19.10.12

¿Adéu, Espanya?

"On són els barcos. – On són els fills?
Pregunta-ho al Ponent i a l’ona brava:
tot ho perderes, – no tens ningú.
Espanya, Espanya, – retorna en tu,
arrenca el plor de mare!

 Salva’t, oh!, salva’t – de tant de mal;
que el plo’ et torni feconda, alegre i viva;
pensa en la vida que tens entorn:
aixeca el front,
somriu als set colors que hi ha en els núvols.
On ets, Espanya? – no et veig enlloc.
No sents la meva veu atronadora?
No entens aquesta llengua – que et parla entre perills?
Has desaprès d’entendre an els teus fills?
Adéu, Espanya!"



(¿Dónde están los barcos? - ¿Dónde están los hijos?
Pregúntaselo al Poniente y a  la ola brava:
Todo lo perdiste - no tienes a nadie.
España, España, - vuelve en ti,
¡Arranca el llanto de madre!

Sálvate, ¡oh!, sálvate - de tanto mal;
Que el llanto te vuelva fecunda, alegre y viva;
Piensa en la vida que tienes alrededor:
Levanta la frente,
Sonríe a los siete colores que hay en las nubes.
¿Dónde estas, España? - no te veo en ningún sitio.
¿No oyes mi voz tronadora?
¿No entiendes esta lengua -  que te habla entre peligros?
¿Has desaprendido a no entender a tus hijos?
¡Adiós, España!)


 Fragmento de Oda a Espanya/Oda a España (1898).  Joan Maragall.


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No tenía pensado dar la brasa  de nuevo con otra entrada de temática "nacional" relacionada con ideologías separatistas, temas que me apasionan aunque por otra parte me enfurecen un tanto, quizás demasiado.  Pero se suceden los días y son tantos los acontecimientos, tantos los titulares y tan graves las palabras vertidas jornada a jornada que no tengo más remedio que volver a sacar a pasear mi ira mesetaria (como diría un catalanista o un pro-catalanista).

No tenía pensado, verdaderamente. Después de disfrutar escribiendo sobre William Wallace, los escoceses y Braveheart, mi última idea era volver a teclear sobre España y los españoles, ese pueblo tan admirable como cainita. ¿Y a santo de qué, como suele decirse? Pues, querido lector, por la Diada catalana y la "ola soberanista" -como se ha venido denominando- derivada tras ella. He escrito ya varias entradas sobre este tema y otros parecidos, pero como ciertas historias me tocan de más la fibra y me producen rabia e impotencia, nunca está de más canalizar esas reacciones aporreando las teclas del ordenador en una respuesta pacífica, sin mayores consecuencias salvo la de desfogarme,  ante tanta iniquidad. 

Todo empezó con la famosa Diada, el 11 de septiembre, Día Nacional de Cataluña para muchos, o eso querrían ellos. Dicha celebración sirvió una vez más para canalizar los odios de ciertos ciudadanos catalanes hacia todo lo castellano, todo lo que no parece estrictamente catalán, todo lo que huela a español según su parecer.  En la conmemoración de la rendición de Barcelona ante las tropas borbónicas en la Guerra de Sucesión en 1714, de nuevo se escucharon proclamas de resentimiento, muestreo de banderas con poco recorrido histórico  y cremación de aquellas consideradas enemigas. 

Vaya por delante que respeto a quien o quienes se consideren independentistas catalanes, siendo éste un respeto distante, al no compartir para nada su ideología, pero, por otra parte, me parece patético basar esa creencia en Cataluña como nación en unos fundamentos mentirosos y en  toda una galería de mitos y supuestos realmente falsos, muy endebles, que nadie se cree salvo un pancatalanista furibundo más ciego que un topo. Que en la Diada canten con emoción Els Segadors tiene un cierto pase, pues en España tenemos himnos regionales totalmente respetables y en algún caso realmente preciosos,  como el de Valencia, pero todo pierde el sentido cuando se reverencia a Rafael Casanova (1660-1743)  como héroe y mártir de la causa independentista catalana desde hace siglos, cuando dicho conseller en cap ni murió en la guerra de Sucesión, ni se opuso a "España"; es más, se sublevó por ella, en contra de Felipe V  y en favor del archiduque Carlos  -como muchos españoles en dicho conflicto y como muchos catalanes, dándose el caso de villas de la misma comarca enfrentadas por uno u otro rey-  , pero desde luego en favor de España y no en contra de ella. 
Sigue perdiendo el sentido cuando se ondea como exclusivamente catalana la senyera, la bandera cuatribarrada, y también cuando se sacan diversas esteladas, siendo éstas enseñas claramente independentistas, reconocibles por la estrella dentro de un triángulo  (la inspiración se encuentra en la bandera cubana). Aunque la senyera sea desde hace mucho tiempo la bandera de Cataluña, ni por asomo se creó o se inventó en dicha región, ningún monarca catalano-aragonés (por usar la terminología independentista) la ideó posando los dedos manchados de sangre sobre un estandarte amarillo.   Como todo el mundo sabe, o sabe pero prefiere ignorarlo, lejos de ser exclusivamente catalana,  fue desde el siglo XII  y es la bandera de la Corona de Aragón. Cataluña, formada por una cierta cantidad de condados, no fue más que un Principado dentro de la monarquía aragonesa, cuyo monarca era, a la vez, rey de Aragón y conde de Barcelona (desde la unión dinástica de 1162).   La comunidad autónoma aragonesa es pisoteada constantemente por los catalanes, pero nadie tiene piensa en la vieja, gloriosa, austera y discreta tierra de Aragón.

Una muestra más de la extraordinaria lucidez de estos nacionalistas-separatistas: al finalizar estas marchas suelen quemarse banderas de territorios considerados enemigos, como España y Francia, en un acto de total respeto, muy en la línea de la elegancia pancatalana. Este año, aunque uno de los lemas de la Diada era "Catalunya nou estat d´Europa", los cachorros del independentismo no tuvieron problema alguno en prenderle fuego, además, a banderas de la Unión Europea.  Supongo que lo hicieron  para dejar claro su amor por dicho continente y para hacer méritos ante un futuro ingreso. 

La Diada, como cada año, suele congregar a un buen número de felices manifestantes, y como cada año también, acarrea las famosas "guerras de cifras" entre policía, delegados gubernamentales y Generalidad; normalmente las disparidades son notorias entre unos y otros. Vistas las imágenes de la marcha, resulta complicado que la cifra rondase de cerca el millón de personas. Se quede próxima o lejana de esa cantidad, pues sí, es gente, pero tampoco un rotundo éxito, un extraordinario acontecimiento donde el pueblo hable como una sola voz. Recordemos, por ejemplo,  la población de Cataluña alcanza los 7, 5 millones de habitantes (2011).  Demasiado lejos quedan las cifras de la Diada como para llegar siguiera a una cantidad apreciable en relación a su población total.

La Diada sirvió una vez más, también, para contemplar a diversos personajes muy conocidos tanto en Cataluña como en el resto de España; es el caso de Pilar Rahola, Jaume Roures (dueño de La Sexta),  Sandro Rosell, etc. En la mayoría de casos se trata de estómagos desagradecidos, es decir, gente muy independentista en apariencia, pero convenientemente remunerados económica y mediáticamente por el Estado español. Además, este año la manifa contó, con el apoyo en la distancia , desde su retiro neoyorquino, de Pep Guardiola, quien al parecer de repente se ha vuelto separatista, aunque examinando sus declaraciones desde hace unos cuantos años puede verse por dónde se movía  el exitoso entrenador de Santpedor.

Encabezando la reivindicación indepentista, no físicamente pero sí espiritualmente, se encontraba el molt honorable president  Artur Mas. Ya totalmente desprovisto de aquella moderación pretendidamente atribuida  hasta hace bien poco, el político barcelonés aprovechó la Diada como asonada para reivindicar una vez más una nueva situación en relación al resto de España, cuando no independencia, basándose en el supuesto expolio fiscal y en una posición agraviante para Cataluña, pisoteada por el mismo nacionalismo español de siempre. 
Todo ello, cuando hace unas pocas semanas la Generalitat había solicitado acogerse al fondo de rescate para las autonomías, por su penosa situación económica, aunque como se vio, hizo tal petición como desde siempre la hacen los nacionalistas periféricos, desde la chulería, la autosuficiencia y la falta de respeto. 

Así, Mas, ahogado por las deudas consecuencia del derroche de 35 años de políticas autonómicas nacionalistas, y con un gobierno, el suyo, que poco ha demostrado en este año en el poder, vio en la Diada una ocasión perfecta para desviar la atención, desviar el foco de las iras hacia España. Cataluña ronda los 900.000 parados y es una de las comunidades autónomas más endeudadas del país; no hay dinero para sanidad, ni para pensiones -pero sí para seguir fortaleciendo la lengua catalana en detrimento de la española  y las embajadas en el extranjero, por ejemplo- pero ahora la prioridad es una nueva reivindicación separatista, porque, Espanya ens roba y la culpa únicamente es de  "Madrit"/"el Estat espanyol"

Hace unos meses, cuando la polémica de la pitada del público del FC Barcelona y del Athletic de Bilbao al himno de España en la final de la Copa del Rey, la figura política que reaccionó más enérgicamente fue Esperanza Aguirre, presidenta de la Comunidad de Madrid. Lógicamente, tanto el nacionalismo periférico como buena parte de la izquierda española -política y mediática-  se le echó encima y le convirtió en  cabeza de turco; prácticamente se le culpó de crispar más el ambiente y de insultar a los respetuosos aficionados. 
 En la prensa catalana, uno de los diarios considerados como moderados desde siempre, o eso se creía hasta hace poco, es La Vanguardia, propiedad del conde de Godó, Grande de España y colega del rey. Dentro de dicho periódico destacan las crónicas de Enric Juliana, una especie de "corresponsal" del diario catalán en Madrid. En relación a lo de la pitada al himno, Juliana adució que la estrategia de Aguirre, ofendiéndose por el insulto  a uno de los símbolos de España, estaba justificada para desviar la atención pública, centrada en la oposición a sus políticas en la Comunidad de Madrid,  y así salir impune, durante un tiempo al menos.  Aguirre, fueron las palabras de Juliana,  estaba usando "la táctica de la tinta del calamar, una jugada de manual", en referencia a cuando estos cefalópodos expulsan ese líquido para distraer al enemigo y escapar.  El artículo del periodista catalán fue aplaudido por otros paisanos suyos, pancatalanistas encubiertos, como la presentadora de Espejo Público, Susanna Griso. Así, cuando ví a Mas parapetado tras la bandera de la Diada, me gustaría haberle preguntado a Enric Juliana  (y  a la periodista de la  españolista  Antena 3, emocionada con el triunfo de Artur)  qué nombre le pondría a la sibilina estrategia del presidente de la Generalitat. 

