9.10.12

Braveheart. Escocia por siempre (y II)


 (Continuación)

Y una guerra implica batallas, tarde o temprano. En Braveheart vemos dos, la de Stirling (también conocida históricamente, por el decisivo papel de un puente sobre el río, la del Puente de Stirling, aunque dicho puente no se vea en la película por ninguna parte), que supuso una sorprendente victoria escocesa y  tuvo lugar el 11 de septiembre de 1297, y la de Falkirk, acaecida el 22 de agosto de 1298  y  ganada por los ingleses.  
Aquí, en las batallas, es donde Mel Gibson se muestra más a sus anchas, con abundancia de sangre, amputación de miembros, dolor,  heroísmo y machadas, junto con algún detalle humorístico, como la memorable escena de las huestes de Wallace enseñando el trasero, desafiando a los ingleses o cuando el viejo Campbell, padre de Hamish,  se lamenta por "desperdiciar un buen whisky" para curarse una tremenda herida de guerra.

La responsabilidad del actor como director en esta película, así como en las posteriores  La Pasión de Cristo (2004)  Apocalypto (2006) unida a su colaboración en El patriota (2000) -donde también masacraba ingleses, aunque en la Guerra de Independencia de Estados Unidos-   confirmaron a Gibson como hombre de truculenta  acción y épica histórica y le crearon fama de sanguinario. 

Lo sangriento de las escenas impresionaron en su momento, así como la cantidad de gente luchando en pantalla. Antes aludí a la utilización de los sistemas informáticos en los largometrajes. Realmente, Braveheart está en la línea de grandes películas clásicas en forma de epopeya, en esos años 50, 60 y 70 con enorme profusión de extras, armamento y escenas panorámicas de escenarios, todo ello real, contante y sonante.  De hecho, Mel Gibson reconoció su admiración por Espartaco (la de Kubrick, por supuesto, de 1960) . 
Y su largometraje es, casi con total seguridad, la última gran superproducción donde no se utilizó ordenador alguno, ello en una época condenada a dejar paso a otra (Toy Story se estrenó ese mismo año, recordemos). Su mérito, valor y trascendencia es mayor aún por ello,  creo. En la película de Gibson todos los soldados y caballos escoceses o ingleses son reales, y en ocasiones la pantalla se llena de gente, manchas de sangre y tierra. Además, resultó notable la cantidad de fallos encontrados en las imágenes, en el sentido de relojes de pulsera en las muñecas de gente del siglo XIII, algún coche de refilón, un bidón por allí, un borrón sangriento en el cristal de la cámara, etc...Consecuencias de hacer cine al modo clásico. 

En las batallas la cantidad de primeros planos de Wallace/Gibson vuelve a incrementarse, como es natural, y más cuando le vemos aparecer en traje de batalla, con una especie de kilt, un espadón descomunal  y la cara pintada de azul. Protecciones, para qué.
Es posible que Gibson se viera influenciado por esa película simbólica de los 80, Highlander (Los Inmortales), con temática escocesa en parte de la historia y del metraje, para idear el curioso atuendo de Wallace. 
Desde luego, el típico kilt, mal llamada falda escocesa, no se haría popular hasta bien entrada la Edad Moderna (hablamos de finales del siglo XVI) y eso entre la gente de las Tierras Altas, como bien se puede ver en esa  extraordinaria película basada en otro personaje escocés real y semilegendario, en este caso a principios de 1700, Rob Roy, también de 1995. Una película muy recomendable, más adulta y en ciertos aspectos superior a Braveheart, protagonizada por un gran Liam Neeson como el íntegro Robert Roy MacGregor enfrentado al pérfido Archibald Cunningham; otro magnífico malo inglés éste, interpretado por un excelente Tim Roth nominado al Oscar, por cierto.
En cuanto a la gigantesca espada, parece más un mandoble de lansquenete alemán de los siglos XVI-XVII que un claymore  característico de Escocia -el cual tampoco era un abrecartas, por otra parte- o  la espada que Wallace llevara y  sin duda era grande.
Y lo de pintarse la cara de azul, u otro color, con tintes vegetales,  era más bien asunto de sus lejanos antepasados tardoantiguos los pictos (al parecer "picto" hace referencia, en latín, a "pintado" o "tatuado"), pueblo de tribus celtas de la Edad del Hierro, y que parecen haberse puesto de moda, como puede verse en varias películas recientes de romanos ambientadas en Britania (El rey Arturo, La última legión, Centurión) , como si sólo en esta isla se le hubiera plantado cara al Imperio Romano.
Como vemos,  aunque plagado de licencias históricas y anacronismos,  Gibson estaba creando uno de los iconos del cine moderno. 

