28.12.12

"El Hobbit": un exceso esperado

El miércoles pude ver, por fin, la primera entrega de la nueva trilogía cinematográfica tolkieniana pergeñada por el neozelandés Peter Jackson, esta vez basándose en el primer libro conocido del  británico sobre la Tierra Media. Por supuesto, hablo de El Hobbit,  cuento ideado por J.R.R. Tolkien (1892-1973)  para entretener a sus hijos y publicado en 1937.  El éxito de dicha obra provocó que los editores empujaran al profesor universitario para que escribiera una especie de secuela, más adulta y ambiciosa; lo que sería El Señor de los Anillos. 

No es mi intención hacer una entrada sobre la obra de Tolkien pues, aunque me haya leído, releído y disfrutado  El Hobbit,  los tres libros de El Señor de los Anillos y El Silmarillion, no soy ni de lejos un experto o por lo menos competentemente versado en el vasto, peculiar, original y maravilloso  legendarium del filólogo y escritor nacido en África del Sur, más allá del conocimiento más o menos profundo de las obras mencionadas más arriba y del gusto por la épica, titánica y desaforada trilogía de películas sobre el Anillo Único dirigidas por Jackson (La comunidad del Anillo, Las dos torres y El retorno del Rey). 

Desde luego no soy un experto en el tema, repito,  e innumerables personas saben mucho más de ello y además son más fanáticos -en el buen sentido de la palabra- que yo de dichas obras, tanto de las más conocidas como de las menos. No sé hablar ni escribir en lengua élfica o en la de los enanos, ni juego al rol ni tampoco tengo una gran colección de merchandising rondando el frikismo, ya sea de antes o después de las películas del director neozelandés; únicamente un mapa de la Tierra Media en póster, unas figuritas de "plomo" (o eso pretendían quienes las comercializaron) de algunos personajes, los cd´s originales de la magnífica banda sonora de Howard Shore -desde su nacimiento un clásico de la música del cine moderno- y una pequeña réplica de Andúril, la espada de Aragorn. No afirmo, por supuesto, que ser un lector devoto de Tolkien implique ser un friki, (desde luego según qué personas este adjetivo es positivo o negativo), pero mis lecturas de fantasía épica acaban con las obras del eminente profesor -mi única añadidura es el primer tomo de Canción de Hielo y Fuego, regalado por una buena amiga- , por tanto, tampoco soy un experto en literatura fantástica épica-medieval.
 
Pero tampoco comencé a leerme los libros ayer, como quien dice. En mi caso, el primer contacto con la obra de Tolkien fue precisamente con El Hobbit, y como ya dije hace tiempo aquí, me lo leí estando convaleciente de apendicitis, allá por marzo de 1998. Fue entonces cuando el maravilloso mundo mitológico-legendario de la Tierra Media se apareció ante mis ojos, se introdujo en mi mente y en mi corazón y ya no me abandonaría desde esos días de convalecencia. Creo que, como a tantos otros niños y adultos con imaginación (y ciertos pájaros en la cabeza, dicho sin malicia) entusiasmados en mayor o menor grado desde su publicación en los años 50, no me resultó difícil sumergirme en el ocre mapa de "Middle-Earth" debido a mi natural predisposición por la fantasía. 

El Hobbit fue un regalo de Reyes (no que los reyes, pongamos de Gondor,  me lo regalasen, sino que me lo trajeron los Reyes Magos) junto con los dos primeros libros de El Señor de los Anillos, los cuales acometí al poco de terminar la historia del viaje de Bilbo Bolsón, y poco a poco fui completando mi pequeña e incompleta colección de obras de Tolkien. Un año después, en la Navidad de 2001, fue estrenada la primera entrega de la trilogía cinematográfica de Peter Jackson,  la cual asombraría a propios y extraños, arrasando entre el público y buena parte de la crítica, cambiando definitivamente el cine y desatando el enorme, depredador y excesivo merchandising de ESDLA. En las dos Navidades siguientes se repetirían en los cines las mismas colas kilométricas para entrar a las salas, los mismos aplausos, gritos y excesos de los fans (y de algún que otro imbécil) y la misma desaforada inundación de productos derivados de la inmensa maquinaria de hacer dinero que supusieron las tres películas, y que, por desvirtuar su obra literaria,  muy probablemente hubieran llenado de horror al bueno de John Ronald Reuel en caso de haberlo presenciado.

Por fin una saga del calibre de El Señor de los Anillos y tan propensa al cine tenía una adaptación para la gran pantalla digna de ella, tras los aceptables e innovadores dibujos animados -pero un fracaso en taquilla- de la película homónima de 1978. Además, se hizo en una época bastante "tecnologizada", con todo lo bueno y malo que eso conlleva para el cine. 

Bueno porque con el desarrollo de la informática y de los llamados efectos especiales en los últimos años, un mundo de las características y de las peculiaridades de la Tierra Media puede ser desarrollado con más eficiencia, calidad y vistosidad que con medios meramente artesanales (por no hablar de la historia y de los personajes)...Malo, porque como hemos visto sobradamente en un elevado número de largometrajes desde hace un tiempo, ese mismo uso de "la tecnología", si deriva en abuso, provoca la elaboración de películas-videojuego, donde apenas se distingue lo real  y donde se notan las costuras informáticas, causando un cierto rechazo, por lo menos de quienes nos siguen gustando las películas con cine de verdad, del de siempre, del que siempre se ha entendido, donde los actores y las actrices tienen mucho que decir todavía y donde sigue contando, y mucho, el paisaje natural, el decorado o los interiores, y la fotografía currada, aunque para todo ello se tenga que contar con la ayuda  no abusiva de los efectos especiales, los cuales han dado, como sabemos, verdaderas obras maestras.

Volviendo por última vez a la primera trilogía de Jackson, puede decirse que sus efectos especiales fueron sincera y totalmente extraordinarios y aún siguen asombrando, por ejemplo en personajes como Gollum o  en sus tremendas escenas de batalla; sus tres películas rompieron moldes e hicieron historia, si bien no está de más añadir que su excesivo uso y abuso de la informática y de la pantalla verde le resta emotividad y la hace menos entrañable que otras grandes superproducciones, por lo menos para mi gusto. 
Precisamente, aunque reverencie  y me entusiasme la impresionante fuerza de escenas como varias cargas de los rohirrim o la batalla por Minas Tirith,  la élfica belleza de Lothlórien o Rivendel  y  la tétrica presencia de Minas Morgul o los Nâzgul, para mí sus verdaderos puntos fuertes están en otros aspectos más artesanos, humanos y cinematográficos (del cine entendido desde siempre, claro está) como la interpretación de algunos actores -caso del inmortal Gandalf del ya eterno McKellen-, las escenas del interior de edificios -aquellos que sabes que sí son decorado, construidos, palpables,  y para los cuales el equipo de Peter Jackson se basó tanto en la obra de Tolkien como en el arte europeo- , el uso del maravilloso y majestuoso paisaje natural de Nueva Zelanda, con amplia proliferación de planos aéreos, y, unido en ocasiones a ésto último, la ya mencionada banda sonora original de Howard Shore, una extraordinaria composición musical con temas ya clásicos que casi siempre se ajustan como un guante a las imágenes o a la historia y que a veces va más allá de la propia película. 
En definitiva, Peter Jackson y toda la gente detrás suya insuflaron nueva vida a la principal obra de Tolkien, respetando su legado en ocasiones, enriqueciéndola muy mucho en ciertos aspectos y desvirtuándola un poco en otros, estando caracterizada además por la abundancia de escenitas new age,  aunque es justo reconocer el acierto , a grandes rasgos y ante la dificultad de adaptar tamaña saga,  del neozelandés, verdadero conocedor, admirador y fan del  legendarium tolkieniano. Hoy día, en perspectiva, es difícil, por no decir imposible, pensar en otro director que no sea él, tanto por la persona en sí como por los medios que tuvo a su alcance.

 
Bien, pues tras ver esta extensa primera película (172 minutos de nada), llamada  El Hobbit: Un viaje inesperado,  se confirman algunas o bastantes sospechas, se tiene la certeza de ciertos aspectos y se emiten otras consideraciones, a saber:

- Si ya es indefendible la duración del primer largometraje, queda claro también que no era necesaria una nueva trilogía. El libro supera apenas las 300 páginas y bastaría con dos películas, algo largas si se quiere, pero compactas y bien estructuradas. Se intuye el interés comercial, el de expandir el invento al máximo,  desde luego. Jackson se va a seguir enriqueciendo a costa de Tolkien, está claro.

-Quizá Peter Jackson, para esto, ha querido contentar tanto a los fans más acérrimos de Tolkien como a los simplemente palomiteros, y para ello introduce (en ésta primera película, veremos las otras) tanto personajes nuevos y otras tramas como otros personajes  en el libro original someramente aludidos o simplemente no mencionados, pero que sí aparecen en otras obras de Tolkien. Ésto también sirve para un mayor lucimiento y un mayor engorde de la historia de la película, además de para profundizar en el conocimiento de la Tierra Media (más que en El Señor de los Anillos) pero también provoca que se haga como forzadamente a veces, en algunos casos con guiños a la audiencia (como la breve aparición de un tontísimo Frodo)  y  que Jackson caiga en la grandilocuencia, pese a lo poderoso y lo bello de algunas imágenes. 

-Sí, El Hobbit es un libro más infantil e intrascendente, por así decirlo, que El Señor de los Anillos, aunque algunos acontecimientos de la aventura de Bilbo y los enanos no sean precisamente moco de pavo.  Yo pienso que el libro es más infantil que la película de 2012, más aún, aunque en la película las gotas de humor muy ligero sean en ocasiones excesivas y demasiado irreverentes. Por una parte, sirve un poco para dejar claro que El Hobbit nunca fue como El Señor de los Anillos, por si hay gente que no lo sepa, que es posible.  Por otra, puede ser más para niños, sí (aunque Jackson a veces se pasa de rosca con ciertas escenas gore, lo que hace a la película un tanto peculiar) pero ello no implica que se deba ridiculizar a personajes serios, respetables y respetados como Radagast el Pardo. 

