24.7.12

Al sur de Granada...y por Almería



Ya escribí una vez de mi biblioteca y de mi pasión por la lectura. Me considero un buen lector, pero realmente tengo pocos libros leídos más de una o dos veces. Hay  bastantes libros que sólo me he leído una vez, y otro buen número con un par de lecturas, sean mis favoritos o no.  Pocos son los releídos más de esa cifra, no sé realmente si por falta de tiempo, ganas o simplemente por olvido.

Entre ese selecto grupo de obras releídas una y otra vez, o al menos con una ligera frecuencia, se encuentra Al sur de Granada (South from Granada: Seven Years in an Andalusian village) de Gerald Brenan, en principio, un curioso libro de viajes, aunque como se verá, es bastante más complejo que eso.

Como tantos otros libros llegados a mis manos, el del peculiar hispanista inglés me viene heredado de mi abuelo materno. Los años pasan rápido y cada vez hace más tiempo de su fallecimiento -13 ya- , y por eso, además de por la evidente ausencia afectiva y emocional, me entristezco por no tenerle aún conmigo, no sólo por todo lo que se ha perdido de mí y del resto de la familia, sino porque cuando nos dejó yo no había cumplido los 14 años, y aunque tenía conversaciones interesantes con él (ya dije que mi amor por la historia y la geografía me viene de mi abuelo), sin duda hubieran sido mucho más fecundas e interesantes a lo largo de todos estos años, paralelamente a mis lecturas y mis estudios de historia.

Al sur de Granada es un libro que trata fundamentalmente de La Alpujarra, esa bella y particular región montañosa situada entre Granada y Almería, aunque,  como veremos también, la obra no se ciñe sólo a las descripciones y vivencias alpujarreñas, ya que habla extensamente de dichas capitales de provincia, las más próximas, y  de otras como Málaga o  de otras poblaciones como Guadix.

Si gracias a mi abuelo tengo este libro y lo he disfrutado ampliamente, también gracias a él he podido pasar unos cuantos veranos en Lanjarón, bonito pueblo de La Alpujarra. En este lugar buena parte de mi familia ha pasado felices épocas veraniegas, al ser Lanjarón un centro turístico a donde iban gentes amigas y conocidas de nuestra tierra, Almería, y también de Granada. Conociéndole como le conocía, es de suponer que mi abuelo adquiriese tal libro a causa de sus años en Lanjarón, y sin duda, como yo, se sorprendería y disfrutaría con el buen número de páginas dedicadas a Almería y su provincia; de eso también hablaré luego.

Para no extenderme más con mis recuerdos familiares, diré que Lanjarón es un pueblo situado en la parte de La Alpujarra más cercana a la ciudad de Granada, y por tanto la más accesible y menos abrupta y remota, y menos aún desde la construcción de la autovía. Conocido desde hace mucho tiempo por sus aguas medicinales, el turismo siempre ha sido importante y eso se nota, puesto que en ocasiones es más una pequeña ciudad, más que un pueblo alpujarreño. Pese a todo, es un lugar muy agradable y su sola mención me evoca días de piscina, largos paseos al mirador del Cañón, agua corriendo por las fuentes y maritoñis (un dulce granadino, en realidad bollería industrial, pero delicioso). Cuando volvimos a él hace unos nueve años, lo encontramos algo cambiado, naturalmente,  pero seguía siendo ese pueblecillo de noches frescas donde pasar unos días en la tranquilidad de la montaña.

Empecemos ya con la obra, y con Brenan. Edward Fitzgerald "Gerald"  Brenan había nacido en Malta en 1894, en el seno de una familia anglo-irlandesa de clase media, más alta que media. Experimentó una infancia muy viajera, como una especie de preludio de lo que iba a ser su  extraordinariamente inquieta vida. Y no del todo agradable, como demuestra la difícil relación que siempre tuvo con su padre, un militar.  Participó en la Primera Guerra Mundial, y se lució en las más famosas batallas de dicha guerra, como el Somme o Yprés, tan abundantes de barro y sangre. Condecorado por ello, al acabar el conflicto  y valiéndose de una herencia y de su paga como militar, abandona Inglaterra. Según nos cuenta, quería huir de la vida característica entre la clase media inglesa; para él era una existencia sofocante, hermética, sin salidas (no le satisface ligarse a ninguna profesión)  y "petrificada por sentimientos de clase y convencionalismos rígidos". 

Así que recién licenciado del ejército, en septiembre de 1919 parte de Inglaterra y elige España en vez de Grecia o Italia, según parece por su neutralidad en la guerra, situación que él imaginaba hubiera motivado una vida barata en nuestro país. 
Con el único equipaje de una buena cantidad de libros,  y con el propósito de leer y dedicarse a la vida contemplativa, estudiando y viviendo tranquilamente, un Brenan de veinticinco años comienza a autoeducarse (no había ido a la universidad),  a buscarse a sí mismo.