Porque esa imagen de fieros, pintarrajeados y desprotegidos escoceses, sin armadura alguna,  casi como berserkers vikingos, gritando y luchando como posesos frente a los fuertemente pertrechados ingleses, impresionó  en su momento, por mucho que las tácticas utilizadas fueran poco fidedignas a la historia y se simplificara un tanto la logística de los escoceses en contraposición a los de los ingleses.  Pero, Gibson, una vez más y por mor de la espectacularidad, se toma más licencias. Con todo, la batalla del Puente de Stirling, por ejemplo, fue una gran victoria escocesa y conseguida con gran mérito, puesto que se enfrentaron cerca de 13.000 ingleses (y de ellos, bastante más de un millar a caballo) contra menos de 2.500 escoceses (y apenas 300 a caballo, aunque también contaban con arqueros). Fue aquí, en una colina cerca de ese puente, donde en 1869 se erigió el colosal monumento en forma de torre a Wallace, 70 metros de piedra en gótico victoriano como homenaje.

Claro que, sin un guión con sustancia, sin una historia interesante, sin una fotografía correcta y sin una banda sonora que sustentase todo ello, todo podría haber quedado en "película del montón". 
Pero no. Pocas veces, por no decir ninguna,  un largometraje de 177 minutos ha tenido un ritmo  tan continuado, poderoso y sin decaer ni unos segundos. El actor y director yanqui resultó ser un formidable transmisor de historias, sorprendiendo nuevamente. 
Y además, te sientes uno más entre los escoceses y la piel se te eriza con el famoso e imitado discurso de la libertad de Wallace, por más que el concepto de Gibson de la libertad, el mismo que el nuestro, fuera sensiblemente distinto al de los hombres del siglo XIII.   También disfrutas, en cierto modo, con las certeras y crueles frases de Eduardo  y en cuanto a la espléndida fotografía de John Toll, ganadora del Oscar,   saca a relucir, no sólo a  los hijos de Escocia, también los extraordinarios paisajes naturales de la antigua y brumosa Caledonia y de la verde Irlanda (las batallas fueron rodadas en la isla), con sus puros cielos, o la densidad y oscuridad de los ambientes de interior, especialmente en los castillos. 

Y la banda sonora...James Horner, el irregular y repetitivo (acusado por sus detractores, y con cierta razón,  de encontrar una melodía y repetirla en sus composiciones hasta la saciedad, o abusar de sus famosos recursos y tics) James Horner, responsable de otros soundtracks como El nombre de la rosa, Willow, Tiempos de gloria o Leyendas de pasión  y en la cima de su carrera, aquí maravilló y fascinó absolutamente con una obra mayor, de una cierta tristeza y melancolía pero también con rotundas sinfonías heroicas, recurriendo a gaitas, flautas, tambores y coros de voces femeninas.
Si la película arrasó en taquilla y  se llevó 5 Oscars (mejor película, director, sonido, fotografía y maquillaje) de 10 nominaciones, fue un crimen que no se llevase el de b.s.o.  -lo ganó Luis Bacalov por su bonita composición para El cartero y Pablo Neruda-. Horner también estaba nominado ese año por Apolo 13, y consiguió el premio dos años después por su trabajo en Titanic; el transatlántico arrasó con casi todo a su paso, y contó mucho el efecto Celine Dion, aunque mucha gente consideró entonces que, siendo la de esa película una buena banda sonora, se le dió el premio a James Horner como "recompensa" por lo de Braveheart.

