29.11.10

Kaputt

Kaputt: en alemán, "acabado", "roto", "estropeado". Lo primero es demasiado taxativo, lo segundo quizá se acerca más y lo tercero se aproxima bastante. Sí.

Estropeado, dañado. Es triste no ser valorado correctamente. Minusvalorado. Lo cierto es que en ocasiones sí me siento valorado, pero en otras no. No siempre. Las palabras pueden ser muy bonitas pero a la vez muy huecas. Apena no ser correspondido del modo que uno se implica, no encontrar esa generosidad. Desigualdad de intercambio. Mucho dar y poco recibir, puede sonar a egoísmo, pero nunca estuve más necesitado de detalles, y lo cierto es que cansa ser siempre el dadivoso. Y es muy fácil criticarme desde el otro lado, quien no experimente lo que yo siento. Bueno...más allá de palabrerías, falsedades y apasionadas declaraciones, unas verdaderas y otras inciertas, lo cierto es que nos quedamos con los hechos. Quizá esto es lo que perdure. Pero también con los detalles. Materiales o inmateriales. Con los de verdad.

Aunque yo tengo cada vez menos fe en la gente, siento decirlo. Por eso con el paso del tiempo me he ido haciendo pesimista, ya que pienso que cuando la ostia venga, la caída será menos dura que si me invade el optimismo. De hecho ya me ha pasado unas cuantas veces y funciona.

No sé si alguna vez lo recuperaré. Estoy cansado.

24.11.10

Amor/Odio a España

Me encantan el siglo XIX y su literatura, para qué lo voy a negar. Una época trágica y dura, esperanzadora y determinante, formadora de los espíritus nacionales de buena parte de los países y del germen de las sociedades actuales. Y su literatura, cómo no: Dumas, Poe, Stevenson, Galdós, Clarín, Dostoievski, Verne, Tolstoi...toneladas de páginas de aventuras, romances, dramas, guerras y/o un profundo realismo acompañado de crítica social, cómo no. El siglo del 48.

A finales de ese siglo, en España y relacionada con el "Desastre del 98" (la verdad que vaya siglo en España, comenzando con Godoy y Fernando VII y terminando con Cuba) se halla esa generación de escritores e intelectuales que publicaron su obra por estos contradictorios años. Toda una serie de autores caracterizados por las ideas de regeneracionismo, antirrealismo, la España real y la oficial y su preferencia por Castilla, la vieja Castilla vertebradora (y causa tal vez de su desmoronamiento) de España, etc. Ya sabéis.

Yo, cada vez más siento en mi interior una extraña sensación; y es la de amor a España y odio a España. Las dos cosas a la vez. ¿Cómo algo que puedes llegar a querer tanto, puedes también vilipendiarlo? No oso compararme con nadie, y menos con Unamuno (Dios me libre) pero me duele España. Humildemente me siento (sólo por este caso) como alguno de los del 98, que siendo periféricos (Azorín era valenciano, Unamuno, Maeztu y Baroja vascos, Machado andaluz...) identificaban a Castilla con España y lo español con lo castellano, encantándoles su paisaje y sus gentes, su esencia. Ahí estaba para ellos el ser español. Pero este tema lo voy a dejar para otra entrada.

Ahora hablo de doler España, mi país. Conforme he ido teniendo uso de razón y he ido leyendo e informándome de de dónde soy, de dónde viene nuestra patria, que pasó para llegar a nuestra situación, etc, fue calando en mí el patriotismo, un patriotismo sincero y ardiente, leal pero sin caer en el chovinismo y en lo absurdo, pero patriotismo al fin y al cabo. A mí una bandera, un escudo, un himno, me inspiran una emoción y un respeto indescriptibles, por lo que significan y los siglos que han visto. Así como escuchar una canción antigua, unos versos o párrafos conocidos, un cuadro famoso o un monumento capital. O un paisaje en concreto.