-El abuso de "la tecnología" antes dicho. En El Hobbit  Peter Jackson se sigue sirviendo de los magníficos entornos naturales de su país, aunque no demasiado. Por contra, usa bastante más los efectos especiales por ordenador en comparación con las tres de El Señor de los Anillos, que ya es decir. Si en ésta se emplearon kilos y kilos de maquillaje e indumentaria  para caracterizar a los actores y extras que actuaron como uruk-hai, orcos  y  otros, en El Hobbit el director tira de informática y sólo hobbits, enanos, elfos y Gandalf actúan; el resto de criaturas de la película, bastantes por cierto, virtuales son, por lo cual en innumerables ocasiones uno parece estar en un videojuego...muy chulo, eso sí, pero un videojuego.

-La música. No podía ser otro. Howard Shore no podía faltar y, al menos en esta primera película, repite algunos temas de la anterior trilogía como el del Anillo, el de la Comarca o el de los elfos e introduce una nueva marcha, con ecos de aventura de Tierra Media, que parece ser la específica de El Hobbit. Promete. 

-En cuanto a los personajes e interpretaciones, puesto que ya sabemos lo bien que se las gasta sir Ian McKellen de Gandalf, y puesto que también varios actores de ESDLA repiten en pequeñas colaboraciones,  centrémonos en los nuevos; Martin Freeman (gran doctor Watson en esa no menos grande serie televisiva de un moderno Sherlock Holmes)  conforma un joven Bilbo idóneo y perfecto, diría yo, muy hobbit,  y  el gran enano Thorin Escudo de Roble, mi personaje favorito del libro desde pequeño (supongo que como para buena parte de los lectores) y  en la película más grave y serio que en el cuento  -un acierto- , está notablemente interpretado por el tal Richard Armitage. El resto de la tropa de enanos está más desdibujada, naturalmente, aunque también es un acierto expandirse en cuanto a los enanos, pues fueron una raza muy poco tratada en las tres anteriores películas.  Veremos a ver cómo evolucionan en las dos siguientes y cómo serán los restantes personajes que han de salir a escena.


Y nada más. No me ha decepcionado, porque sabía a lo que venía, más o menos, pero tampoco me ha entusiasmado, porque mis expectativas eran medianas. De antemano suponía que no sería como la trilogía de El Señor de los Anillos, aunque eso lo sabe todo el mundo,  pero con excesos -y no sólo de metraje-, grandilocuencias y cierta morralla tecnológica aparte, es una película disfrutable. Esperemos que a Peter Jackson no se le vaya demasiado la olla con Smaug y demás...

6.11.12

La última cruzada de Indy





La mayoría de las veces es mejor dejar las cosas tal y como están. Si de algo guardamos un grato recuerdo, tenemos una buena imagen, nos emocionó o rozó la perfección, no es para nada necesario alterar todo ello. Muy escasas veces esto es necesario y desde luego, cuando se hace, suele implicar un empeoramiento.

En eso pensaba yo el viernes por la noche, cuando revisioné (por tercera vez) en la televisión la cuarta entrega de las aventuras de Indiana Jones, El reino de la calavera de cristal . No sé por qué, pero me dispuse a ver la película con un mayor ojo crítico que cuando la ví en el cine hace 4 años. Tan crítico fuí, que reconsideré como excesiva la nota puesta en Filmaffinity en su momento, pese a que ya entonces tuve sentimientos encontrados. Y efectivamente,  le bajé estrellitas en dicha web

Ese viernes finalizaba la historia de  Indiana Jones, dentro de la saludable propuesta de Antena 3 de programar las cuatro películas de la saga; iniciativa ésta, por fortuna, que algunas cadenas suelen adoptar de vez en cuando, junto a ésta y otras conocidísimas trilogías o sagas cinematográficas. 

Así, hace una semana el respetable pudo disfrutar de nuevo de Indiana Jones y la última cruzada, (1989) una de mis películas favoritas desde siempre, como hace tres pudo recrearse con la primera de las cuatro, En busca del arca perdida, de 1981, y hace dos con la segunda, Indiana Jones y el templo maldito (1984). 

No sé si mi mayor furor crítico hacia El reino de la calavera de cristal  (vaya  nombrecito, algo pesado, desde luego) se debió a verla tan seguidamente después de La última cruzada  (¡Joder! Hasta el título es perfecto), una película por la cual tengo un cariño especial, la tengo algo idealizada en parte  y significa bastante para mí, aunque quizás no sepa explicarlo como quisiera. 

No sé. Desde luego, la cuarta entrega de Indy es espectacular,  tiene ciertos momentos disfrutables -otros no tanto-  y es entretenida hasta cierto punto, pero abusa en demasía de los efectos digitales (en bastantes momentos parece totalmente un videojuego),  dinamita casi por completo el espíritu de la saga y para más inri, la historia de la peli  está motivada por la temática alienígena, cuando hasta entonces las tramas del doctor Jones -un intrépido arqueólogo-  se movían entre la historia, las leyendas, la mitología y la religión. No temo equivocarme mucho si afirmo que, en su momento, los fans de la trilogía fuimos tan benevolentes con la cuarta entrega por lo mucho que aquella significó y significa para todos nosotros, por lo encumbrada que la tenemos y porque, qué demonios, aunque teníamos algo de temor por el resultado, estábamos en cierto modo expectantes por volver a ver a uno de los héroes de nuestra infancia. Así, una sonrisa afectiva asomó en nuestros labios cuando apareció por primera vez su sombrero y su sombra  o  cuando empezaron a sonar los acordes de la archiconocida banda sonora, y desde luego nos estremecimos de alegría cuando, al son de ésta, el ajado Harrison Ford comenzaba a repartir golpes a los enemigos (rusos, en este caso) a bordo de un camión. Pero poco a poco todo eso se fue disipando ante el abuso de la informática (tal vez la secuencia más memorable sea aquella de la moto por la universidad, la más fiel al espíritu de siempre; desde luego no necesitó efectos especiales)  y lo insulso de la historia y de ciertos secundarios (dan ganas de partirle la nariz al tal Mac cada vez que habla). Con todo, no salimos del todo defraudados. O sí, cuando ahora, yo por lo menos, me he dado cuenta. 

Supongo, las películas y el cine cambian (y más si la informática va devorándolo todo)  como cambian los tiempos y cambiamos nosotros. Sin duda,  los fans de Indiana Jones le tenemos ese cariño por ser una trilogía visionada en nuestra niñez. Siendo una serie de películas de aventuras totalmente reconocidas por crítica y público, quedará siempre por saber cómo reaccionaríamos ahora al ver cualquiera de las tres viejas entregas. En 2008, 19 años después de La última cruzada,  mucha gente disfrutó con La calavera de cristal, entre ellos, fans de toda la vida de Indy y, a la vez, niños que no eran aún ni  un  proyecto en 1989. Esos niños fueron los, lógicamente, para nada críticos con la película de Spielberg. 

Ah, Steven Spielberg. El Rey Midas del cine, llamado así por su notable y constante éxito en taquilla. Director de películas muy significativas para la infancia, además de las de Indy,  como E.T., Hook  Jurassic Park/Parque Jurásico, y  de otras más adultas, por ejemplo Tiburón, Encuentros en la tercera fase, El color púrpura, La lista de Schindler, Amistad  o Salvar al soldado Ryan. Y en su papel de  productor y guionista es responsable de otros grandes éxitos como Poltergeist, la trilogía de Regreso al futuro, Los Goonies,  o Gremlins,  entre un buen número de películas, además de varias de dibujos animados. Sus críticos le han achacado desde siempre un excesivo miramiento por la infancia y por los niños, condicionando demasiado sus películas. Indudablemente, todo niño ahora adulto a quien le haya gustado el cine juvenil y de aventuras, tiene, considero, una gran "deuda" con el director estadounidense por los ratos de diversión, en su momento. Además, a  Spielberg  le debemos auténticas y reconocidas obras maestras, como Tiburón  La lista de Schindler

Ésta última, una  inolvidable película sobre el papel del industrial alemán Oskar Schindler salvando a miles de judíos en el Holocausto  fue estrenada en el año 1993, como Jurassic Park. Recalco esto, porque, para mí, nada volvió a ser igual en cuanto a Spielberg desde ese año. Desde 1993 y hasta la actualidad  el norteamericano ha seguido dirigiendo largometrajes, pero, considero, ya no son lo mismo, salvándose sólo tres,  o cuatro, como mucho. Como si el bueno de Steven hubiera alcanzado el culmen de su gloria creativa en ese año y con esas dos extraordinarias películas, colapsándose, y no diera para más.  Verdaderamente, parece eso. No obstante, espero mucho de esa biografía de Lincoln próxima a estrenar y  protagonizada por ese extraordinario actor,  Daniel Day-Lewis.

Y así, en 2008 y tras bastantes años de amagos, al final salió a la luz la cuarta de Indy. Visto el muy desigual resultado, uno piensa  que a Spielberg le ha pasado en cierto modo como a su gran amigo (y creador , al alimón con él, del personaje de Indiana Jones) George Lucas; éste alcanzó la gloria con  las tres primeras de Star Wars, además obtuvo camiones de dinero a causa de ello, y en los últimos años, a base de nuevas trilogías, polémicos retoques de las viejas películas y subproductos, está dilapidando su ya lejano prestigio cinematográfico.  Todo por la pasta, si bien, en honor del director de Tiburón debemos decir que no llega al exagerado nivel de merchandising de Lucas y su guerra de las galaxias.   Quién sabe cómo deparará el futuro, pues ya está en preparación una quinta película de Indiana Jones...de continuar la dinámica descendente, muchos fans nos deberemos ir conformando con seguir preservando las tres antiguas películas en el altar  cinematográfico de los recuerdos infantiles, ignorando en lo posible una hipotética nueva trilogía. Por lo menos yo.  Lo siento por Spielberg, pero no queda otra. 

