26.2.11

Un tal Carlos (parte II)

Habíamos dejado a Carlos muy feliz rumbo a Aquisgrán, con el título de César en el bolsillo e ilusionado por lo que le aguardaba. Como le había dicho su gran canciller Gattinara, "Dios os ha puesto en el camino hacia una monarquía universal"; nunca se había visto tal magnitud de títulos y territorios concentrados en una misma persona. Diversidad de territorios, sí. Y la tierra de su madre, que en teoría no debería entrañar mayores complicaciones para someterla, fue la que más quebraderos de cabeza acarreó a Carlos. El César llegó a afirmar que había aceptado el título imperial para erigirse en brazo armado de la fe católica, defendiéndola de los infieles, y que España sería siempre la base de su poder y la fuente de su riqueza. O como dijo el obispo Mota, "en su bolsa y su espada". Es cierta la existencia de españoles conscientes de la importancia del Imperio y de todo lo positivo que podía acarrear, pero la mayor parte de castellanos y aragoneses preferían un rey propio, no una gran dinastía en multitud de territorios, tampoco compartir un emperador extranjero.

Los castellanos desde luego no vieron con buenos ojos, primero que pasase de su madre, luego que desterrara a su hermano y por último y no por ello menos importante, que se llenase la bolsa con dinero español y que copara los puestos de la administración con flamencos. Ni Carlos ni Adriano saben lo que va a estallar en ese 1520, la revuelta de las Comunidades, o de los Comuneros.

Este conflicto es bastante complejo en sí, de difícil explicación y merecedor de mucha más atención, pero en él confluyeron varios factores, además del descontento de los castellanos con los flamencos; a saber, las malas cosechas, la preponderancia de los señores, el monopolio de los comerciantes de la lana burgalesa o las demandas fiscales del propio rey. El tema de las ciudades, la nobleza y la marginación de la "Castilla interior" respecto de la "exterior" (Segovia o Toledo respecto a Burgos, por ejemplo) era un tema ya caldeado desde tiempos de los Reyes Católicos, y la llegada de Carlos y su política fiscal fue la gota que colmó el vaso. Ciertas ciudades de Castilla (la primera, Toledo, expulsando al corregidor real y estableciendo una "comunidad") se rebelaron contra el "mal gobierno" y se lanzaron abiertamente contra él, no específicamente contra Carlos. Enseguida destacaron líderes hidalgos como Bravo, Maldonado, Padilla, Girón o Zapata, auténticos cabecillas de la revuelta. En ambos bandos se cometieron tropelías, pero en el bando realista se salieron un poco de madre al incendiar Medina del Campo, por ejemplo, que motivó que la revuelta se fuera extendiendo por las ciudades. Castilla estaba en llamas y en Tordesillas, en su corazón, residía encerrada la Reina Juana. Los comuneros llegaron a entrevistarse con ella, presentándoles su programa y pidiéndole su rúbrica; la madre del rey, enajenada pero no simple, ni malvada, no consintió, a sabiendas que aquello perjudicaría a su hijo.

Sin embargo, las Comunidades fueron tomando un cariz antiseñorial, al ser la mayor parte de los comuneros parte de los sectores populares urbanos, que se enfrentaban a la oligarquía tradicional de las ciudades, por lo que la nobleza, temerosa de perder su status y sus privilegios, tuvo que pactar con la Corona (bien representada por el astuto Adriano, asistido por el almirante y el condestable de Castilla) y pasó a apoyar a Carlos. Las ciudades fueron poco a poco retirándose de la pugna, como Burgos y Valladolid, y la batalla de Villalar, el 23 de abril de 1521, fue un mero trámite. Las tropas reales derrotaron sin dificultad a los comuneros de Padilla, Bravo y Maldonado (representantes de Toledo, Segovia y Salamanca, respectivamente) siendo éstos ejecutados poco después. La mayor parte de los represaliados fueron artesanos y trabajadores de los servicios, desde luego, siendo insignificante la cifra de agricultores, campesinos y nobles. La derrota de las Comunidades fue la primera victoria del absolutismo. Los grandes comerciantes y los nobles ayudaron a Carlos, pero como dice Lynch, "fue una victoria de la aristocracia sobre la población de las ciudades, aunque el premio del triunfo fue a parar a manos del rey".