Luego vino la resaca. Para una parte de la izquierda política y mediática, la Diada fue un rotundo éxito y algo muy serio, a tener en cuenta por el gobierno de Rajoy. Cataluña había hablado y se debían tener en cuenta sus reclamaciones y lamentaciones, totalmente legítimas y loables. Lógicamente, parte de la derecha política y mediática (excepto la catalana, con escasas salvedades)  reaccionó más críticamente y vió claramente por qué ramas se andaba Mas. 
Si hablamos de políticos, la alegría de los nacionalistas catalanes con presencia en el Parlamento vino acompañada de la habitual tibieza del PSC, teóricamente no separatista pero federalista radical.  Se sucedieron las declaraciones, cada cual más rimbombante e incendiaria, hablando ya de referéndum por la autodeterminación y por el fin próximo de la sangría  económica y del expolio fiscal.  A las habituales de Esquerra Republicana habría que añadir las del socio de Mas, Duran i Lleida, quien, como el president, parece haber perdido la cordura, y hace tiempo dejó de ser ese respetable político catalán con verdadero sentido de estado, además de que cada día declara algo distinto al anterior, contradiciéndose a él mismo infinidad de veces.

Con total imprudencia, Mas lanzó el desafío al gobierno español, y desde luego, con total falta de miras, no sólo por encender el debate independentista en una época de debacle económica en toda España, pecando una vez más de miserable y de falso, puesto que está por ver si los separatistas en bloque estarían dispuestos a dejar de trincar del Estado español, si de independencia hablamos (dejémonos de federalismo asociado o secesión con condiciones, etcétera. Si  se van, se van),   sino también por crearle falsas esperanzas a un cierto número de gente. Al parecer, según las encuestas, los partidarios de la independencia de España rondarían el 50%, pero, en el supuesto de alcanzar  esa cifra ¿qué pasaría con la otra mitad? ¿Sería eso democrático? ¿Qué pasa con esos catalanes que no tienen pensamiento pancatalanista? ¿Realmente llegarían a ese 50 por ciento los votos secesionistas? 

Pero, algo no poco importante...¿sería viable una Cataluña independiente, totalmente sesgada de España?  Ciertamente, resulta curioso,  por no decir grotesco,  que precisamente ahora Artur Mas y sus paisanos (de izquierda y derecha) se pongan más flamencos que nunca, cuando está su región totalmente endeudada y depauperada. ¿Aguantaría Cataluña sin el paraguas, ahora ciertamente precario, pero paraguas al fin y al cabo, sin la hucha  de España? Mas no puede ser más ruin cuando quiere convencer a sus votantes de que Cataluña seguiría dentro de la Unión Europea. Todo el mundo con dos dedos de frente considera lo contrario. En el caso de que la secesión se produjese, los inicios de Cataluña en el frío invierno extra-europeo serían durísimos, con balanzas fiscales muy desfavorables y déficits de campeonato. El propio Artur Mas, sabe, todos los políticos catalanes saben, que la UE no admitiría a su nuevo país de buenas a primeras. Es más, ni de buenas ni de primeras, pues contaría con el lógico veto de España y otras naciones. Cataluña se colocaría en el furgón de cola de la lista de futuribles, por detrás de Kosovo. Un panorama sin duda poco halagüeño, pero lo que importa es perder de vista a la puta España, ¿eh?

Todo ello ha quedado expuesto todos estos días en los medios de comunicación. Radios, televisión, internet...como digo, la izquierda mediática, casi en bloque, ha recibido con comprensión y simpatía las reivindicaciones catalanas. Y tanto catalanes como españoles de otras regiones. Respecto estos últimos, tenemos ciertos casos de extremo pasteleo hacia el separatismo,  siguiendo a pies juntillas lo dicho por Mas y los suyos, añadiendo  "amo a Cataluña desde siempre y a los catalanes" y cosas así.  Luego,  otros periodistas nihilistas que nada les importa, ni de un signo ni de otro, y otros a quienes directamente se la pela  España y su unidad.  Por último, otros claramente partidarios de la independencia, siendo madrileños, andaluces o castellano-leoneses. Vuelvo a reiterar mi respeto, ante posibles acusaciones de sectarismo, hacia esas posiciones. Verdaderamente, y tal y como están las cosas, mi mundo no se vendría abajo si Cataluña "se fuera", aunque ése es otro tema. Pero las posiciones de estos periodistas (y de algún político) serían aún más respetables si fueran consecuentes.  Me explicaré.

Me refiero al pretendido internacionalismo de la izquierda, normalmente anti-nacionalista y anti-patriota. A la izquierda mediática española suele llenársele la boca y las tintas con sentimientos contrarios a doctrinas del nacionalismo y suele recurrir a citas célebres de figuras (como Oscar Wilde o G.B. Shaw, suelo confundirme) sobre los defectos y rémoras de tales ideologías, y lo atrasado de sus preceptos.  Sin embargo, toda la beligerancia de esta izquierda hacia el patriotismo español, hacia todo lo que huela a exaltación de España como lugar común y digno de respeto, se desvanece si de nacionalismo periférico y separatista hablamos.  Suelen recurrir a la guerra civil y al franquismo como motivos por los que rechazan la bandera, los símbolos y el patriotismo intrínsecamente español, como si la bandera y la propia España hubieran sido inventadas por Franco, como si  40 años de dictadura (verdaderamente un tiempo negro, de acuerdo)  importasen más que varios siglos de bandera, nación y proyecto común de todos para todos

Estas tácticas, soniquetes y silogismos suelen molestarme especialmente, pues me reconozco simplemente como un firme patriota. Para nada nacionalista español, pues no me considero superior a ningún otro pueblo ni nacionalidad.  Exalto las virtudes de España, entendida ésta como esa nación vieja y dispar donde vivimos todos, entre todos  y para todos;  me quito el sombrero ante el devenir de su pueblo, ante gran parte de su historia y ante su idiosincrasia tan variada y peculiar, adoro su geografía, sus ciudades, sus pueblos y regiones y su cultura, y me conmuevo ante según qué lugares, qué fechas o qué composiciones artísticas, pero también soy crítico ante según que características típicamente españolas y ante ciertos pasajes de su historia y otros aspectos más complejos.  Nada hay de malo en ser un sano patriota de tu país. Más negativo es caer en el nacionalismo, bastante más oscuro. 

Pero a esta izquierda política y mediática no se da por aludida,  metiendo con total intención todo en el mismo saco. Desde luego no dudan en abrazar y en apoyar toda ideología separatista periférica, ya sea catalana, vasca, gallega, aragonesa, andaluza, asturiana o de Carabanchel. También, y en relación a la "ola soberanista", han simplificado sobremanera el conflicto, justificando la deriva independentista en "claro, cómo van a querer los catalanes seguir perteneciendo a España, a esta España en crisis, corrupta, caciquil y nacionalista castellana, y con un gobierno mentiroso y perdedor", como, si siguiendo la retórica de los separatistas, la culpa fuera sólo de los políticos de Madrid o de los vagos andaluces y los trabajadores y expoliados catalanes estuvieran libres de todo pecado. Faltaría más.

Aún teniendo razón en una parte de ese discurso, puesto que los recortes del gobierno están machacando a la clase media,  la economía española no da para más (o para los que manejan quieren que dé), la casta política, en general y con escasísimas excepciones, es un verdadero asco,  los bancos tienen cierto peso de culpa en la crisis y en varias partes huele a podrido y a chiringuito desde hace años,  no considero, pienso yo, que se pueda justificar la explosión de nacionalismo catalán por ese lado y se deba contemporizar con ellos tan descaradamente.

A todo esto, y cambiando de tercio, o eso parecía, el 7 de octubre llegó el "Clásico" de la Liga de fútbol, un FC Barcelona-Real Madrid en el Camp Nou. Para escándalo de buena parte de la afición culé de fuera de Cataluña, que siempre ha habido y mucha, el club no dudó en plegarse a los intereses políticos del separatismo y preparó un gigantesco tifo formando únicamente una senyera, sin ningún color del FCB por ninguna parte; además de precalentarse previamente el evento deportivo con vídeos y consignas independentistas por parte de ciertas peñas blaugranas.  Se repartieron cartulinas rojas y amarillas para la gente, y de esta forma los cerca de 98.000 espectadores del estadio fueron partícipes de una farsa en pro de una causa totalmente ajena al deporte. Incluso, en el minuto 17:14 (por aquello de la guerra de Sucesión en 1714, la toma de Barcelona) se escucharon gritos de "¡Independencia!". Con esta puesta en escena digna de regímenes totalitarios, se caldeó más el ambiente contra un Real Madrid que, desde hace mucho pero con más intensidad recientemente, se ha  venido considerando y se volvió a considerar el día del partido por los separatistas como el símbolo de la ultranacionalista y expoliadora España. Además, siempre ha sido minoritario el uso por una parte de la afición madrileña de banderas fascistas y actualmente y desde hace unos años eso es marginal por no decir inexistente. 

Una vez más se falta a la verdad, puesto que ni el Real Madrid Club de Fútbol  es el símbolo de España ni el FC Barcelona el de Cataluña, por más que desde casi siempre éste ha sido un club catalanista, y en las últimas décadas sus palmeros han querido atribuirle también una condición de símbolo por la democracia en tiempos de la dictadura.  Pero ya resultan muy trasnochadas las alusiones denigratorias al club blanco como el equipo de Franco, cuando el Madrid fue usado perniciosamente por éste en un tiempo y un espacio muy concreto; pero todo ello, mientras el Barcelona seguía ganando títulos de Liga y Copa (como el Athletic, por otra parte). Curioso, ¿verdad?

Yo no soy del Real Madrid, y su presidente me despierta nulas simpatías, pero es fácilmente imaginable cuál hubiera sido la reacción de los nacionalistas periféricos y de buena parte de la izquierda ante una hipotética  e imposible banderolada con los colores de España en un partido frente al club azulgrana.  Se monta la de Dios es Cristo. Pero, una vez más, y aunque la decisión del FC Barcelona fue criticada incluso entre la izquierda española, no fue denostada por ésta con el mismo ahínco que si la intención hubiera sido patriótica o nacionalista de España. Una vez más, les perdonamos todo, les falta decir. No pasa nada, tranquilos. 

Después del partido, el feliz y ufano Sandro Rosell, para nada arrepentido por haber usado un evento deportivo con fines políticos, aún tenía más perlas para los titulares. La más sobresaliente, aquella de que, ante una hipotética secesión de Cataluña, su club seguiría jugando sin problemas en la Liga Española, "como el Mónaco en Francia". Sin comentarios. Aquí una vez más vuelve a quedar claro el verdadero interés del indepentismo catalán, que, palabrerías aparte, cae por su propio peso cuando hay dinero de por medio. 

Por si fuera poco todo esto, el 10 de octubre, el ministro de Educación y Cultura,  José Ignacio Wert, afirmó en el Pleno del Congreso que la intención de su departamento en Cataluña era "españolizar a los niños catalanes". Desde el minuto uno se le echó encima, como perros en la caza del zorro, el bloque nacionalista catalán, pero el ministro fue duramente denostado también por el PSOE.  Por el PSOE y por la práctica totalidad de la izquierda mediática, de nuevo. Lejos de arrepentirse, Wert se reafirmó y añadió que su intención era  "que los niños catalanes se sientan tan orgullosos de ser catalanes como de ser españoles", es decir, de minimizar el catalanismo manipulador de las escuelas catalanas y garantizar una enseñanza verdaderamente bilingüe o exclusivamente en castellano sí así las familias lo desean. 