El inglés llega, tras vagar unos meses por España, a La Alpujarra y elige una aldea pequeña y algo pobre, bastante remota, acentuado este aspecto por la falta de carreteras en la época. El lugar se llama Yegen y aquí vivirá Brenan unos 7 años, a intervalos entre 1920 y 1934 (1920-1924, 1929 y 1932-1934). Si bien encuentra agradable y gratificante la vida en este pueblo, de vez en cuando Brenan visitará otros lugares, tanto alpujarreños como las ciudades de Granada y Almería, normalmente haciendo el viaje a pie;  en ocasiones, en autobús.

Desde luego, quien espere encontrarse con un libro de viajes al uso, donde el autor se limite a relatar lo que ve por la ventana o desde su medio de transporte, o a dejarnos una ligera relación de sus entrevistas con los lugareños, se llevará una gran sorpresa cuando se lea de cabo a rabo Al sur de Granada. Este magnífico libro es una peculiar y original mezcla de historia, etnología, folklore, arqueología, interpretaciones variopintas y  antropología. Resulta particularmente atractivo en cuanto nos resulta interesante a los españoles (y en particular a los granadinos y almerienses) por cómo era España y esa región hace 90 años, y además, por quien lo relata es un extranjero; así, resulta totalmente distinto a si quien viviera en Yegen y viajara por los alrededores fuera un español cualquiera. La interpretación de lo que ve y vive, muchas veces curiosa, otras veces algo errónea, pero siempre  fascinante. No es sólo que se disfrute con la ágil y perspicaz prosa de Brenan, es que también hace pensar, bastante profundamente en ocasiones.

Y todo ello considerando que la obra es fecunda en pasajes críticos y poco laudatorios, algo reconocido por el propio autor en el prólogo.  Son habituales las camas con insectos que huelen a enfermedad, comidas hechas en aceite rancio, suciedad, pobreza,  gentes estrafalarias o repugnantes...Aunque él mismo proclama lo mucho que disfrutó en nuestro país y la tranquilidad de espíritu que llegó a sentir, sin duda no pudo limitarse  a escribir alabanzas y poéticas descripciones de su nuevo destino.

Tengamos en cuenta que España era aún en gran parte ese miserable país que olía a alpargata, a gachas y a carga de guardia civil. Un país sumido en un atraso secular, con un sistema político (surgido de la Restauración monárquica de 1875) dando síntomas de agonía, y un rey, Alfonso XIII, con poco futuro en el trono, aunque aún duraría 12 años más en él.  Una España donde aún mandaban los caciques y los de siempre, una España muy del " Crimen de Cuenca".

Ciertamente, el libro comienza bastante deprimente. Brenan desembarca en Galicia, y la estepa mesetaria le aburre y entristece, con sus llanuras sin árboles y sus casas de adobe del mismo color de la tierra. En Madrid le llueve torrencialmente y la pensión resulta mucho peor que cualquier ambiente descrito por Galdós, y cuando llega a Granada, también le llovizna. La Alhambra no le agrada (bajo la lluvia le parece "vulgarmente presuntuosa") y los granadinos, no demasiado, en principio; él se esperaba "hombres envueltos en largas capas y con dagas al cinto -quizás porque se imaginaba  postales dignas de la Carmen de Merimée-  y mujeres en posturas goyescas".  Sale de la ciudad y emprende el deambular por la provincia a pie, muy andarín él. Recorre el  Valle de Lecrín, la Axarquía y la Sierra de Tejada, pasando por ventas,  durmiendo al lado de los animales de carga y comiendo de la misma olla que los muleros (al compartirla éstos con el extranjero)  introduciendo la cuchara, hasta que cae víctima de la disentería. Busca a duras penas la costa y,  pernoctando en las playas, alcanza la ciudad de Málaga, ya un importante y distinguido centro turístico, donde descansa.  Allí vaga por las calles, sin apenas dinero ni comida,  aguardando que llegasen sus libras inglesas.  Una vez recuperado, tanto física como monetariamente,  y tras un último deambular por La Alpujarra, se establece en Yegen, situada en un lugar remoto, próximo al límite con la provincia de Almería, pero a la vez, comunicado por carretera y con abundancia de agua. Y todo ello, con unas formidables vistas de las montañas  y las tierras circundantes, en lontananza.  Aquí es donde se establece Brenan, pagando 120 pesetas al año.

