28.12.12

"El Hobbit": un exceso esperado

El miércoles pude ver, por fin, la primera entrega de la nueva trilogía cinematográfica tolkieniana pergeñada por el neozelandés Peter Jackson, esta vez basándose en el primer libro conocido del  británico sobre la Tierra Media. Por supuesto, hablo de El Hobbit,  cuento ideado por J.R.R. Tolkien (1892-1973)  para entretener a sus hijos y publicado en 1937.  El éxito de dicha obra provocó que los editores empujaran al profesor universitario para que escribiera una especie de secuela, más adulta y ambiciosa; lo que sería El Señor de los Anillos. 

No es mi intención hacer una entrada sobre la obra de Tolkien pues, aunque me haya leído, releído y disfrutado  El Hobbit,  los tres libros de El Señor de los Anillos y El Silmarillion, no soy ni de lejos un experto o por lo menos competentemente versado en el vasto, peculiar, original y maravilloso  legendarium del filólogo y escritor nacido en África del Sur, más allá del conocimiento más o menos profundo de las obras mencionadas más arriba y del gusto por la épica, titánica y desaforada trilogía de películas sobre el Anillo Único dirigidas por Jackson (La comunidad del Anillo, Las dos torres y El retorno del Rey). 

Desde luego no soy un experto en el tema, repito,  e innumerables personas saben mucho más de ello y además son más fanáticos -en el buen sentido de la palabra- que yo de dichas obras, tanto de las más conocidas como de las menos. No sé hablar ni escribir en lengua élfica o en la de los enanos, ni juego al rol ni tampoco tengo una gran colección de merchandising rondando el frikismo, ya sea de antes o después de las películas del director neozelandés; únicamente un mapa de la Tierra Media en póster, unas figuritas de "plomo" (o eso pretendían quienes las comercializaron) de algunos personajes, los cd´s originales de la magnífica banda sonora de Howard Shore -desde su nacimiento un clásico de la música del cine moderno- y una pequeña réplica de Andúril, la espada de Aragorn. No afirmo, por supuesto, que ser un lector devoto de Tolkien implique ser un friki, (desde luego según qué personas este adjetivo es positivo o negativo), pero mis lecturas de fantasía épica acaban con las obras del eminente profesor -mi única añadidura es el primer tomo de Canción de Hielo y Fuego, regalado por una buena amiga- , por tanto, tampoco soy un experto en literatura fantástica épica-medieval.
 
Pero tampoco comencé a leerme los libros ayer, como quien dice. En mi caso, el primer contacto con la obra de Tolkien fue precisamente con El Hobbit, y como ya dije hace tiempo aquí, me lo leí estando convaleciente de apendicitis, allá por marzo de 1998. Fue entonces cuando el maravilloso mundo mitológico-legendario de la Tierra Media se apareció ante mis ojos, se introdujo en mi mente y en mi corazón y ya no me abandonaría desde esos días de convalecencia. Creo que, como a tantos otros niños y adultos con imaginación (y ciertos pájaros en la cabeza, dicho sin malicia) entusiasmados en mayor o menor grado desde su publicación en los años 50, no me resultó difícil sumergirme en el ocre mapa de "Middle-Earth" debido a mi natural predisposición por la fantasía. 

El Hobbit fue un regalo de Reyes (no que los reyes, pongamos de Gondor,  me lo regalasen, sino que me lo trajeron los Reyes Magos) junto con los dos primeros libros de El Señor de los Anillos, los cuales acometí al poco de terminar la historia del viaje de Bilbo Bolsón, y poco a poco fui completando mi pequeña e incompleta colección de obras de Tolkien. Un año después, en la Navidad de 2001, fue estrenada la primera entrega de la trilogía cinematográfica de Peter Jackson,  la cual asombraría a propios y extraños, arrasando entre el público y buena parte de la crítica, cambiando definitivamente el cine y desatando el enorme, depredador y excesivo merchandising de ESDLA. En las dos Navidades siguientes se repetirían en los cines las mismas colas kilométricas para entrar a las salas, los mismos aplausos, gritos y excesos de los fans (y de algún que otro imbécil) y la misma desaforada inundación de productos derivados de la inmensa maquinaria de hacer dinero que supusieron las tres películas, y que, por desvirtuar su obra literaria,  muy probablemente hubieran llenado de horror al bueno de John Ronald Reuel en caso de haberlo presenciado.

