21.3.11

Diez horas en tren

Acabo de volver de Almería. Unos días fuera por motivos algo familiares, los cuales me han servido para alejarme un tiempo de la vorágine de pólvora, riadas de gente y estruendo de las Fallas. Bueno.

Para regresar a Valencia opté por tomar el tren. No sé si por haber cogido trenes desde pequeño , pero soy bastante anti-autocares, y desde luego prefiero mil veces el viaje en ferrocarril. Aunque el viaje sea largo, me entretengo con libros, música o la misma contemplación del paisaje. Pero, como mucha gente sabe, entre Almería (y Granada) y Murcia hay un gran vacío en cuanto a vías se refiere, desde hace muchos años y en ciertas zonas desde siempre.

Que en la España del AVE, tan mediático y pomposo, sigan existiendo zonas tan yermas si de comunicaciones hablamos, es bochornoso. Pero para qué se va a protestar. Que Almería, uno de los principales puertos españoles en cuanto a pasajeros (el 6º) y mercancías, y un buen aeropuerto en una zona de creciente ocupación turística, carezca de una vía rápida a Málaga, Cartagena y Valencia más allá de la autovía, es inexplicable. En ese sentido Almería sigue estando como en los años 20 del siglo XX. Si uno contempla un mapa de España de tendido ferroviario, observará el amplio territorio en blanco existente entre la mayor parte de la provincia de Almería, la de Murcia, la de Albacete y la de Jaén. Ello quiere decir que, un viaje en tren entre Valencia y Almería (distantes 472 km. Por carretera se suele tardar cuatro horas y poco más) por ejemplo, se traduce en un recorrido por media España, con parada y fonda en Alcázar de San Juan, Ciudad Real, a casi 450 km de Almería.

Así que bueno. Ya he tomado ese tren (el Arco) otras veces. De Almería, la triste estación de Almería, con menos trenes que en Mongolia, se sale a las 7:36 de la mañana. La expedición se reduce a un viejo vagón y medio,con cuatro pasajeros (de verdad) por supuesto sin cafetería ni nada por el estilo, ni megafonía que anuncie las estaciones donde para. Esto unido a lo agreste del paisaje (se recorre el valle del río Nacimiento, encajado entre Sierra Nevada y la Sierra de los Filabres) hace que te sientas como en un western (de hecho algunas estaciones han salido en diversas películas) ya que, si te bajas en algún apeadero, lo haces en completa soledad y en un silencio total. Sólo falta que te tiren la bolsa de equipaje y el tren se marche echando humo.

Y despacito, hacia arriba, arriba y lejos. Siguiendo la antigua vía entre Almería y Linares (más de 120 años construida) se pasa por el polvoriento pueblo de Guadix con sus casas-cueva, los yermos llanos del Marquesado con las montañas cubiertas de nieve y posteriormente el tren se adentra en la provincia de Jaén, con sus lacónicos y repetitivos olivos. Millares y millares. Un olivo, otro, otro, otro, otro...hasta donde alcanza la vista y más allá. En torno a las 11:15 se llega a Linares, antaño una estación de cierta importancia por sus minas y su emplazamiento en un nudo de comunicaciones entre Sevilla y Madrid. El pueblo es un buen lugar en el cual viví felizmente cerca de 9 años. La estación ha perdido tráfico, pero este tren de Almería se ha de detener un cierto tiempo, casi 40 minutos. ¿La causa? Esperar a los vagones procedentes de Sevilla, Málaga y Córdoba y proceder al ensamblamiento de composiciones. El tren crece. Minutos y minutos que dan para mucho. Hasta para que un melillense de mi edad me cuente su vida de trapicheos, tráfico de drogas, causas con la justicia y situaciones de frontera marroquí, su hijo pequeño y su deseo de empezar una nueva vida lejos de allí. Sobre las 12 de la mañana, de nuevo en marcha. Jaén es una provincia agreste y despoblada, pero de mayor verdor y frondosidad que Almería. Y desde luego se ve el agua correr. Ahora se cruzan los impresionantes tajos y pendientes del desfiladero de Despeñaperros, de tantas evocaciones bandoleras.

Al paso de Sierra Morena, poco a poco el paisaje va mutando y se va mesetizando. Si antes sólo veías olivos y ese verde oscuro unido al fuerte aroma a almazara, ahora sólo ves interminables llanuras ocres increíblemente planas, con cepas, cepas, cepas, cepas...recorremos Valdepeñas, tierra de vinos. Mudela, Almuradiel, Valdepeñas, Manzanares, Alcázar de San Juan. Molinos de viento. Provincia de Ciudad Real. No es el peor lugar de España, ni mucho menos, pero evidentemente, si vas de Almería a Levante y Cataluña (o viceversa) no es necesario recorrerse media Mancha. Así que a Alcázar de San Juan, todo un nudo de comunicaciones a menos de 150 km de Madrid, se llega sobre las 13:30 de la tarde, si no hay retrasos. Aquí de nuevo hay que unir piezas y se espera al tren de Extremadura. Por la procedencia de pasajeros y cuestiones de la vida, este tren por tanto fue muy utilizado por los emigrantes del sur hacia Cataluña en el franquismo. Éste y la línea de Granada-Lorca-Murcia-Valencia, cuando existía. Pero bueno, ésa es otra historia. Una vez ensamblado, de nuevo en marcha a las dos de la tarde. Ahora, por esa Mancha dividida en las cuatro provincias de Toledo, Ciudad Real, Cuenca y Albacete. Llanuras interminables con cultivos que mi inexperto ojo de hombre de ciudad no sabe identificar. Lugares de gente muy querida para mí. Socuéllamos, Villarrobledo, La Gineta, Albacete, Almansa...típico paisaje mesetario, de planicies sólo interrumpidas por árboles solitarios o en pequeños grupos, aunque ya nos vamos acercando, al menos, al Mediterráneo y la ruta natural que debería ser la empleada. Por eso ya prácticamente es un paseo cuando rebasas Almansa y Fuente la Higuera (como hicieron los felipistas en la Guerra de Sucesión del siglo XVIII) y alcanzas Játiva/ Xátiva (sin quemarla, claro) y la huerta valenciana.

Así que son más de las 17:00 cuando llegas a la Estación del Norte de la ciudad de Valencia. Oficialmente la hora de llegada es la de 16:50, pero oficiosamente se suele llegar a las cinco muy pasadas, y media prácticamente. Y no acaba aquí la eterna comitiva. Se continúa a Barcelona, llegando sobre las 21:00.

Pero yo, ya me bajo, felizmente. Casi diez horas en el tren, como quien dice.
España sigue siendo muy peculiar y en muchos aspectos las cosas no han cambiado.

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