La banda sonora de Braveheart fue mi primer CD original, dentro de mi pequeña colección de compactos (Internet pronto barrería con todo). Ese disco y sus recargadas canciones épicas en ocasiones, e intimistas y románticas en otras, pero siempre vibrantes,  me han sido de gran ayuda en un buen número de tardes y noches en mi difícil época del instituto. 

Continuando con la película en sí, la victoria de Stirling permite las correrías de Wallace y sus hombres por el norte de Inglaterra, provocando la ira del rey Eduardo. Además, nuestro héroe es nombrado Sir en una especie de Cortes (efectivamente, en la historia real William fue elevado a Guardián de Escocia, algo así como un regente para velar por el trono vacío) y las cosas parecen ir mejor que nunca.
Pero Eduardo I no estaba de brazos cruzados. De hecho, en la siguiente batalla, Falkirk, Longshanks acude en persona para dirigir al ejército con su propia mano. Así, pudo ver la notoria superioridad de los arqueros galeses (con flechas de fuego) y la caballería pesada inglesa sobre las tropas de Escocia  y cómo los nobles escoceses, convenientemente comprados  a cambio de  títulos y tierras, dejaron solo a William antes de que comenzara la batalla.  
La  derrota es severa -realmente la caballería escocesa se retiró y los efectivos ingleses eran muy superiores en número-  y Wallace queda maltrecho, como todos sus guerreros. A duras penas consigue escapar, no sin antes descubrir, con profundo dolor, a Robert Bruce luchando entre las filas enemigas. William confiaba plenamente en éste y su engaño supone un duro golpe, como comprobamos al ver su cara de desolación.
Enterado de la traición y retirado a las montañas, se dedica a  ajustar cuentas uno a uno con los principales nobles  como vemos en unas impresionantes escenas de vendetta.   

Ésas imágenes siempre me han encantado, así como la mencionada de la ceremonia de William como sir.  También son magníficas las escenas de Eduardo I y su hijo, el futuro Eduardo II (rey de 1307 a 1327), quien es presentado en la película como un joven indolente y de virilidad dudosa, rehuyendo las labores conyugales con su esposa, Isabel de Francia.

Aquí sí hay base histórica puesto que Eduardo II tuvo relaciones con hombres y se rodeó de favoritos en la corte, aunque Gibson por razones obvias lo hace más adulto a como por cronología fue , pues nació en 1284 y no se casó hasta 1308.  Su padre Eduardo I  había tenido con Leonor de Castilla la respetable cifra de 15 hijos, aunque sólo 5  llegaron a la edad adulta, y de ellos sólo uno, por desgracia para la época, fue  varón. Ése era Eduardo II.  Aunque  Eduardo I se casó por segunda vez con Margarita de Francia en 1299 y tuvo tres nuevos vástagos, su sucesor ya iba a ser su  tocayo, pese a las reservas de Longshanks respecto a él.
Fueron ciertas sus sospechas sobre la fiabilidad viril del futuro rey, así como los empeños del padre en alejar a los colaboradores cercanos de su hijo, algo parecido a como se ve en la película, cuando el Zanquilargo "destituye" a un tal Philip, consejero real, en una memorable escena. 

La cima de las licencias históricas tomadas por Gibson se vislumbra cuando introduce una relación amorosa entre Wallace y la princesa Isabel de Francia, quien, mandada por el hábil Eduardo I como señuelo para capturar al líder guerrero,  se queda prendada de los ideales de éste, traiciona a su suegro y tiene un affaire con el Guardián de Escocia. Históricamente, la susodicha Isabel llegó a Inglaterra muerto ya Wallace, pero Gibson, una vez más, idea esta trama con efectistas y románticas ideas, tanto como para ridiculizar de nuevo a los ingleses -aunque, siendo sinceros, qué mujer en su sano juicio no prefería la compañía de un aguerrido highlander  versado en artes amatorias, en vez de la de un relamido principito inglés con ningún interés en el sexo opuesto- , como para volver a ver amor en la película; no todo iba a ser sangre, guerra y dolor.