Por fin una saga del calibre de El Señor de los Anillos y tan propensa al cine tenía una adaptación para la gran pantalla digna de ella, tras los aceptables e innovadores dibujos animados -pero un fracaso en taquilla- de la película homónima de 1978. Además, se hizo en una época bastante "tecnologizada", con todo lo bueno y malo que eso conlleva para el cine. 

Bueno porque con el desarrollo de la informática y de los llamados efectos especiales en los últimos años, un mundo de las características y de las peculiaridades de la Tierra Media puede ser desarrollado con más eficiencia, calidad y vistosidad que con medios meramente artesanales (por no hablar de la historia y de los personajes)...Malo, porque como hemos visto sobradamente en un elevado número de largometrajes desde hace un tiempo, ese mismo uso de "la tecnología", si deriva en abuso, provoca la elaboración de películas-videojuego, donde apenas se distingue lo real  y donde se notan las costuras informáticas, causando un cierto rechazo, por lo menos de quienes nos siguen gustando las películas con cine de verdad, del de siempre, del que siempre se ha entendido, donde los actores y las actrices tienen mucho que decir todavía y donde sigue contando, y mucho, el paisaje natural, el decorado o los interiores, y la fotografía currada, aunque para todo ello se tenga que contar con la ayuda  no abusiva de los efectos especiales, los cuales han dado, como sabemos, verdaderas obras maestras.

Volviendo por última vez a la primera trilogía de Jackson, puede decirse que sus efectos especiales fueron sincera y totalmente extraordinarios y aún siguen asombrando, por ejemplo en personajes como Gollum o  en sus tremendas escenas de batalla; sus tres películas rompieron moldes e hicieron historia, si bien no está de más añadir que su excesivo uso y abuso de la informática y de la pantalla verde le resta emotividad y la hace menos entrañable que otras grandes superproducciones, por lo menos para mi gusto. 
Precisamente, aunque reverencie  y me entusiasme la impresionante fuerza de escenas como varias cargas de los rohirrim o la batalla por Minas Tirith,  la élfica belleza de Lothlórien o Rivendel  y  la tétrica presencia de Minas Morgul o los Nâzgul, para mí sus verdaderos puntos fuertes están en otros aspectos más artesanos, humanos y cinematográficos (del cine entendido desde siempre, claro está) como la interpretación de algunos actores -caso del inmortal Gandalf del ya eterno McKellen-, las escenas del interior de edificios -aquellos que sabes que sí son decorado, construidos, palpables,  y para los cuales el equipo de Peter Jackson se basó tanto en la obra de Tolkien como en el arte europeo- , el uso del maravilloso y majestuoso paisaje natural de Nueva Zelanda, con amplia proliferación de planos aéreos, y, unido en ocasiones a ésto último, la ya mencionada banda sonora original de Howard Shore, una extraordinaria composición musical con temas ya clásicos que casi siempre se ajustan como un guante a las imágenes o a la historia y que a veces va más allá de la propia película. 
En definitiva, Peter Jackson y toda la gente detrás suya insuflaron nueva vida a la principal obra de Tolkien, respetando su legado en ocasiones, enriqueciéndola muy mucho en ciertos aspectos y desvirtuándola un poco en otros, estando caracterizada además por la abundancia de escenitas new age,  aunque es justo reconocer el acierto , a grandes rasgos y ante la dificultad de adaptar tamaña saga,  del neozelandés, verdadero conocedor, admirador y fan del  legendarium tolkieniano. Hoy día, en perspectiva, es difícil, por no decir imposible, pensar en otro director que no sea él, tanto por la persona en sí como por los medios que tuvo a su alcance.

 
Bien, pues tras ver esta extensa primera película (172 minutos de nada), llamada  El Hobbit: Un viaje inesperado,  se confirman algunas o bastantes sospechas, se tiene la certeza de ciertos aspectos y se emiten otras consideraciones, a saber:

- Si ya es indefendible la duración del primer largometraje, queda claro también que no era necesaria una nueva trilogía. El libro supera apenas las 300 páginas y bastaría con dos películas, algo largas si se quiere, pero compactas y bien estructuradas. Se intuye el interés comercial, el de expandir el invento al máximo,  desde luego. Jackson se va a seguir enriqueciendo a costa de Tolkien, está claro.

