24.11.10

Amor/Odio a España

Me encantan el siglo XIX y su literatura, para qué lo voy a negar. Una época trágica y dura, esperanzadora y determinante, formadora de los espíritus nacionales de buena parte de los países y del germen de las sociedades actuales. Y su literatura, cómo no: Dumas, Poe, Stevenson, Galdós, Clarín, Dostoievski, Verne, Tolstoi...toneladas de páginas de aventuras, romances, dramas, guerras y/o un profundo realismo acompañado de crítica social, cómo no. El siglo del 48.

A finales de ese siglo, en España y relacionada con el "Desastre del 98" (la verdad que vaya siglo en España, comenzando con Godoy y Fernando VII y terminando con Cuba) se halla esa generación de escritores e intelectuales que publicaron su obra por estos contradictorios años. Toda una serie de autores caracterizados por las ideas de regeneracionismo, antirrealismo, la España real y la oficial y su preferencia por Castilla, la vieja Castilla vertebradora (y causa tal vez de su desmoronamiento) de España, etc. Ya sabéis.

Yo, cada vez más siento en mi interior una extraña sensación; y es la de amor a España y odio a España. Las dos cosas a la vez. ¿Cómo algo que puedes llegar a querer tanto, puedes también vilipendiarlo? No oso compararme con nadie, y menos con Unamuno (Dios me libre) pero me duele España. Humildemente me siento (sólo por este caso) como alguno de los del 98, que siendo periféricos (Azorín era valenciano, Unamuno, Maeztu y Baroja vascos, Machado andaluz...) identificaban a Castilla con España y lo español con lo castellano, encantándoles su paisaje y sus gentes, su esencia. Ahí estaba para ellos el ser español. Pero este tema lo voy a dejar para otra entrada.

Ahora hablo de doler España, mi país. Conforme he ido teniendo uso de razón y he ido leyendo e informándome de de dónde soy, de dónde viene nuestra patria, que pasó para llegar a nuestra situación, etc, fue calando en mí el patriotismo, un patriotismo sincero y ardiente, leal pero sin caer en el chovinismo y en lo absurdo, pero patriotismo al fin y al cabo. A mí una bandera, un escudo, un himno, me inspiran una emoción y un respeto indescriptibles, por lo que significan y los siglos que han visto. Así como escuchar una canción antigua, unos versos o párrafos conocidos, un cuadro famoso o un monumento capital. O un paisaje en concreto.


España, nuestro país, tan variado y hermoso: ese mundo y la algarabía que es Andalucía, tartésica, fenicia, romana, árabe y cristiana, con Granada, Córdoba, Ronda o Baeza (mi antisevillismo da para hacer otra entrada) y cómo no, mi olvidada tierra Almería . Asturias, brava al norte, boscosa y minera, cuna de la Reconquista. Galicia, fin de la tierra conocida y del Camino, misteriosamente celta y mágica, verde y marinera. Aragón, seca, peculiar y recluida, que tan importantes hechos realizó en el pasado. Los antiguos y recios vascos, orgullosamente característicos. Así como los independientes y cabezones navarros. Los festivos y alegres valencianos, tan contradictorios pero siempre alegres de pertenecer a España. Mis murcianos, quienes muchas malas lenguas han motejado de estar en tierra de nadie y peligrosa, un reino que ni Castilla ni Aragón quiso; pues ahí siguen, felices en su huerta para amar y vivir, en la que con noble trabajo no me importaría morir. Los montañeses cántabros, finos y campechanos a la vez en sus verdes valles. Cataluña, la siempre protestona Cataluña, pero a la hora de la verdad, siempre española. La bella y dura tierra extremeña, hogar de conquistadores. Los dos archipiélagos de islas, unas mediterráneas y otras subtropicales, una muestra más de que lo español no se ciñe a la Península. Y luego está Castilla, el alma mater, la austera y ensimismada Castilla, a la que tanto le debemos y tan poco le hemos agradecido. Desde la cordillera Cantábrica a Sierra Morena, nunca un zócalo mesetario dio para tanto, e incluyo a los riojanos y madrileños. Ya sea la Vieja o la Nueva. Las tierras del Duero o La Mancha. Toledo o Salamanca. Alcaraz o Frómista. Siempre es Castilla.