Establecido ante el  inicial asombro de sus vecinos, Brenan comienza a vivir, tranquilamente y sin prisas. Nunca le sobra el dinero y pronto su existencia se asimila a la de los habitantes de Yegen , salvando algunas distancias, por supuesto; aunque tenga poco dinero, eso es suficiente para tener más que sus humildes vecinos.  Pero Brenan  nos va contando aspectos de la cultura popular de su pueblo y de otros lugares, intercalados con relatos de sucesos, de historia, o de folklore. Costumbres, palabras, apodos, el matrimonio, los gitanos, los animales, la gastronomía... De sus relaciones con los lugareños y no sólo lugareños, como con la visita de algunos amigos ingleses de su mismo "círculo de Bloomsbury" como los  raritos escritores Lytton Strachey, Ralph Partridge, Leonard y Virginia Woolf o la pintora Dora Carrington. De cuando conoce a un enigmático y solitario escocés, quien vive desde hace más años que él en La Alpujarra, concretamente en el cercano pueblo de Murtas. De cuando visitó al insigne arqueólogo belga Louis Siret, otro de los personajes reales del libro, quien, en la época de la visita de Brenan, era ya anciano, pero llevaba viviendo 50 años en Herrerías, cerca de Cuevas del Almanzora.  O de cuando "le entraba la locura" y, por ejemplo, salía a pie desde Granada, subiendo al Mulhacén y bajando a su casa, o cruzó Sierra Nevada hasta llegar a la áspera estepa del Marquesado de Zenete, visitando Guadix y sus viviendas trogloditas,  "un pueblo sucio, ruidoso y multitudinario, con malas posadas y una gran población de gentes muy pobres (...), un lugar sórdido y duro (...). La tierra, seca, produce un polvo fino, por lo cual sus hombres tienen el aspecto de no lavarse nunca, escupen con frecuencia  y tienen una voz áspera y ronca".  Más allá de imprecisiones, conozco el lugar y  lo cierto es que mi opinión de Guadix siempre ha sido parecida a la de Brenan, tanto antes como después de leerle,  y  lo siento por los accitanos.

Almería era la ciudad de más importancia cercana a su casa de Yegen, y Brenan dice que llegó a conocerla bien, por sus frecuentes visitas cuando quería cambiar un poco de su vida de aldea, o para comprar algunos artículos. El escritor inglés hace su primer viaje a mi ciudad cuando lleva un mes en Yegen, con el fin de adquirir muebles, y realiza otra larga peregrinación a pie (poco más de 90 kilómetros).  Pecaré de orgullo almeriense si digo que los pasajes y capítulos dedicados a Almería son los más gratos, interesantes y bonitos para mí, pero me es indiferente. A mi abuelo le ocurriría lo mismo, imagino,  y eso teniendo en cuenta lo negativo de algunos párrafos. Pero ahí está el gran atractivo para un almeriense. Además, siendo Almería un lugar poco alabado desde siempre, y en cierto modo olvidado por las personas y la literatura, son de agradecer libros como éste.

Brenan pues, desciende de las altas montañas hacia Ugíjar y Berja, territorio de la famosa uva de piel dura, y alcanza el mar Mediterráneo. Llega al campo de Dalías, cuando esa región era aún ese erial, sin invernadero alguno. Quedaba mucho tiempo para el mar de plástico blanco posterior.  A él le parece el desierto del Sinaí y la completamente recta carretera hacia Almería llega a desesperarle. No puedo resistirme a insertar de nuevo ese gran fragmento sobre su aproximación a ella que contiene esa concisa y  seca descripción de mi ciudad, otras veces recordada aquí:

"De repente, la llanura terminó: las montañas caían desnudas y a pico sobre el mar y la carretera se recortaba entre ellas. Pronto rodeé un escarpado y ví ante mí la ciudad blanca, de tejados planos, de Almería. Los barcos de pesca estaban saliendo para las faenas de la noche y el sonido de los remos y de una voz cantando me llegó a través del agua tranquila.
Almería es como un cubo de cal al pie de una desnuda  montaña gris . Un pequeño oasis -el delta del río Andarax-  se extiende más allá de ella, verde y plantado de boniatos y alfalfa, con palmeras de dátiles y caña, y más allá comienza el paisaje desnudo, pedregoso. A lo lejos se alzan las montañas, lila y ocre. Como la lluvia solamente cae una o dos veces el año, el riego es indispensable. 
El castillo árabe y sus fortificaciones exteriores se yerguen sobre una piedra desnuda que domina la ciudad, somo si fuera un guardián que la defendiera del desierto. En este país el enemigo es la sequía, no el hombre. Debajo del castillo se alzan la catedral y la plaza con los soportales, con que los conquistadores cristianos buscaban restaurar las glorias del pasado, y en torno a éstos las estrechas callejuelas que todavía siguen el trazado del barrio árabe. Pero el carácter oriental del lugar es más reciente y lo dan las calles de casas azules y blancas con tejados planos, construidas en el siglo pasado. La principal entre ellas es el Paseo, un bulevar amplio que baja lentamente hacia el mar entre los árboles de hojas oscuras y brillantes. En él están las tiendas y cafés principales. Una calle inquietante, cargada, como todo en ésta ciudad, de sugerencias peculiares, aunque para el observador superficial tenga simplemente un aspecto decimonónico y provinciano. (...) ".