España, nuestro país, tan variado y hermoso: ese mundo y la algarabía que es Andalucía, tartésica, fenicia, romana, árabe y cristiana, con Granada, Córdoba, Ronda o Baeza (mi antisevillismo da para hacer otra entrada) y cómo no, mi olvidada tierra Almería . Asturias, brava al norte, boscosa y minera, cuna de la Reconquista. Galicia, fin de la tierra conocida y del Camino, misteriosamente celta y mágica, verde y marinera. Aragón, seca, peculiar y recluida, que tan importantes hechos realizó en el pasado. Los antiguos y recios vascos, orgullosamente característicos. Así como los independientes y cabezones navarros. Los festivos y alegres valencianos, tan contradictorios pero siempre alegres de pertenecer a España. Mis murcianos, quienes muchas malas lenguas han motejado de estar en tierra de nadie y peligrosa, un reino que ni Castilla ni Aragón quiso; pues ahí siguen, felices en su huerta para amar y vivir, en la que con noble trabajo no me importaría morir. Los montañeses cántabros, finos y campechanos a la vez en sus verdes valles. Cataluña, la siempre protestona Cataluña, pero a la hora de la verdad, siempre española. La bella y dura tierra extremeña, hogar de conquistadores. Los dos archipiélagos de islas, unas mediterráneas y otras subtropicales, una muestra más de que lo español no se ciñe a la Península. Y luego está Castilla, el alma mater, la austera y ensimismada Castilla, a la que tanto le debemos y tan poco le hemos agradecido. Desde la cordillera Cantábrica a Sierra Morena, nunca un zócalo mesetario dio para tanto, e incluyo a los riojanos y madrileños. Ya sea la Vieja o la Nueva. Las tierras del Duero o La Mancha. Toledo o Salamanca. Alcaraz o Frómista. Siempre es Castilla.

Me podría pasar horas y horas enumerando ciudades, pueblos y monumentos. Seré algo más selectivo: Santiago, Lugo, Cangas de Onís, las Cuevas de Altamira, Santillana del Mar, San Sebastián, Vitoria, Logroño, Burgos, León, Valladolid, Palencia, Salamanca, Ávila, Segovia, Teruel, Albarracín, Gerona, Morella, Peñíscola, Palma, Cuenca, Toledo, El Escorial, Guadalupe, Cáceres, Úbeda, la Alpujarra, Caravaca, Murcia...por no hablar de los mil pueblos, castillos, monasterios y catedrales e iglesias...¿sigo? Monumentos naturales como el Cabo de Gata, la Sierra de Cazorla, las Médulas, el Sistema Ibérico, Ordesa, Aigües-Tortes, la Albufera, el valle del Roncal, el del Pas, los Picos de Europa, la sierra de Gredos, el cañón del Sil, la sierra de Monfragüe, Doñana, el Teide, la Costa Brava, la Costa Verde, la Costa Blanca alicantina, los Pueblos Blancos.....o la misma simple y dura estepa castellana.
Otro tanto pasa con los miles y miles de páginas de la literatura española, desde Gonzalo de Berceo a los actuales, cualquiera actual. Es imposible no sentir nada al leer a Garcilaso, a Quevedo, a Cervantes, a Fernando de Rojas, a Clarín, a Bécquer, a Valera, a Delibes, a San Juan de la Cruz, a Teresa de Jesús...o si hablamos de pintura, al contemplar a Velázquez, Ribera, Goya, Sorolla, El Greco (no español pero asimilado), Zurbarán...en fin. O al escuchar un madrigal de Juan del Encina, música sacra de Tomás de Victoria o las composiciones de Alonso, Chapí, Falla o Rodrigo. Por no hablar ya de la Historia, de la cual mejor no diré nada porque esto se alargaría demasiado, si bien hay que reconocer que hay tanto bueno como malo. O de la gastronomía y mil aspectos de la sabiduría popular.
Bien, un poco de todo eso es España. Todo eso y más, porque es nuestra tierra, y la de nuestros padres y ancestros. Quien diga que no la defiende es un necio mentiroso porque cuando la atacan, te atacan a tí mismo y a tus raíces. Y aunque no hayas nacido aquí bien puedes sentirlo, ya que España normalmente ha sido sensible a acogidas ( y a expulsiones) y ha sido siempre una tierra de tránsito.