Y lo siento por Indy. Indiana Jones fue ideado entre los aportes de Lucas, Spielberg y el guionista Philip Kaufman a finales de los 70, como una especie de arqueólogo quien, bajo la tranquila apariencia de un respetable profesor de  universidad, se destapa como un hombre   intrépido y mujeriego enfrentado a innumerables peligros, mientras resuelve enigmas histórico/legendarios, saliendo siempre indemne. Tanto el personaje como las características de las películas estaban influenciadas, y a la vez eran un homenaje, a ciertas películas de aventuras de serie B de los años 30 y  40, y  a otras de más calidad.  De hecho las tres primeras películas se ambientan entre 1935 y 1938.  Tras sopesar varios actores candidatos, fue finalmente  Harrison Ford, impuesto por Lucas,  quien encarnó  a Indiana.  

Aquí una vez más quedó manifiesta la "buena estrella" del actor nacido en 1942; no es Ford digamos un habitual en peliculones (y de hecho sólo ha sido nominado al Oscar una vez, aunque es una cuestión importante la de si  las estatuillas han estado siempre justamente repartidas y merecidas, o no, y no me refiero exactamente a Harrison), ni es un monstruo de la interpretación  y  es algo irregular además, pero ha participado de forma decisiva en una serie de películas taquilleras y/o de culto, encarnando a  tres auténticos iconos del cine: el historiador aventurero que nos ocupa, Han Solo, de Star Wars,  y  Deckard, protagonista de Blade Runner

El doctor  Jones tenía un atuendo reconocible, destacando su sombrero Fedora, su cazadora de piel y su látigo (los cuales se convertirían en verdaderos iconos), era temerario al máximo  y pese a su aparente invulnerabilidad, tenía ciertas fobias, como las serpientes. En busca del arca perdida supuso un enorme éxito de crítica y público y propinó un nuevo espaldarazo al cine de aventuras, de puro entretenimiento, sin mayores pretensiones. Tiene un buen puñado de escenas antológicas y verdaderamente clásicas del cine moderno, y además, con la introdución de tramas y enigmas histórico-legendarios, motivó el gusto de un buen número de gente por la historia y la arqueología, aunque las películas estén plagadas de errores históricos y bastantes licencias y aunque verdaderamente los métodos del atrevido profesor sean muy poco ortodoxos y escandalizaran (y escandalicen) a un arqueólogo de verdad, acercando más a Indiana a  la figura del ladrón  profanador de tumbas. 

Y todo ello con los nazis de por medio, incordiando. Éstos ya no aparecen en la segunda película, la del templo maldito,  para mí  (muy) inferior a las otras dos (y además de la crítica especializada, para bastante gente, aunque hay fanáticos de las tres por igual). Es bastante más alocada y extraña, más plana e insípida,  localizándose  en  lugares más impersonales y omitiéndose además figuras de secundarios memorables de la primera película. 

Para la tercera, (a la cual  iba yo hoy, y a ver si empiezo de una vez después de varias parrafadas), ya 8 años después de la primera entrega, Spielberg y Lucas tuvieron a bien retornar a los principios de la trilogía, en el sentido de retomar tramas y enigmas más conocidos, míticos, y, por qué no decirlo, más occidentales. En este caso se trataba del Santo Grial,  el cual  supuestamente usó Jesús en la Última Cena, cáliz recuperado por José de Arimatea, y teóricamente transplantado a Europa, etc...mito también de crucial importancia en ciertas composiciones de la leyenda artúrica y demás. Muy bien. Y vuelven a salir los nazis, obsesionados con famosos objetos mágicos.  Requetebién. 

Además en La última cruzada tenemos un nuevo personaje, el padre de Indiana, Henry Jones Senior, y  además  se descubre el  nombre del aguerrido doctor Jones, puesto que "Indiana"  viene del nombre de su perro; en realidad, se llama Henry, como su progenitor.

Dicha figura paterna fue interpretada por el gran Sean Connery, pese a ser sólo 12 años mayor que Harrison Ford. El carismático escocés, en un claro renacimiento cinematográfico tras El nombre de la rosa, Los inmortales y Los intocables de Elliot Ness, conformó un memorable contrapunto a la figura de Indiana, con multitud de situaciones cómicas y desternillantes, pero también otras más afectivas y profundas. El siempre familiar Spielberg planteó un Indiana que desde pequeño había tenido una carencia afectiva por parte de su estricto padre, un hombre obsesionado con su forma de vida (catedrático de Literatura Medieval). Los avatares de La última cruzada  motivarán un redescubrimiento entre padre e hijo, puesto que, en realidad, aunque se busque  aparentemente el Grial, Indy busca a su padre.

Esta soledad del joven Indiana ya se ve en el vibrante prólogo, donde asistimos a su primera proeza, cuando arrebata a los 13 años de forma fallida la cruz de Coronado (siglo XVI)  a unos buscadores de antigüedades. También se nos da respuesta a varias de las cuestiones de cómo es Indy de adulto, de por qué usa ese tipo de sombrero o la causa de la cicatriz de su barbilla. El futuro doctor Jones fue interpretado por el malogrado River Phoenix (hermano de Joaquin), buen amigo de Ford. 

En esta tercera entrega vuelven a escena también dos memorables secundarios de la primera película antes aludidos, como son Sallah, el amigo ¿egipcio? de Indiana (interpretado por John Rhys-Davies, futuro Gimli), excavador profesional, y Marcus Brody (Denholm Elliott) amigo de los Jones y también profesor en la misma  ficticia universidad  de Nueva York. Por su humanidad y empatía y por las situaciones desternillantes causadas por ellos, la vuelta de estos dos actores fue muy celebrada por fans y por la crítica.

La última cruzada también supone la aparición de otro  carismático "malo" rival de Indiana, conchabado con los nazis, como en la primera. En este caso se trata del hombre de negocios y colector de reliquias históricas Walter Donovan (Julian Glover) acompañado de la habitual réplica femenina (y que siempre cae en brazos de Indy) y en este caso más mala que buena, la bella Elsa Schneider, profesora de Arte y filonazi (Alison Doody).

Como todas las películas del intrépido arqueólogo, la tercera es un carrusel incesante de situaciones comprometidas, arriesgadas, cómicas, de frenéticos viajes y de golpes de efecto. Difícilmente se da un respiro y difícilmente alguien se aburrirá viéndola, conformando verdaderamente una película de aventuras perfecta, para toda la familia y sin mayores pretensiones. Fue La última cruzada uno de los últimos ejemplos de cine de aventuras en cierto modo  "clásica", pese a que ya usaron  efectos especiales con la ayuda de la informática, pero muy puntualmente -no como en la actualidad-, como en el terrorífico final de Donovan.

Cuando uno va creciendo se va haciendo preguntas, y con la tercera de Indy en concreto uno se pregunta cómo Indiana y su padre fueron tan fácilmente de Austria a Berlín con todo lleno de nazis y además presencian la quema de libros (genial secuencia aquella cuando Hitler le firma el diario del Grial a un atónito Indiana) , y desde luego cómo pudo ir  el Zeppelin tan rápido de Alemania a Turquía (memorable escena la del dirigible y luego la de la avioneta). O qué demonios pintaba la tumba de un caballero del Grial en Venecia (desde luego, en vez de un más lógico emplazamiento  israelí, sirio, francés, inglés o incluso español, se eligió la más turística ciudad de los canales). Pero ciertamente no te haces tales cuestiones cuando eres un niño. 

Siempre me pregunto por qué es esta película tan especial para mí, y el por qué de ese cariño y esas ganas siempre de volver a verla. Si la memoria no me falla, fue la primera que ví, hace ya muchísimos años.   De hecho, de las tres primeras, es la que más me gusta, más que la  del arca  aunque reconozco que dicha película quizá sea más redonda y más magistral; y desde luego, prefiero mil veces la de la última cruzada  a  la segunda.

Tal vez sea por la cuestión artúrica y del Santo Grial. Aunque no llego a la obsesión de Henry Jones Sr. y de Donovan, sí es un tema que me ha apasionado desde bien pequeño. De hecho otra de mis películas predilectas desde siempre es Excalibur (1981, tal vez la adaptación más fiel al mito de Arturo).   Aunque no sea creyente, el Santo Cáliz de Cristo es un asunto de cierto calado como para tomárselo a la ligera. Y más si hay cruzadas y caballeros medievales de por medio. 

Puede ser, desde luego, por su banda sonora. Soy un apasionado de las composiciones musicales para películas, y la de Indiana Jones y la última cruzada tiene unos cuantos tracks absolutamente memorables. Compuesta por el maestro John Williams, como todas las de la saga y prácticamente todas las películas de Spielberg, en este caso, además del unánimente conocido tema principal, añadió nuevos como una variante de éste, más emotivo; la pegadiza  marcha  que suena cuando aparecen los nazis; y el del Grial, una hermosísima  y  solemne composición casi litúrgica, la cual transmite de un poderoso modo la fuerza del mito del Cáliz, dándole mucha más intensidad a ciertas escenas, como cuando sale el famoso , ajado y trabajado diario del padre de Indy o cuando nuestro arqueólogo favorito supera las pruebas finales. 