Como dije, las primeras palabras de Wert me parecieron desafortunadas, porque le proporcionaron combustible de sobra a los animados nacionalistas catalanes, quienes necesitan verdaderamente poco o nada para montar una manifestación haciéndose los agraviados e insultados. El ministro se expresó mal y montó una mayor, como también es verdad que estoy de acuerdo con él en el fondo: la enseñanza catalana está por desgracia muy sesgada y muy impregnada de nacionalismo catalán, además de encaminada en marginar al idioma castellano por completo, como si la lengua catalana hubiera sido siempre la única en Cataluña y como si la lengua española no se hablase en dicho territorio.

La afirmación del ministro desató un nuevo torrente de declaraciones y titulares, conveniente acompañados de artículos en prensa y apasionadas tertulias.  La consellera de Educación de Cataluña, Rigau, consideró como "preconstitucional"  la intención de Wert (curioso que quienes más pisotean la Constitución Española se acojan a ella cuando les conviene)  . El PSOE, lejos de echar un capote a Wert por aquello de ser  "el otro gran partido nacional"  se ensañó con él  y se mostró de acuerdo con las reacciones del Govern catalán, por medio de las altamente preparadas portavoces socialistas Elena Valenciano  y Soraya Rodríguez  y  del  "número tres" del partido,  Óscar López, un digno aprendiz del ex-presidente Zapatero.

Esta deriva identitaria del PSOE, en otros tiempos un partido con sentido de Estado y vocación nacional, pero desde un tiempo a esta parte claramente disgregado y partidario de cualquier nacionalismo periférico contrario a la unidad de España e interesado en conflictos entre españoles,  es una muestra más de su naufragio.  Naufragio visto con lógico recelo, no sólo por una parte de su electorado, además por elementos de ese PSOE veterano como José Bono, Alfonso Guerra o Joaquín Leguina. 

No sé de dónde viene exactamente ese odio a España, o al menos, en ese interés en eliminar en lo posible cualquier indicio del término España y en favorecer a todo nacionalismo disgregador y de provecho escasamante positivo para el pueblo español. No sé si el PSOE ha hecho también suya esa creencia separatista de que España fue inventada por Franco, así como la bandera, el himno, el centralismo y buena parte de la historia española.  Y además, qué demonios, ¿españolizar una parte de España? Habrase visto...lo verdaderamente democrático y progresista es catalanizar, galleguizar, vasquizar, murcianizar...y todo ello odiando a España y renegando de ella,  por supuesto.

Españolizar, según Valenciano, es inconstitucional. Será que lo constitucional  es "afrancesar" o "alemanizar"  el país. Qué demonios, es más constitucional desarrollar el catalanismo frentista y odiar al Estado español, sí. Eso cohesiona y favorece el entendimiento entre españoles. Como sancionar económicamente a quien rotule su negocio en castellano. Eso también es constitucional y democrático, ¿verdad?

Que las desafortunadas palabras de Wert tuvieran más trascendencia y alcanzasen más gravedad que las previas de la consellera Rigau, sobre su intención de incentivar el catalanismo en Cataluña, deja bien a las claras cómo están las cosas en el patio.  El catalanizar de los nacionalistas, conlleva, como ha quedado demostrado, la denostación de España como la entienden los españoles en su conjunto.  El español, o castellano, también se expulsa en lo posible, y desde bien temprana edad es importante inocular al niño en los preceptos del pancatalanismo más rancio y radical. Nada han de saber del verdadero papel de Cataluña en la historia de España ni de cómo es España en general. Para qué. 
El nacionalismo catalán desea borrar España de Cataluña; a lo que parece, Wert quiere seguir viendo integrada Cataluña en España, sin eliminar la primera de la segunda. El nacionalismo desprecia todo lo que huela a español. España no reniega de lo catalán, siempre que no se falte al respeto de los españoles, por supuesto. El nacionalismo, como todo nacionalismo, necesita odiar algo. El catalán, desde luego, apunta a España.

Con todo, por muy buenas que sean las intenciones mal expresadas del ministro, poco va a poder hacer, si al final hace algo.  La Educación en España tiene poco arreglo después de tantos años de fracasos y leyes sucesivas. Encima, el Estado central apenas tiene competencias en Educación y la Generalitat va a  seguir obrando a su antojo sin problemas  y en perjuicio de los que no piensen como ellos. Cuentan además con la ayuda de más de 30 años de políticas nacionalistas; los que alguna vez fueron niños, ahora son adultos plenamente conscientes e imbuídos de autolegitimación. 

Así, Wert fue acusado por políticos, periodistas y analistas de la izquierda de "reaccionario",  "autoritario", "franquista" y de querer reinstaurar la Formación del Espíritu Nacional del franquismo. De locos, pues si hay alguien quien verdaderamente eduque de una forma sesgada, maniquea y falsaria, ése es un nacionalista periférico, ya sea catalán, vasco, o gallego. 
Una de las reacciones más altisonantes de Mas ante las palabras de Wert supuso que "el PP quiere enseñar la historia de España como una, grande y libre", refiriéndose a la clásica y recurrente sentencia, para un separatista, de que si un español, aunque sea catalán, se opone al glorioso nacionalismo catalán, ergo es franquista. 
Se ha aducido, y con razón, que el franquismo pusiera la camisa azul del falangismo, por el descarado uso y abuso propagandístico en los años de la dictadura, por desgracia,  a personajes de la historia española como el Cid o los Reyes Católicos.  Pues bien, no veo qué diferencia hay ahora con el falseamiento de la historia española y catalana por parte de los nacionalistas de Cataluña. Para neofranquistas, de algún modo, ellos. Ellos, continuando con la tradición pancatalanista del siglo XIX,  han vestido con la estelada a Wifredo el Velloso (Guifré el Pilós), a  Jaime I de Aragón, a Roger de Flor (por más que sus almogávares, gritasen, entre otras terribles exclamaciones de combate, "¡Aragó!"  y no  "¡Catalunya!" o "¡Visca Catalunya!") a Pau Claris, al citado Casanova  y a tantos otros, tergiversando la historia según sus fines políticos. 

Pero todo ello y una vez más, no debe ser motivo de duelo, lamento, ira o enfado por parte, no sólo del resto de españoles, sino de catalanes que no piensen como un catalanista. Tampoco se rasgan las vestiduras los periodistas y analistas de la izquierda mediática, nada partidarios de un Estado que controle a las autonomías en su derroche y felices porque España no está dominada por lo castellano, como si nuestra nación estuviera aún asfixiada por Castilla. 

Aquí, de nuevo se aplica aquella manida cantinela de "español malo-separatista bueno". Para estos periodistas, todo el patrioterismo español, entendido este "español" como una suma de todos,  es claramente repudiable, mientras que el patrioterismo de los nacionalistas periféricos es perfectamente loable,  totalmente legítimo y absolutamente positivo para todos, aunque fomente las disensiones y esté alimentado por un innecesario odio a lo "español".  Esta teoría suele aplicarse, como desde hace unos cuantos años, cuando los tenidos por "patriotas españoles" son  de derechas,  del PP, aunque desde un tiempo se ha venido incluyendo en este grupo de "fachas" a partidos  para nada conservadores como UPyD y  Ciudadanos/Ciutadans. Por contra, los nacionalistas periféricos  y quienes merecen todo el respeto suelen ser de izquierdas, como  PSC, ERC, BNG, ICV, Nafarroa Bai, Amaiur y  Bildu-Batasuna. Recalco ésto porque suele omitirse que dos de los partidos más combativos en su nacionalismo periférico son conservadores y de derecha, aunque suelen contar con el plácet de este periodismo de izquierda enemigo del centralismo o simplemente de la España integradora: me refiero, claro está, a CiU y al PNV. 

Todo ello de los medios de comunicación es aún más sangrante si nos percatamos de la importante presencia de  presentadores de noticias y de programas, meteorólogos, colaboradores varios, actores y humoristas catalanes, todos ellos de diversa ideología en la inmensa mayoría de las principales cadenas televisivas españolas, de ámbito nacional, me refiero. Una relación de todos ellos y ellas  y sin ser pormenorizado, daría para otra parrafada.  Lo digo porque uno de los argumentos del victimista nacionalismo catalán es que en el resto de España, además de no "tener representación" ninguna en  los medios de comunicación,  se "les odia y calumnia", y  añaden la existencia de  "xenofobia hacia lo catalán".  Sangre de Dios. No hay derecho. Como puede verse, en ese acto de comunicar  para toda España, sea desde  Madrid u otro sitio,  en las televisiones no se mira de dónde procede el profesional, ni se pregunta la ideología identitaria, algo que sin duda se mira con lupa en la Cataluña nacionalista, donde para empezar has de saber sí o sí  el idioma catalán.  Una vez más, estos falsarios pancatalanistas se ganan el menosprecio de muchos españoles, a pulso. 

Volviendo a la izquierda mediática, estos periodistas, analistas y tertulianos, tan expertos en todo ellos y tan pródigos en moralina,  lejos de achacarle a Mas y los suyos la sucesiva utilización del "conflicto identitario" para tapar sus miserias económicas y sus fracasos, le endosan el muerto al Gobierno de Rajoy. Es decir, para ellos, el principal interesado del auge de la "ola soberanista" es el PP, pues así se habla menos de los recortes y de manifestaciones de oposición a las políticas del presidente.

Entre los partidarios de esta curiosa teoría, cadenas televisivas como La Sexta, con su profundamente sectario programa El Intermedio, el cual, pese a emitirse en todo el país,  suele ridiculizar a quien se muestre mínimamente partidario de  la unidad española, y  por otra parte es partidario de los nacionalistas catalanes. Otro de los espacios "estrella" de la cadena, Al rojo vivo, un debate bastante plural (en cuanto a  la variedad ideológica de los debatientes), pero por desgracia poco o nada plural en su línea editorial, también se ha mostrado bastante contemporizador con las reivindicaciones y las palabras de los nacionalistas catalanes, y ha llegado a realizar algún que otro especial nocturno a causa de las palabras de Wert. No creo yo que dichas declaraciones sean tan graves. Si hablamos de nacionalismo, me parecen mucho más graves los constantes ataques a la historia y al pueblo españoles por parte de los separatistas. Pero eso no dá para un especial, piensan los chicos de La Sexta. 

Eso pudo verse el 12 de octubre, Día de la Hispanidad, Fiesta Nacional en España y varios países americanos en conmemoración de la llegada de Colón a América en 1492.  Como ya es clásico y viene siendo habitual, el separatismo periférico, con la comprensión de buena parte de la izquierda española, reniega de tal fecha y dice que no hay nada que celebrar (de hecho varios colegios catalanes se declararon en rebeldía y abrieron el día festivo) pues, para ellos,  no da para más el aniversario del  "genocidio español en América".

Sobre ese tema ya escribí, pero resulta una vez más patético e hipócrita, por decirlo finamente,  que se reniegue del pasado. El descubrimiento, colonización y conquista de América, como todo hecho del ser humano, tiene sus luces y sus sombras, pero la mejor manera de encarar el tema no es aplicar nuestro pensamiento actual a hombres de hace siglos. Claro que hubo matanzas. Claro que se propasaron, en ciertos momentos, los conquistadores. Pero, como he dicho tantas veces, la América hispana no es como la inglesa, en lo referente a mestizaje. Baste comparar las poblaciones indígenas de uno y otro lado para sacar algo de pecho sobre anglosajones y norteamericanos. Por no hablar del patrimonio arquitectónico, literario y cultural en general. 