En el mismo espacio de tiempo, estalló en los reinos de Valencia y Mallorca otra revuelta, aunque de signo totalmente diferente y no contra su persona o su gobierno: las Germanías entre 1519 y 1523. Éstas eran hermandades cristianas y fueron protestas sociales espontáneas ávidas de soluciones. No se aliaron con los comuneros y tiene un origen distinto. Todo comenzó en la protesta contra los funcionarios de la ciudad y la élite urbana, que se extendió a una guerra abierta contra los musulmanes, ya que los mudéjares eran vistos como la "quinta columna" en caso de ataques piratas a la costa valenciana. El pueblo (los gremios) se enfrentó a la nobleza y a los funcionarios, exigiendo representación en el gobierno municipal. Dirigidos por el tejedor Juan Llorens, los agermanados se extendieron por todo el reino, realizando enfrentamientos armados contra el virrey Hurtado de Mendoza y la nobleza, obligando a los musulmanes a bautizarse, suprimiendo los impuestos y redistribuyendo la tierra. Enfrentarse contra la nobleza fue la perdición de la Germanía, ya que la aristocracia y el alto clero se posicionaron claramente con Carlos, por lo que las tropas realistas acabaron sin mayores complicaciones con el ejército agermanado en octubre de 1521. Es ahora cuando entra en escena la nueva virreina, Germana de Foix, y aunque se promulgase un perdón general, la represión del movimiento fue otra victoria absolutista. En la isla de Mallorca la Germanía constituyó algo parecido, una revuelta popular contra el gobierno de la élite urbana, conflicto que se extendió hasta 1523.

Carlos regresó a Castilla en septiembre de 1522. En el Imperio, aparte de ser coronado, había disfrutado de las ventajas de ser rey-emperador, al tener un encuentro con Johanna van der Gheyst, sirvienta flamenca del señor de Montigny; una escena típica de la serie "Los Tudor", sin duda. Fruto de este encuentro fue Margarita de Austria, nacida en diciembre de 1522, primera hija ilegítima del emperador (Isabel de Castilla, nacida en 1518 e hija de Germana de Foix, es de autoría más dudosa) y madre (al casarse con Octavio Farnesio, pasó a nominarse Margarita de Parma) de uno de los mejores hombres de armas de la España Imperial,
Alejandro Farnesio (1545-1592). No fue la de Margarita la única relación en sus años mozos en Flandes, pero ya era hora de regresar a Castilla y ocuparse de los asuntos de Estado.

Si ha habido un rey que ha parado poco en casa, ése ha sido Carlos V. Nunca tuvo una Corte fija, y fueron constantes sus viajes y sus desplazamientos para personificarse de verdad en sus territorios, algo que sin duda reforzaba su autoridad. Por razones obvias, sólo faltaron las Indias. Pero en sus 40 años de reinado, destaca la época entre 1522 y 1529 como su mayor estancia en Castilla. La reciente revuelta de las Comunidades así se lo recomendaba; era necesario un "rey presente" para comenzar a construir la Monarquía Universal en su vertiente hispana.

Una de sus primeras audiencias al regresar a Castilla, fue la del recibimiento a un tal Elcano, jefe de la homérica expedición (tres años en el mar) que había dado la vuelta al mundo, de la cual sólo habían llegado 18 supervivientes de los casi 300 aventureros, incluido su comandante Magallanes, caído en las islas posteriormente llamadas Filipinas. Una hazaña descomunal, una proeza. Una más de tantas proezas realizadas por españoles.

Junto al piamontés Mercurino Gattinara, su gran canciller hasta su muerte en 1530, y su secretario Francisco De los Cobos, se empezaron a acometer las reformas para integrar a las élites castellanas en el gobierno y la administración del reinado, instaurándose el sistema polisinodial de Consejos, a saber: el de Castilla, el de Aragón, el de Justicia, el de Indias, el de Estado, el de Cruzada, la Cancillería...unos antiguos y otros de nueva creación. Los consejos los formaban hombres de su confianza, pero la última palabra era siempre la del rey. La plantilla de secretarios y hombres de estado se amplió sobremanera, con lo que la administración se iba castellanizando.