También puede ser porque en esta película se rodaron bastantes escenas, y algunas claves, en Almería. Ver a Indy y a su padre en la playa de Mónsul, cerca del Cabo de Gata, librándose de los aviones nazis, o verles luego con Sallah en coche por las calles de la capital bajo la Alcazaba, es desde luego más que suficiente para encantarme y hasta emocionarme. Por cierto que no era ni la primera ni la segunda vez que Sean Connery trabajaba en Almería. La famosa escena de los nazis y los Rolls Royce con el jeque de Hatay (el ficticio reino de Hatay era Almería) fue rodada en la escuela de Artes y Oficios de mi ciudad, y en la provincia (Tabernas)  se ambientaron las trepidantes escenas de acción con los tanques en el desierto. Ya en la provincia de Granada, las geniales escenas del despistado Marcus al llegar a la estación de tren de Iskenderun/Alejandreta tuvieron lugar en la de Guadix.  Spielberg regresaba a España apenas dos años después de El Imperio del Sol,  levantando una lógica expectación y revuelo de esas que marcan época. Ah, el cine...

Y el final...cómo definir el final. De no haberse hecho 19 años después  La calavera de cristal, para mí el broche de la tercera película es perfecto, broche que desde 2008 no es tal. Pero me quedaré con el grandioso final de la tercera.  Después de haber cumplido su misión de "cruzados", y de haber descubierto padre e hijo que su relación era mucho más importante que mitos y antigüedades históricas,  encontrando la verdadera felicidad, tras escapar entre las grietas abismales del templo secreto  y  dejando entre las ruinas al enigmático Caballero del Grial (en sí mismo una reliquia), nuestros héroes supervivientes salen al exterior. Henry Jones Sr., Henry Jones Jr., Sallah y Marcus. Ríen y bromean unos instantes y montan a caballo, para emprender la última cabalgada hacia el ocaso, hacia un extraordinario sol, deslumbrante aún. A lo lejos vemos sus rápidas sombras en movimiento, mientras suena la eterna música de Williams. 
Absolutamente maravilloso...

19.10.12

¿Adéu, Espanya?

"On són els barcos. – On són els fills?
Pregunta-ho al Ponent i a l’ona brava:
tot ho perderes, – no tens ningú.
Espanya, Espanya, – retorna en tu,
arrenca el plor de mare!

 Salva’t, oh!, salva’t – de tant de mal;
que el plo’ et torni feconda, alegre i viva;
pensa en la vida que tens entorn:
aixeca el front,
somriu als set colors que hi ha en els núvols.
On ets, Espanya? – no et veig enlloc.
No sents la meva veu atronadora?
No entens aquesta llengua – que et parla entre perills?
Has desaprès d’entendre an els teus fills?
Adéu, Espanya!"



(¿Dónde están los barcos? - ¿Dónde están los hijos?
Pregúntaselo al Poniente y a  la ola brava:
Todo lo perdiste - no tienes a nadie.
España, España, - vuelve en ti,
¡Arranca el llanto de madre!

Sálvate, ¡oh!, sálvate - de tanto mal;
Que el llanto te vuelva fecunda, alegre y viva;
Piensa en la vida que tienes alrededor:
Levanta la frente,
Sonríe a los siete colores que hay en las nubes.
¿Dónde estas, España? - no te veo en ningún sitio.
¿No oyes mi voz tronadora?
¿No entiendes esta lengua -  que te habla entre peligros?
¿Has desaprendido a no entender a tus hijos?
¡Adiós, España!)


 Fragmento de Oda a Espanya/Oda a España (1898).  Joan Maragall.


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No tenía pensado dar la brasa  de nuevo con otra entrada de temática "nacional" relacionada con ideologías separatistas, temas que me apasionan aunque por otra parte me enfurecen un tanto, quizás demasiado.  Pero se suceden los días y son tantos los acontecimientos, tantos los titulares y tan graves las palabras vertidas jornada a jornada que no tengo más remedio que volver a sacar a pasear mi ira mesetaria (como diría un catalanista o un pro-catalanista).

No tenía pensado, verdaderamente. Después de disfrutar escribiendo sobre William Wallace, los escoceses y Braveheart, mi última idea era volver a teclear sobre España y los españoles, ese pueblo tan admirable como cainita. ¿Y a santo de qué, como suele decirse? Pues, querido lector, por la Diada catalana y la "ola soberanista" -como se ha venido denominando- derivada tras ella. He escrito ya varias entradas sobre este tema y otros parecidos, pero como ciertas historias me tocan de más la fibra y me producen rabia e impotencia, nunca está de más canalizar esas reacciones aporreando las teclas del ordenador en una respuesta pacífica, sin mayores consecuencias salvo la de desfogarme,  ante tanta iniquidad. 

Todo empezó con la famosa Diada, el 11 de septiembre, Día Nacional de Cataluña para muchos, o eso querrían ellos. Dicha celebración sirvió una vez más para canalizar los odios de ciertos ciudadanos catalanes hacia todo lo castellano, todo lo que no parece estrictamente catalán, todo lo que huela a español según su parecer.  En la conmemoración de la rendición de Barcelona ante las tropas borbónicas en la Guerra de Sucesión en 1714, de nuevo se escucharon proclamas de resentimiento, muestreo de banderas con poco recorrido histórico  y cremación de aquellas consideradas enemigas. 

Vaya por delante que respeto a quien o quienes se consideren independentistas catalanes, siendo éste un respeto distante, al no compartir para nada su ideología, pero, por otra parte, me parece patético basar esa creencia en Cataluña como nación en unos fundamentos mentirosos y en  toda una galería de mitos y supuestos realmente falsos, muy endebles, que nadie se cree salvo un pancatalanista furibundo más ciego que un topo. Que en la Diada canten con emoción Els Segadors tiene un cierto pase, pues en España tenemos himnos regionales totalmente respetables y en algún caso realmente preciosos,  como el de Valencia, pero todo pierde el sentido cuando se reverencia a Rafael Casanova (1660-1743)  como héroe y mártir de la causa independentista catalana desde hace siglos, cuando dicho conseller en cap ni murió en la guerra de Sucesión, ni se opuso a "España"; es más, se sublevó por ella, en contra de Felipe V  y en favor del archiduque Carlos  -como muchos españoles en dicho conflicto y como muchos catalanes, dándose el caso de villas de la misma comarca enfrentadas por uno u otro rey-  , pero desde luego en favor de España y no en contra de ella. 
Sigue perdiendo el sentido cuando se ondea como exclusivamente catalana la senyera, la bandera cuatribarrada, y también cuando se sacan diversas esteladas, siendo éstas enseñas claramente independentistas, reconocibles por la estrella dentro de un triángulo  (la inspiración se encuentra en la bandera cubana). Aunque la senyera sea desde hace mucho tiempo la bandera de Cataluña, ni por asomo se creó o se inventó en dicha región, ningún monarca catalano-aragonés (por usar la terminología independentista) la ideó posando los dedos manchados de sangre sobre un estandarte amarillo.   Como todo el mundo sabe, o sabe pero prefiere ignorarlo, lejos de ser exclusivamente catalana,  fue desde el siglo XII  y es la bandera de la Corona de Aragón. Cataluña, formada por una cierta cantidad de condados, no fue más que un Principado dentro de la monarquía aragonesa, cuyo monarca era, a la vez, rey de Aragón y conde de Barcelona (desde la unión dinástica de 1162).   La comunidad autónoma aragonesa es pisoteada constantemente por los catalanes, pero nadie tiene piensa en la vieja, gloriosa, austera y discreta tierra de Aragón.

Una muestra más de la extraordinaria lucidez de estos nacionalistas-separatistas: al finalizar estas marchas suelen quemarse banderas de territorios considerados enemigos, como España y Francia, en un acto de total respeto, muy en la línea de la elegancia pancatalana. Este año, aunque uno de los lemas de la Diada era "Catalunya nou estat d´Europa", los cachorros del independentismo no tuvieron problema alguno en prenderle fuego, además, a banderas de la Unión Europea.  Supongo que lo hicieron  para dejar claro su amor por dicho continente y para hacer méritos ante un futuro ingreso. 

La Diada, como cada año, suele congregar a un buen número de felices manifestantes, y como cada año también, acarrea las famosas "guerras de cifras" entre policía, delegados gubernamentales y Generalidad; normalmente las disparidades son notorias entre unos y otros. Vistas las imágenes de la marcha, resulta complicado que la cifra rondase de cerca el millón de personas. Se quede próxima o lejana de esa cantidad, pues sí, es gente, pero tampoco un rotundo éxito, un extraordinario acontecimiento donde el pueblo hable como una sola voz. Recordemos, por ejemplo,  la población de Cataluña alcanza los 7, 5 millones de habitantes (2011).  Demasiado lejos quedan las cifras de la Diada como para llegar siguiera a una cantidad apreciable en relación a su población total.

La Diada sirvió una vez más, también, para contemplar a diversos personajes muy conocidos tanto en Cataluña como en el resto de España; es el caso de Pilar Rahola, Jaume Roures (dueño de La Sexta),  Sandro Rosell, etc. En la mayoría de casos se trata de estómagos desagradecidos, es decir, gente muy independentista en apariencia, pero convenientemente remunerados económica y mediáticamente por el Estado español. Además, este año la manifa contó, con el apoyo en la distancia , desde su retiro neoyorquino, de Pep Guardiola, quien al parecer de repente se ha vuelto separatista, aunque examinando sus declaraciones desde hace unos cuantos años puede verse por dónde se movía  el exitoso entrenador de Santpedor.