Y todo ello, considerando además que en la empresa americana participaron un buen número de catalanes, además de vascos -esto también suele olvidarse-.  Siendo cierto el papel preponderante de los castellanos (y especialmente de andaluces, extremeños y vascos) los aragoneses -y por "aragoneses" se entiende a los propios aragoneses y también a catalanes y valencianos-   no se quedaron con los brazos cruzados y sin pillar tajada.  Tanto desde el descubrimiento (es más, la posibilidad de que Colón  fuera catalán no es descabellada. Hay otras hipótesis mucho más inverosímiles, como  la inglesa), como en la colonización, en la conquista y en la administración de las Indias. Nombres como Ramón Pané, Joan Orpí, Pedro Margarit, Miguel Ballester, Juan Claret, Salvador Samà, Gaspar de Portolá, Manuel Amat o Calvete de Estrella, o  la importancia del comercio -especialmente con Cuba- ,  además de la inmensa cantidad de religiosos y misioneros en América, nos dan una idea del importante papel de los catalanes en las Indias (1).

En fin. Así, como en una serie de diapositivas, se han ido sucediendo más acontecimientos y declaraciones:  una manifestación pacífica ese mismo 12 de octubre promovida por colectivos orgullosos tanto de ser catalanes como de ser españoles y saldada con algún incidente por la infiltración de elementos ultras separatistas; o  la difusión de un repugnante vídeo "humorístico" de una de las múltiples cadenas televisivas catalanas, en este caso TV3, donde, mientras dos jóvenes conversaban,   se hacía apología de la violencia  ("la violencia siempre es la última opción, pero es una opción") y se disparaba a varias representaciones de personalidades catalanas contrarias al independentismo, además de al rey Juan Carlos, mientras chorreaba la sangre.  Supongo que la libertad de expresión sobrepasa el límite cuando se falta al respeto y se incita a la violencia. 
Violencia que también puede ser dialéctica, como los sucesivos titulares de Artur Mas. En uno de las últimos declaraba su intención de  "internacionalizar el conflicto" si el Gobierno español le ponía trabas a su proyecto independentista. Vaya, el  molt honorable president tirando de  retórica terrorista. Pero tampoco pasa nada, desde luego. Se le permite todo. Por supuesto, el vídeo no ha tenido la misma trascendencia si, es un suponer, lo hubiera realizado TVE o Telemadrid y en las dianas hubiera estado Artur Mas o Joan Tardá. Y las altisonantes declaraciones de Mas ya comentadas,  o de Alfred Bosch (ERC), comparándose con Unamuno ante las tropas franquistas, tampoco han acarreado las mismas reacciones negativas en ciertos medios de comunicación  salvo la de volver a echarle la culpa del clima anticatalán al Gobierno. 

Pocas voces de personalidades catalanas conocidas han osado mostrar públicamente su oposición a la "deriva soberanista" lanzada por Mas. De entre las más notorias, José Manuel Lara Bosch, presidente del grupo Planeta, una de las empresas españolas de comunicación más importantes en España y América, y amplia difusora de cultura y  literatura. Por cierto, desde hace muchas décadas las principales editoriales literarias españoñas han tenido sede en Barcelona, y en mayor número que en Madrid,  algo sin duda despreciable para los separatistas. El empresario vino a decir que si Cataluña se independizara, el grupo Planeta se habría de marchar de ella, pues no tendría sentido un grupo editorial en castellano en un país foráneo.
Los lógicos temores de Lara se unen a  la intranquilidad de otras empresas, españolas y extranjeras, con sede o subsede en Cataluña, las cuales no ven con buenos ojos la escalada de separatismo impulsada por el president, pues ven peligrar sus negocios y el futuro de los mismos. 

Por último, estos días hemos vuelto a conocer cómo se las gastan los profesores catalanistas en su educación de niños, si a eso se le puede llamar "educación" y no "lavado de cerebro". Tampoco importa que sean más o menos pequeños; es más, cuanto más pequeños, más permeables y manipulables son.  Al estilo de cuando en la posguerra se preguntaba a los escolares sobre el caudillo Franco, en el vídeo a los niños se le hacían preguntas acerca de su insigne president Mas y  se comparaba con Rajoy; además, se efectuaba una puesta al día en cuestiones de  la relación entre Cataluña y España, y del expolio fiscal (niños de 7 años de edad justificando su independentismo porque España les roba) , se daban lecciones de geografía (por ejemplo, según ellos, el Ebro es un río exclusivamente catalán) y por supuesto de historia  (la dama de Elche es también catalana) ,  para formarles adecuademente en su imperial concepto de los Paissos Catalans, o  Corona Catalano-aragonesa si se ponen más suaves, desde los tiempos de Guifré el Pilós (o si hace falta, desde "Indibil"  y "Mandoni", como dijo hace unos cuantos años un cabreado Pérez Reverte).  Por último,  dibujan competentemente y con ayuda de sus maestros  banderas independentistas,  para goce infinito de sus orgullosos profesores.  Verdaderamente de vómito. ¿Eso no es Formación del Espíritu Nacional?

Con todo, Artur Mas, conseguido el objetivo de desviar los focos de su penosa gestión económica en pos del independentismo, sale de momento airoso, y de hecho ha convocado elecciones anticipadas para el 25 de noviembre, finalizando la legislatura más corta de la democracia, entre otras cosas, por haber perdido el apoyo de un PP de Cataluña que se siente traicionado por el president. Por otra parte, a este PPC le está bien empleado por plegarse una vez más al chantaje de los nacionalistas. Pero Mas ya es libre.  Su finalidad no es otra que la de salir reforzado de estas nuevas elecciones y  formar una mayoría "soberanista" en el Parlamento catalán para poder así emprender el "camino hacia la independencia", por más que se le haya reiterado que un hipotético referéndum sería ilegal y podría meterse en un verdadero entuerto si lo convoca.

Paralelamente, los independentistas catalanes han vuelto sus ojos precisamente a Escocia, en relación a la firma de los primer ministros escocés e inglés (Salmond y Cameron) para realizar un referéndum por la autodeterminación en 2014. Aquí, por más que Mas y compañía quieran compararse con los escoceses, tienen poco o nada en común con ellos. Bueno, sí, una: que a la hora de la verdad no van a separarse, por la cuenta que les trae; el independentismo es minoritario hoy día en Escocia, y es más, los ingleses están más interesados que los escoceses en que éstos se desgajen del Reino Unido. Los escoceses cuentan desde hace mucho con todas mis simpatías, pero  no tienen una economía lo suficientemente fuerte como para erguirse por ellos mismos; dependen y dependerán de la Unión, por su bien, ya sea más o menos egoísta.

Sin embargo, en la cuestión escocesa los catalanes han contado de nuevo con el apoyo del periodismo separatista o de izquierdas contemporizador del separatismo. Han corrido nuevos ríos de tinta alabando a Cameron y  la lección que los británicos están dando al Gobierno español, la terquedad del nacionalismo español y su acción de colocar el palo en las ruedas del progreso y del federalismo, etc. Una vez más, delirios de grandeza y crearle  falsas esperanzas a el ruidoso electorado intependentista.

Así las cosas, no se sabe que ocurrirá. Si Mas pasará a la historia como el primer presidente de una Cataluña independiente de España o quedará como un Ibarretxe del montón.  Queda por ver todo eso y nos esperan unos años interesantes. O tal vez estoy exagerando y  Artur Mas  tras las elecciones vuelve a un perfil bajo, en un inesperado cambio de parecer similar a la de su compadre Duran i Lleida, quien tiene desconcertados a políticos y analistas porque un día se levanta casi ministro de España (con verdadero sentido de estado, como si fuera un Francisco Cambó o un Tarradellas) y al otro, se despierta en calidad de furibundo separatista jaranero digno de compararse con  Tardà.  En fin,  quién sabe. 

Unas últimas palabras. Quien me conoce un poco o quien se pase de vez en cuando por este blog, sabe que el pueblo catalán no me es especialmente simpático, de entre los variados pueblos de España. Bien cierto es, como también lo es que mi percepción de los catalanes en general está irremediablemente influida en lo negativo tanto por políticos como por gente de diversa condición y oficio pero claramente pancatalanista. Eso es así, simple y llanamente, por desgracia. Uno está cegado a veces, casi tan cegado como estos separatistas periféricos y sus cuentos de pacotilla, y, hastiado, como tantos otros compatriotas,  de tanta declaración chillona, tantas afrentas a la historia catalana y española y tantas faltas de respeto hacia el resto de españoles, tira la toalla y lo manda todo al carajo, importándole una higa Cataluña y los catalanes, mostrándose hasta partidario de su secesión y deseándoles la peor de las penurias fuera de España. Pero no, porque luego piensa en la gran cantidad de catalanes que, a la vez y sean más o menos efusivos en su españolidad,  se sienten orgullosos de ser españoles, o por lo menos, tan catalanes como españoles, o simplemente son contrarios a la independencia, con sana sinceridad. 

Luego, uno también piensa en esa ingente cantidad de catalanes anónimos partícipes en el devenir de España -con sus glorias y sus hieles, y sus altibajos-  y en la amplísima galería de catalanes históricos, llena de notables hombres (y mujeres) cruciales en la historia y la cultura española. Así,  militares como Carlos de Beranguer, Agustina de Aragón o  Luis de Requesens.  Exploradores y aventureros como Domingo Badía o  Pedro de Margarit.  Políticos y estadistas como Juan Prim,  Estanislao Figueras, Francisco Pi y Margall, Francisco Cambó, Guerau de Espés, Laureano Figuerola, Alonso de Aragón o  Josep Tarradellas.  Pintores como Santiago Rusiñol, Ramón Casas, Salvador Dalí, Joan Miró, Ramón Martí Alsina, Francisco Ribalta o Mariano Fortuny.  Genios visionarios como  Narciso Monturiol, Pere Compte,  Ildefonso Cerdá  o  Antonio Gaudí.  Gente de letras como  Joan Maragall, Juan Boscán, Josep Pla, Celia Viñas,  Jaime Balmes, Jacinto Verdaguer,  Francisco Ferrer Guardia  o  Eugenio D´Ors.  Historiadores como   Juan Maluquer de Motes o  Jaume Vicens Vives.  Músicos como Isaac Albéniz, Enrique Granados, Federico Mompou  o  Pau Casals...y  por  citar  a  personalidades  más recientes, digamos  Ana María Matute, Jordi Solé Tura, Francisco Ibáñez, José Escobar, Montserrat Caballé, Martín de Riquer, los hermanos Goytisolo, Carmen Laforet, Juan Marsé, Eduardo Mendoza o Pere Gimferrer.

Todos, todos ellos han perdurado y perdurarán en la historia, así como su recuerdo y su legado, tan importante para Cataluña, para España y para el mundo en ciertos casos.  Como desde siempre. Nada de ello es mentira, no hay ninguna invención peregrina,  por mucho que se empeñen los radicales catalanistas. Cataluña es España.