Si entiendes a dónde voy, para tí será insuperable una escena popular o de un pueblo, una vista de un pueblo o de una ciudad, o incluso de un paisaje salvaje, ya sea con gente o sin ella (porque desde luego hay españoles que merecen la pena) con música del país o no, y eso lo sientes como tuyo. Pasear por las calles y plazas de la imperial Toledo, bañarte ante un atardecer eterno de agosto en La Isleta del Moro almeriense, tomarte una paella a la sombra del castillo del Papa Luna en Peñíscola, tocar las frías y viejas piedras de Segovia o Albarracín en invierno, perderte en el Naranco de Bulnes, contemplar el trimilenario Mediterráneo, sentarte en la incomparable Plaza de las Flores de Murcia al sol de abril , recorrer el Paseo de los Tristes en Granada, asomarte al pintoresco abismo de la inmortal Cuenca, beber agua fresca de la sierra en la Alpujarra a los pies del Mulhacén, contemplar alguna procesión de Semana Santa o cualquier festividad o costumbre popular en el lugar que sea. Tu tierra, tu lugar, tu España. Para mí lo es. Insuperable.


Luego está lo otro. Lo que puedes llegar a odiar. España, el país del colegueo,del cafelito y del enchufe, de los escasos méritos, de la feria de las vanidades, de la incultura y la ignorancia, de la envidia, del politiqueo de mercachifles,de la falsedad, de la zafiedad, del que apague la luz el último, del atraso...Un país esperpéntico, donde quienes comercian con su cuerpo (por decirlo finamente) son ascendidos a la categoría de dioses populares. El país de la telebasura, del leer para qué, del mínimo respeto, del oscurantismo y del insulto. Del griterío y de lo impropio.
He enumerado antes un buen número de lugares. Pero ves las calles sucias y llenas de mierda, las paredes destrozadas,los jardines mal cuidados, el patrimonio descompuesto y marginado, y se te cae el alma a los pies. El español es guarro. Buena parte de sus gentes son jaraneras, escandalosas, despiadadas, ignorantes y zafias, con un mínimo interés por la cultura y por todo lo que le rodea (no hablo sólo de cultura) y cuyo máximo fin es mirar el Hola, ver a la Esteban, ponerse el bikini en verano, tomarse unos cubatas, comprarse un i-pod, meterse un pico, pillarse un coche o hacerse una operación de cirugía estética. A todo lo demás que le den. Si todo ello lo puede conseguir con la ley del mínimo esfuerzo y máximo demérito, mucho mejor. Si puede pegar un buen pelotazo/braguetazo, óptimo. La verdadera dignidad, por los suelos. Si a los tipejos los encumbramos como modelos a seguir, mal vamos. Gentuza cobrando exclusivas de polvos, palizas o infidelidades. O un tipo que juega al fútbol dos veces por semana cobrando millones por hora, cuando no se mete en la televisión o en la publicidad, o el político que se escaquea del Parlamento, mientras hay mucha gente en el paro o que trabaja pero que no se puede permitir muchas cosas.O gente preparada de verdad que no encuentra su trabajo. Desde luego, un país donde el periodismo del corazón mueve tanto dinero y le interesa a tanta gente no puede estar sano. La trascendencia de estos personajillos dice mucho del nivel y de la enfermedad de la sociedad.

Por no hablar de la casta política que nos gobierna. Hablo de los de todos los partidos, por supuesto. Un país donde muchos políticos entran en esa vida a los 23 años, al poco de acabar la carrera (si es que la hacen) y con escasos o nulos méritos, que cobran una millonada (porque son auténticas barbaridades) al mes y que con el único mérito de la militancia del borrego, pueden acabar de ministros de Igualdad, de Sanidad o de Exteriores , presidentes del Gobierno o de cualquier Junta o algún otro cargo simbólico (ya sea en Madrid o en alguna autonomía, que ésa es otra: las autonomías) donde hacen carrera a base de eufemismos y de escurrir el bulto, pues tampoco debe estar muy sano. Máxime si es una verdadera casta de intocables, corruptible en ocasiones y que tras su jubilación siguen gozando de un sueldo como si siguieran en activo. Como si su vida de político, a base de dietas,reuniones con altas personalidades, comilonas, coches oficiales y últimas tecnologías fuera la de cualquier currante medio. Individuos sin otro fin que el de llenarse la cartera, que rajan del Estado pero luego cobran de él. Políticos que se pasan por el forro la Constitución, la obvian y critican, pero luego se amparan en ella. Políticos que no tienen ni puta idea de nada pero que te exigen a tí que sepas idiomas y te prepares en masters. La casta política.