Encabezando la reivindicación indepentista, no físicamente pero sí espiritualmente, se encontraba el molt honorable president  Artur Mas. Ya totalmente desprovisto de aquella moderación pretendidamente atribuida  hasta hace bien poco, el político barcelonés aprovechó la Diada como asonada para reivindicar una vez más una nueva situación en relación al resto de España, cuando no independencia, basándose en el supuesto expolio fiscal y en una posición agraviante para Cataluña, pisoteada por el mismo nacionalismo español de siempre. 
Todo ello, cuando hace unas pocas semanas la Generalitat había solicitado acogerse al fondo de rescate para las autonomías, por su penosa situación económica, aunque como se vio, hizo tal petición como desde siempre la hacen los nacionalistas periféricos, desde la chulería, la autosuficiencia y la falta de respeto. 

Así, Mas, ahogado por las deudas consecuencia del derroche de 35 años de políticas autonómicas nacionalistas, y con un gobierno, el suyo, que poco ha demostrado en este año en el poder, vio en la Diada una ocasión perfecta para desviar la atención, desviar el foco de las iras hacia España. Cataluña ronda los 900.000 parados y es una de las comunidades autónomas más endeudadas del país; no hay dinero para sanidad, ni para pensiones -pero sí para seguir fortaleciendo la lengua catalana en detrimento de la española  y las embajadas en el extranjero, por ejemplo- pero ahora la prioridad es una nueva reivindicación separatista, porque, Espanya ens roba y la culpa únicamente es de  "Madrit"/"el Estat espanyol"

Hace unos meses, cuando la polémica de la pitada del público del FC Barcelona y del Athletic de Bilbao al himno de España en la final de la Copa del Rey, la figura política que reaccionó más enérgicamente fue Esperanza Aguirre, presidenta de la Comunidad de Madrid. Lógicamente, tanto el nacionalismo periférico como buena parte de la izquierda española -política y mediática-  se le echó encima y le convirtió en  cabeza de turco; prácticamente se le culpó de crispar más el ambiente y de insultar a los respetuosos aficionados. 
 En la prensa catalana, uno de los diarios considerados como moderados desde siempre, o eso se creía hasta hace poco, es La Vanguardia, propiedad del conde de Godó, Grande de España y colega del rey. Dentro de dicho periódico destacan las crónicas de Enric Juliana, una especie de "corresponsal" del diario catalán en Madrid. En relación a lo de la pitada al himno, Juliana adució que la estrategia de Aguirre, ofendiéndose por el insulto  a uno de los símbolos de España, estaba justificada para desviar la atención pública, centrada en la oposición a sus políticas en la Comunidad de Madrid,  y así salir impune, durante un tiempo al menos.  Aguirre, fueron las palabras de Juliana,  estaba usando "la táctica de la tinta del calamar, una jugada de manual", en referencia a cuando estos cefalópodos expulsan ese líquido para distraer al enemigo y escapar.  El artículo del periodista catalán fue aplaudido por otros paisanos suyos, pancatalanistas encubiertos, como la presentadora de Espejo Público, Susanna Griso. Así, cuando ví a Mas parapetado tras la bandera de la Diada, me gustaría haberle preguntado a Enric Juliana  (y  a la periodista de la  españolista  Antena 3, emocionada con el triunfo de Artur)  qué nombre le pondría a la sibilina estrategia del presidente de la Generalitat. 

Luego vino la resaca. Para una parte de la izquierda política y mediática, la Diada fue un rotundo éxito y algo muy serio, a tener en cuenta por el gobierno de Rajoy. Cataluña había hablado y se debían tener en cuenta sus reclamaciones y lamentaciones, totalmente legítimas y loables. Lógicamente, parte de la derecha política y mediática (excepto la catalana, con escasas salvedades)  reaccionó más críticamente y vió claramente por qué ramas se andaba Mas. 
Si hablamos de políticos, la alegría de los nacionalistas catalanes con presencia en el Parlamento vino acompañada de la habitual tibieza del PSC, teóricamente no separatista pero federalista radical.  Se sucedieron las declaraciones, cada cual más rimbombante e incendiaria, hablando ya de referéndum por la autodeterminación y por el fin próximo de la sangría  económica y del expolio fiscal.  A las habituales de Esquerra Republicana habría que añadir las del socio de Mas, Duran i Lleida, quien, como el president, parece haber perdido la cordura, y hace tiempo dejó de ser ese respetable político catalán con verdadero sentido de estado, además de que cada día declara algo distinto al anterior, contradiciéndose a él mismo infinidad de veces.

Con total imprudencia, Mas lanzó el desafío al gobierno español, y desde luego, con total falta de miras, no sólo por encender el debate independentista en una época de debacle económica en toda España, pecando una vez más de miserable y de falso, puesto que está por ver si los separatistas en bloque estarían dispuestos a dejar de trincar del Estado español, si de independencia hablamos (dejémonos de federalismo asociado o secesión con condiciones, etcétera. Si  se van, se van),   sino también por crearle falsas esperanzas a un cierto número de gente. Al parecer, según las encuestas, los partidarios de la independencia de España rondarían el 50%, pero, en el supuesto de alcanzar  esa cifra ¿qué pasaría con la otra mitad? ¿Sería eso democrático? ¿Qué pasa con esos catalanes que no tienen pensamiento pancatalanista? ¿Realmente llegarían a ese 50 por ciento los votos secesionistas? 

Pero, algo no poco importante...¿sería viable una Cataluña independiente, totalmente sesgada de España?  Ciertamente, resulta curioso,  por no decir grotesco,  que precisamente ahora Artur Mas y sus paisanos (de izquierda y derecha) se pongan más flamencos que nunca, cuando está su región totalmente endeudada y depauperada. ¿Aguantaría Cataluña sin el paraguas, ahora ciertamente precario, pero paraguas al fin y al cabo, sin la hucha  de España? Mas no puede ser más ruin cuando quiere convencer a sus votantes de que Cataluña seguiría dentro de la Unión Europea. Todo el mundo con dos dedos de frente considera lo contrario. En el caso de que la secesión se produjese, los inicios de Cataluña en el frío invierno extra-europeo serían durísimos, con balanzas fiscales muy desfavorables y déficits de campeonato. El propio Artur Mas, sabe, todos los políticos catalanes saben, que la UE no admitiría a su nuevo país de buenas a primeras. Es más, ni de buenas ni de primeras, pues contaría con el lógico veto de España y otras naciones. Cataluña se colocaría en el furgón de cola de la lista de futuribles, por detrás de Kosovo. Un panorama sin duda poco halagüeño, pero lo que importa es perder de vista a la puta España, ¿eh?

Todo ello ha quedado expuesto todos estos días en los medios de comunicación. Radios, televisión, internet...como digo, la izquierda mediática, casi en bloque, ha recibido con comprensión y simpatía las reivindicaciones catalanas. Y tanto catalanes como españoles de otras regiones. Respecto estos últimos, tenemos ciertos casos de extremo pasteleo hacia el separatismo,  siguiendo a pies juntillas lo dicho por Mas y los suyos, añadiendo  "amo a Cataluña desde siempre y a los catalanes" y cosas así.  Luego,  otros periodistas nihilistas que nada les importa, ni de un signo ni de otro, y otros a quienes directamente se la pela  España y su unidad.  Por último, otros claramente partidarios de la independencia, siendo madrileños, andaluces o castellano-leoneses. Vuelvo a reiterar mi respeto, ante posibles acusaciones de sectarismo, hacia esas posiciones. Verdaderamente, y tal y como están las cosas, mi mundo no se vendría abajo si Cataluña "se fuera", aunque ése es otro tema. Pero las posiciones de estos periodistas (y de algún político) serían aún más respetables si fueran consecuentes.  Me explicaré.

Me refiero al pretendido internacionalismo de la izquierda, normalmente anti-nacionalista y anti-patriota. A la izquierda mediática española suele llenársele la boca y las tintas con sentimientos contrarios a doctrinas del nacionalismo y suele recurrir a citas célebres de figuras (como Oscar Wilde o G.B. Shaw, suelo confundirme) sobre los defectos y rémoras de tales ideologías, y lo atrasado de sus preceptos.  Sin embargo, toda la beligerancia de esta izquierda hacia el patriotismo español, hacia todo lo que huela a exaltación de España como lugar común y digno de respeto, se desvanece si de nacionalismo periférico y separatista hablamos.  Suelen recurrir a la guerra civil y al franquismo como motivos por los que rechazan la bandera, los símbolos y el patriotismo intrínsecamente español, como si la bandera y la propia España hubieran sido inventadas por Franco, como si  40 años de dictadura (verdaderamente un tiempo negro, de acuerdo)  importasen más que varios siglos de bandera, nación y proyecto común de todos para todos

Estas tácticas, soniquetes y silogismos suelen molestarme especialmente, pues me reconozco simplemente como un firme patriota. Para nada nacionalista español, pues no me considero superior a ningún otro pueblo ni nacionalidad.  Exalto las virtudes de España, entendida ésta como esa nación vieja y dispar donde vivimos todos, entre todos  y para todos;  me quito el sombrero ante el devenir de su pueblo, ante gran parte de su historia y ante su idiosincrasia tan variada y peculiar, adoro su geografía, sus ciudades, sus pueblos y regiones y su cultura, y me conmuevo ante según qué lugares, qué fechas o qué composiciones artísticas, pero también soy crítico ante según que características típicamente españolas y ante ciertos pasajes de su historia y otros aspectos más complejos.  Nada hay de malo en ser un sano patriota de tu país. Más negativo es caer en el nacionalismo, bastante más oscuro. 

Pero a esta izquierda política y mediática no se da por aludida,  metiendo con total intención todo en el mismo saco. Desde luego no dudan en abrazar y en apoyar toda ideología separatista periférica, ya sea catalana, vasca, gallega, aragonesa, andaluza, asturiana o de Carabanchel. También, y en relación a la "ola soberanista", han simplificado sobremanera el conflicto, justificando la deriva independentista en "claro, cómo van a querer los catalanes seguir perteneciendo a España, a esta España en crisis, corrupta, caciquil y nacionalista castellana, y con un gobierno mentiroso y perdedor", como, si siguiendo la retórica de los separatistas, la culpa fuera sólo de los políticos de Madrid o de los vagos andaluces y los trabajadores y expoliados catalanes estuvieran libres de todo pecado. Faltaría más.

