13.5.10

Sensaciones




Pasear por cubierta, sintiendo la brisa marina, como un Ulises, un Roger de Flor o un Álvaro de Bazán. O más modestamente, un marinero de a bordo, un polizón o un turista de crucero, como es mi caso.

Recorrer el Gran Canal y notar como San Marcos y Venecia te despiden, como a Marco Polo.

Notar que eres una minúscula mota de polvo bajo la bóveda celestial de noche, al igual que ya descubrieron los marinos de la Antigüedad.

Avistar Rodas y su magnífica ciudadela medieval, al modo de Grandes Maestres como Foulkes de Villaret, Roger de Moulins o Juan Fernández de Heredia, u , opuestamente, Solimán el Magnífico, quien conquistó la isla en 1522 tras medio año de asedio.

Gustarte tanto Grecia como al malcriado de Lord Byron, y quedársete grabada en la mente la frase de su bandera : E-lef-the-rì-a i Thà-na-tos ("Libertad o muerte", las 9 sílabas que conforman las barras de su trozo de tela).

Recorrer las muy cuidadas -pese a los desmanes de la Guerra de los Balcanes- callejuelas de la preciosa Dubrovnik, la Perla del Adriático, la vieja y orgullosa Ragusa, república independiente durante tantos siglos.

Agobiarte por las caóticas y atestadas calles de Atenas, ciudad desordenada y llena de coches, donde resiste poco airosamente la antiquísima roca de la Acrópolis.


Dormir en tu camarote mecido por el vaivén del barco, sintiéndote feliz pero a la vez recordando que los marineros de la Antigüedad, de hace 700, 500 o incluso 70 años (o los pescadores actuales) no tenían tales comodidades ni prestaciones.

Adentrarte en la cerrada bahía de la isla de Santorini, recuerdo de la explosión volcánica que supuestamente acabó con la civilización minoica, y recorrer la escarpada isla, deteniéndote en pueblos mágicos como Pyrgos.

Bañarte en el mar griego, ya sea el Jónico o el Egeo, los dos iguales de cristalinos e impolutos.

Pasearte por la desvencijada ciudadela de Corfú, por sus soleadas calles, meterte en una iglesia ortodoxa y darte cuenta de que estás prácticamente en otro mundo.


El fuerte olor a salitre.

Caminar por las blanquísimas calles de Mykonos, la muy turística Mykonos, y saludar al malhumorado pelícano Petros, tras bañarte en su impecable playa en companía de tus amigos.

Pensar en tus cosas con la única compañía del oscuro mar, el luminiscente cielo y el runrún del barco.

Desencanto.

Sentir que todo se acaba.

EL final del viaje. Viaje en un sentido más amplio que el de viaje de estudios. El final de todo.

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