Desde luego, pese a los 92 años transcurridos, las imágenes descritas y las sensaciones transcritas son prácticamente las mismas en la actualidad, exceptuando algunos lógicos cambios, y de esto puede dar buena cuenta tanto un almeriense como yo, como un forastero que conozca un poco la ciudad, e incluso alguien quien se aproxime por primera vez, desde luego. Ciertamente, por poner un ejemplo,  la panorámica cuando se llega a la capital de la provincia desde la antigua carretera de Málaga es incomparable.
Pero no todo fueron buenas sensaciones en Almería. Falto de dinero, Brenan se instala en una pensión barata, cerca del mercado. Resulta ser un lugar sórdido de habitaciones demasiado llenas con las sábanas de las camas manchadas de sangre y un acompañamiento musical  nada proclive al sueño,  con desagradables gargarismos, toses y arcadas de los compañeros, o uno que se rascaba "como si estuviera rascando una lona". Del patio viene además el olor nauseabundo de las heces y los orines, pero Brenan encuentra, con algo de masoquismo "un cierto placer en este descenso a la pobreza y en los contrastes que representaba", con la luna iluminando las paredes con su luz, "creando con su brillo una especie de silencio".  Curioso.
La descripción de ambientes sórdidos y lúgubres no acaba ahí. El hispanista inglés deambula por la ciudad y se percata de por dónde trajinan  pobres  y  mendigos, los cuales habitan incluso las antaño poderosas fortificaciones islámicas de la ciudad, entre chabolas, chumberas y excrementos secos. Y también cuando se hace amigo de un tal Agustín, un arruinado putero aquejado de impotencia sexual, quien lo lleva a conocer "el barrio de los burdeles" de la ciudad  (precisamente el capítulo lleva el poco poético título de "Almería y sus burdeles")  pero con un cometido estrictamente informativo, o eso dice Brenan. En uno de los locales el escritor relata una conversación con un oficial de policía "muy político", de ideas  teóricamente republicanas, la cual, como la mayoría de conversaciones y diálogos que transcribe el inglés en su libro, resultan muy interesantes en cuanto nos informan de cómo pensaba el pueblo en la época. Manolo, como así lo llaman una de las prostitutas, suelta un duro monólogo sobre Almería y España, tristemente bastante más actual de lo que parece:

"(...) Esta ciudad es una desgracia para España. He nacido aquí y quiero a mi ciudad, pero nadie me puede negar que no es una desgracia. ¿Sabe usted como la llaman los otros españoles? El culo de España, y aunque lo considere como un insulto personal, porque está dirigido a mi ciudad, tengo que admitir que no están demasiado equivocados. Porque, ¿sabe usted que el setenta por ciento de la población no sabe leer ni escribir? Puedo decirle que los almerienses que tenemos conciencia de la situación estamos profundamente avergonzados. (...) Sí, se podría decir también que España es hoy día una calamidad nacional. La que una vez fue gloria y orgullo del mundo es hoy uno de los países más atrasados. Nuestro suelo es el más rico de Europa (...). La gente es seria, valerosa, sana, noble, franca, honesta y trabajadora y, sin embargo, vivimos como usted ve. Yo digo que eso es una desgracia y los responsables deben responder por ello"