Aún teniendo razón en una parte de ese discurso, puesto que los recortes del gobierno están machacando a la clase media,  la economía española no da para más (o para los que manejan quieren que dé), la casta política, en general y con escasísimas excepciones, es un verdadero asco,  los bancos tienen cierto peso de culpa en la crisis y en varias partes huele a podrido y a chiringuito desde hace años,  no considero, pienso yo, que se pueda justificar la explosión de nacionalismo catalán por ese lado y se deba contemporizar con ellos tan descaradamente.

A todo esto, y cambiando de tercio, o eso parecía, el 7 de octubre llegó el "Clásico" de la Liga de fútbol, un FC Barcelona-Real Madrid en el Camp Nou. Para escándalo de buena parte de la afición culé de fuera de Cataluña, que siempre ha habido y mucha, el club no dudó en plegarse a los intereses políticos del separatismo y preparó un gigantesco tifo formando únicamente una senyera, sin ningún color del FCB por ninguna parte; además de precalentarse previamente el evento deportivo con vídeos y consignas independentistas por parte de ciertas peñas blaugranas.  Se repartieron cartulinas rojas y amarillas para la gente, y de esta forma los cerca de 98.000 espectadores del estadio fueron partícipes de una farsa en pro de una causa totalmente ajena al deporte. Incluso, en el minuto 17:14 (por aquello de la guerra de Sucesión en 1714, la toma de Barcelona) se escucharon gritos de "¡Independencia!". Con esta puesta en escena digna de regímenes totalitarios, se caldeó más el ambiente contra un Real Madrid que, desde hace mucho pero con más intensidad recientemente, se ha  venido considerando y se volvió a considerar el día del partido por los separatistas como el símbolo de la ultranacionalista y expoliadora España. Además, siempre ha sido minoritario el uso por una parte de la afición madrileña de banderas fascistas y actualmente y desde hace unos años eso es marginal por no decir inexistente. 

Una vez más se falta a la verdad, puesto que ni el Real Madrid Club de Fútbol  es el símbolo de España ni el FC Barcelona el de Cataluña, por más que desde casi siempre éste ha sido un club catalanista, y en las últimas décadas sus palmeros han querido atribuirle también una condición de símbolo por la democracia en tiempos de la dictadura.  Pero ya resultan muy trasnochadas las alusiones denigratorias al club blanco como el equipo de Franco, cuando el Madrid fue usado perniciosamente por éste en un tiempo y un espacio muy concreto; pero todo ello, mientras el Barcelona seguía ganando títulos de Liga y Copa (como el Athletic, por otra parte). Curioso, ¿verdad?

Yo no soy del Real Madrid, y su presidente me despierta nulas simpatías, pero es fácilmente imaginable cuál hubiera sido la reacción de los nacionalistas periféricos y de buena parte de la izquierda ante una hipotética  e imposible banderolada con los colores de España en un partido frente al club azulgrana.  Se monta la de Dios es Cristo. Pero, una vez más, y aunque la decisión del FC Barcelona fue criticada incluso entre la izquierda española, no fue denostada por ésta con el mismo ahínco que si la intención hubiera sido patriótica o nacionalista de España. Una vez más, les perdonamos todo, les falta decir. No pasa nada, tranquilos. 

Después del partido, el feliz y ufano Sandro Rosell, para nada arrepentido por haber usado un evento deportivo con fines políticos, aún tenía más perlas para los titulares. La más sobresaliente, aquella de que, ante una hipotética secesión de Cataluña, su club seguiría jugando sin problemas en la Liga Española, "como el Mónaco en Francia". Sin comentarios. Aquí una vez más vuelve a quedar claro el verdadero interés del indepentismo catalán, que, palabrerías aparte, cae por su propio peso cuando hay dinero de por medio. 

Por si fuera poco todo esto, el 10 de octubre, el ministro de Educación y Cultura,  José Ignacio Wert, afirmó en el Pleno del Congreso que la intención de su departamento en Cataluña era "españolizar a los niños catalanes". Desde el minuto uno se le echó encima, como perros en la caza del zorro, el bloque nacionalista catalán, pero el ministro fue duramente denostado también por el PSOE.  Por el PSOE y por la práctica totalidad de la izquierda mediática, de nuevo. Lejos de arrepentirse, Wert se reafirmó y añadió que su intención era  "que los niños catalanes se sientan tan orgullosos de ser catalanes como de ser españoles", es decir, de minimizar el catalanismo manipulador de las escuelas catalanas y garantizar una enseñanza verdaderamente bilingüe o exclusivamente en castellano sí así las familias lo desean. 

Como dije, las primeras palabras de Wert me parecieron desafortunadas, porque le proporcionaron combustible de sobra a los animados nacionalistas catalanes, quienes necesitan verdaderamente poco o nada para montar una manifestación haciéndose los agraviados e insultados. El ministro se expresó mal y montó una mayor, como también es verdad que estoy de acuerdo con él en el fondo: la enseñanza catalana está por desgracia muy sesgada y muy impregnada de nacionalismo catalán, además de encaminada en marginar al idioma castellano por completo, como si la lengua catalana hubiera sido siempre la única en Cataluña y como si la lengua española no se hablase en dicho territorio.

La afirmación del ministro desató un nuevo torrente de declaraciones y titulares, conveniente acompañados de artículos en prensa y apasionadas tertulias.  La consellera de Educación de Cataluña, Rigau, consideró como "preconstitucional"  la intención de Wert (curioso que quienes más pisotean la Constitución Española se acojan a ella cuando les conviene)  . El PSOE, lejos de echar un capote a Wert por aquello de ser  "el otro gran partido nacional"  se ensañó con él  y se mostró de acuerdo con las reacciones del Govern catalán, por medio de las altamente preparadas portavoces socialistas Elena Valenciano  y Soraya Rodríguez  y  del  "número tres" del partido,  Óscar López, un digno aprendiz del ex-presidente Zapatero.

Esta deriva identitaria del PSOE, en otros tiempos un partido con sentido de Estado y vocación nacional, pero desde un tiempo a esta parte claramente disgregado y partidario de cualquier nacionalismo periférico contrario a la unidad de España e interesado en conflictos entre españoles,  es una muestra más de su naufragio.  Naufragio visto con lógico recelo, no sólo por una parte de su electorado, además por elementos de ese PSOE veterano como José Bono, Alfonso Guerra o Joaquín Leguina. 

No sé de dónde viene exactamente ese odio a España, o al menos, en ese interés en eliminar en lo posible cualquier indicio del término España y en favorecer a todo nacionalismo disgregador y de provecho escasamante positivo para el pueblo español. No sé si el PSOE ha hecho también suya esa creencia separatista de que España fue inventada por Franco, así como la bandera, el himno, el centralismo y buena parte de la historia española.  Y además, qué demonios, ¿españolizar una parte de España? Habrase visto...lo verdaderamente democrático y progresista es catalanizar, galleguizar, vasquizar, murcianizar...y todo ello odiando a España y renegando de ella,  por supuesto.

Españolizar, según Valenciano, es inconstitucional. Será que lo constitucional  es "afrancesar" o "alemanizar"  el país. Qué demonios, es más constitucional desarrollar el catalanismo frentista y odiar al Estado español, sí. Eso cohesiona y favorece el entendimiento entre españoles. Como sancionar económicamente a quien rotule su negocio en castellano. Eso también es constitucional y democrático, ¿verdad?

Que las desafortunadas palabras de Wert tuvieran más trascendencia y alcanzasen más gravedad que las previas de la consellera Rigau, sobre su intención de incentivar el catalanismo en Cataluña, deja bien a las claras cómo están las cosas en el patio.  El catalanizar de los nacionalistas, conlleva, como ha quedado demostrado, la denostación de España como la entienden los españoles en su conjunto.  El español, o castellano, también se expulsa en lo posible, y desde bien temprana edad es importante inocular al niño en los preceptos del pancatalanismo más rancio y radical. Nada han de saber del verdadero papel de Cataluña en la historia de España ni de cómo es España en general. Para qué. 
El nacionalismo catalán desea borrar España de Cataluña; a lo que parece, Wert quiere seguir viendo integrada Cataluña en España, sin eliminar la primera de la segunda. El nacionalismo desprecia todo lo que huela a español. España no reniega de lo catalán, siempre que no se falte al respeto de los españoles, por supuesto. El nacionalismo, como todo nacionalismo, necesita odiar algo. El catalán, desde luego, apunta a España.

Con todo, por muy buenas que sean las intenciones mal expresadas del ministro, poco va a poder hacer, si al final hace algo.  La Educación en España tiene poco arreglo después de tantos años de fracasos y leyes sucesivas. Encima, el Estado central apenas tiene competencias en Educación y la Generalitat va a  seguir obrando a su antojo sin problemas  y en perjuicio de los que no piensen como ellos. Cuentan además con la ayuda de más de 30 años de políticas nacionalistas; los que alguna vez fueron niños, ahora son adultos plenamente conscientes e imbuídos de autolegitimación. 