He comenzado esta entrada con un fragmento de la impresionante Oda a Espanya escrita por Joan Maragall (1860-1911) abuelo de los socialistas Pasqual y Ernest  y figura capital en la poesía modernista española.  Dicho poema, casi una composición funeraria,  se realizó a raíz del desastre colonial de España en Cuba y Filipinas. Maragall  fue hombre de hondas ideas catalanistas,  pero siempre conservadoras, fieles a la historia  y nunca dispuestas a romper con el resto de España, por más que defendiese la supresión del centralismo y abogase por la implantación de un federalismo favorecedor de los territorios periféricos, aunque nunca quiso meterse en política, rechazando sucesivas ofertas. Para él, Castilla había cumplido su labor histórica dirigiendo los destinos de España y estaba totalmente extenuada después de siglos,  por lo que debía dejar paso a las regiones periféricas en el resurgir de la  atrasada nación. Y entre ellas, desde luego y decididamente, estaba Cataluña. Intentó, con escaso éxito, que el incipiente catalanismo político abandonase el odio y el resentimiento y  dirigiese sus intereses hacia la regeneración y el progreso de toda España, Cataluña incluida, en vez de únicamente hacia Cataluña y la secesión de ésta.

No puedo terminar de otro modo si no es con un nuevo fragmento de Maragall, esta vez unas bellas líneas seleccionadas de su Himne Ibéric (Himno Ibérico, 1906):


UNA VEU                                                                    UNA VOZ

"Sola, sola enmig dels camps,                               "Sola, sola en medio de los campos,
terra endins, ampla és Castella.                              tierra adentro, ancha es Castilla.
I està trista, que sols ella                                         Y está triste, pues sólo ella
no pot veure els mars llunyans.                              no puede ver los mares lejanos.
Parleu-li del mar, germans!"                                  ¡Habladle del mar, hermanos!"


                                              
                                                            _____ +++_____

(1) En este aspecto, resulta muy recomendable  el libro del historiador Carlos Martínez Shaw Cataluña en la carrera de las Indias, 1680-1756  (1981) 

9.10.12

Braveheart. Escocia por siempre (y II)


 (Continuación)

Y una guerra implica batallas, tarde o temprano. En Braveheart vemos dos, la de Stirling (también conocida históricamente, por el decisivo papel de un puente sobre el río, la del Puente de Stirling, aunque dicho puente no se vea en la película por ninguna parte), que supuso una sorprendente victoria escocesa y  tuvo lugar el 11 de septiembre de 1297, y la de Falkirk, acaecida el 22 de agosto de 1298  y  ganada por los ingleses.  
Aquí, en las batallas, es donde Mel Gibson se muestra más a sus anchas, con abundancia de sangre, amputación de miembros, dolor,  heroísmo y machadas, junto con algún detalle humorístico, como la memorable escena de las huestes de Wallace enseñando el trasero, desafiando a los ingleses o cuando el viejo Campbell, padre de Hamish,  se lamenta por "desperdiciar un buen whisky" para curarse una tremenda herida de guerra.

La responsabilidad del actor como director en esta película, así como en las posteriores  La Pasión de Cristo (2004)  Apocalypto (2006) unida a su colaboración en El patriota (2000) -donde también masacraba ingleses, aunque en la Guerra de Independencia de Estados Unidos-   confirmaron a Gibson como hombre de truculenta  acción y épica histórica y le crearon fama de sanguinario. 

Lo sangriento de las escenas impresionaron en su momento, así como la cantidad de gente luchando en pantalla. Antes aludí a la utilización de los sistemas informáticos en los largometrajes. Realmente, Braveheart está en la línea de grandes películas clásicas en forma de epopeya, en esos años 50, 60 y 70 con enorme profusión de extras, armamento y escenas panorámicas de escenarios, todo ello real, contante y sonante.  De hecho, Mel Gibson reconoció su admiración por Espartaco (la de Kubrick, por supuesto, de 1960) . 
Y su largometraje es, casi con total seguridad, la última gran superproducción donde no se utilizó ordenador alguno, ello en una época condenada a dejar paso a otra (Toy Story se estrenó ese mismo año, recordemos). Su mérito, valor y trascendencia es mayor aún por ello,  creo. En la película de Gibson todos los soldados y caballos escoceses o ingleses son reales, y en ocasiones la pantalla se llena de gente, manchas de sangre y tierra. Además, resultó notable la cantidad de fallos encontrados en las imágenes, en el sentido de relojes de pulsera en las muñecas de gente del siglo XIII, algún coche de refilón, un bidón por allí, un borrón sangriento en el cristal de la cámara, etc...Consecuencias de hacer cine al modo clásico. 

En las batallas la cantidad de primeros planos de Wallace/Gibson vuelve a incrementarse, como es natural, y más cuando le vemos aparecer en traje de batalla, con una especie de kilt, un espadón descomunal  y la cara pintada de azul. Protecciones, para qué.
Es posible que Gibson se viera influenciado por esa película simbólica de los 80, Highlander (Los Inmortales), con temática escocesa en parte de la historia y del metraje, para idear el curioso atuendo de Wallace. 
Desde luego, el típico kilt, mal llamada falda escocesa, no se haría popular hasta bien entrada la Edad Moderna (hablamos de finales del siglo XVI) y eso entre la gente de las Tierras Altas, como bien se puede ver en esa  extraordinaria película basada en otro personaje escocés real y semilegendario, en este caso a principios de 1700, Rob Roy, también de 1995. Una película muy recomendable, más adulta y en ciertos aspectos superior a Braveheart, protagonizada por un gran Liam Neeson como el íntegro Robert Roy MacGregor enfrentado al pérfido Archibald Cunningham; otro magnífico malo inglés éste, interpretado por un excelente Tim Roth nominado al Oscar, por cierto.
En cuanto a la gigantesca espada, parece más un mandoble de lansquenete alemán de los siglos XVI-XVII que un claymore  característico de Escocia -el cual tampoco era un abrecartas, por otra parte- o  la espada que Wallace llevara y  sin duda era grande.
Y lo de pintarse la cara de azul, u otro color, con tintes vegetales,  era más bien asunto de sus lejanos antepasados tardoantiguos los pictos (al parecer "picto" hace referencia, en latín, a "pintado" o "tatuado"), pueblo de tribus celtas de la Edad del Hierro, y que parecen haberse puesto de moda, como puede verse en varias películas recientes de romanos ambientadas en Britania (El rey Arturo, La última legión, Centurión) , como si sólo en esta isla se le hubiera plantado cara al Imperio Romano.
Como vemos,  aunque plagado de licencias históricas y anacronismos,  Gibson estaba creando uno de los iconos del cine moderno. 

Porque esa imagen de fieros, pintarrajeados y desprotegidos escoceses, sin armadura alguna,  casi como berserkers vikingos, gritando y luchando como posesos frente a los fuertemente pertrechados ingleses, impresionó  en su momento, por mucho que las tácticas utilizadas fueran poco fidedignas a la historia y se simplificara un tanto la logística de los escoceses en contraposición a los de los ingleses.  Pero, Gibson, una vez más y por mor de la espectacularidad, se toma más licencias. Con todo, la batalla del Puente de Stirling, por ejemplo, fue una gran victoria escocesa y conseguida con gran mérito, puesto que se enfrentaron cerca de 13.000 ingleses (y de ellos, bastante más de un millar a caballo) contra menos de 2.500 escoceses (y apenas 300 a caballo, aunque también contaban con arqueros). Fue aquí, en una colina cerca de ese puente, donde en 1869 se erigió el colosal monumento en forma de torre a Wallace, 70 metros de piedra en gótico victoriano como homenaje.

Claro que, sin un guión con sustancia, sin una historia interesante, sin una fotografía correcta y sin una banda sonora que sustentase todo ello, todo podría haber quedado en "película del montón". 
Pero no. Pocas veces, por no decir ninguna,  un largometraje de 177 minutos ha tenido un ritmo  tan continuado, poderoso y sin decaer ni unos segundos. El actor y director yanqui resultó ser un formidable transmisor de historias, sorprendiendo nuevamente. 
Y además, te sientes uno más entre los escoceses y la piel se te eriza con el famoso e imitado discurso de la libertad de Wallace, por más que el concepto de Gibson de la libertad, el mismo que el nuestro, fuera sensiblemente distinto al de los hombres del siglo XIII.   También disfrutas, en cierto modo, con las certeras y crueles frases de Eduardo  y en cuanto a la espléndida fotografía de John Toll, ganadora del Oscar,   saca a relucir, no sólo a  los hijos de Escocia, también los extraordinarios paisajes naturales de la antigua y brumosa Caledonia y de la verde Irlanda (las batallas fueron rodadas en la isla), con sus puros cielos, o la densidad y oscuridad de los ambientes de interior, especialmente en los castillos. 

Y la banda sonora...James Horner, el irregular y repetitivo (acusado por sus detractores, y con cierta razón,  de encontrar una melodía y repetirla en sus composiciones hasta la saciedad, o abusar de sus famosos recursos y tics) James Horner, responsable de otros soundtracks como El nombre de la rosa, Willow, Tiempos de gloria o Leyendas de pasión  y en la cima de su carrera, aquí maravilló y fascinó absolutamente con una obra mayor, de una cierta tristeza y melancolía pero también con rotundas sinfonías heroicas, recurriendo a gaitas, flautas, tambores y coros de voces femeninas.
Si la película arrasó en taquilla y  se llevó 5 Oscars (mejor película, director, sonido, fotografía y maquillaje) de 10 nominaciones, fue un crimen que no se llevase el de b.s.o.  -lo ganó Luis Bacalov por su bonita composición para El cartero y Pablo Neruda-. Horner también estaba nominado ese año por Apolo 13, y consiguió el premio dos años después por su trabajo en Titanic; el transatlántico arrasó con casi todo a su paso, y contó mucho el efecto Celine Dion, aunque mucha gente consideró entonces que, siendo la de esa película una buena banda sonora, se le dió el premio a James Horner como "recompensa" por lo de Braveheart.

La banda sonora de Braveheart fue mi primer CD original, dentro de mi pequeña colección de compactos (Internet pronto barrería con todo). Ese disco y sus recargadas canciones épicas en ocasiones, e intimistas y románticas en otras, pero siempre vibrantes,  me han sido de gran ayuda en un buen número de tardes y noches en mi difícil época del instituto. 

Continuando con la película en sí, la victoria de Stirling permite las correrías de Wallace y sus hombres por el norte de Inglaterra, provocando la ira del rey Eduardo. Además, nuestro héroe es nombrado Sir en una especie de Cortes (efectivamente, en la historia real William fue elevado a Guardián de Escocia, algo así como un regente para velar por el trono vacío) y las cosas parecen ir mejor que nunca.
Pero Eduardo I no estaba de brazos cruzados. De hecho, en la siguiente batalla, Falkirk, Longshanks acude en persona para dirigir al ejército con su propia mano. Así, pudo ver la notoria superioridad de los arqueros galeses (con flechas de fuego) y la caballería pesada inglesa sobre las tropas de Escocia  y cómo los nobles escoceses, convenientemente comprados  a cambio de  títulos y tierras, dejaron solo a William antes de que comenzara la batalla.  
La  derrota es severa -realmente la caballería escocesa se retiró y los efectivos ingleses eran muy superiores en número-  y Wallace queda maltrecho, como todos sus guerreros. A duras penas consigue escapar, no sin antes descubrir, con profundo dolor, a Robert Bruce luchando entre las filas enemigas. William confiaba plenamente en éste y su engaño supone un duro golpe, como comprobamos al ver su cara de desolación.
Enterado de la traición y retirado a las montañas, se dedica a  ajustar cuentas uno a uno con los principales nobles  como vemos en unas impresionantes escenas de vendetta.   