Un país donde el dinero, en vez de destinarlo de verdad a las políticas sociales, a la restauración de patrimonio, a la protección de animales, a la rehabilitación de la costa o la creación de infraestructuras buenas de verdad, cuando no a una verdadera educación y formación desde la cuna, es destinado en su mayor parte para gozo de los politicastros y gerifaltes de la empresa , para ellos mismos o para pagar a la estrella rutilante de turno, ya sea del deporte o del asqueroso corazón...pues así vamos. Al resto de gente que le vayan dando. Por no hablar de la lentitud de la Justicia y otros temas más espinosos.

Un país donde se destrozan costas y parajes naturales, para la construcción de hoteles y casas para pegar el pelotazo y hacer fiestas y saraos...mientras el patrimonio cultural se cae a pedazos, languidece y permanece marginado, y la gente crece con el único objetivo de trepar como sea, a la vez que se prefiere otro tipo de cultura, ya que al culto o al interesado se le margina, porque el estereotipo de triunfador no casa con esto, y el que está mejor considerado socialmente es otro. Donde los que se preparan o trabajan duro no llegan a nada. Donde se lleva el gato al agua quien mejor enchufe tenga, y si hablamos a niveles más altos, quien venda su dignidad al mejor postor.
Y las calles, las plazas, los espacios públicos a todo esto, insisto con ello, siguen llenas de desperdicios (claro que también tiene que ver la educación del español, desde luego). Pocas cosas hay que más me depriman que llegar a una ciudad o población nueva, fascinarme por ella pero a la vez darme cuenta de lo descuidada que está, en todos los sentidos. Depresión que se da en el lugar que ya conozco, sea cual sea.

Un país que reniega de lo que ha sido, que desprecia no sólo su cultura sino también su identidad y su ser, y que se presta a toda influencia foránea que se precie. Que olvida su interior y su espiritualidad, vilipendiándola, pero que se entrega a las nuevas religiones y concepciones ajenas a lo nuestro. Y que no hace, en definitiva, nada. Mal vamos.

Claro que quiero a España. Mucho. Y nunca la dejaré de lado. Pero de verdad que muchas veces me dan ganas de dejarlo todo e irme lejos. Muy lejos. Donde no haya ese tipo de españoles ni rastro de España. ¿Dónde queda eso?.

Suspiros de España, para lo bueno y lo malo.

22.11.10

Seré breve

"La confianza es el craso error que cometen dos personas, cuando creen que se conocen" (Anónimo).
Yo diría que ese error lo puede cometer una solamente.

Vaya un patinazo.

18.11.10

25

Pues sí, hoy cumplo tan redonda (y de tan sonora rima) edad. De hecho a estas horas en las que escribo, estaba ya a punto, pero de verdad a punto, de salir al mundo y de llorar por primera vez tras recibir la primera ostia de la vida. Tantas habrían de venir luego...

Pero no os creáis, queridos lectores (y lectoras, lo siento, Bibiana, que aunque ya no seas ministra, hay que seguir siendo correcto) , que estoy de bajón y/o voy a hacer una entrada tristona-sentimentaloide-lacrimosa-vejestoria-egocéntrica-repasando mi vida. No. De hecho estoy bastante bien, me encuentro bastante bien. Viejo del todo, como dice mi amiga, pero bien.

No voy a decir completamente feliz porque sería mentir descaradamente como un bellaco. Tampoco voy a exponer aquí los motivos que explican esa falta de total felicidad. Tengo mucho respeto por mi escasa (dicho sin acritud) y fiel audiencia, desde luego.

Lo cierto es que hace ya 25 años que nací en Almería, y, con todo lo que ha pasado, con todo lo que he disfrutado, padecido, aprendido, llorado, experimentado,enfermado,recorrido ...en fin, con todo lo que ha llovido y todo lo que ha pasado desde esa madrugada de otoño de 1985, aquí sigo. Aquí estoy y no puedo hacer otra cosa que darle las gracias sinceras a toda aquella gente que me ha ayudado a sobrevivir, que me ha modelado,que me ha recriminado, que me ha querido, que me ha soportado, en fin, que me ha acompañado en esta vida que puede ser tan cruel y odiosa. Comenzando por mi madre, cómo no, siguiendo por el resto de mi familia más inmediata (padre y hermano) y finalizando en todos aquellos amigos (y amigas, pocas pero especiales, no me pillas, Bibiana) que alguna vez lo fueron o lo siguen siendo actualmente.