Así, Wert fue acusado por políticos, periodistas y analistas de la izquierda de "reaccionario",  "autoritario", "franquista" y de querer reinstaurar la Formación del Espíritu Nacional del franquismo. De locos, pues si hay alguien quien verdaderamente eduque de una forma sesgada, maniquea y falsaria, ése es un nacionalista periférico, ya sea catalán, vasco, o gallego. 
Una de las reacciones más altisonantes de Mas ante las palabras de Wert supuso que "el PP quiere enseñar la historia de España como una, grande y libre", refiriéndose a la clásica y recurrente sentencia, para un separatista, de que si un español, aunque sea catalán, se opone al glorioso nacionalismo catalán, ergo es franquista. 
Se ha aducido, y con razón, que el franquismo pusiera la camisa azul del falangismo, por el descarado uso y abuso propagandístico en los años de la dictadura, por desgracia,  a personajes de la historia española como el Cid o los Reyes Católicos.  Pues bien, no veo qué diferencia hay ahora con el falseamiento de la historia española y catalana por parte de los nacionalistas de Cataluña. Para neofranquistas, de algún modo, ellos. Ellos, continuando con la tradición pancatalanista del siglo XIX,  han vestido con la estelada a Wifredo el Velloso (Guifré el Pilós), a  Jaime I de Aragón, a Roger de Flor (por más que sus almogávares, gritasen, entre otras terribles exclamaciones de combate, "¡Aragó!"  y no  "¡Catalunya!" o "¡Visca Catalunya!") a Pau Claris, al citado Casanova  y a tantos otros, tergiversando la historia según sus fines políticos. 

Pero todo ello y una vez más, no debe ser motivo de duelo, lamento, ira o enfado por parte, no sólo del resto de españoles, sino de catalanes que no piensen como un catalanista. Tampoco se rasgan las vestiduras los periodistas y analistas de la izquierda mediática, nada partidarios de un Estado que controle a las autonomías en su derroche y felices porque España no está dominada por lo castellano, como si nuestra nación estuviera aún asfixiada por Castilla. 

Aquí, de nuevo se aplica aquella manida cantinela de "español malo-separatista bueno". Para estos periodistas, todo el patrioterismo español, entendido este "español" como una suma de todos,  es claramente repudiable, mientras que el patrioterismo de los nacionalistas periféricos es perfectamente loable,  totalmente legítimo y absolutamente positivo para todos, aunque fomente las disensiones y esté alimentado por un innecesario odio a lo "español".  Esta teoría suele aplicarse, como desde hace unos cuantos años, cuando los tenidos por "patriotas españoles" son  de derechas,  del PP, aunque desde un tiempo se ha venido incluyendo en este grupo de "fachas" a partidos  para nada conservadores como UPyD y  Ciudadanos/Ciutadans. Por contra, los nacionalistas periféricos  y quienes merecen todo el respeto suelen ser de izquierdas, como  PSC, ERC, BNG, ICV, Nafarroa Bai, Amaiur y  Bildu-Batasuna. Recalco ésto porque suele omitirse que dos de los partidos más combativos en su nacionalismo periférico son conservadores y de derecha, aunque suelen contar con el plácet de este periodismo de izquierda enemigo del centralismo o simplemente de la España integradora: me refiero, claro está, a CiU y al PNV. 

Todo ello de los medios de comunicación es aún más sangrante si nos percatamos de la importante presencia de  presentadores de noticias y de programas, meteorólogos, colaboradores varios, actores y humoristas catalanes, todos ellos de diversa ideología en la inmensa mayoría de las principales cadenas televisivas españolas, de ámbito nacional, me refiero. Una relación de todos ellos y ellas  y sin ser pormenorizado, daría para otra parrafada.  Lo digo porque uno de los argumentos del victimista nacionalismo catalán es que en el resto de España, además de no "tener representación" ninguna en  los medios de comunicación,  se "les odia y calumnia", y  añaden la existencia de  "xenofobia hacia lo catalán".  Sangre de Dios. No hay derecho. Como puede verse, en ese acto de comunicar  para toda España, sea desde  Madrid u otro sitio,  en las televisiones no se mira de dónde procede el profesional, ni se pregunta la ideología identitaria, algo que sin duda se mira con lupa en la Cataluña nacionalista, donde para empezar has de saber sí o sí  el idioma catalán.  Una vez más, estos falsarios pancatalanistas se ganan el menosprecio de muchos españoles, a pulso. 

Volviendo a la izquierda mediática, estos periodistas, analistas y tertulianos, tan expertos en todo ellos y tan pródigos en moralina,  lejos de achacarle a Mas y los suyos la sucesiva utilización del "conflicto identitario" para tapar sus miserias económicas y sus fracasos, le endosan el muerto al Gobierno de Rajoy. Es decir, para ellos, el principal interesado del auge de la "ola soberanista" es el PP, pues así se habla menos de los recortes y de manifestaciones de oposición a las políticas del presidente.

Entre los partidarios de esta curiosa teoría, cadenas televisivas como La Sexta, con su profundamente sectario programa El Intermedio, el cual, pese a emitirse en todo el país,  suele ridiculizar a quien se muestre mínimamente partidario de  la unidad española, y  por otra parte es partidario de los nacionalistas catalanes. Otro de los espacios "estrella" de la cadena, Al rojo vivo, un debate bastante plural (en cuanto a  la variedad ideológica de los debatientes), pero por desgracia poco o nada plural en su línea editorial, también se ha mostrado bastante contemporizador con las reivindicaciones y las palabras de los nacionalistas catalanes, y ha llegado a realizar algún que otro especial nocturno a causa de las palabras de Wert. No creo yo que dichas declaraciones sean tan graves. Si hablamos de nacionalismo, me parecen mucho más graves los constantes ataques a la historia y al pueblo españoles por parte de los separatistas. Pero eso no dá para un especial, piensan los chicos de La Sexta. 

Eso pudo verse el 12 de octubre, Día de la Hispanidad, Fiesta Nacional en España y varios países americanos en conmemoración de la llegada de Colón a América en 1492.  Como ya es clásico y viene siendo habitual, el separatismo periférico, con la comprensión de buena parte de la izquierda española, reniega de tal fecha y dice que no hay nada que celebrar (de hecho varios colegios catalanes se declararon en rebeldía y abrieron el día festivo) pues, para ellos,  no da para más el aniversario del  "genocidio español en América".

Sobre ese tema ya escribí, pero resulta una vez más patético e hipócrita, por decirlo finamente,  que se reniegue del pasado. El descubrimiento, colonización y conquista de América, como todo hecho del ser humano, tiene sus luces y sus sombras, pero la mejor manera de encarar el tema no es aplicar nuestro pensamiento actual a hombres de hace siglos. Claro que hubo matanzas. Claro que se propasaron, en ciertos momentos, los conquistadores. Pero, como he dicho tantas veces, la América hispana no es como la inglesa, en lo referente a mestizaje. Baste comparar las poblaciones indígenas de uno y otro lado para sacar algo de pecho sobre anglosajones y norteamericanos. Por no hablar del patrimonio arquitectónico, literario y cultural en general. 

Y todo ello, considerando además que en la empresa americana participaron un buen número de catalanes, además de vascos -esto también suele olvidarse-.  Siendo cierto el papel preponderante de los castellanos (y especialmente de andaluces, extremeños y vascos) los aragoneses -y por "aragoneses" se entiende a los propios aragoneses y también a catalanes y valencianos-   no se quedaron con los brazos cruzados y sin pillar tajada.  Tanto desde el descubrimiento (es más, la posibilidad de que Colón  fuera catalán no es descabellada. Hay otras hipótesis mucho más inverosímiles, como  la inglesa), como en la colonización, en la conquista y en la administración de las Indias. Nombres como Ramón Pané, Joan Orpí, Pedro Margarit, Miguel Ballester, Juan Claret, Salvador Samà, Gaspar de Portolá, Manuel Amat o Calvete de Estrella, o  la importancia del comercio -especialmente con Cuba- ,  además de la inmensa cantidad de religiosos y misioneros en América, nos dan una idea del importante papel de los catalanes en las Indias (1).

En fin. Así, como en una serie de diapositivas, se han ido sucediendo más acontecimientos y declaraciones:  una manifestación pacífica ese mismo 12 de octubre promovida por colectivos orgullosos tanto de ser catalanes como de ser españoles y saldada con algún incidente por la infiltración de elementos ultras separatistas; o  la difusión de un repugnante vídeo "humorístico" de una de las múltiples cadenas televisivas catalanas, en este caso TV3, donde, mientras dos jóvenes conversaban,   se hacía apología de la violencia  ("la violencia siempre es la última opción, pero es una opción") y se disparaba a varias representaciones de personalidades catalanas contrarias al independentismo, además de al rey Juan Carlos, mientras chorreaba la sangre.  Supongo que la libertad de expresión sobrepasa el límite cuando se falta al respeto y se incita a la violencia. 
Violencia que también puede ser dialéctica, como los sucesivos titulares de Artur Mas. En uno de las últimos declaraba su intención de  "internacionalizar el conflicto" si el Gobierno español le ponía trabas a su proyecto independentista. Vaya, el  molt honorable president tirando de  retórica terrorista. Pero tampoco pasa nada, desde luego. Se le permite todo. Por supuesto, el vídeo no ha tenido la misma trascendencia si, es un suponer, lo hubiera realizado TVE o Telemadrid y en las dianas hubiera estado Artur Mas o Joan Tardá. Y las altisonantes declaraciones de Mas ya comentadas,  o de Alfred Bosch (ERC), comparándose con Unamuno ante las tropas franquistas, tampoco han acarreado las mismas reacciones negativas en ciertos medios de comunicación  salvo la de volver a echarle la culpa del clima anticatalán al Gobierno. 

Pocas voces de personalidades catalanas conocidas han osado mostrar públicamente su oposición a la "deriva soberanista" lanzada por Mas. De entre las más notorias, José Manuel Lara Bosch, presidente del grupo Planeta, una de las empresas españolas de comunicación más importantes en España y América, y amplia difusora de cultura y  literatura. Por cierto, desde hace muchas décadas las principales editoriales literarias españoñas han tenido sede en Barcelona, y en mayor número que en Madrid,  algo sin duda despreciable para los separatistas. El empresario vino a decir que si Cataluña se independizara, el grupo Planeta se habría de marchar de ella, pues no tendría sentido un grupo editorial en castellano en un país foráneo.
Los lógicos temores de Lara se unen a  la intranquilidad de otras empresas, españolas y extranjeras, con sede o subsede en Cataluña, las cuales no ven con buenos ojos la escalada de separatismo impulsada por el president, pues ven peligrar sus negocios y el futuro de los mismos. 

