "Agradecemos sus palabras, pero éste es un tercio español"

Sorprende que haya incluido en esta lista una película española, con lo enemigo que soy del cine patrio (aunque hay unas cuantas obras maestras, más de antes que actualmente, todo sea dicho), y además, de una película simplemente correcta pese a unas cuantas virtudes. La adaptación que de la serie de novelas de Pérez-Reverte sobre el capitán Alatriste se hizo en 2006 tuvo, quizás, como principal fallo condensar varios libros en una sola película, condenando a la misma a un ajetreo frenético por querer mostrar todo y a la vez dejarse cosas en el tintero. Con todo, en aspectos como vestuario, ambientación o diálogos resulta estupenda, y el  gringo Viggo Mortensen resulta un gran Alatriste pese a sus evidentes dificultades en hablar un correcto castellano aún esforzándose  bastante. Hubo gente que llegó a afirmar que parecía un Diego Alatriste salido de un derrame cerebral o algo así. Mala fe aparte, incluyo un momentazo de esta película no sólo porque los libros de Alatriste sean muy importantes para mí;  además porque las escenas finales de dicha película son realmente extraordinarias e inexistentes en el cine español. 
Estamos en Rocroi, Francia,  el 19 de mayo de 1643. Los despojos de los viejos tercios españoles languidecen tras más de cinco horas de combate frente a las tropas (y la artillería y la caballería) francesas del duque de Enghien. Éste cree conveniente, por la tenaz y empecinada resistencia de los tercios (un escritor francés les llamó "murallas humanas") negociar una rendición honrosa. 
Y  a eso va  un maltrecho Diego Alatriste, acompañado de otros viejos camaradas con mucha mili  como Sebastián Copons o el propio Íñigo Balboa. Así, tras escuchar el parlamento del reluciente emisario francés, los seis españoles se quedan callados hasta que, después de sostener a un moribundo Copons,  habla Alatriste:

"Decidle al señor duque de Enghien que agradecemos sus palabras... pero éste es un tercio español". 

Así, sin más. Aquí no se rinde ni Dios.  Resignados, andrajosos,  hastiados,  pero dignos y orgullosos hasta el final, como siempre se los imaginó Pérez-Reverte y como realmente fueron los tercios españoles, verdaderamente invencibles en un buen número de batallas entre 1495 y 1643. Historia gloriosa de España, sin más, pues también tenemos historia vergonzosa, y  descartemos estúpidas acusaciones de fascismo o radicalismo por enaltecer el pasado de tu país, como si Franco hubiera combatido en San Quintín, Nördlingen o Pavía. Considerando además, toda la parte trágica y desgraciada del asunto: la gran cantidad de muertos y damnificados por las campañas de la Monarquía Hispánica en Europa pese a las consecutivas victorias (aunque desde luego son espectaculares las mínimas bajas de los tercios en muchas batallas) , y las malas condiciones del ejército español, las cuales se fueron acentuando cuanto más lejos quedaba la época de los Austrias Mayores. 

Todo ello queda reflejado tanto en los desencantados libros de Pérez-Reverte como en la película de Díaz Yanes. A los segundos de decir "no" a la rendición, Copons, tras decirle a Balboa que cuente lo que fueron,  cae muerto y Alatriste se coloca en vanguardia, como veterano, para afrontar la última carga de su última batalla. Ordena a Íñigo que se coloque detrás, más a salvo, mientras ya suenan los bellos acordes fúnebres de "La madrugá" de la Semana Santa de Sevilla. Una parte del público criticó la utilización de la pieza para estos momentos, pero a mí realmente me gustó, y eso teniendo en cuenta lo poco amigo de lo sevillano que soy.  Verdaderamente son unos hermosos y trágicos minutos, el ver agonizar a los últimos tercios viejos, supervivientes de tantas victorias y tantas machadas, y al ver las imágenes uno tiene la certeza de que una época está acabando y viene otra mucho peor para España y los españoles. 

Por desgracia, pese a que este enorme final, enaltecedor de la historia española aunque también cargado de pesimismo, crítica y desencanto, no suele ser para nada habitual en el cine español. Uno no está acostumbrado a estas maravillas.  Por eso me sorprendió y me encantó en su momento, y por eso he incluido este momentazo pese a ser de una película no del todo redonda. 


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Y nada más. Hubiera acompañado cada escena o escenas de su correspondiente enlace en Youtube, pero no todos están, por desgracia. Por último, compruebo que ciertos momentazos me han quedado bastante más largos que otros y que, pese a ser de cine,  aprovecho la mínima ocasión tanto para hablar de Almería como para polemizar sobre historia y política. Si es que no aprendo...