Verdaderamente,  en contraposición al férreo reinado de Eduardo I, la época de Eduardo II en el trono se caracterizó por  el escándalo, a causa de sus relaciones homosexuales con otros nobles advenedizos -aunque engendró cuatro hijos con su mujer- la relajación de costumbres, las insumiciones de la nobleza y las traiciones por parte de su propia esposa Isabel, quien es retratada en la película de un modo bastante más positivo a como fue en realidad. Esta Isabel, aliada con su amante Roger Mortimer (los amores de altos vuelos abundaban en Inglaterra, se ve) se constituyó en ariete de la revuelta que le derrocaría en 1327. Según un mito de la historia popular inglesa, su inmediata muerte no fue plácida ya que se produciría con un hierro candente introducido en el recto y más allá,  destrozándole por dentro, no dejando así señales exteriores en su cuerpo que delatasen el asesinato. Probablemente falleció en  cautiverio, debido a la mala salud derivada de su enclenque constitución.

Definitivamente, el culmen de las famosas "licencias históricas de Mel Gibson" (aunque siempre responsabilizo a Gibson como director, pero habría que investigar qué culpa tiene Randall Wallace como guionista en todo ello)  se alcanza cuando, a consecuencia de los amores entre William y la loba francesa, ésta queda encinta y la dicha Isabel  lo confiesa a un paralizado y mudo (por una serie de ataques apopléticos que lo fueron inmovilizando)  Eduardo I, quien está ya confinado en una especie de lecho de muerte cuando los nobles escoceses engañan a Wallace en una encerrona y éste es encarcelado para ser  juzgado y ejecutado. Verdaderamente Longshanks murió dos años más tarde que William,  y de hecho estuvo guerreando cerca de Escocia hasta sus últimos días, haciendo honor a su otro sobrenombre, "Martillo de los escoceses".

Si hiciéramos caso a la película, el hijo de Eduardo II e Isabel y futuro rey de Inglaterra no tendría sangre "inglesa" alguna sino "francesa"  y escocesa; lo entrecomillo porque, si simplificamos las cosas al estilo del largometraje, quedan ocultos nuevos datos históricos: dado que desde tiempos tempranamente medievales la nobleza europea se ha ido mezclando entre sí, entre mismas dinastías, pero también traspasando territorios y formando interesantes refritos,  nos encontramos con una Isabel de Francia quien en realidad no era tan "francesa" propiamente dicha, al ser descendiente, entre otros ilustres, de Jaime I de Aragón  el Conquistador  (rizando el rizo, Jaime era franco-bizantino por parte de madre) y  de Alfonso VIII de Castilla, y,  aunque más lejanos en el tiempo, también descendía  de Harold Godwinson, último rey anglosajón de Inglaterra, pero ¡también de Guillermo el Conquistador, vencedor de Harold en Hastings y primer rey normando de Inglaterra!  o de Enrique II de Inglaterra, primer Plantagenet. Vaya... ni el mismo Eduardo I era puramente "inglés", pues tenía, entre otros ancestros, a  Leonor de Aquitania, a  Alfonso II de Aragón y  a  Alfonso VII de Castilla. Pero si olvidamos una vez más cómo se hacían las cosas en Europa, y nos dejamos llevar por la película,  Wallace ha conseguido una faena digna de hacer levantarse al Zanquilargo  de su tumba; de hecho, cuando éste se entera de la vaina, casi emprende el viaje al otro mundo antes de tiempo. 

En cuanto al martirio, sufrimiento inhumano y muerte de Wallace Mel Gibson se deja poco por mostrar y no escatima en impactos visuales, tanto para demostrar la fortaleza física y mental del patriota escocés ni su extrema fidelidad a unos principios y a unos ideales, como para dejar clara una vez más la miserable actitud de los ingleses en Braveheart, por si no lo habíamos visto ya.
De todas formas, como padeció el Wallace fílmico padeció el Wallace real, y  tal y como se aplicó en Inglaterra desde comienzos del siglo XIII hasta bien entrado el XIX -sí, los ingleses han sido siempre muy civilizados-   a  los condenados  a  muerte por alta traición,  las ejecuciones estaban precedidas de terribles torturas, unas sádicas escenas contempladas por el pueblo; ésa era la televisión.