Demoledor.  Lo de  Almería como culo de España ya en 1920  me llegó al alma. Pero le gusta Almería a Brenan desde el primer momento. Más que Granada, incluso. Siente en Almería una "animación mayor" que la bella ciudad de la Alhambra nunca le dió. Aunque le dedica párrafos agradables a la última ciudad en ser reconquistada por los cristianos: "Su encanto radicaba, por supuesto, en su situación: la inmensa llanura verde, las montañas cubiertas de nieve, los olmos y cipreses de la colina de la Alhambra, los arroyos de aguas rápidas y ruidosas. Todos estos elementos conformaban un conjunto que nadie confiaba encontrar en otra parte. Pero la ciudad era también atractiva por sí misma. Sus calles, sus plazas, sus perspectivas y paseos públicos (...). El lugar tenía calidades líricas, una elegancia de situación y detalle, de tono y forma, que evocaba Toscana o Umbría más que la dura y leonada piel de España."
Con sagacidad y nitidez,  Brenan se percata, en contra de la tradición de los libros de viajes franceses e ingleses, inicialmente románticos, que Granada, más que representar la cima de lo oriental y lo exótico, un pedazo de Oriente en Europa, es en realidad "más norteña que Nápoles" por carácter y clima. Un clima condicionado por la alta sierra, con  "el toque frío del aire bajo el sol, las castañeras acurrucadas en las esquinas de las calles, las hojas amarillentas que yacen fosilizadas en los caminos y la neblina de la mañana, en ascenso desde la llanura". En cuanto al carácter de los granadinos, el inglés los ve, "al contrario que los sevillanos y los malagueños (también se dio cuenta Brenan de las diferencias entre la Andalucía Occidental y la Oriental) [como] gente sobria y convencional, más puritanos que la mayoría de los españoles, poco dados a la risa y que visten de negro en cuanto pueden. Son independientes y animosos, obstinados en la defensa de sus derechos y muy trabajadores (...). Fácilmente podrían pasar por castellanos, si no fuera por su amor a los jardines, a los tiestos y a otros refinamientos estéticos odiados por los habitantes de la Meseta, que viven de modo parecido a los campesinos de la Anatolia, en sus ciudades y pueblos de adobe". Como se ve, el escritor era poco "castellanófilo", por así decirlo. En cuanto a lo de Granada y los granadinos, no conoció el boom turístico y universitario de décadas más recientes, pero no iba nada desencaminado en sus sensaciones y consideraciones.

Pero sin duda Almería le parecía más estimulante y curiosa, tal vez por sus especiales características y la dureza de su clima, unida a la particularidad de su entorno natural. Entendió mejor que muchos que en ello reside uno de los atractivos de Almería, una especie de humildad consciente, en el sentido de que la ciudad y su provincia se dan cuenta de sus posibilidades y limitaciones, y por tanto no alardean de ello, pero a la vez saben donde están. Un lugar poco destacable en apariencia, pero a poco que se liberen los sentidos, la lírica y la belleza, una dura y rara belleza, van acudiendo. Con perspicacia, y al igual que en Granada, Brenan se da cuenta de infinidad de cosas, todas ciertas: la combinación de  animación y  monotonía ("encantadora en su animada inmovilidad")  la tranquilidad de sus horas y espacios ("todas las tardes son apacibles en Almería")  no exento de un cierto aburrimiento,  su clima disolvente y lo extraordinario de su naturaleza y entorno. Al inglés , el mar en Almería le parece aquí "doblemente mediterráneo, y la ciudad, extendida en la luz brillante y coloreada, llevaba en sí ecos de lejanas civilizaciones". Nada podría ser más acertado. Y cuarenta años antes de la llegada de los directores de cine y sus cámaras, ya Brenan apreció el paisaje de la provincia como "una de las regiones más bellas de la Península", con la dureza de sus montañas, como de cartón piedra, los profundos surcos de barrancos y ramblas entre pitas y esparto y las mil tonalidades que el sol y la luna reflejan en su desnuda superficie.
Por último, y como es natural, cuando el escritor inglés volvió a Almería en 1955 (el libro se publicó en 1957)  la encontró desagradablemente cambiada; además de la guerra civil, el desastroso nuevo urbanismo de los años de Franco comenzaba a hacer estragos.

Dejando Almería y volviendo a La Alpujarra, los años treinta trajeron problemas con algunos de sus vecinos y Brenan ya no se sentirá tan cómodo. Cuando deja Yegen por primera vez, vuelve casado, con una poetisa estadounidense, Gamel Wolsey (1895-1968), y al poco tiempo abandona La Alpujarra y se traslada a Churriana, cerca de Málaga, un lugar más cómodo. La guerra civil le sorprende allí y se irá de España, no volviendo a su casa malagueña  hasta 1953. Sus viajes por Europa y África serán incesantes, hasta edad muy avanzada, mientras seguía residiendo en España, ahora en Alhaurín el Grande, Málaga. Paralelamente irán saliendo a la luz más publicaciones suyas; entre ellas destaca  El Laberinto Español, una muestra más de cómo se esforzó Brenan en comprender a España y los españoles.  En  1984 se halla en Londres, muy mermado económicamente, viviendo en una residencia de ancianos, y al parecer, amargado, ansiando volver al sol de Andalucía.  Los admiradores patrios de su obra empiezan a realizar gestiones y el gobierno español consigue traerlo de vuelta a nuestro país. Fallecerá en Alhaurín el Grande,  a comienzos de 1987, con casi 93 años, siendo enterrado junto a su mujer en el cementerio inglés de Málaga.