Pronto iban a aparecer los enemigos del emperador durante todo su reinado: el primero, Francisco I de Francia (1494-1547), un constante conflicto hasta su muerte. En Navarra ya se alió con Enrique II Albret en 1521 en el intento de los navarros de desligarse de Castilla. Las victorias imperiales llegaron rápidamente (como Fuenterrabía) y en 1524 Carlos controlaba la Alta Navarra (la parte española desde entonces), quedando la Baja en territorio francés. Pero no fué la única guerra. Francisco, quien ya había ambicionado la Corona Imperial, se levantó una y otra vez contra Carlos, (quien reclamaba Borgoña; era duque titular, pero el territorio quedaba bajo control francés) saliendo como perdedor la mayoría de las veces, se aliase con quien se aliase. Ya fuera en Milán en 1521-1526, invadido por los franceses (Victoria de las tropas imperiales de Leyva y Lannoy en Pavía, 24 de febrero de 1525, cumpleaños de Carlos) , por el cual el Milanesado quedaba bajo órbita española definitivamente, si bien Francisco, aunque jurase la renuncia a este territorio, pronto faltaría a su palabra.

Ese mismo 1522 Rodas caía en manos otomanas (Solimán el Magnífico, quien ya había saqueado Belgrado en 1521), así que los Caballeros de San Juan abandonan la isla y se establecen en Italia y luego en Malta. Los cristianos estaban perdiendo poco a poco el control del Mediterráneo, no ya sólo por los turcos, sino por los hermanos Barbarroja, experimentados corsarios establecidos por el Norte de África, al acecho de las costas españolas e italianas. Los musulmanes iban a ser el otro gran enemigo del emperador, y Carlos, como tal, se creerá legitimado para eririgirse como líder absoluto de los reyes cristianos, como la principal cabeza de la Cristiandad. Por esto contará con la oposición, tanto del rey de Francia como del Papa de Roma, y de los protestantes alemanes más tarde.

Precisamente cerca de los alemanes se había establecido su hermano, el relegado Fernando, tres años menor. Para intentar arreglar las cosas , Carlos le concedió en 1520 el título de Archiduque de Austria y poco después diversos territorios austríacos, además de Carniola (actual Eslovenia), Carintia, Estiria, el Tirol , Wurttenberg y la Alta Alsacia. Ya su abuelo Maximiliano había preparado el matrimonio de Fernando con Ana de Bohemia y Hungría. Se casaron en 1521 y tuvieron quince hijos. En 1526, murió el hermano de Ana, el rey de Hungría Luis II, en la batalla de Móhacs frente a los otomanos, por lo que Fernando se aprovechó de la coyuntura, convirtiéndose en Rey de Hungría y de Bohemia. Así, el hermano de Carlos, quien había sido alejado de su tierra en principio, logró establecerse en unos dominios de cierta entidad e importancia. Además, en 1531 fue elegido Rey de Romanos (por ello en la práctica era el próximo emperador) y su importancia creció en el Imperio. Como familiar del Emperador, se convirtió en su representante y mejor aliado y siempre le sirvió lealmente, prácticamente hasta el final, cuando ambos se distanciaron por la sucesión imperial.