Así,  William Wallace, tras haber sido arrastrado por las calles  -aquí el público normalmente aprovechaba para lanzarle desperdicios al condenado- , fue ahorcado, pero con el sutil cuidado de no romperle el cuello; sus extremidades fueron estiradas hasta el paroxismo; se le abrió el vientre  y sus entrañas fueron arrancadas, siendo quemadas delante de sus ojos;  y por último, fue castrado por completo y calcinadas sus partes también. Si quedaba algo de hálito en él, poco sentiría ya la decapitación final. Una vez muerto, el cuerpo era descuartizado en cuatro partes, que se solían exponer en los extremos geográficos del país,  aunque en este caso se mandaron con intención cerca de Escocia, como medida aleccionadora.  La cabeza se conservaba en brea y también  se mostraba, clavada en una pica o colgada, durante días y días.  La de Wallace fue colocada en el Puente de Londres.

Como puede verse, Gibson fue tildado de sanguinario y morboso, pero realmente no mostró todo el proceso con imágenes, probablemente porque serían escenas demasiado fuertes para una película de este tipo, por muy sangrienta que hubiera sido el resto del metraje.  Así, en la parte más cruenta centró la cámara en el rostro del protagonista y sus gestos de  extremo dolor, especialmente en otro de los grandes momentos de Braveheart, cuando, y tras haber negado una y otra vez la clemencia que los ingleses le concedían miserablemente si se mostraba leal al rey de Inglaterra y abjuraba de su traición,   grita "¡¡¡¡LIBERTAD!!!!" con voz desgarrada pero suficientemente potente como para sobresaltar a Eduardo I en su sueño de ictus, mientras se le va la vida por las heridas abiertas de su cuerpo y de su alma. 

Gibson, ferviente católico, añadió además cierta simbología cristiana en el sufrimiento de Wallace en lo referente a las posturas de brazos en forma de cruz y en la disposición del potro de tortura, además de los evidentes paralelismos entre Wallace y Jesucristo en cuanto al sacrificio final  -ya sea por tus convicciones, por tu pueblo, o por la humanidad- con todas las consecuencias y sin tratar de impedirlo.

Cuando ha expirado ese descomunal grito, Wallace cree ver a su gran amor entre el público; entonces aprieta el paño de Murron y la expresión de su rostro hasta sonríe; vemos el hacha caer hacia su cuello y luego  su mano, soltando ésta el ajado pañuelo, que va al suelo. Parece que todo ha terminado. 

 
Pero no. Estamos en otro campo de batalla. Vemos guerreros escoceses, y enfrente los ingleses con sus armaduras relucientes, como siempre. Una voz en off,  la del narrador y a la vez la misma de Robert I Bruce, nos cuenta lo que efectivamente se hizo con el cuerpo de Wallace y los acontecimientos posteriores a su ejecución.  Así, Robert, al frente de las tropas escocesas, parece haber alcanzado el trono mediante acuerdos poco honorables el trono de Escocia. Pero le debe pleitesía al rey inglés, quien no es otro que Eduardo II. Estamos en Bannockburn, en junio de 1314. 

Requerido por un repelente noble escocés, quien le apremia a acabar de una vez con la ceremonia, Robert titubea, mirando de reojo a sus súdbitos, y se detiene. Lleva en el antebrazo el viejo pañuelo de Murron del que Wallace nunca se separó. Lo saca y manosea, como intentando leer algo. Había admirado al Guardián de Escocia hasta el final, y se había odiado a sí mismo por traicionarlo.  Una vez liberado de la influencia de su pragmático y leproso padre, parece comprender, por fin. Y se arma del valor y de la convicción que hasta entonces le faltaban.   Vuelve a  mirar a  las huestes de Wallace. Desharrapados, maltrechos, pero dignos. Están Stephen el Irlandés, y Hamish, el leal y recio amigo de William, e incluso el padre de Murron. Ahí están, expectantes, con poco ánimo de rendición, observándolo de reojo.   Mientras, suena una flauta en el viento (Sons of Scotland) y unos tambores lejanos,  pero Robert se marcha con su caballo, en compañía de ese noble.  Vacila de nuevo,  se detiene, dice "alto"  y se vuelve hacia sus mesnadas, contemplándolas, y les ordena con voz trémula, como suplicando:



-"Habéis sangrado con Wallace...sangrad ahora conmigo".


