3.4.12

No es una semana cualquiera

Otro año más, el tiempo fugaz nos trae una nueva Semana Santa. Una celebración católica profundamente intrincada en nuestra tradición.
Hoy no voy a hacer una entrada crítica, puntillosa o negativa. No, ni mucho menos.

Me encanta la Semana Santa, ya lo he dicho por aquí más de una vez. Pese a mi agnosticismo.

Mi total carencia de fe y devoción tiene su contrapunto en mi querencia por varios elementos: la música, con ese abuso de trompetas, cornetas y tambores, de una rotundidad extraordinaria; las imágenes, las cuales, aunque no sea creyente, reconozco su belleza, perfección de formas, cuidada elaboración y realismo, realmente loables al realizarse en fragmentos de madera; el interés por la historia y los personajes de la Pasión de Cristo según la Biblia; y los movimientos y ceremonial, con los acompasados vaivenes al son de la música, de los pasos, dotándolos de una elegancia y atractivo icónico innegable.
Por todo ello contemplo pues la Semana Santa no como un creyente devoto, sino como un admirador de todo lo expuesto antes. En este asunto vuelvo a ser tradicionalista, lo siento.

La Semana Santa es una de nuestras tradiciones , aunque no es de todos los españoles ni de todas las partes de España, pero sí es ciertamente representativa. Su antigüedad supera holgadamente los 500 años, por otra parte.
En contra de ciertas iniciativas en los últimos años, aunque algunas son bastante viejas, no considero se deba proceder a suprimirlas sistemáticamente, más que nada por el significado que conlleva para mucha gente. Entiendo que pueda molestar a algunas o bastantes personas, especialmente por cortar la calles, pero también se cortan las calles por memeces mucho menos decorosas e inmorales y aquí paz y después gloria. Además, tampoco se obliga al "antisemanasantero" a postrarse de rodillas frente a las figuras de madera, a rezarle o a darse de latigazos.
También, como ya señalé el año pasado, considero totalmente fuera de lugar la intención del colectivo ateo, o de quienes sean, de realizar una procesión atea (sic) justamente el Jueves Santo. Si quieren mostrar públicamente su ateísmo, algo totalmente legítimo, tienen muchos días el resto del año. Ese es un laicismo agresivo con pulsiones iconoclastas y que suele derivar en escenas de dudoso gusto sin producir nada bueno, ni práctico, ni útil. Y ha quedado sobradamente demostrado en ocasiones.

Maldita sea, ya empiezo a despotricar. En fin, como decía, yo no soy creyente y nunca he desfilado en ninguna procesión, ni mucho menos llevar un paso, pero respeto a la gente que sí lo es y para quien esta semana tan importante resulta, penitencias en las espaldas incluidas. Estos días nos permiten contemplar escenas de devoción sincera y emoción desbordada, a veces algo bochornosas para el espectador ateo o agnóstico, o simplemente poco o nada religioso, a causa de las imágenes y lo que todo ello supone. No voy a entrar ahí.


Me quedaré con mis sensaciones, algunas de las cuales las tengo desde pequeño:

- Redoble y retumbe de tambores, escuchándose desde lejos y cada vez más fuerte, anunciándote la inminente llegada, por detrás de las hileras de penitentes. A menos de un metro de tí ya es demencial. Sigo pestañeando en esos casos de golpe de tambor, como cuando era niño. También, los cornetazos desgarrados acompañando a un paso.

- Imágenes poderosas y representativas. Vale, son simples fragmentos de madera tallados. Pero diríase que tienen vida. Desde pequeño me han interesado las escenas de la vida de Jesucristo y de su pasión y muerte, todo ello a causa de ver la imaginería de Semana Santa. Entradas en Jerusalén, Santas Cenas, Oraciones en el Huerto, Flagelaciones, Coronaciones, Cautividades, Caídas con la Cruz, Crucifixiones, Agonías, Expiraciones, Buenas Muertes, Descendimientos y Resurreciones. Vaya semanita. Mucha sangre, sí. Dolor, sufrimiento y muerte, desde luego. Para mí no tienen el mismo significado que para un creyente, pero las contemplo con el mismo respeto desde siempre, y como amante del Arte, las admiro aún más.

- El vaivén de las figuras, meciéndose cuidadosamente por el proceder de los costaleros dirigidos por sus capataces. Penosos pero orgullosos y dignos ascensos por una calle empinada, o dificultades de circulación en un callejón o esquina complicada.

- Gloriosas entradas en los templos después de las eternas estaciones de penitencia. Algunas maravillosas y emocionantes, por la pericia exigida a causa de lo estrecho de la calle y las dimensiones del paso, como la contemplada hace unas horas en San Ildefonso de Almería, con el Jesús de la Sentencia y sus ocho figuras más (Pilatos incluido) y el paso de la Macarena unos instantes después.

- El olor a incienso se te mete casi en el alma. No me agrada demasiado ese olor, y mejor en pequeñas cantidades, pero es un aroma indisoluble de la Semana Santa. Impresiona ver una o varias imágenes avanzando entre humaredas y humaredas de incienso.

- Sombras en la noche, oscilantes figuras de imágenes dibujadas en las fachadas de los edificios. La luz de las velas y de las eventuales farolas eléctricas hace el resto.
Impresionante asimismo es un Crucificado iluminado solo por antorchas o velas, con el único acompañamiento sonoro de unos contundentes tamborazos.

- Silencio. Sí, relacionado con la última frase. No sólo de música vive la Semana Santa. Existen procesiones y via crucis sobrecogedoras, al constar de crucificados agonizantes alumbrados por antorchas, y acompañados, si no es por el silencio sepulcral más absoluto, por los contundentes y mistéricos golpes de tétricos tambores, aporreados éstos por nazarenos descalzos. En ciertos casos, la fúnebre procesión se ha de adentrar por estrechas callejas, pasando tanto la imagen como el ruido del tambor (que llega directamente al tímpano) a centímetros de tí. Hablo, por ejemplo, del Cristo del Perdón el Martes Santo en Almería. Realmente impresionante.

- Esos ruidos y sonidos en las levantás de los pasos, precedidas por el silencio previo. Una mezcla de chasquidos de madera, secos y contundentes golpes de llamador, gritos, demostraciones de esfuerzo físico y torsiones de músculos. La explosión de aplausos al escaso segundo. Realmente indescriptible.


Viva la Semana Santa. En Almería y en innumerables lugares. Por muchos años.

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