En serio, muchas gracias a todos. A todos. Yo lo hice lo mejor que pude.

Aquí estaré.

13.11.10

Barry Lyndon


"Barry Lyndon es como ir al museo del Prado sin haber comido" (Steven Spielberg)



El otro día pusieron, ya muy tarde, Barry Lyndon en esa nueva cadena por obra y gracia de la TDT que es La Sexta 3 (y en la que por cierto ponen buenas series y películas). Me gustaría haberla visto, por enésima vez, pero las horas eran ya de agradable cama. La habré visto unas cinco veces en dos años y medio y eso que dura 183 minutillos. Es lo que tienen las películas favoritas.

Barry Lyndon (1975) es la décima del gran Stanley Kubrick, entre La Naranja Mecánica y El resplandor. Responde al frustrado intento del director de rodar algo relacionado con Napoleón. Está basada en la novela de William Makepeace Thackeray La suerte de Barry Lyndon. Romance del siglo pasado (he de decir que es uno de esos extraños casos en que el libro es inferior a la peli), y trata sobre un advenedizo irlandés, una especie de pícaro del XVIII que intenta medrar y sacar siempre la mayor ventaja como sea. El retrato que se hace en la película es más positivo que el del libro, desde luego.


(Advertencia: spoilers a saco)

Redmond Barry vive en Irlanda, privado pronto de su padre, con su madre y bajo la influencia y protección de su tío. Enamorado por primera vez de su prima Nora, el cortejo que de ésta realiza un capitán inglés, John Quin, motiva el enfado del muchacho y tras varios desplantes, se enfrentan en duelo a pistola. La muerte de Quin provoca que Redmond tenga que dejar su casa y huir a Dublín. Por el camino empieza a darse cuenta de lo que es la vida, como cuando unos asaltadores de caminos lo desnudan prácticamente, o cuando se enrola en el ejército británico y experimenta la existencia militar. En el campamento se entera, por el capitán Crogan (que actuó de testigo en su duelo) que la muerte de Quin fue un engaño para que Barry dejara de incordiar y se pudiese celebrar la boda entre Nora y el inglés. Amaño perpetrado por la familia de la prima ya que el capitán Quin iba a aportar una cuantiosa renta. Dado que eran tiempos de guerra, pronto deja la isla en dirección Europa para participar en el conflicto de los Siete Años entre 1756 y 1763. Allí puede ver en primer plano las miserias de la guerra. Muerto Crogan y hastiado de la vida en el ejército, surge la posibilidad de desertar y se hace pasar por otra persona, hasta que topa con el Capitán Potzdorf, prusiano, quien se da cuenta del embuste y le hace elegir entre la horca o el alistamiento en su ejército. Barry opta por lo segundo y allí convive con gentes de la peor calaña, continuando con su formación. Acabada la guerra, Potzdorf, encantado con su pupilo, le introduce en la Policía Secreta de Berlín. Su primer trabajo es seguir a un conocido libertino jugador del que se sospecha que es espía, el Chevalier du Balibari, irlandés como él (en el libro es su tío). Redmond , conmovido al ver a un compatriota, confiesa desde el principio su cometido, por lo que se acoge a él y pasa a la policía información de escasa importancia. Cuando las circunstancias le son propicias, ambos abandonan Prusia y recorren las decadentes cortes de toda Europa ganándose la vida como expertos jugadores de cartas. En Bélgica, Redmond, al que ya le rondaba por la cabeza la idea de casarse, (pero casarse, más que por amor, por medro y por dinero) conoce a Lady Lyndon, una riquísima dama casada con un decrépito noble a punto de entregar la cuchara. El cortejo es rápido y al poco de fallecer el Lord, Redmond se casa con Lady Lyndon, llamándose de ahora en adelante Barry Lyndon y alcanzando el punto máximo de la prosperidad, pasando de vivir en el campo o a ir de ciudad en ciudad, a residir en su propio palacio. Enseguida se dará a la buena vida y a las infidelidades, que su melancólica esposa soportará. Otra cosa son los problemas que tendrá Barry con el hijo de Lady Lyndon, Lord Bullingdon, que nunca consentirá al irlandés y que provocará un conflicto que alejará a Barry de su objetivo de obtener un título, ya que sus amigos le dejarán a un lado. O la trágica muerte del hijo del nuevo matrimonio, Brian, en un desgraciado accidente de caballo, que sumirá al protagonista en un infierno de alcoholismo y en la certeza de que no llegará a nada, ya que ni tiene título ni heredero, y que quien recibirá la fortuna será Bullingdon. Efectivamente eso pasa, y tras un último duelo entre éste y un cincuentón Barry (pese a que Barry le perdona la vida cuando puede matarlo), el protagonista pierde la pierna y es expulsado del lado de Lady Lyndon por Bullingdon y su camarilla, volviendo como estaba al principio: con su madre.