Hamish aún conserva la gigantesca espada de su amigo y, eufórico,   la arroja con fuerza hacia el campo de batalla, recordándole una vez más. Ésta se clava decididamente en la tierra, mientras las gaitas suenan de forma atronadora.  los guerreros gritan "WALLACE, WALLACE" y Robert desenfunda su espada, poniendo los ojos en blanco, inyectándolos hacia el enemigo, y por su parte los escoceses cargan corriendo, una vez más, dispuestos a todo, ante el asombro de los petulantes ingleses. Una nueva voz en off, pero esta vez es la del propio Wallace:



-"En el año de Nuestro Señor, 1314, patriotas de Escocia, hambrientos y en inferioridad, cargaron sobre los campos de Bannockburn. Lucharon como poetas guerreros...lucharon como escoceses...y ganaron su libertad". 





A estas alturas del clímax final poco importa que, en la realidad histórica,  Bruce no vendiera  a  Wallace (éste fue traicionado por algún escocés de su entorno, al parecer, tras varios años de periplo intentando sin éxito una alianza de Escocia con  otros reinos, como Francia, Noruega o incluso el Papado, viajando William a la mismísima Roma),  ni que Bannockburn no fuera una batalla "espontánea", sino totalmente preparada y esperada. Y desde luego fue una victoria decisiva en las Guerras de Independencia escocesa, de tal calibre que Eduardo II hubo de embarcar a toda prisa en dirección a Londres ante el peligro se ser capturado. Y Escocia será libre e independiente, efectivamente, pero sólo hasta 1707, cuando mediante la Union Act pasó a formar parte de forma definitiva del Reino Unido, junto a Inglaterra, Gales e Irlanda. 

Pero poco importa. Ni tampoco que el enfrentamiento más decisivo no lo veamos. Mientras Robert y los escoceses arrasan a los ingleses, únicamente contemplamos la espada de William clavada en tierra escocesa. Así es como debe ser.

Ante este soberbio, impresionante y vibrante final, no cabe añadir nada más. Se me sigue erizando el cuello cuando lo veo y cuando escucho  el certero discurso de Bruce y la evocadora narración de Wallace/Gibson desde el más allá, y me sigue emocionando como desde la primera vez. Sí, en la historia del cine hay muchos finales, y algunos extraordinarios; comparados con éste, habrá finales más trágicos, más felices, más románticos, más profundos, más lacrimógenos, más aleccionadores...pero no hay finales como éste, donde te vuelves a sentir como entre los guerreros escoceses de  Sir William Wallace, y por quien te dan ganas de levantarte del sillón y correr contra el enemigo, a luchar por todo; por tu amor, por tu familia, por tus amigos, por tu tierra, por tus ideales y convicciones, por tu vida, por tu libertad




 Alba gu bràth (en gaélico, "Escocia por siempre")







3 comentarios:

  1. He agradecido los apuntes históricos sobre las batallas, las dinastías reales y los datos sobre eventos significativos. En lo demás, coincido contigo. Por otra parte, Braveheart supone un mensaje de aliento ante la opresión, sea del tipo que sea.

    Ganas me dan de pintarme de picta y salir a la calle para reclamar la misma libertad e igualdad de derechos que nos es vetada por el imperio del dinero. No espero derramar sangre pero el icono puede ser válido.

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  2. Tienes toda la razón del mundo...te secundo...y muchas gracias!

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  3. Sin lugar a dudas, Corazon valiente, es una de las mejores pelis que vi en mi vida, la vi en el cine 2 veces, la tenia en vhs ahora la tengo en dvd, es un guion magistral donde el principio de accion atraviesa toda la pelicula desde el principio al fin, logrando una coherencia que hace que la peli sea lo que es, y el final.. dios.. cierra todo a la perfeccion.. es un deleite!!
    muy bueno el post, y genial el sitio!!
    Saludos desde Argentina

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