Me podría pasar horas y horas enumerando ciudades, pueblos y monumentos. Seré algo más selectivo: Santiago, Lugo, Cangas de Onís, las Cuevas de Altamira, Santillana del Mar, San Sebastián, Vitoria, Logroño, Burgos, León, Valladolid, Palencia, Salamanca, Ávila, Segovia, Teruel, Albarracín, Gerona, Morella, Peñíscola, Palma, Cuenca, Toledo, El Escorial, Guadalupe, Cáceres, Úbeda, la Alpujarra, Caravaca, Murcia...por no hablar de los mil pueblos, castillos, monasterios y catedrales e iglesias...¿sigo? Monumentos naturales como el Cabo de Gata, la Sierra de Cazorla, las Médulas, el Sistema Ibérico, Ordesa, Aigües-Tortes, la Albufera, el valle del Roncal, el del Pas, los Picos de Europa, la sierra de Gredos, el cañón del Sil, la sierra de Monfragüe, Doñana, el Teide, la Costa Brava, la Costa Verde, la Costa Blanca alicantina, los Pueblos Blancos.....o la misma simple y dura estepa castellana.
Otro tanto pasa con los miles y miles de páginas de la literatura española, desde Gonzalo de Berceo a los actuales, cualquiera actual. Es imposible no sentir nada al leer a Garcilaso, a Quevedo, a Cervantes, a Fernando de Rojas, a Clarín, a Bécquer, a Valera, a Delibes, a San Juan de la Cruz, a Teresa de Jesús...o si hablamos de pintura, al contemplar a Velázquez, Ribera, Goya, Sorolla, El Greco (no español pero asimilado), Zurbarán...en fin. O al escuchar un madrigal de Juan del Encina, música sacra de Tomás de Victoria o las composiciones de Alonso, Chapí, Falla o Rodrigo. Por no hablar ya de la Historia, de la cual mejor no diré nada porque esto se alargaría demasiado, si bien hay que reconocer que hay tanto bueno como malo. O de la gastronomía y mil aspectos de la sabiduría popular.
Bien, un poco de todo eso es España. Todo eso y más, porque es nuestra tierra, y la de nuestros padres y ancestros. Quien diga que no la defiende es un necio mentiroso porque cuando la atacan, te atacan a tí mismo y a tus raíces. Y aunque no hayas nacido aquí bien puedes sentirlo, ya que España normalmente ha sido sensible a acogidas ( y a expulsiones) y ha sido siempre una tierra de tránsito.

Si entiendes a dónde voy, para tí será insuperable una escena popular o de un pueblo, una vista de un pueblo o de una ciudad, o incluso de un paisaje salvaje, ya sea con gente o sin ella (porque desde luego hay españoles que merecen la pena) con música del país o no, y eso lo sientes como tuyo. Pasear por las calles y plazas de la imperial Toledo, bañarte ante un atardecer eterno de agosto en La Isleta del Moro almeriense, tomarte una paella a la sombra del castillo del Papa Luna en Peñíscola, tocar las frías y viejas piedras de Segovia o Albarracín en invierno, perderte en el Naranco de Bulnes, contemplar el trimilenario Mediterráneo, sentarte en la incomparable Plaza de las Flores de Murcia al sol de abril , recorrer el Paseo de los Tristes en Granada, asomarte al pintoresco abismo de la inmortal Cuenca, beber agua fresca de la sierra en la Alpujarra a los pies del Mulhacén, contemplar alguna procesión de Semana Santa o cualquier festividad o costumbre popular en el lugar que sea. Tu tierra, tu lugar, tu España. Para mí lo es. Insuperable.


Luego está lo otro. Lo que puedes llegar a odiar. España, el país del colegueo,del cafelito y del enchufe, de los escasos méritos, de la feria de las vanidades, de la incultura y la ignorancia, de la envidia, del politiqueo de mercachifles,de la falsedad, de la zafiedad, del que apague la luz el último, del atraso...Un país esperpéntico, donde quienes comercian con su cuerpo (por decirlo finamente) son ascendidos a la categoría de dioses populares. El país de la telebasura, del leer para qué, del mínimo respeto, del oscurantismo y del insulto. Del griterío y de lo impropio.
He enumerado antes un buen número de lugares. Pero ves las calles sucias y llenas de mierda, las paredes destrozadas,los jardines mal cuidados, el patrimonio descompuesto y marginado, y se te cae el alma a los pies. El español es guarro. Buena parte de sus gentes son jaraneras, escandalosas, despiadadas, ignorantes y zafias, con un mínimo interés por la cultura y por todo lo que le rodea (no hablo sólo de cultura) y cuyo máximo fin es mirar el Hola, ver a la Esteban, ponerse el bikini en verano, tomarse unos cubatas, comprarse un i-pod, meterse un pico, pillarse un coche o hacerse una operación de cirugía estética. A todo lo demás que le den. Si todo ello lo puede conseguir con la ley del mínimo esfuerzo y máximo demérito, mucho mejor. Si puede pegar un buen pelotazo/braguetazo, óptimo. La verdadera dignidad, por los suelos. Si a los tipejos los encumbramos como modelos a seguir, mal vamos. Gentuza cobrando exclusivas de polvos, palizas o infidelidades. O un tipo que juega al fútbol dos veces por semana cobrando millones por hora, cuando no se mete en la televisión o en la publicidad, o el político que se escaquea del Parlamento, mientras hay mucha gente en el paro o que trabaja pero que no se puede permitir muchas cosas.O gente preparada de verdad que no encuentra su trabajo. Desde luego, un país donde el periodismo del corazón mueve tanto dinero y le interesa a tanta gente no puede estar sano. La trascendencia de estos personajillos dice mucho del nivel y de la enfermedad de la sociedad.