Por último, estos días hemos vuelto a conocer cómo se las gastan los profesores catalanistas en su educación de niños, si a eso se le puede llamar "educación" y no "lavado de cerebro". Tampoco importa que sean más o menos pequeños; es más, cuanto más pequeños, más permeables y manipulables son.  Al estilo de cuando en la posguerra se preguntaba a los escolares sobre el caudillo Franco, en el vídeo a los niños se le hacían preguntas acerca de su insigne president Mas y  se comparaba con Rajoy; además, se efectuaba una puesta al día en cuestiones de  la relación entre Cataluña y España, y del expolio fiscal (niños de 7 años de edad justificando su independentismo porque España les roba) , se daban lecciones de geografía (por ejemplo, según ellos, el Ebro es un río exclusivamente catalán) y por supuesto de historia  (la dama de Elche es también catalana) ,  para formarles adecuademente en su imperial concepto de los Paissos Catalans, o  Corona Catalano-aragonesa si se ponen más suaves, desde los tiempos de Guifré el Pilós (o si hace falta, desde "Indibil"  y "Mandoni", como dijo hace unos cuantos años un cabreado Pérez Reverte).  Por último,  dibujan competentemente y con ayuda de sus maestros  banderas independentistas,  para goce infinito de sus orgullosos profesores.  Verdaderamente de vómito. ¿Eso no es Formación del Espíritu Nacional?

Con todo, Artur Mas, conseguido el objetivo de desviar los focos de su penosa gestión económica en pos del independentismo, sale de momento airoso, y de hecho ha convocado elecciones anticipadas para el 25 de noviembre, finalizando la legislatura más corta de la democracia, entre otras cosas, por haber perdido el apoyo de un PP de Cataluña que se siente traicionado por el president. Por otra parte, a este PPC le está bien empleado por plegarse una vez más al chantaje de los nacionalistas. Pero Mas ya es libre.  Su finalidad no es otra que la de salir reforzado de estas nuevas elecciones y  formar una mayoría "soberanista" en el Parlamento catalán para poder así emprender el "camino hacia la independencia", por más que se le haya reiterado que un hipotético referéndum sería ilegal y podría meterse en un verdadero entuerto si lo convoca.

Paralelamente, los independentistas catalanes han vuelto sus ojos precisamente a Escocia, en relación a la firma de los primer ministros escocés e inglés (Salmond y Cameron) para realizar un referéndum por la autodeterminación en 2014. Aquí, por más que Mas y compañía quieran compararse con los escoceses, tienen poco o nada en común con ellos. Bueno, sí, una: que a la hora de la verdad no van a separarse, por la cuenta que les trae; el independentismo es minoritario hoy día en Escocia, y es más, los ingleses están más interesados que los escoceses en que éstos se desgajen del Reino Unido. Los escoceses cuentan desde hace mucho con todas mis simpatías, pero  no tienen una economía lo suficientemente fuerte como para erguirse por ellos mismos; dependen y dependerán de la Unión, por su bien, ya sea más o menos egoísta.

Sin embargo, en la cuestión escocesa los catalanes han contado de nuevo con el apoyo del periodismo separatista o de izquierdas contemporizador del separatismo. Han corrido nuevos ríos de tinta alabando a Cameron y  la lección que los británicos están dando al Gobierno español, la terquedad del nacionalismo español y su acción de colocar el palo en las ruedas del progreso y del federalismo, etc. Una vez más, delirios de grandeza y crearle  falsas esperanzas a el ruidoso electorado intependentista.

Así las cosas, no se sabe que ocurrirá. Si Mas pasará a la historia como el primer presidente de una Cataluña independiente de España o quedará como un Ibarretxe del montón.  Queda por ver todo eso y nos esperan unos años interesantes. O tal vez estoy exagerando y  Artur Mas  tras las elecciones vuelve a un perfil bajo, en un inesperado cambio de parecer similar a la de su compadre Duran i Lleida, quien tiene desconcertados a políticos y analistas porque un día se levanta casi ministro de España (con verdadero sentido de estado, como si fuera un Francisco Cambó o un Tarradellas) y al otro, se despierta en calidad de furibundo separatista jaranero digno de compararse con  Tardà.  En fin,  quién sabe. 

Unas últimas palabras. Quien me conoce un poco o quien se pase de vez en cuando por este blog, sabe que el pueblo catalán no me es especialmente simpático, de entre los variados pueblos de España. Bien cierto es, como también lo es que mi percepción de los catalanes en general está irremediablemente influida en lo negativo tanto por políticos como por gente de diversa condición y oficio pero claramente pancatalanista. Eso es así, simple y llanamente, por desgracia. Uno está cegado a veces, casi tan cegado como estos separatistas periféricos y sus cuentos de pacotilla, y, hastiado, como tantos otros compatriotas,  de tanta declaración chillona, tantas afrentas a la historia catalana y española y tantas faltas de respeto hacia el resto de españoles, tira la toalla y lo manda todo al carajo, importándole una higa Cataluña y los catalanes, mostrándose hasta partidario de su secesión y deseándoles la peor de las penurias fuera de España. Pero no, porque luego piensa en la gran cantidad de catalanes que, a la vez y sean más o menos efusivos en su españolidad,  se sienten orgullosos de ser españoles, o por lo menos, tan catalanes como españoles, o simplemente son contrarios a la independencia, con sana sinceridad. 

Luego, uno también piensa en esa ingente cantidad de catalanes anónimos partícipes en el devenir de España -con sus glorias y sus hieles, y sus altibajos-  y en la amplísima galería de catalanes históricos, llena de notables hombres (y mujeres) cruciales en la historia y la cultura española. Así,  militares como Carlos de Beranguer, Agustina de Aragón o  Luis de Requesens.  Exploradores y aventureros como Domingo Badía o  Pedro de Margarit.  Políticos y estadistas como Juan Prim,  Estanislao Figueras, Francisco Pi y Margall, Francisco Cambó, Guerau de Espés, Laureano Figuerola, Alonso de Aragón o  Josep Tarradellas.  Pintores como Santiago Rusiñol, Ramón Casas, Salvador Dalí, Joan Miró, Ramón Martí Alsina, Francisco Ribalta o Mariano Fortuny.  Genios visionarios como  Narciso Monturiol, Pere Compte,  Ildefonso Cerdá  o  Antonio Gaudí.  Gente de letras como  Joan Maragall, Juan Boscán, Josep Pla, Celia Viñas,  Jaime Balmes, Jacinto Verdaguer,  Francisco Ferrer Guardia  o  Eugenio D´Ors.  Historiadores como   Juan Maluquer de Motes o  Jaume Vicens Vives.  Músicos como Isaac Albéniz, Enrique Granados, Federico Mompou  o  Pau Casals...y  por  citar  a  personalidades  más recientes, digamos  Ana María Matute, Jordi Solé Tura, Francisco Ibáñez, José Escobar, Montserrat Caballé, Martín de Riquer, los hermanos Goytisolo, Carmen Laforet, Juan Marsé, Eduardo Mendoza o Pere Gimferrer.

Todos, todos ellos han perdurado y perdurarán en la historia, así como su recuerdo y su legado, tan importante para Cataluña, para España y para el mundo en ciertos casos.  Como desde siempre. Nada de ello es mentira, no hay ninguna invención peregrina,  por mucho que se empeñen los radicales catalanistas. Cataluña es España.

He comenzado esta entrada con un fragmento de la impresionante Oda a Espanya escrita por Joan Maragall (1860-1911) abuelo de los socialistas Pasqual y Ernest  y figura capital en la poesía modernista española.  Dicho poema, casi una composición funeraria,  se realizó a raíz del desastre colonial de España en Cuba y Filipinas. Maragall  fue hombre de hondas ideas catalanistas,  pero siempre conservadoras, fieles a la historia  y nunca dispuestas a romper con el resto de España, por más que defendiese la supresión del centralismo y abogase por la implantación de un federalismo favorecedor de los territorios periféricos, aunque nunca quiso meterse en política, rechazando sucesivas ofertas. Para él, Castilla había cumplido su labor histórica dirigiendo los destinos de España y estaba totalmente extenuada después de siglos,  por lo que debía dejar paso a las regiones periféricas en el resurgir de la  atrasada nación. Y entre ellas, desde luego y decididamente, estaba Cataluña. Intentó, con escaso éxito, que el incipiente catalanismo político abandonase el odio y el resentimiento y  dirigiese sus intereses hacia la regeneración y el progreso de toda España, Cataluña incluida, en vez de únicamente hacia Cataluña y la secesión de ésta.

No puedo terminar de otro modo si no es con un nuevo fragmento de Maragall, esta vez unas bellas líneas seleccionadas de su Himne Ibéric (Himno Ibérico, 1906):


UNA VEU                                                                    UNA VOZ

"Sola, sola enmig dels camps,                               "Sola, sola en medio de los campos,
terra endins, ampla és Castella.                              tierra adentro, ancha es Castilla.
I està trista, que sols ella                                         Y está triste, pues sólo ella
no pot veure els mars llunyans.                              no puede ver los mares lejanos.
Parleu-li del mar, germans!"                                  ¡Habladle del mar, hermanos!"


                                              
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(1) En este aspecto, resulta muy recomendable  el libro del historiador Carlos Martínez Shaw Cataluña en la carrera de las Indias, 1680-1756  (1981)