Ésas imágenes siempre me han encantado, así como la mencionada de la ceremonia de William como sir.  También son magníficas las escenas de Eduardo I y su hijo, el futuro Eduardo II (rey de 1307 a 1327), quien es presentado en la película como un joven indolente y de virilidad dudosa, rehuyendo las labores conyugales con su esposa, Isabel de Francia.

Aquí sí hay base histórica puesto que Eduardo II tuvo relaciones con hombres y se rodeó de favoritos en la corte, aunque Gibson por razones obvias lo hace más adulto a como por cronología fue , pues nació en 1284 y no se casó hasta 1308.  Su padre Eduardo I  había tenido con Leonor de Castilla la respetable cifra de 15 hijos, aunque sólo 5  llegaron a la edad adulta, y de ellos sólo uno, por desgracia para la época, fue  varón. Ése era Eduardo II.  Aunque  Eduardo I se casó por segunda vez con Margarita de Francia en 1299 y tuvo tres nuevos vástagos, su sucesor ya iba a ser su  tocayo, pese a las reservas de Longshanks respecto a él.
Fueron ciertas sus sospechas sobre la fiabilidad viril del futuro rey, así como los empeños del padre en alejar a los colaboradores cercanos de su hijo, algo parecido a como se ve en la película, cuando el Zanquilargo "destituye" a un tal Philip, consejero real, en una memorable escena. 

La cima de las licencias históricas tomadas por Gibson se vislumbra cuando introduce una relación amorosa entre Wallace y la princesa Isabel de Francia, quien, mandada por el hábil Eduardo I como señuelo para capturar al líder guerrero,  se queda prendada de los ideales de éste, traiciona a su suegro y tiene un affaire con el Guardián de Escocia. Históricamente, la susodicha Isabel llegó a Inglaterra muerto ya Wallace, pero Gibson, una vez más, idea esta trama con efectistas y románticas ideas, tanto como para ridiculizar de nuevo a los ingleses -aunque, siendo sinceros, qué mujer en su sano juicio no prefería la compañía de un aguerrido highlander  versado en artes amatorias, en vez de la de un relamido principito inglés con ningún interés en el sexo opuesto- , como para volver a ver amor en la película; no todo iba a ser sangre, guerra y dolor.

Verdaderamente,  en contraposición al férreo reinado de Eduardo I, la época de Eduardo II en el trono se caracterizó por  el escándalo, a causa de sus relaciones homosexuales con otros nobles advenedizos -aunque engendró cuatro hijos con su mujer- la relajación de costumbres, las insumiciones de la nobleza y las traiciones por parte de su propia esposa Isabel, quien es retratada en la película de un modo bastante más positivo a como fue en realidad. Esta Isabel, aliada con su amante Roger Mortimer (los amores de altos vuelos abundaban en Inglaterra, se ve) se constituyó en ariete de la revuelta que le derrocaría en 1327. Según un mito de la historia popular inglesa, su inmediata muerte no fue plácida ya que se produciría con un hierro candente introducido en el recto y más allá,  destrozándole por dentro, no dejando así señales exteriores en su cuerpo que delatasen el asesinato. Probablemente falleció en  cautiverio, debido a la mala salud derivada de su enclenque constitución.

Definitivamente, el culmen de las famosas "licencias históricas de Mel Gibson" (aunque siempre responsabilizo a Gibson como director, pero habría que investigar qué culpa tiene Randall Wallace como guionista en todo ello)  se alcanza cuando, a consecuencia de los amores entre William y la loba francesa, ésta queda encinta y la dicha Isabel  lo confiesa a un paralizado y mudo (por una serie de ataques apopléticos que lo fueron inmovilizando)  Eduardo I, quien está ya confinado en una especie de lecho de muerte cuando los nobles escoceses engañan a Wallace en una encerrona y éste es encarcelado para ser  juzgado y ejecutado. Verdaderamente Longshanks murió dos años más tarde que William,  y de hecho estuvo guerreando cerca de Escocia hasta sus últimos días, haciendo honor a su otro sobrenombre, "Martillo de los escoceses".

Si hiciéramos caso a la película, el hijo de Eduardo II e Isabel y futuro rey de Inglaterra no tendría sangre "inglesa" alguna sino "francesa"  y escocesa; lo entrecomillo porque, si simplificamos las cosas al estilo del largometraje, quedan ocultos nuevos datos históricos: dado que desde tiempos tempranamente medievales la nobleza europea se ha ido mezclando entre sí, entre mismas dinastías, pero también traspasando territorios y formando interesantes refritos,  nos encontramos con una Isabel de Francia quien en realidad no era tan "francesa" propiamente dicha, al ser descendiente, entre otros ilustres, de Jaime I de Aragón  el Conquistador  (rizando el rizo, Jaime era franco-bizantino por parte de madre) y  de Alfonso VIII de Castilla, y,  aunque más lejanos en el tiempo, también descendía  de Harold Godwinson, último rey anglosajón de Inglaterra, pero ¡también de Guillermo el Conquistador, vencedor de Harold en Hastings y primer rey normando de Inglaterra!  o de Enrique II de Inglaterra, primer Plantagenet. Vaya... ni el mismo Eduardo I era puramente "inglés", pues tenía, entre otros ancestros, a  Leonor de Aquitania, a  Alfonso II de Aragón y  a  Alfonso VII de Castilla. Pero si olvidamos una vez más cómo se hacían las cosas en Europa, y nos dejamos llevar por la película,  Wallace ha conseguido una faena digna de hacer levantarse al Zanquilargo  de su tumba; de hecho, cuando éste se entera de la vaina, casi emprende el viaje al otro mundo antes de tiempo. 

En cuanto al martirio, sufrimiento inhumano y muerte de Wallace Mel Gibson se deja poco por mostrar y no escatima en impactos visuales, tanto para demostrar la fortaleza física y mental del patriota escocés ni su extrema fidelidad a unos principios y a unos ideales, como para dejar clara una vez más la miserable actitud de los ingleses en Braveheart, por si no lo habíamos visto ya.
De todas formas, como padeció el Wallace fílmico padeció el Wallace real, y  tal y como se aplicó en Inglaterra desde comienzos del siglo XIII hasta bien entrado el XIX -sí, los ingleses han sido siempre muy civilizados-   a  los condenados  a  muerte por alta traición,  las ejecuciones estaban precedidas de terribles torturas, unas sádicas escenas contempladas por el pueblo; ésa era la televisión.

Así,  William Wallace, tras haber sido arrastrado por las calles  -aquí el público normalmente aprovechaba para lanzarle desperdicios al condenado- , fue ahorcado, pero con el sutil cuidado de no romperle el cuello; sus extremidades fueron estiradas hasta el paroxismo; se le abrió el vientre  y sus entrañas fueron arrancadas, siendo quemadas delante de sus ojos;  y por último, fue castrado por completo y calcinadas sus partes también. Si quedaba algo de hálito en él, poco sentiría ya la decapitación final. Una vez muerto, el cuerpo era descuartizado en cuatro partes, que se solían exponer en los extremos geográficos del país,  aunque en este caso se mandaron con intención cerca de Escocia, como medida aleccionadora.  La cabeza se conservaba en brea y también  se mostraba, clavada en una pica o colgada, durante días y días.  La de Wallace fue colocada en el Puente de Londres.

Como puede verse, Gibson fue tildado de sanguinario y morboso, pero realmente no mostró todo el proceso con imágenes, probablemente porque serían escenas demasiado fuertes para una película de este tipo, por muy sangrienta que hubiera sido el resto del metraje.  Así, en la parte más cruenta centró la cámara en el rostro del protagonista y sus gestos de  extremo dolor, especialmente en otro de los grandes momentos de Braveheart, cuando, y tras haber negado una y otra vez la clemencia que los ingleses le concedían miserablemente si se mostraba leal al rey de Inglaterra y abjuraba de su traición,   grita "¡¡¡¡LIBERTAD!!!!" con voz desgarrada pero suficientemente potente como para sobresaltar a Eduardo I en su sueño de ictus, mientras se le va la vida por las heridas abiertas de su cuerpo y de su alma. 

Gibson, ferviente católico, añadió además cierta simbología cristiana en el sufrimiento de Wallace en lo referente a las posturas de brazos en forma de cruz y en la disposición del potro de tortura, además de los evidentes paralelismos entre Wallace y Jesucristo en cuanto al sacrificio final  -ya sea por tus convicciones, por tu pueblo, o por la humanidad- con todas las consecuencias y sin tratar de impedirlo.

Cuando ha expirado ese descomunal grito, Wallace cree ver a su gran amor entre el público; entonces aprieta el paño de Murron y la expresión de su rostro hasta sonríe; vemos el hacha caer hacia su cuello y luego  su mano, soltando ésta el ajado pañuelo, que va al suelo. Parece que todo ha terminado. 

 
Pero no. Estamos en otro campo de batalla. Vemos guerreros escoceses, y enfrente los ingleses con sus armaduras relucientes, como siempre. Una voz en off,  la del narrador y a la vez la misma de Robert I Bruce, nos cuenta lo que efectivamente se hizo con el cuerpo de Wallace y los acontecimientos posteriores a su ejecución.  Así, Robert, al frente de las tropas escocesas, parece haber alcanzado el trono mediante acuerdos poco honorables el trono de Escocia. Pero le debe pleitesía al rey inglés, quien no es otro que Eduardo II. Estamos en Bannockburn, en junio de 1314. 

Requerido por un repelente noble escocés, quien le apremia a acabar de una vez con la ceremonia, Robert titubea, mirando de reojo a sus súdbitos, y se detiene. Lleva en el antebrazo el viejo pañuelo de Murron del que Wallace nunca se separó. Lo saca y manosea, como intentando leer algo. Había admirado al Guardián de Escocia hasta el final, y se había odiado a sí mismo por traicionarlo.  Una vez liberado de la influencia de su pragmático y leproso padre, parece comprender, por fin. Y se arma del valor y de la convicción que hasta entonces le faltaban.   Vuelve a  mirar a  las huestes de Wallace. Desharrapados, maltrechos, pero dignos. Están Stephen el Irlandés, y Hamish, el leal y recio amigo de William, e incluso el padre de Murron. Ahí están, expectantes, con poco ánimo de rendición, observándolo de reojo.   Mientras, suena una flauta en el viento (Sons of Scotland) y unos tambores lejanos,  pero Robert se marcha con su caballo, en compañía de ese noble.  Vacila de nuevo,  se detiene, dice "alto"  y se vuelve hacia sus mesnadas, contemplándolas, y les ordena con voz trémula, como suplicando:



-"Habéis sangrado con Wallace...sangrad ahora conmigo".


Hamish aún conserva la gigantesca espada de su amigo y, eufórico,   la arroja con fuerza hacia el campo de batalla, recordándole una vez más. Ésta se clava decididamente en la tierra, mientras las gaitas suenan de forma atronadora.  los guerreros gritan "WALLACE, WALLACE" y Robert desenfunda su espada, poniendo los ojos en blanco, inyectándolos hacia el enemigo, y por su parte los escoceses cargan corriendo, una vez más, dispuestos a todo, ante el asombro de los petulantes ingleses. Una nueva voz en off, pero esta vez es la del propio Wallace:



-"En el año de Nuestro Señor, 1314, patriotas de Escocia, hambrientos y en inferioridad, cargaron sobre los campos de Bannockburn. Lucharon como poetas guerreros...lucharon como escoceses...y ganaron su libertad". 