Ya desde los títulos de crédito, desde el comienzo, sabes que te encuentras ante una película peculiar, diferente, de las que ya no se hacen. Especial. Cuando suena la Sarabande de Haëndel y aparecen los nombres de los actores, el título y un párrafo introductorio, y ves la primera imagen: una escena de duelo, en el campo, desde lejos. Una obra pictórica. Kubrick contó con tecnología de la NASA (cámaras que se usaron cuando se llegó a la Luna, y que ya se vieron en 2001: Una Odisea del Espacio) en sus cámaras, provistas de unas poderosas lentes que permitían enormes zooms - de atrás hacia adelante, o viceversa, comenzando en un detalle de la ropa y culminando cuarenta metros después, lentamente, por ejemplo, como en los momentos anteriores al duelo final entre Barry y Bullingdon- transiciones (travellings, que dicen los expertos) o poder rodar con luz natural. Ésa es una de las grandes virtudes de la película, ya que es de las más naturales que se han rodado nunca; en las escenas de exteriores, bastaba con la luz del sol, y en las interiores, si era de noche, con velas, lo que le da a las imágenes de Barry Lyndon una belleza inimitable, (la fotografía se llevó el Oscar) con unos claroscuros y unas vistas teatrales, y en la mayoría de ocasiones parezca que estamos ante un cuadro en el museo, o en la escena misma, en su tiempo, tocando el siglo XVIII.
Por no hablar del vestuario, por supuesto, lujoso, cuidado y variado, que también se llevó el Oscar. O la ambientación, en palacios de época y hermosos paisajes naturales de Alemania o Irlanda (se rodó hacia 1973, cuando el conflicto del IRA aún estaba latente, por lo que las escenas de militares británicos tocando The British Grenadiers fueron bastante conflictivas y los terroristas llegaron a amenazar a Kubrick y a su familia), ya fueran bosques, landas o prados.
El guión es igualmente destacable, si bien no abundan los diálogos precisamente. En buena parte de las escenas basta con gestos, miradas, lentos movimientos y, si se tercia, alguna frase, todo ello aderezado, claro está, con la música y los maravillosos escenarios. Como se ha dicho por ahí en ocasiones parece una película de cine mudo. El narrador además, es en tercera persona, no como el libro que es contado como unas memorias siendo el mismo Barry quien las cuenta.