Su hermano se había casado, así como su hermana mayor Leonor de Portugal y sus hermanas menores Isabel, María y Catalina. Sólo quedaba él y desde luego era una perita en dulce, no por su mentón sino por su colección de títulos y su poder. La elegida resultaba un acierto, en tanto que reforzaba en parte la "hispanidad" de la Monarquía: Isabel de Avís y Trastámara, su prima (normal en la época; la consanguinidad de los matrimonios no acarrearía consecuencias verdaderamente negativas hasta un siglo después), hija de Manuel de Portugal El Afortunado y María de Aragón y Castilla, tía de Carlos. Se casaron en marzo de 1526 en los Reales Alcázares de Sevilla, llevándoles la romántica luna de miel por Granada (así se empezó a construir el famoso palacio en la Alhambra. Aquí de nuevo tampoco me es difícil imaginarme escenas cortesanas del estrenado matrimonio, al estilo de "Los Tudor"...!!maldita serie!!) y otros destinos. La princesa de Portugal era realmente una mujer muy bella y por lo visto, aunque fuera un matrimonio de conveniencia, la pareja se amó realmente. Buena muestra de ello es que nuestro Carlos entró en franca depresión cuando su mujer falleció en 1539 y no volvió a casarse y que, al contraer matrimonio no volvió a concebir otro hijo ilegítimo hasta 1547. Romanticismos aparte, lo verdaderamente importante era obtener un heredero (legítimo) y el fruto más importante del matrimonio nació en mayo de 1527: Felipe, futuro Felipe II.

Ese mismo mayo de 1527 tiene lugar en Roma otro de los hechos negros de su Imperio y recurso habitual de la Leyenda Negra: el Saco. En ello tiene mucho que ver la actuación del Papa Clemente VII, aliado con Francia en la disputa de Francisco por Milán. Es curiosa la actitud del Papa, manifestándose en contra del Imperio que defendía su fe de los luteranos. Probablemente no deseaba un norte de Italia bajo dominio hispánico, ya que también controlaban Nápoles. Ya hemos visto que las tropas imperiales derrotaron a las francesas en Pavía; pero a toda esa muchedumbre de soldadesca (mercenarios, españoles, lansquenetes alemanes) había que pagarles; al no haber fondos, los cerca de 35.000 hombres de armas obligan a su comandante, el duque de Borbón, a llevarlos a Roma. Tras llegar allí, y penetrar en la Ciudad Eterna, es herido mortalmente el comandante, por lo que, sin un líder dominante,el saqueo y el pillaje comienza, pese a los esfuerzos de la milicia urbana y la Guardia Suiza del Papa. Las víctimas mortales se elevaron por encima de las 40.000. Clemente VII ha de huir subterráneamente al Castello Sant´Angelo donde se atrinchera. El Saco dura tres días y es expoliado buena parte de la ciudad, iglesias, basílicas, monasterios y palacios incluidos. Finalmente el Papa cede y entrega a cambio de su vida una millonada de ducados.

El Saco de Roma, aunque no fuera una responsabilidad directa de Carlos (quien se mostró muy afectado y llegó a disculparse reiteradas veces) constituyó un acontecimiento difícilmente olvidable en la mente de los romanos, del Papado y de los europeos en general, por mucho tiempo. Este Clemente VII vivió atemorizado con el Emperador el resto de su vida hasta su muerte en 1534, como cuando negó a Enrique VIII de Inglaterra la nulidad de su matrimonio con Catalina de Aragón (lo que se ve en "Los Tudor"), tía de Carlos. El mismo Clemente fue quien le impuso la corona imperial a Carlos en Bolonia, el 24 de febrero de 1530, como cuando León III había coronado a Carlomagno en el año 800.

Carlos parecía en la cima de su poder. Pero lo cierto es que iba a hacer aparición el otro gran problema de su Imperio: el protestantismo. Ya en 1517 Lutero había clavado en la puerta de la iglesia de Wittenberg sus "95 tesis". Estas tesis no atacaban directamente al Papa aún, pero digamos que todo fue una bola de nieve que fue creciendo y creciendo. En los años treinta los protestantes eran ya lo suficientemente abundantes y poderosos como para plantear problemas al católico Carlos. Se suceden una serie de Dietas (sesiones del Imperio) como las de Spira, Augsburgo, Worms...sin resultados aparentes, con desacuerdos cada vez mayores y más violentos. Poco a poco los príncipes protestantes alemanes se van a ir desligando del Imperio, que ya no va a ser tan unitario como en tiempos pasados. Otro quebradero más de cabeza para Carlos. A todo esto, los otomanos empezaban a arrasar desde Estambul por Bulgaria, Serbia y Hungría, llegando a las puertas de Viena, la capital de Fernando, en 1529 y en 1532. Sólo la rápida respuesta de Carlos y de las tropas imperiales, acudiendo en defensa de los cristianos, hizo desistir a las enormes tropas otomanas.