-Quizá Peter Jackson, para esto, ha querido contentar tanto a los fans más acérrimos de Tolkien como a los simplemente palomiteros, y para ello introduce (en ésta primera película, veremos las otras) tanto personajes nuevos y otras tramas como otros personajes  en el libro original someramente aludidos o simplemente no mencionados, pero que sí aparecen en otras obras de Tolkien. Ésto también sirve para un mayor lucimiento y un mayor engorde de la historia de la película, además de para profundizar en el conocimiento de la Tierra Media (más que en El Señor de los Anillos) pero también provoca que se haga como forzadamente a veces, en algunos casos con guiños a la audiencia (como la breve aparición de un tontísimo Frodo)  y  que Jackson caiga en la grandilocuencia, pese a lo poderoso y lo bello de algunas imágenes. 

-Sí, El Hobbit es un libro más infantil e intrascendente, por así decirlo, que El Señor de los Anillos, aunque algunos acontecimientos de la aventura de Bilbo y los enanos no sean precisamente moco de pavo.  Yo pienso que el libro es más infantil que la película de 2012, más aún, aunque en la película las gotas de humor muy ligero sean en ocasiones excesivas y demasiado irreverentes. Por una parte, sirve un poco para dejar claro que El Hobbit nunca fue como El Señor de los Anillos, por si hay gente que no lo sepa, que es posible.  Por otra, puede ser más para niños, sí (aunque Jackson a veces se pasa de rosca con ciertas escenas gore, lo que hace a la película un tanto peculiar) pero ello no implica que se deba ridiculizar a personajes serios, respetables y respetados como Radagast el Pardo. 

-El abuso de "la tecnología" antes dicho. En El Hobbit  Peter Jackson se sigue sirviendo de los magníficos entornos naturales de su país, aunque no demasiado. Por contra, usa bastante más los efectos especiales por ordenador en comparación con las tres de El Señor de los Anillos, que ya es decir. Si en ésta se emplearon kilos y kilos de maquillaje e indumentaria  para caracterizar a los actores y extras que actuaron como uruk-hai, orcos  y  otros, en El Hobbit el director tira de informática y sólo hobbits, enanos, elfos y Gandalf actúan; el resto de criaturas de la película, bastantes por cierto, virtuales son, por lo cual en innumerables ocasiones uno parece estar en un videojuego...muy chulo, eso sí, pero un videojuego.

-La música. No podía ser otro. Howard Shore no podía faltar y, al menos en esta primera película, repite algunos temas de la anterior trilogía como el del Anillo, el de la Comarca o el de los elfos e introduce una nueva marcha, con ecos de aventura de Tierra Media, que parece ser la específica de El Hobbit. Promete. 

-En cuanto a los personajes e interpretaciones, puesto que ya sabemos lo bien que se las gasta sir Ian McKellen de Gandalf, y puesto que también varios actores de ESDLA repiten en pequeñas colaboraciones,  centrémonos en los nuevos; Martin Freeman (gran doctor Watson en esa no menos grande serie televisiva de un moderno Sherlock Holmes)  conforma un joven Bilbo idóneo y perfecto, diría yo, muy hobbit,  y  el gran enano Thorin Escudo de Roble, mi personaje favorito del libro desde pequeño (supongo que como para buena parte de los lectores) y  en la película más grave y serio que en el cuento  -un acierto- , está notablemente interpretado por el tal Richard Armitage. El resto de la tropa de enanos está más desdibujada, naturalmente, aunque también es un acierto expandirse en cuanto a los enanos, pues fueron una raza muy poco tratada en las tres anteriores películas.  Veremos a ver cómo evolucionan en las dos siguientes y cómo serán los restantes personajes que han de salir a escena.


Y nada más. No me ha decepcionado, porque sabía a lo que venía, más o menos, pero tampoco me ha entusiasmado, porque mis expectativas eran medianas. De antemano suponía que no sería como la trilogía de El Señor de los Anillos, aunque eso lo sabe todo el mundo,  pero con excesos -y no sólo de metraje-, grandilocuencias y cierta morralla tecnológica aparte, es una película disfrutable. Esperemos que a Peter Jackson no se le vaya demasiado la olla con Smaug y demás...