Por no hablar de la casta política que nos gobierna. Hablo de los de todos los partidos, por supuesto. Un país donde muchos políticos entran en esa vida a los 23 años, al poco de acabar la carrera (si es que la hacen) y con escasos o nulos méritos, que cobran una millonada (porque son auténticas barbaridades) al mes y que con el único mérito de la militancia del borrego, pueden acabar de ministros de Igualdad, de Sanidad o de Exteriores , presidentes del Gobierno o de cualquier Junta o algún otro cargo simbólico (ya sea en Madrid o en alguna autonomía, que ésa es otra: las autonomías) donde hacen carrera a base de eufemismos y de escurrir el bulto, pues tampoco debe estar muy sano. Máxime si es una verdadera casta de intocables, corruptible en ocasiones y que tras su jubilación siguen gozando de un sueldo como si siguieran en activo. Como si su vida de político, a base de dietas,reuniones con altas personalidades, comilonas, coches oficiales y últimas tecnologías fuera la de cualquier currante medio. Individuos sin otro fin que el de llenarse la cartera, que rajan del Estado pero luego cobran de él. Políticos que se pasan por el forro la Constitución, la obvian y critican, pero luego se amparan en ella. Políticos que no tienen ni puta idea de nada pero que te exigen a tí que sepas idiomas y te prepares en masters. La casta política.

Un país donde el dinero, en vez de destinarlo de verdad a las políticas sociales, a la restauración de patrimonio, a la protección de animales, a la rehabilitación de la costa o la creación de infraestructuras buenas de verdad, cuando no a una verdadera educación y formación desde la cuna, es destinado en su mayor parte para gozo de los politicastros y gerifaltes de la empresa , para ellos mismos o para pagar a la estrella rutilante de turno, ya sea del deporte o del asqueroso corazón...pues así vamos. Al resto de gente que le vayan dando. Por no hablar de la lentitud de la Justicia y otros temas más espinosos.

Un país donde se destrozan costas y parajes naturales, para la construcción de hoteles y casas para pegar el pelotazo y hacer fiestas y saraos...mientras el patrimonio cultural se cae a pedazos, languidece y permanece marginado, y la gente crece con el único objetivo de trepar como sea, a la vez que se prefiere otro tipo de cultura, ya que al culto o al interesado se le margina, porque el estereotipo de triunfador no casa con esto, y el que está mejor considerado socialmente es otro. Donde los que se preparan o trabajan duro no llegan a nada. Donde se lleva el gato al agua quien mejor enchufe tenga, y si hablamos a niveles más altos, quien venda su dignidad al mejor postor.
Y las calles, las plazas, los espacios públicos a todo esto, insisto con ello, siguen llenas de desperdicios (claro que también tiene que ver la educación del español, desde luego). Pocas cosas hay que más me depriman que llegar a una ciudad o población nueva, fascinarme por ella pero a la vez darme cuenta de lo descuidada que está, en todos los sentidos. Depresión que se da en el lugar que ya conozco, sea cual sea.

Un país que reniega de lo que ha sido, que desprecia no sólo su cultura sino también su identidad y su ser, y que se presta a toda influencia foránea que se precie. Que olvida su interior y su espiritualidad, vilipendiándola, pero que se entrega a las nuevas religiones y concepciones ajenas a lo nuestro. Y que no hace, en definitiva, nada. Mal vamos.

Claro que quiero a España. Mucho. Y nunca la dejaré de lado. Pero de verdad que muchas veces me dan ganas de dejarlo todo e irme lejos. Muy lejos. Donde no haya ese tipo de españoles ni rastro de España. ¿Dónde queda eso?.

Suspiros de España, para lo bueno y lo malo.

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