Otra cosa son las interpretaciones. De Barry hace Ryan O´Neal, estadounidense, ídolo juvenil en su tiempo y que en bastantes ocasiones luce inexpresivo (encima en España lo doblaron con poca gracia. Supongo que en versión original debe ganar bastante). Fue impuesto por la productora y Kubrick prefería a Robert Redford. El Barry del libro es mucho más cínico, canalla y pícaro. En la película es más inocente y frágil. Eso no impide que vaya cambiando, y si al principio era un joven enamorado y decidido por la fidelidad, luego se transforma en un mujeriego infiel e interesado. Con todo, con su mirada puede decirlo a veces todo, ya sea alegría, tristeza o ira, y ves cómo se va agriando su mirada con el paso de los años y perdiendo la inocencia. En el fondo te compadeces un poco de él, ya que no deja de ser un desarrapado, huérfano muy pronto y que no deja de buscar la figura paterna: su tío, Crogan, Balibari...y que encima pierde a su único hijo muy pronto. La escena del lecho de muerte, suplicando a sus padres que se quieran y no se peleen, tras haber escuchado por última vez la historia que le contaba Barry, es impagable.
Marisa Berenson interpreta a Lady Lyndon. El personaje es silencioso, melancólico, triste, estoico. Baste recordar la escena en la que Barry le echa el humo de la pipa cuando le dice, en el coche, que no fume, o cuando está sola en la bañera. Es una mujer a la que quieren por su dinero los hombres, y que únicamente cuenta con el apoyo del reverendo y de su hijo (de ella) el vizconde Bullingdon, especialmente de éste. El hijo es un personaje envidioso, pero también humillado y que buscaba el bien de su madre. Su único propósito será el fin de Barry. Luego tenemos toda una galería de secundarios, como Balibari, Potzdorf, Quin, Crogan,Bullingdon, Runt, la madre de Barry, etc...bien interpretados. Claro que, sabiendo como era el tiránico Kubrick, cualquiera iba a actuar mal.

La música es el otro gran punto fuerte de la película. Kubrick tampoco se iba a descuidar en un aspecto que le gustaba supervisar. La banda sonora consiste en una serie de composiciones, del siglo XVIII en su mayoría, de Bach, Mozart, Vivaldi, Federico de Prusia...adaptadas por Leonard Rosenman quien se llevó el Oscar. Si ya de por sí la imagen no fuera suficiente, aportan más emoción y tragedia todavía. Destacan tres melodías:
-Women of Ireland: muy conocida, es una preciosa canción popular irlandesa interpretada por The Chieftains. Nos introduce en la historias de amor de Barry antes del matrimonio, como con su prima Nora o la campesina alemana en la guerra. A mí me encanta, desde luego.
-Piano Trio, de Schubert. Es una triste y bucólica composición para piano, muy hermosa también. Tiene relación con Lady Lyndon y pega totalmente. Es la que se escucha en la preciosa escena de enamoramiento entre la pareja, primero a la luz de las velas y luego en la terraza, y en la que no hace falta decir ninguna palabra entre ambos.
-Sarabande, de Haëndel, muy conocida también. Podría decirse que es el tema principal de la película. Sus bombos y cuerdas nos introducen en ella, y la escuchamos en los momentos que marcan la vida de Barry, como el duelo del principio, con Quin en Irlanda y el del final, con Bullingdon en un establo (en ambas la atmósfera de tensión es muy palpable, sobre todo en el segundo, memorable) o en la muerte de Brian, primero tenuemente y luego como un estruendo en el funeral. Ése es para mí el momentazo de la película: el funeral de Brian. Un carrito tirado por ovejas (que minutos antes salía en su cumpleaños) contiene su féretro, seguido por el cortejo fúnebre, todos vestidos de negro,y el reverendo ora, mientras suena la Sarabande a más no poder. Impresiona, la verdad. Ese tipo de escenas ya no se hacen.

Pese a todo, la película fue un inesperado fracaso de taquilla (el público de blockbuster no suele decantarse por visionados lentos y/o peculiares) y de parte de la crítica por lo que injustamente una de las obras menos valoradas del director.


La azarosa y triste vida de un Don Nadie en la decadente Europa del XVIII. Un frustrado ascenso social provisto de una crítica a esa sociedad. Pese a que es muy larga y eso echa para atrás a mucha gente, (¡las mejores películas son largas!) y el doblaje deja un poco que desear, una de mis películas favoritas. Deberíais verla si no la habéis visto.
Un 10.

"Fue durante el reinado de Jorge III que los personajes mencionados vivieron y lucharon. Buenos o malos, hermosos o feos, ricos o pobres, todos son ahora iguales".

8.11.10

Solo

"La soledad es el imperio de la conciencia" . Gustavo Adolfo Bécquer.

"Soledad: un momento de plenitud". Michel de Montaigne.

"Los que odian la soledad, sólo se odian a sí mismos". Anónimo.


Sí y no. No siempre, desde luego. Malditos Bécquer y Montaigne. Lo cierto es que "estoy solo y no hay nadie en el espejo". (Borges)


Un año (como mínimo) duro.


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