Respecto al inquieto escritor,  no voy a entrar en juicios sobre su persona y sus actividades. Sobre la cierta superioridad con la que el inglés habla a veces respecto los españoles, pese a sus hermosas y sinceras palabras. O quienes le recriminan que tampoco hiciera nada por mejorar la vida de sus vecinos, de los cuales tanto escribió.  Verdaderamente, gracias a sus libros se conocen más y mejor regiones y lugares anteriormente olvidados, o ignorados.   Hay quienes dicen que Brenan actuó como un cacique en Yegen, donde le llamaban Don Geraldo y donde  tuvo varios hijos ilegítimos con las vecinas del pueblo, vástagos no reconocidos por él.  Más escabrosa y verífica es su historia con  la desgraciada Juliana, su criada, proveniente de una de las familias más pobres del lugar,  quien tenía sólo 15 años cuando Brenan la sedujo, si esa es la palabra adecuada,   y con quien tuvo una hija, Elena, que fue arrebatada para siempre a su madre a los tres años, para, con el nombre de Miranda Helen, ser educada al "modo inglés" con su padre y la mujer de éste. Juliana, repudiada en el pueblo, marchó a Granada, donde se casó obligada,  y murió en 1979, anciana y ciega, deseando aún  ver a su hija.   Una historia triste y dura y que no deja en buen lugar a Brenan. Pero no seré chismoso, pese a que haya contado el drama; no me compete a mí juzgarle, ni me interesa. Prefiero quedarme con sus libros, en vez de su persona.
 En esa actitud  asaltadora de camastros parece que se recrea, de un modo festivo,   la película española de 2002  Al sur de Granada, pero no la he visto, porque suelo rehusar del cine español, y más si son adaptaciones literarias, aunque hay muy honrosas excepciones, como Los santos inocentes, La colmena, y, en menor medida, Alatriste.

Y nada más. Me lo vuelvo a leer siempre que puedo, especialmente en verano; su pequeño formato lo hace muy apto para viajes en tren o tardes en la playa, por ejemplo.  Un libro recomendable y muy interesante, por la punzante prosa de Brenan y sus sensaciones y apreciaciones, a veces lúcidas, a veces menos positivas, pero siempre certeras, y por todo lo que desliza, cuenta y describe. Te ríes, te indignas, te hace pensar y mucho,  y disfrutas, sin duda.  Unas páginas muy válidas para saber un poco más de esa España de entreguerras. Ahora parece lejano y superado, pero en ocasiones me pregunto si hemos dejado de ser por completo como Brenan nos veía en los años veinte.

Conozco de primera mano algunos de los lugares que él frecuentó. Me faltan otros muchos. Hace tiempo me dije a mí mismo que he de ir alguna vez, siguiendo sus pasos o buscando otros nuevos. Por esa fascinante región, sus cantarines nombres de pueblos y su naturaleza trepidante.  Buscándome a mí mismo, a mi manera. Solo o acompañado, pero he de ir. 


Último párrafo del libro, cuando Brenan vuelve en 1955: "Allí, frente a nosotros, en el primer hueco de la calle, se extendían las grandes llanuras de aire y, más allá, el inextricable laberinto de las montañas de color. El sonido del agua estaba en todas partes y había una sensación de verdor y de frescura. No, me dije a mí mismo, la idea que me había hecho de este lugar no era ninguna ilusión".

2.7.12

La Furia española ha vuelto...aunque sólo sea en el fútbol






Aunque no estuviera allí presente, cuando escuché "Paquito el Chocolatero" sonando en el Olímpico de Kiev, no pude evitar un estremecimiento, una franca emoción. Esa canción,  tan festiva y humilde a la vez, y tan popular en nuestro país desde siempre, pertenece para mí a ese tipo de composición tan española, popular y  emocional, como "En er mundo"  o "Suspiros de España". Sólo con escuchar cualquiera de las tres, y aunque no esté fuera de mi país,  me entra una sensación de añoranza, de cierta melancolía y de recuerdo, tanto a los seres más queridos y cercanos como a tantos y tantos españoles anónimos de nuestra hermosa, trágica y triste historia.


Como digo, no estaba allí. Pero de haberlo estado, la emoción me habría superado. Escuchar ese pasodoble fiestero, justo después del triunfo sobre Italia, en las remotas estepas ucranianas, tan lejos de España, hubiera sido para mí único. En Kiev, en plena Europa del Este. España va cada vez más allá; hace cuatro años ganó su segunda Eurocopa en Viena, la tradicional puerta de Europa si se viene desde el misterioso Este, la ciudad que los otomanos intentaban siempre conquistar. Y ha ganado su tercera en ese país tan nuevo situado a su vez en una tierra muy transitada desde antiguo. A la vez que superaba sus antiguos miedos y fracasos históricos en el fútbol, España iba más allá.