A estas alturas del clímax final poco importa que, en la realidad histórica,  Bruce no vendiera  a  Wallace (éste fue traicionado por algún escocés de su entorno, al parecer, tras varios años de periplo intentando sin éxito una alianza de Escocia con  otros reinos, como Francia, Noruega o incluso el Papado, viajando William a la mismísima Roma),  ni que Bannockburn no fuera una batalla "espontánea", sino totalmente preparada y esperada. Y desde luego fue una victoria decisiva en las Guerras de Independencia escocesa, de tal calibre que Eduardo II hubo de embarcar a toda prisa en dirección a Londres ante el peligro se ser capturado. Y Escocia será libre e independiente, efectivamente, pero sólo hasta 1707, cuando mediante la Union Act pasó a formar parte de forma definitiva del Reino Unido, junto a Inglaterra, Gales e Irlanda. 

Pero poco importa. Ni tampoco que el enfrentamiento más decisivo no lo veamos. Mientras Robert y los escoceses arrasan a los ingleses, únicamente contemplamos la espada de William clavada en tierra escocesa. Así es como debe ser.

Ante este soberbio, impresionante y vibrante final, no cabe añadir nada más. Se me sigue erizando el cuello cuando lo veo y cuando escucho  el certero discurso de Bruce y la evocadora narración de Wallace/Gibson desde el más allá, y me sigue emocionando como desde la primera vez. Sí, en la historia del cine hay muchos finales, y algunos extraordinarios; comparados con éste, habrá finales más trágicos, más felices, más románticos, más profundos, más lacrimógenos, más aleccionadores...pero no hay finales como éste, donde te vuelves a sentir como entre los guerreros escoceses de  Sir William Wallace, y por quien te dan ganas de levantarte del sillón y correr contra el enemigo, a luchar por todo; por tu amor, por tu familia, por tus amigos, por tu tierra, por tus ideales y convicciones, por tu vida, por tu libertad




 Alba gu bràth (en gaélico, "Escocia por siempre")







4.10.12

"Braveheart". Escocia por siempre (I)




Ya escribí una vez en una entrada acerca de mi gusto por el cine y por determinados géneros y  películas concretas. También incluí, a modo de lista, de ranking (al estilo de las listas habituales de revistas y webs, cinematográficas o no,  de "algo", ya sea imprescindible, aborrecible,  recomendable, etc) las diez películas, no sólo favoritas para mí, además, también, las que más me han marcado, las que he visto y puedo ver innumerables veces y las que han dejado más poderosamente imágenes en mi retina y en mi corazón. Tarea difícil, siendo como soy un indeciso para algunas cosas y teniendo en cuenta además la cantidad existente de películas predilectas. Pero hice un esfuerzo y conseguí elaborar la lista de marras, y para ello me facilité la tarea descartando largometrajes recientes, de los últimos 10 o 15 años.  Dos razones me llevaron a ello: la primera, evidentemente porque al recortar cronología,  terminaba la lista de una vez por todas, como digo; y la segunda, y cosa importante, porque buena parte de las películas realizadas en los últimos 15 años han sido elaboradas o por lo menos han recibido ayuda de eso llamado informática, con todo lo positivo y con todo lo negativo que eso conlleva.  Jurassic Park (1993), una de las que más me marcaron en su momento, aunque no estuviera en esa lista, supuso pienso el pistoletazo de salida hacia la utilización masiva del ordenador.

En esa lista, la última película era Braveheart, de 1995.

Y debía escribir algún día sobre este largometraje. Era una obligación.  Por supuesto, desde un primer momento estaba dentro de esa lista, porque desde que la viera con unos 12 años de edad en televisión ha constituido una de mis preferidas (acaso la que más), una de las que más me ha marcado (acaso la que más) y,  especialmente y  junto a La lista de Schindler más la lectura de dos o tres libros, las principales razones por las que decidí estudiar Historia y dedicar mi vida a ello (aunque lo segundo está por ver, pero eso es otra historia, y nunca mejor dicho).

Todo ello teniendo en cuenta que Braveheart no es una película de profundo rigor histórico (además, no persigue eso) ni un largometraje con ínfulas de documental o una enciclopedia histórica fotograma a fotograma. No. Contiene un buen número de fallos, como se verá y como bien se ha sabido desde su proyección en las salas, y no es perfecta,  pero son tantos los aspectos positivos de la película, son tantas las virtudes y ha dejado tan profunda huella en una gran cantidad de gente, que debemos perdonárselo todo -yo, por lo menos, un defensor a ultranza del rigor histórico- a Mel Gibson, director, productor y protagonista de Braveheart.

Porque, verdaderamente, pocas películas, prácticamente ninguna, me han marcado de ese modo desde su perspectiva. Sí, también me dejaron señal, a su modo, las mencionadas La lista de Schindler, Excalibur, El bueno, el feo y el malo o Indiana Jones y la Última Cruzada, pero no a la manera de los casi 180 minutos sobre la vida, hazañas y muerte del patriota escocés William Wallace.  Cabe preguntarse si su impronta en mí sería la misma si la viera por primera vez  a mis 26 años; es más, probablemente Braveheart vaya perdiendo visionado a visionado (aunque de momento tras un buen número de veces no ha decaído un ápice, y es más, siempre que la veo, disfruto igual), pero eso no importa. Me marcó de niño y me sigue marcando ahora, como ha habido otras películas que me sorprendieron de niño, u  otras vistas -o "medio vistas"-  en la niñez y revisionadas con más interés años después, como La muerte tenía un precio Espartaco, y otras que ví más mayor y han entrado en esa lista, como El Padrino I y II  o Barry Lyndon. Incluso hay otras visionadas en mi  edad adulta y no están en la lista, pero constituyen auténticos peliculones que me han marcado,  como Hasta que llegó su horaEl precio del poder, El hombre que mató a Liberty Vallance o El crepúsculo de los dioses. 

Por último, antes de entrar con la película en sí, Braveheart no sólo me fascinó como largometraje y confirmó mi adoración por el género épico. Encendió decisivamente en mí el gusto por la Historia y por la época medieval en particular, aunque luego en la carrera tomase otros itinerarios más modernos, post-caída de Constantinopla y demás. Pero, e insisto especialmente con esto, provocó mi querencia particular por esa tierra, tan  agreste y peculiar, llamada Escocia, en la medida que pueda apasionarse por ella un español convencido y orgulloso de ello, del sureste además y amante de lo mediterráneo.  Pero,  después de ver Braveheart me empapé a leer sobre Escocia, su cultura, su idiosincrasia y su historia,  a informarme como debía sobre William Wallace y su  patria. (Por cierto, unas pocas lecturas bastan para cerciorarse de cuán equivocados están gallegos, catalanes y vascos independentistas en compararse con escoceses, galeses e irlandeses). Y una vez enamorado de este antiguo y personalísimo país, el gusto por otras tierras celtas como Gales o Irlanda era cuestión de poco tiempo, teniendo en cuenta además que en la película de Gibson los irlandeses están muy presentes. Además, hablando de celtismo,  siempre he tenido una inexplicable simpatía e interés por esas viejas tierras, tan mistéricas, hermosas y de cierto sustrato celta, por así decirlo, como son Asturias (tengo desde niño pasión por esta región) y Galicia.  Como  he sido curioso, siempre he estado interesado en leer acerca de otros países y tierras, y, si bien en Europa he tenido ciertas predilecciones desde siempre (Inglaterra, Alemania, más recientemente Italia) mi adoración por lo céltico y por Escocia arranca de mi primer visionado de Braveheart.

Así, desde aquella noche en casa con mi padre  -siempre me he preguntado cómo debió ser esta película en el cine hace ya 17 años...un goce absoluto- , cuando contemplé por vez primera las descarnadas montañas de Escocia y su naturaleza entre brumas, y ví cómo se empleaban los recios escoceses en su vida, en el amor y en la guerra, me convertí en un decidido  apasionado del remoto país de Wallace. Desde entonces, he querido viajar a ella y seguir sus pasos, para verla in situ por fin, pero ese día no llega. Ver su fisonomía difícil, sus accidentados prados, sus cientos de islas,  sus innumerables y profundos lagos, sus castillos plagados de leyendas, visitar la populosa y moderna Glasgow, y por supuesto Edimburgo, la vieja, señorial, gris y bella Edimburgo...pero no. A día de hoy, 4 de octubre de 2012, ese momento aún no ha llegado. Mi visión de Escocia está muy influida por Braveheart , soy consciente de ello, y por tanto, puede ser románticamente errónea en ciertos aspectos, aunque las imágenes contempladas en fotografías y vídeos no han hecho sino confirmarme en mi pasión. 

He dicho leer, pero cuando un país se me metía en la cabeza, hacía algo más que leer simplemente. Amigo de mapas como he sido siempre, memorizaba lugares y accidentes geográficos e incluso los nombres en la lengua del lugar. O cómo eran los himnos, las banderas, los escudos y los blasones de los países y sus tierras y ciudades. Por supuesto, también la música, tanto tradicional, como popular, folk, o moderna. Esta cuestión de mis filias a determinados países o regiones según ciertas películas, cuentos u obras literarias puede que no lo entienda todo el mundo, pero es así.  Por ejemplo, y cambiando de territorio,  mi gusto y mi interés por lo  inglés  viene del mito del rey Arturo y de Robin Hood.

Braveheart. A grandes rasgos se trata de una película histórica, con amplias gotas de epicidad, romanticismo y aventuras, todo ello alrededor de la vida de William Wallace, personaje real y uno de los principales protagonistas de las guerras entre Escocia e Inglaterra en la Edad Media. Ésa es la base usada por Mel Gibson (estadounidense con antepasados australianos e irlandeses)  ayudado por el guionista yanqui  Randall Wallace (de ancestros escoceses, aunque no descendiente de William) quien reconoció la utilización de poemas épicos del siglo XV sobre el héroe en cuestión para elaborar la historia del film; por ello debe entenderse Braveheart como una narración legendaria, mítica, en vez de como una reconstrucción históricamente fidedigna -de hecho una voz comienza a relatarnos la historia de William Wallace-.  Así es esta maravillosa película,  donde el amor a una tierra y a unos ideales, el honor, el romanticisimo, la violencia, la injusticia y el fatalismo se dan la mano de una forma espectacular, marcando un verdadero hito. 

El actor no era un novato en la dirección pues ya había debutado en El hombre sin rostro dos años antes, pero con su versión del mito escocés sorprendió muy gratamente a propios y extraños. Ya desde las primeras imágenes Gibson nos introduce en la neblinosa Escocia, mientras suenan las gaitas y vemos sus características montañas. Típico y efectista, sin duda. Y desde el mismo preludio prácticamente empiezan las licencias históricas, que Gibson se toma abiertamente y en beneficio de la película.  Precisamente una de las primeras lecciones que aprendí en la carrera de Historia fue la inadecuada visión de la Edad Media presentada en Braveheart, según nos hizo ver un joven profesor de Medieval, en primer curso. 