Más al sur, en Túnez tuvo lugar en 1535 una de sus mayores victorias. Barbarroja había arrebatado este territorio de manos del Muley Hassan, aliado de España. Carlos, siempre solícito, se dispone a expulsar a los corsarios y a conquistar Túnez; en 1530 había entrado a su servicio el genovés Andrea Doria, gran almirante, quien puso a su disposición un buen número de galeras y soldados. La gran flota era una mezcla de galeones, urcas, galeras y naos, bien pertrechadas, todo pagado con dinero castellano o con el oro y la plata de México o la recién conquistada Perú. El propio Carlos acude en persona, realizando acciones destacadas. En julio de 1535 cae Túnez y los Barbarroja son expulsados. Un gran triunfo.

Todo este tiempo es la época de plenitud de Carlos, siempre de aquí para allá, ya fuera Túnez, el Imperio, Italia, Flandes o España. Ya hemos dicho que Isabel fallece en 1539. Carlos ya no es aquel imberbe flamenco de expresión bobalicona. Es un rey cuarentón, barbado, serio, muy religioso, y bastante envejecido por la gota y otros achaques. Pese a esas dificultades, en 1541 insiste pesadamente en emprender una acción contra Barbarroja de nuevo, esta vez en Argel, bastante cerca de la costa española. Aunque sus consejeros y aliados intentan hacerle desistir, ya que se acercaba la época de las tormentas, el Emperador insiste. De nuevo contó con Doria y otros experimentados hombres, como un anciano Hernán Cortés. Tal y como se había predicho, las tormentas hicieron acto de aparición y dañaron de forma importante embarcaciones, pertrechos y tropas. Para cuando llegaron a Argel, las fuerzas de ataque estaban muy diezmadas. La expedición fue un completo fracaso que sumió a Carlos aún más en la depresión.

Un emperador derrotado y con cada vez menos apoyos firmes. Francisco de Francia era enemigo declarado, Enrique de Inglaterra ni era amigo ni enemigo ni tampoco fiable, y el Imperio era un conglomerado de reyezuelos y príncipes católicos y protestantes. El Papado nunca constituyó un aliado firme, y el Imperio Otomano incluso contó con el apoyo del rey de Francia (los franceses, siempre tan correctos). Ya en 1540 se había rebelado la propia región de Flandes, y los problemas en Alemania iban a más. En 1545 se había instituido el Concilio de Trento con el objetivo de unificar a los católicos frente a protestantes. Nada se consiguió, por cierto. Al menos contaba con la esperanza de su hijo mayor, Felipe, desde muy joven habituado a las labores de estado.

Volviendo a Alemania, ya en el año 1531 se había creado la Liga de Smalkalda (o Esmalcalda), una coalición de príncipes protestantes contrarios al Emperador. Aliados ocasionalmente a Francia, a partir de 1544 Carlos se decidirá a actuar contundentemente contra la Liga. Contaba con el apoyo de su hermano Fernando, de Mauricio de Sajonia, de Octavio Farnesio y con un buen conglomerado de soldados italianos, alemanes y flamencos, destacando el núcleo duro de los tercios españoles (creados en 1534) comandados por el Duque de Alba. En total, cerca de 50.000 hombres enfrentados a otra cifra similar.
El 24 de abril de 1547 tiene lugar en Mühlberg, Sajonia, la esperada batalla. Carlos acude en persona, por supuesto. Situados ambos ejércitos cada uno a un lado del río Elba, resultó fundamental (ya que se habían destruido los puentes) la acción de los viejos tercios españoles, cruzando a nado el río helado para crear una cabeza de puente, permitiendo el paso del ejército imperial. Las tropas de Carlos procedieron entonces a perseguir a los de la Liga, obteniendo una rotunda victoria. La relación de bajas es la normal en una batalla con tercios, ya que en las filas imperiales son insignificantes mientras que en el ejército enemigo rondaban los 8.000. Un triunfo incontestable.

Carlos, verdaderamente en el cénit de su reinado y de su imperio. O eso creía él.



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