Sí, España ya tiene la llamada "Triple Corona" (Eurocopa-Mundial-Eurocopa), un logro por ninguna selección realizado antes. Durante estos 4 años gloriosos la Selección ha recuperado el tiempo perdido de una forma espectacular. En sólo 4 raquíticos años, España ha igualado a Francia e Inglaterra en Mundiales, ha superado a Francia e Italia en Eurocopas, ha dejado en ridículo a la citada Inglaterra respecto a este título europeo (3 a 0 en favor de España) y ha empatado a Alemania en Eurocopas, nuevamente. En sólo 4 años. Simplemente espectacular.

España ayer arrasó a una valiente Italia. Una valiente y elegante Italia que había llegado a enamorar con su juego atrevido, de ataque y toque, comandada por un gran Andrea Pirlo espléndido en su madurez. Todo ello bajo las directrices del Cavaliere Prandelli en el banquillo, quien ya de por sí merece un monumento por el profundo cambio realizado a la selección italiana. Tan fuerte llegaban los transalpinos, que en España cundió un cierto pesimismo, o un realismo modesto puesto que, aunque nuestra selección fuera campeona del mundo, Italia era un clásico titán y un rival muy a respetar. Pero anoche, en esa gran noche, Italia se difuminó ante los muchachos de Del Bosque, esa otra gran personalidad, tan discreta y humilde, y a la vez, uno de los entrenadores más exitosos de la historia.

Como humildes son la gran mayoría de este equipo, esta generación de futbolistas irrepetibles se han ganado el corazón de todos, no sólo por su gran fútbol, además, por su forma de ser. En una época donde los deportistas y especialmente los futbolistas se han convertido en personalidades banales, inaccesibles y ajenos a la dura realidad de la gente de clase media y baja, por sus millonarios sueldos, el carácter y personalidad de estrellas humildes, de chicos de pueblo o de barrio como Iniesta, Casillas, Xavi o Villa, ha provocado que la conexión de la gente, del pueblo, sea mayor aún.

Y eso teniendo en cuenta, como he dicho otras veces, que el fútbol no arregla los problemas ni resuelve la crisis económica. Ni va a reducir el paro. Los goles de la selección y sus triunfos no nos van a sacar del hoyo, pero sí existe gente a quien le alegran estos momentos, y desde luego sirven, primero para desconectar un tanto de la realidad, y segundo, para mejorar nuestra imagen tanto dentro como fuera de España, aunque sólo sea fútbol. Y sirvan como ejemplo de lo que los españoles pueden (podemos) hacer con esfuerzo y dedicación, si se lo proponen (nos lo proponemos).  En medio de la deprimente realidad, en medio de tantas dificultades económicas, laborales, políticas y asuntos escabrosos de variado signo, la hazaña de estos muchachos, como digo, no ayudará de forma efectiva en nuestra crisis global, pero demuestra que el español tiene iniciativa y puede ser competitivo y ganador, y  cosa también importante, puede hacerlo sin sus políticos.

Sí, ahora los politicos intentarán de nuevo apuntarse el tanto en su beneficio. Normal, suele pasar. Aunque sea injusto. Ojo, no hablo de desprendernos de los políticos, pero hemos de reconocer el indudable lastre que supone para España la casta política, empezando por ese ente enfermo y succionador que son las autonomías.O la administración. Por no hablar de la corrupción política, y judicial. Pero ahí estamos...

Al menos, se puede sacar pecho en algo. Aunque sea deporte. La "edad de oro" del deporte español comenzó hace algunos años con el tenis, el ciclismo o el baloncesto, pero, al ser el fútbol el deporte rey, el más global y el de más trascendencia, parece que es ahora, al ganarse dos Eurocopas seguidas y un Mundial, cuando se alcanza el cénit. Supone una cierta injusticia respecto a los otros deportes, pero de nuevo, las cosas son así.

Además, tanto triunfo ha reactivado (supongo) el patriotismo, algo tan depauperado en nuestro país. Con esto tengo ciertas reservas, ya que se ha vuelto a poner de moda sólo en el momento en el que la selección española era ganadora. Para todos aquellos que somos  patriotas convencidos y no tenemos inconveniente en alardear de bandera, de escudo, de himno y de colores en cualquier momento, sin importar  quién lo usó en el pasado, o si se gana o se pierde, o si no está relacionado en el deporte, esto nos mosquea un poco. Si además, muchos individuos, anónimos y mediáticos, te critican y te ponen al pie de los caballos tildándote de fascista para arriba cuando sacas los símbolos, y ahora los sacan porque ellos dicen que "sí se puede, porque lo digo yo", pues mosquea más aún. Sólo espero que, aunque me gustaría que fuese por otros motivos, este orgullo de bandera y de símbolos siga por este buen camino, y se respete por siempre.