 
 (Estatua de William Wallace en Aberdeen)


Ciertamente, del  Wallace real se tienen pocos datos verídicos y la mayor parte de la información sobre él procede de narraciones y leyendas posteriores a su muerte, como ocurre con otros personajes históricos,  pero parece probable su nacimiento en Elderslie o Ellerslie -las dos poblaciones se disputan el honor- en una fecha inconcreta entre los años 1270 y 1274. Sea una u otra ciudad, se trata de pequeños burgos  próximos a Glasgow, en las Tierras Bajas de Escocia.  Lo digo porque por mucho que en el siglo XIII aquella no fuera aún la gran ciudad de siglos recientes -en el XIX llegó a ser conocida como "la segunda urbe del Imperio Británico", después de Londres- Wallace no nació en una remota aldea de chozas en las Highlands, como se hace ver en la película. Segundo hijo  -dato significativo-  de un tal Malcolm o Allan Wallace (un terrateniente de cierto nivel con ancestros galeses, un señor con propiedades), pertenecía a la baja nobleza del país.   Así, por muy baja fuera ésta, y por muy segundón fuese William,  nuestro héroe era más parecido, en  estatus y aspecto, a los nobles escoceses satirizados por Gibson que al harapiento lanzador de piedras de la película. 

Sí, en ésta el actor luce melenón castaño tirando a pelirrojo, se viste con cualquier trapillo y nunca parece tener frío -prácticamente duerme al raso en las heladas noches serranas escocesas-  ni aparenta ser un campeón de la higiene. Pronto queda claro quién es el director de la peli porque la abundancia de primeros planos del  protagonista/director es notoria. Siendo Braveheart una de mis favoritas, no puedo decir lo mismo de Gibson, quien nunca me ha entusiasmado,  aunque su interpretación en dicha película es bastante intensa y apasionada. Puestos a elegir otros actores de su generación, desde pequeño he preferido a Tom Hanks o a Liam Neeson,  aunque con el tiempo he ido reverenciando como se merece a ese extraordinario actor llamado Daniel Day-Lewis.

Cuando se rodó Braveheart Mel Gibson tenía 38 años y estaba aún en la cima de su carrera. Aunque ya no era ese lozano aussie de conocidas películas como Mad Max, Gallipoli  o Rebelión a bordo, la edad y el alcohol aún no habían hecho mella en él y  todavía podía hacerle frente  al sargento Riggs, su papel de poli macarra en la exitosa Arma Letal y  secuelas. Así pues, estaba en condiciones de  interpretar correctamente al patriota escocés, puesto que el Wallace real murió ejecutado el 23 de agosto de 1305,  cuando contaba  35 años como mucho.

Así, tras la bucólica e idealizada presentación de la aldea escocesa, vamos asistiendo a la tragedia familiar de Wallace y vamos comprendiéndole, en la medida que puede un hombre del siglo XX entender a los escoceses del siglo XIII, puesto que no tenían exactamente las mismas prioridades y conceptos de las cosas. 
Cuando William regresa a casa después de sus viajes, lo hace renegando del pasado guerrero de su padre y su hermano y con la intención de vivir honradamente y en paz, cultivando la tierra sin mayores aspiraciones.
Pero los ingleses iban a aparecer pronto.  Gibson, quien resulta un fantástico contador de historias, nos presenta a éstos de tal manera (tomándose de nuevo ciertas licencias. Por ejemplo, esa especie de derecho de pernada en la "prima nocte"  mostrado en el largometraje no es históricamente probable; de hecho más parece ser un acto simbólico de superioridad del señor feudal,  sin consecuencias) que llegas a odiarles del mismo modo que los odian los rudos escoceses, con quienes empatizas, en contraposición.  Y a los ingleses llegas a odiarles mucho antes de la primera batalla de la película; para cuando ésta llega, el efecto ya está hecho.

Fue éste un aspecto polémico. Polémica primero por la notable violencia y truculencia de la película, realmente novedosa.  Como también fue ciertamente novedosa la imagen negativa de Inglaterra y los ingleses en la película. Éstos, tan mal acostumbrados a ser siempre en la historia del cine los gallardos bienhechores de Europa y la humanidad, veían con sorpresa herido su british pride  por verse representados como unos soberbios y sádicos hijos de puta. Sí, reconozcamos el maniqueísmo de Gibson y de Braveheart respecto los ingleses,  pero también hemos de reconocer la injusticia del cine con otros pueblos en relación con Inglaterra. Desde luego, el mundo le debe mucho a los ingleses, como también es verdad que canalladas y malas acciones han cometido y en grandes cantidades. Preguntadle, no sólo a los escoceses o galeses; por ejemplo, a los irlandeses, a los zulúes, a los hindúes o a los indios americanos. Así, por una película conocida, una,  que contradiga la poco realista versión de los procederes de los hijos de la Gran Bretaña según el cine, no va a abdicar la Reina. No. No hay anglofobia como llegaron a afirmar bastantes ingleses Y si hubiera algún conato de ello, no va a ser precisamente culpa de los escoceses. Soy un admirador de ciertos aspectos de la cultura, de la idiosincrasia y de la historia inglesa, pero también se harta uno de ellos a veces. En los Juegos Olímpicos de Londres acabé saturado, entre las ceremonias de Apertura y de Clausura, de tanto autobombo y tanta autorreverencia (y ello según las partes que los ingleses quieran, claro, dejándose cositas en el tintero) donde el deporte y el olimpismo era lo de menos.  Qué saturación.

Pero antes de que se desencadene la guerra abierta de unos contra otros, asistimos al enamoramiento de Wallace. El romántico Gibson relaciona a éste con Murron, una joven de su misma humilde aldea, quien se había fijado en el pequeño William durante el sobrecogedor entierro de su padre y su hermano, cuando le entrega un cardo (símbolo de Escocia. Qué hábil)  envuelto en un paño. Cuando años después Wallace regresa a casa, tras haber sido educado competentemente -hecho todo un políglota-  por su tío Argyle en un monasterio (como el Wallace real, quien, como buen segundón, estuvo a punto de hacer carrera eclesiástica)   vuelve a ver a su Murron, le enseña el pañuelito con el cardo ya seco y el amor termina por surgir. Se le ha achacado también a Braveheart un  tono de "cuento de hadas" y de ñoñería en sus escenas románticas, pero, aunque fuera así...¿y qué?. Luego, su mágica boda secreta en el bosque, para no ser vistos por los ingleses, es realmente preciosa. Casados por un monje/eremita ante una vieja cruz de piedra de los tiempos antiguos,  la postal vuelve a darle unas gotas de romanticismo céltico-legendario a la narración.
 También hay momentos de cierta vergüenza ajena, como cuando Wallace, contándole sus viajes,  le dice a su amada "París es preciosa", etc.   Baste recordar que la catedral de Nôtre-Dame no se terminó hasta 1350, por ejemplo, y la capital francesa a finales del siglo XIII ya era una gran ciudad, pero de ahí recurrir a ella como recurso turístico, media un trecho. No sé, igual ya había una torre Eiffel, un Louvre,  un Versalles y unos elegantes bulevares  hacia 1290 y lo desconocemos. Igual...





La miserable muerte de Murron, degollada como un cerdo por resistirse a ser violada por el típico viejo baboso (e inglés en este caso) marca un punto de inflexión. Wallace monta en cólera tras unos eternos momentos de tensión silenciosa en una gran secuencia  y arma la de Dios es Cristo en la guarnición inglesa, abriéndole el cuello al responsable de la misma y quemando las fortificaciones -efectivamente, en la historia real Wallace saltó a la fama al  despachar al sheriff de Lanark-.  Entre llamaradas comienza la rebelión escocesa. 

Entonces, aunque ya había aparecido en escena, inunda definitivamente la película el rey inglés, Eduardo I  "Longshanks" , quien nació en 1239  y murió en 1307. Los reyes europeos, a lo largo de la historia,  han tenido muy variados apodos o sobrenombres,  desde los típicos y glorificadores "El Grande", "El Batallador", "El Conquistador",  "El Atrevido",  "Sin Miedo",  "Corazón de León"  o "Rey Sol", a otros más discretos o espirituales como "El Santo", "El Humano", "El Ceremonioso", "El Confesor" o  "El Monje",  pasando por otros más críticos o realistas, como  "Sin Tierra", "El Calvo", "El Ciego",  "El Tartamudo", "El Breve" o   "El Gordo" , también algunos inclasificables, como "El Pajarero", e  incluso otros más denigrantes como  "El Impotente". En el caso de este Eduardo, la longitud de sus piernas y su estatura, cercana al  1.90, inusual para la época,  le acarrearon uno similar al de un pirata: "El Zanquilargo".
El rey inglés nos es presentado como un viejo maquiavélico, calculador, severo y amargado, -desde luego un formidable monarca de armas tomar- y ya viudo, en la película. Efectivamente, en la historia real su mujer la reina había fallecido en 1290. Mujer, por cierto, española; Eduardo se había casado con Leonor de Castilla, duodécima hija (segunda del segundo matrimonio) de Fernando III el Santo. Europa era un pañuelo.

Así, tenemos a Eduardo I  Plantagenet de Inglaterra, un ambicioso y belicoso rey ansioso de posar sus garras sobre la revoltosa Escocia, la cual se está desangrando desde hace años a sí misma por las revueltas entre nobles, al estar el trono vacante, y para ello está dispuesto a  remover Roma con Santiago. El papel del rey fue interpretado brillantemente por Patrick McGoohan, veterano actor estadounidense ya fallecido. Éste realizó un gran  trabajo como el cruel monarca, entrando a formar parte -por lo menos para mí- de ese selecto grupo de los mejores villanos de la historia cinematográfica.



"El problema de Escocia...es que está llena de escoceses". Una verdad como un templo.



Por otra parte, el inicio de las acciones de represalia de Wallace supone la aparición de los mencionados nobles escoceses, quienes,  como se ha dicho, son constantemente criticados por su ansia de tierras al precio que sea y caricaturizados y criticados por sus remilgos,  las ínfulas de señor y  la descarnada ambición -rivalizan entre ellos mismos y "no se ponen de acuerdo ni en el color de la mierda", como dice Hamish, amigo de la infancia  y  mano derecha de William- en comparación con los llanos, campechanos y despegados hombres de Wallace.  Gibson y su guionista, para favorecer la espectacularidad y el efectismo de la revuelta del protagonista, lo hacen proveniente de un lugar más bajo del que realmente era, y con una cierta injusticia histórica hacia esos nobles, puesto que éstos y los clanes más poderosos, en la época de Wallace,  fueron de hecho bastante contrarios a los ingleses. Además, el  héroe real  no se rebeló para mejorar las condiciones de vida  y los derechos de los campesinos y otros desfavorecidos, sino simple y llanamente para restaurar en el trono de Escocia a un  escocés.

Pero en la película sus ideales son mucho más románticos, libertarios y acordes al pensamiento moderno, y claramente más atractivos. Esa humildad  y ese ascenso desde las profundidades provocan el lógico recelo de los nobles escoceses y una cierta envidia no exenta de admiración  por parte de otro de los personajes reales de la película, y  el único apodado históricamente "Braveheart",  Robert Bruce, descendiente del rey escocés David I y claro candidato a ocupar de nuevo el trono de Escocia, una vez se liberase ésta de Inglaterra, puesto que John Balliol-todavía vivo- había sido el último rey escocés, aliado con Eduardo I,   hasta que fue depuesto por Longshanks , quien además invadió Escocia. La libertad se había perdido y los escoceses sufrían bajo el yugo inglés. Por tanto, hacía falta una guerra. Una guerra justa, además, tal y como nos es presentada en la película. 


(Continuará