Ese grupo tan unido de jóvenes futbolistas, donde ya hay algún treintañero, ha demostrado también, en medio de tantas rencillas con Europa y tantos conflictos relacionados con la clásica y cacareada superiodidad de los países, o del Norte del continente o protestantes, en oposición a los sureños y por añadidura católicos y meapilas, que los españoles no son ni tan gandules, ni tan poco competitivos, ni tan malos en todo. Vale, es sólo fútbol, repito de nuevo. Vale, está la ciencia, la educación o la economía, disciplinas a mejorar y muy mucho. Sí. Pero ya basta con la cantinela de franceses, alemanes o ingleses. Su chulería y altivez siempre ha sido notoria, pero ya es hora de bajarles los humos un poco.   Ojalá sirviera el ejemplo de la selección española para reactivar a toda una nación a todos los niveles, empezando por los mandamases de arriba. Ojalá.

Mi generación, incluso la de mi padre, la de mi abuelo...todos hemos vivido y padecido toda una serie de derrotas, de decepciones y de traumas respecto al fútbol, cada dos años. España jugaba como nunca y perdía como siempre. Cuando no era por sus propios deméritos, era en los penaltis o por el árbitro. Todo el mundo recuerda el fallo de Cardeñosa, la metedura de pata de Arconada, el codazo a Luis Enrique, las penas máximas falladas de Eloy Olalla o Raúl, el árbitro que barrió para casa en Corea del Sur...la únicas vías de escape eran el testarazo de Marcelino en 1964 y el 12-1 a Malta en 1983. Eso era lo único que nos salvaba de la mediocridad y de la depresión tras caer casi siempre en cuartos de final o mucho antes. Lo único que sacábamos a pasear para animarnos un poco. Todos, ante la falta de triunfos de nuestra selección, nos fijábamos con admiración y envidia en los festivos brasileños, en los fiables alemanes, los competitivos italianos...siempre había una selección a imitar, a recordar, como la Argentina de Maradona en 1986 o la Brasil de Pelé en 1970, la Alemania de Beckenbauer en 1974 o  la Holanda de Cruyff en ese mismo 1974. Ya no. Ahora la selección legendaria, la recordada por más de una generación, es y será la nuestra. España.

Así que ha vuelto la Furia española. No me disgusta lo de la Roja, aunque por otra parte se percibe un esfuerzo de cierta izquierda antiespañola  para eliminar en lo posible la palabra España,  pero yo, siempre más tradicional e histórico, sigo prefiriendo usar ese término, aunque en desuso,  más antiguo y de resonancias sin duda más fieles a la realidad histórica de nuestra nación. Furia española viene, en fútbol,  de los Juegos Olímpicos de Amberes en 1920, con aquella selección con muchos huevos por metro cuadrado donde ya estaba Ricardo Zamora y la base del equipo eran vascos recios y duros, de esos que fumaban y bebían en el descanso.   Pero, la expresión es más antigua aún y tiene orígenes más belicosos y sangrientos, en concreto el Saqueo de Amberes en noviembre de 1576, cuando cuatro millares de militares españoles encabronados porque no cobraban desde hace dos años arrasaron la ciudad de Amberes, defendida por unos 20.000 soldados rebeldes holandeses. Todo ello con unas bajas insignificantes para los españoles, de poco más de una docena. Aquello fue un nuevo golpe en la mesa europea por parte del Imperio Español y uno de los hechos que agrandaron nuestra Leyenda Negra.

Hoy día, son los jugadores de  la selección española quienes dan nuevos golpes en la mesa a base de buen fútbol, provocando la admiración de todo el mundo y el acongojamiento de europeos y americanos, como antiguamente nuestros hombres de armas tenían parte del planeta en su mano. Ayer fue contra Italia, una nación amiga, mediterránea y similar a España en muchos aspectos culturales y populares. Un baño a Italia y sus cuatro estrellas mundiales, cuatro goles a una selección tradicionalmente de defensa excelsa,  un baño a la Italia más elegante que se recuerda.  Pero que sigan viniendo y cayendo selecciones  y selecciones. Y saquemos pecho, aunque sea sólo fútbol. Yo si fuera brasileño estaría inquieto y me iría preparando  para el 2014...

Gracias, héroes de Kiev.






(Nota: Sí, son héroes. Pero no son los únicos. Existen otros héroes españoles, y bastante más anónimos y mucho menos reconocidos. Médicos, cirujanos, bomberos, misioneros, policías nacionales, militares, investigadores...la lista es tristemente larga. Toda esa gente, a su modo, también son "Furia española" y también son el orgullo de España. Y  unos héroes de campeonato)